En un año de conmemoraciones en torno a la historia de la llamada “conquista”, Federico Navarrete busca alimentar críticamente el debate público sobre el pasado. Le interesa, en este caso, discutir sobre el racismo que prevalece en el relato de la participación de los pueblos indígenas mesoamericanos en la derrota de los mexicas. Nuevos matices y argumentos se desarrollan en el artículo de Germán Luna Santiago cuyo enlace figura al final de este artículo.
 

 

En días recientes, la Academia Mexicana de Historia, “Correspondiente de la Real de Madrid” presentó una conferencia del Dr. Enrique Semo, académico “asociado”, sobre la llamada conquista de México, que se puede consultar en su página de Facebook, con el título “Cómo 500 españoles y su valeroso capitán no pudieron por sí mismos vencer a los mexicas y destruir su imperio”.

Me parece importante discutir sus argumentos porque revelan la impunidad con que nuestros medios intelectuales permiten la difusión y reproducción de discursos que pueden calificarse de discriminatorios y excluyentes, incluso racistas. Mi propósito en este texto es analizar críticamente y refutar el razonamiento y los argumentos de este historiador, compartidos por muchos practicantes de su profesión y su Academia, nunca descalificar a su persona ni su reputación de profesional honesto. No se trata de denostar y menos de “cancelar” a nadie. Se trata de abrir una discusión racional, franca y tal vez dolorosa sobre las maneras en que amplios sectores de las élites intelectuales de México siguen negando la capacidad de actuar y de pensar  de los pueblos indígenas, 500 años después de la llamada “conquista”, término que tanto defienden. Se trata de debatir en la esfera pública este tema de historia pública en el que existen diferendos intelectuales y políticos que nos afectan a todos y en particular a los pueblos originarios, hoy como hace 500 años.

Enrique Semo (foto: Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM)

En su conferencia Enrique Semo retoma los argumentos y trabajos de historiadores recientes como Raquel Güereca, Lisa Matthews, Michel Oudijk, Matthew Restall y otros que han demostrado la participación abrumadoramente mayoritaria de los propios mesoamericanos en la derrota de los mexicas, mal llamados aztecas, y en la fundación de la Nueva España. Esto le permite plantear que la historia tradicional de la conquista que enfatiza la hazaña singular de los españoles es falsa y que los hechos de 1519 a 1521 deben ser explicados tomando en cuenta la participación mesoamericana, como apunta el título mismo de su presentación.

De manera decepcionante, sin embargo, no desarrolla esta propuesta para plantear una nueva interpretación del proceso de conquista. Propone, con razón, que éste no terminó en 1521, con la caída de México-Tenochtitlan, sino que ha continuado en otras conquistas a los demás pueblos, incluso hasta el siglo XX. Por otro lado, en la línea de las más tradicionales historias nacionalistas, celebra la resistencia militar de los mexicas como una muestra de valentía y patriotismo.

Tal vez por su intención de exaltar al único pueblo indígena vencido en 1521, Semo presenta una visión negativa de la inmensa mayoría de pueblos mesoamericanos del centro de México que los vencieron, junto con los españoles. No intenta por ejemplo explicar cuáles podían haber sido sus intenciones, objetivos y perspectivas. Sólo repite, como tantos historiadores, que fueron motivados por su “odio” y su “resentimiento” contra los mexicas y que buscaban “vengarse”. Este vocabulario de afectos implica que fueron guiados por emociones irracionales más que por decisiones conscientes y pensadas. Tales prácticas discursivas son frecuentes entre los historiadores y el público: mientras se exaltan la “inteligencia”, la “astucia”, la “visión”, la “cultura” de Hernán Cortés, se suelen describir, y lamentar, las bajas pasiones de sus aliados mesoamericanos, rencores y supersticiones, cobardías y miedos. Esto los coloca en una posición subordinada ante el hombre blanco, por su menor racionalidad y control de sus acciones (todo ello, desde luego, en la imaginación de los propios historiadores).

Semo, no obstante, va más allá: su descalificación de los aliados indígenas y su papel histórico se quiere absoluta y es desarrollada de manera sistemática. Vale la pena revisar sus argumentos para comprender sus implicaciones.

Códice Telleriano Remensis

El primero es que los mesoamericanos no podían ser considerados conquistadores como los españoles porque estos mismos no los reconocían como tales, porque su racismo les impedía verlos como iguales a ellos. Esta afirmación contradice palabras concretas de varios españoles de la época que se refieren a sus aliados como conquistadores e ignora el respeto con que Bernal Díaz del Castillo describe a los tlaxcaltecas y sus acciones, entre otros ejemplos. Contradice también el hecho de que la Corona española reconoció un estatus jurídico especial a Tlaxcala y otras entidades políticas mesoamericanas aliadas a los conquistadores, y que esa ciudad lo mantuvo hasta el fin de la colonia. Semo no toma en cuenta tampoco que los aliados mesoamericanos produjeron cientos de cartas, relaciones, probanzas, crónicas, historias, lienzos y códices en que se presentaban como indígenas conquistadores. Por ello ignora también que estos documentos fueron aceptados en muchas ocasiones por la Corona. Más allá de su escaso sustento histórico, la afirmación sorprende porque le atribuye a los españoles el poder absoluto por determinar si los indígenas eran o no conquistadores, sin importar lo que ellos mismos pensaran y defendieran. ¿No es discriminatorio, y colonialista, negarle a un grupo humano su derecho y su capacidad de definirse a sí mismo, y atribuirle a otro grupo el poder de definirlo desde fuera, independientemente de su voluntad?

El segundo argumento del historiador adolece también de falta de sustento histórico. Semo afirma que los aliados indígenas no demandaron en ningún momento ser tratados como iguales por los expedicionarios españoles y que siempre se subordinaron a los recién llegados. Esta postura podría justificarse a partir de una lectura superficial de crónicas españolas como la de Cortés que presentan a los indígenas como ayudantes, servidores o peones. Ya Matthew Restall, Camilla Townsend y otros historiadores han demostrado que esta visión es por completo exagerada y que no obedece a la realidad del momento, sino a los prejuicios etnocéntricos de los españoles y sobre todo a su necesidad de presentarse ante el rey como los únicos que controlaban los eventos. En esto, Semo se contradice: por un lado desmiente con razón las afirmaciones de Cortés de que los españoles obtuvieron la victoria solos, por el otro acepta sin cuestionar su menosprecio de sus aliados. ¿No será que la primera consideración debería llevar a cuestionar la segunda? Por otro lado, el historiador ignora por completo las propias acciones de los indígenas: las alianzas que negociaron con los españoles, las mujeres que se casaron con ellos, los intercambios recíprocos que entablaron con ellos, las exigencias constantes que les hacían de que correspondieran a sus dádivas, las quejas que siempre presentaron contra sus abusos. Estas acciones eran una exigencia concreta e innegable de reconocimiento y de respeto, sólo que fueron presentadas en términos culturales mesoamericanos, no en el vocabulario occidental de la igualdad. Tal vez los españoles de entonces no las entendieron, o no las quisieron entender, pero un historiador profesional del siglo XXI debería hacer un mayor esfuerzo para no reproducir sus prejuicios, sobre todo si pretende hacer una historia novedosa.

Conquista de Colhuacan y Tenayuca. Códice Mendoza, f. 2r.

El tercer argumento de Semo tiene, al menos, un poco de base en la realidad histórica. Afirma que la conquista debe ser comprendida como el acto fundador del régimen colonial capitalista que se impuso en Mesoamérica y la transformó en la Nueva España y que los indígenas en su conjunto (aliados o no) fueron sometidos a este nuevo sistema de explotación, mucho peor que el que existía bajo los mexicas. Esta es una explicación plausible y generalmente aceptada por los historiadores, aunque con definiciones diferentes del régimen establecido. Sin embargo, pretende explicar los sucesos de 1519 a 1521 a la luz de una de sus consecuencias históricas posteriores, la imposición del capitalismo, proceso que duró siglos y que se inició al menos dos décadas después. Esta deficiencia lógica, convertir un efecto en una causa, por cierto es muy común entre los historiadores de la conquista. Además se le pueden hacer dos objeciones empíricas. La primera es que la imposición gradual del capitalismo también truncó el proyecto de los conquistadores españoles, que era establecer un sistema feudal racializado, en que serían señores de los indígenas conquistados por los siglos de los siglos. En menos de 50 años se vieron privados de sus encomiendas hereditarias, de su derecho a controlar directamente el trabajo y el tributo de los indígenas, y reducidos en su posición social privilegiada. Este desplazamiento no se compara, desde luego, a la explotación y esclavización sufrida por indígenas y africanos, pero nos recuerda que el desarrollo del capitalismo afectó a todos los grupos humanos involucrados en la conquista más allá de sus aspiraciones y deseos. Y sin embargo, esta innegable realidad histórica no es utilizada para descalificar a los españoles como conquistadores verdaderos, mientras que Semo sí pretende descalificar completamente las acciones y el papel de los indígenas conquistadores porque un régimen establecido años después les quitó privilegios. Desde su punto de vista pareciera que sólo los “europeos” pueden ser partícipes y beneficiarios de este proceso histórico y que otros seres humanos no, sin importar su posición particular, ni su capacidad de negociar y de defenderse, demostrada ampliamente por los mesoamericanos. Se crea así una distinción entre unos tipos de hombres que sí son dirigentes de los procesos de la historia global y otros que sólo pueden ser sus víctimas. Esta glorificación del protagonismo histórico del “hombre blanco” tiene una vieja filiación marxista: basta recordar la manera en que el propio Marx celebró la invasión de 1847, porque Estados Unidos estaba introduciendo a México a la historia universal.

El cuarto y último argumento de este historiador parece escapar del todo a las reglas de la explicación histórica. Para terminar de descalificar el papel, las intenciones y la representación de sí mismos de los indígenas conquistadores recurre a una analogía con los pueblos colonizados del siglo XX, por medio de una cita a Franz Fanon, y una alusión a la figura de Gunga Din, un ayudante “hindú” del ejército británico imperial del siglo XIX, celebrado por Rudyard Kipling en un poema homónimo en que le agradece haber entregado su vida para defenderlo, pese a que él siempre lo trató con desprecio.

Guerreros tlaxcaltecas junto a sus aliados españoles, Lienzo de Tlaxcala

En primer lugar, llama la atención la distancia temporal de estas analogías pretendidamente explicatorias: pasamos de Mesoamérica en el siglo XV a Argelia, Francia y la diáspora africana con Fannon y a la India colonial a principios del siglo XX con Gunga Din. ¿Para qué ir tan lejos? Antes de dar este salto, conviene recordar que los historiadores del colonialismo europeo, como Osterhammel y Abernethy, distinguen claramente la primera generación de colonialismo, imperial y religioso protagonizado por las monarquías ibéricas del siglo XV al XVIII, de la segunda ola, colonialismo moderno, Ilustrado e industrial, encabezado por ingleses y franceses, del siglo XIX y XX.

Si Semo quería negar y desautorizar la imagen que tenían de sí mismos los pueblos aliados a los conquistadores podría haber leído sus varias historias, revisado sus múltiples cartas, analizado sus numerosos códices, contemplado sus espectaculares lienzos. Sin embargo, el historiador no menciona siquiera la existencia de estos testimonios producidos por los propios indígenas en las décadas siguientes a la conquista, más allá de una rápida e inexacta referencia a la “visión de los vencidos”.

Parte superior del Lienzo de Tlaxcala (foto: arteiconografia.com)

Aunque la alusión a la obra de Fanon Piel negra, máscara blanca (París, 1952) no se desarrolla, yo sí lo haré para demostrar su falta de validez explicativa para nuestro caso. Con este título, el psiquiatra y pensador francófono de Martinica se refería a la enajenación, ideológica y clínica, producida por el colonialismo moderno. Se autoanalizaba y analizaba a otros sujetos coloniales como personas desplazadas brutalmente por la esclavización, sometidas por siglos al colonialismo moderno, además de los regímenes disciplinarios del siglo XX (escuelas, clínicas, prisiones) y la explotación capitalista industrial. Es una gran diferencia con los mesoamericanos, que eran el 99 % del ejército español en 1521, que vivían y continuaron viviendo en su mundo humano, ecológico y cultural y que luego se enfrentaron a formas de control colonial mucho menos efectivas: apenas un millar de frailes evangelizadores entre una población de millones que hablaba más de un centenar de lenguas y unos cuantos burócratas. Por otro lado, estoy seguro de que tanto Fannon, y sus sucesores intelectuales como Achille Mbembe, se opondrían frontalmente al uso de sus autocríticas anticoloniales para descalificar desde afuera la imagen propia, las expresiones y las acciones de otro grupo colonizado. No creo necesario recordar que el pensamiento de Fannon es antiracista.

La culminación de la conferencia a la que Semo dedica varios minutos es la presentación del personaje colonial literario de Gunga Din, siempre desde el punto de vista del colonizador inglés que lo inventó, Kipling. En términos históricos, resulta imposible sostener una analogía entre un personaje de un poema, ayudante de un imperio colonial que llevaba ya más de dos siglos de presencia y dominación en la India, y los indígenas conquistadores, cientos de miles de personas realmente existentes que se aliaron a unos cuantos expedicionarios recién llegados que provenían de un mundo desconocido para ellos. La única explicación es que Semo parece considerar traidores y lacayos a todas aquellas personas de la India que colaboraron con los ingleses, como considera a los indígenas conquistadores. Esta es una simplificación de la situación colonial en ambos casos, que no reconoce que las desigualdades y rivalidades entre los “colonizados” eran inmensas. En este sentido es sintomático que hable de soldados “hindús”, confundiendo la filiación religiosa con la pertenencia geográfica a la India, e ignorando que muchos de ellos eran en verdad musulmanes, sijs, nepalíes, de castas intocables, etcétera. Su juicio borra las circunstancias particulares, las complejidades de clase y de género, en suma la realidad humana de los seres racializados porque lo único que vale es el juicio despectivo y condescendiente que hace el hombre blanco sobre su personaje, Gunga Din.

Guerra entre mexicas y xochimilcas (Códice Durán)

En esta utilización retórica, que no histórica, del ejemplo de Gunga Din para descalificar a los indígenas conquistadores el discurso de Semo exhibe su racismo. Gunga Din es un personaje construido por Kipling y celebrado por los discursos colonialistas ingleses; es una fantasía de dominio occidental basada en la dialéctica del amo y del esclavo; es un término racista utilizado en inglés para despreciar a las personas de origen asiático. No es un personaje real que hable por sí mismo, a diferencia de los indígenas conquistadores que sí lo hicieron, en las incontables crónicas que el historiador ignora por completo. Semo mismo señala dos veces, y con toda razón, que la fantasía de Kipling es “racista”. Sin embargo, lejos de criticarla y demostrar su falsedad, la utiliza para descalificar por analogía a los indígenas conquistadores. Si está consciente del sesgo de este poema, ¿por qué lo repite y le da valor para describir una realidad humana por completo diferente? ¿Se pueden retomar esas viejas fantasías coloniales y usarlas en 2021 para construir algo que no sean nuevos discursos igualmente colonialistas? En este caso la calificación que asesta Semo a las palabras que cita, y que luego utiliza y valida, no puede más que extenderse de manera directa a sus propios argumentos, tan racistas como los de Kipling.

Mi interés en criticar estas propuestas no es descalificar a su autor y a las extensas obras que ha escrito sobre la conquista. Como profesional merece respeto, sin duda. Mi diferendo es con razonamientos que son inexactos y prejuiciosos, con palabras y alusiones que son ofensivas pues repiten y validan la historia de despojo, destrucción y muerte, con la tergiversación del pensamiento anticolonial de Fanon, con la exclusión injustificada de las voces y discursos indígenas.

Juan Manuel Yllanes del Huerto. Bautizo de los señores de Tlaxcala, en Lienzo de Tlaxcala, Lámina 008. Siglo XVIII

Mi propósito, sobre todo, es señalar la facilidad con que nuestro medio académico produce, acepta y legitima discursos con una fuerte carga discriminatoria contra los pueblos indígenas. La naturalidad con que permite y acepta juicios descalificatorios sobre personas y grupos humanos que parten más de los prejuicios y la ignorancia de sus autores que de un verdadero análisis y conocimiento de las realidades descalificadas.

¿Cómo puede Semo presentar una historia que se pretende completa y novedosa de la conquista si no da valor a las palabras, las obras y las propuestas del 99 % de sus participantes, los indígenas conquistadores? Seguramente si se atreviera a hacer algo parecido con los testimonios del restante 1 % (los conquistadores españoles) sus colegas de la Academia, “Correspondiente de la Real de Madrid”, lo criticarían por falta de rigor histórico y por agredir a los europeos y sus descendientes. ¿Es acaso más aceptable en nuestro medio académico y nuestras augustas instituciones ignorar, ningunear y descalificar así las voces y las historias de los indígenas, particularmente cuando hablamos de sus propias tierras que fueron escenario de la guerra y de un proceso histórico en que fueron protagonistas?

*El autor: Federico Navarrete es historiador, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Autor de: Alfabeto del racismo mexicano¿Quién conquistó México? Historias mexicas, entre muchos otros.

Fuente: Nexos, 18 de mayo de 2021

Portada: Lienzo de Tlaxcala

Ilustraciones: Conversación sobre la historia


El historiador    Germán Luna Santiago acaba de publicar  Federico Navarrete, historiador subversivo.  El autor de este texto agrega nuevos matices y argumentos a favor de la crítica histórica que hace Federico Navarrete a ciertas representaciones reduccionistas y racistas de la Conquista. Se suma a los esfuerzos por pensar en un proceso histórico tan complejo como toda realidad social   (Nexos 30 de Mayo de 2021)  


 

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2 COMENTARIOS

  1. Crítica tan oportuna como impecable a mi juicio, pero hay un elemento que me chirría. Para afirmar debidamente la agencia histórica de los pueblos que se sirven de la invasión europea, ¿por qué se habla de “pueblos conquistadores”? Así parece que el reconocimiento haya de venirles por vía de emulación con la conquista española como si ésta siguiera siendo el referente.

  2. No fue Marx el que celebró la conquista norteamericana de Nuevo México y California, sino Engels. Y lo hizo en el sentido de la destrucción de unas relaciones sociales obsoletas y reaccionarias, como también tomaron partido activamente Marx y Engels contra la confederación del Sur y a favor del abolicionismo antiesclavista del norte, para promover la unidad de la clase obrera sobre condicionantes raciales: ¿también esta postura buscaba «el protagonismo del hombre blanco»? Y también tomaron partido a favor de las luchas anticoloniales de Irlanda, India y China contra el «hombre blanco». Por otra parte, el trato racista y discriminatorio que propinaban los mexicanos a indígenas y campesinos pobres no difería mucho del que daban los norteamericanos al otro lado de la frontera. Pero eso no debe tener nada que ver con el «protagonismo del hombre blanco».

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