Margarita Ibáñez Tarín
Doctora en Historia Contemporánea
y profesora en el IES Abastos de Valencia.
Premio Catarata de Ensayo 2019

 

 El blasquismo, un movimiento predominantemente urbano, consiguió tener en la Valencia de la primera década del siglo XX, una presencia aplastante  gracias a contar con un periódico de gran difusión, El Pueblo, y a la existencia de una extensa red de casinos en los barrios. Los grandes ideales laicos y republicanos que propugnaba contribuyeron a elevar la conciencia política de las masas y a movilizarlas frecuentemente en la defensa de las libertades. Pero, no cabe duda, que su crecimiento se debió en buena medida a que tenía enfrente un movimiento antagonista: el clericalismo. Ambos se retroalimentaron mutuamente porque eran complementarios. Las recientes manifestaciones motorizadas contra la ley Celaá han puesto de manifiesto una vez más la división de la sociedad española en el terreno educativo y  la “secularización conflictiva” que arrastramos desde hace casi dos siglos.

 

Las manifestaciones motorizadas contra la ley Celaá llenaron de humo y ruido el centro de las ciudades españolas en los días previos a la aprobación de la nueva Ley en el Senado el pasado 23 de diciembre. El resultado de la votación de la norma, que salió adelante por 178 votos a favor, 147 en contra y 17 abstenciones, puso de manifiesto una vez más la división de la sociedad española en el terreno educativo y un hecho insoslayable: la “secularización conflictiva” que arrastramos desde hace casi dos siglos. La inmensa mayoría de los motorizados que acudieron a la manifestación llevan a sus hijos a colegios concertados religiosos y defienden esta opción frente al modelo de escuela laica, que con sus defectos representa la escuela pública.

Aparentemente, desde las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial y, muy particularmente, desde los años setenta en nuestro país, la religión ha ido perdiendo su tradicional presencia en la esfera pública. Joan Fuster en 1979 reflexionaba sobre el tema con estas palabras:

“Voltaire, “El motín”, “La Traca”, don Manuel Azaña y el resto, apenas alteraron la vocación pía del electorado español, y mucho menos sus variantes nacionalitarias. Pero el cochecito utilitario, los establecimientos para el bailoteo, el porro, las bebidas largas o cortas, los “puentes”, los chalets y los apartamentos, el precio de los carburantes, las revistas gráficas o las pantallas con “S” acogidas a la inexcusable “libertad de expresión”, aunque expresasen poca cosa, y más factores como el tocadiscos, la televisión, los consejos médicos de adelgazar, están en contra de las misas, las procesiones y las Semanas Santas. No es una cuestión de “ideas”, que sería lo bueno, es una cuestión de “costumbres” que conlleva una cantidad de intereses económicos impresionantes. España no ha dejado de ser católica […] Pero ¿España es todavía tan católica como dicen? […] Perdurará el clericalismo, pero minado. Y sea lo que Dios quiera.[1]

De la lectura de las palabras de Joan Fuster se desprende una común identificación entre progreso económico y pérdida de costumbres religiosas de la que participaba la mayoría de sus contemporáneos a finales de los años setenta. Pero, como Fuster apuntaba, esos cambios solo se produjeron en el terreno de las costumbres y no en el de la ideología defensora del clericalismo, que sigue viva en nuestros días.

Manifestación católica en Villarreal (ABC 20 de abril de 1910)

En los últimos tiempos, la vieja tesis que relacionaba secularización y modernidad se ha desvanecido y comienza a ser vista como un mito que nunca existió, según aseguran sociólogos como Peter Bergen o Harvey Cox. El caso de EEUU resulta paradigmático en este sentido si tenemos en cuenta el extraordinario resurgir de la religión que vive en la actualidad. Es un hecho que se constata no solo en este país, sino en todo el continente americano, donde han florecido nuevos movimientos religiosos, que junto a los preexistentes han cobrado nuevo brío en perfecta simbiosis con el desarrollo de la tecnología más avanzada aplicada a sus fines políticos y religiosos. La importancia del factor religioso en la geopolítica mundial del siglo XXI es indudable desde los atentados islamistas de las Torres gemelas del 11 de septiembre de 2001, los de Madrid del 11 de marzo de 2004, las guerras de Afganistán, Irak y Siria y la emergencia del Estado Islámico.[2] Según señala Peter Berger, “el mundo de hoy es tan furiosamente religioso como siempre y en algunos lugares, más que nunca”.[3]

Desde una perspectiva más teórica o de historia intelectual, Raimundo Cuesta, quien rechaza la revitalización del nuevo fundamentalismo religioso,  opina  que las religiones se han transformado y han prevalecido con fuerza en todo el mundo, pero, además, en el caso del cristianismo, su creencia de que se llegaría a la salvación de la humanidad a través de una progresión lineal y teleológica ha contaminado el pensamiento revolucionario. Desde el siglo XVIII, los revolucionarios han intentado sustituir el providencialismo cristiano por una versión laica, basada en la idea de que a través del progreso de las ciencias y la razón se llegaría un día a la salvación de la humanidad.[4]

Acto de desagravio a la Virgen de los Desamparados por las palabras despectivas atribuidas al diputado republicano Félix Azzati, director de El Pueblo (foto: Cronistes del Regne de Valencia)

Hoy sabemos, que la vieja y optimista teoría de la secularización progresiva, que solo parecía cumplirse para Europa, también en nuestro continente está dejando de ser excepcional. Ni siquiera de Francia, el paradigma donde la secularización sociológica y la laicización política han avanzado juntas históricamente, se puede decir que sea un país que tenga resuelta la cuestión. Según Julio de la Cueva:

desde la cada vez más extendida perspectiva intercultural y postcolonial en las ciencias humanas y sociales resulta difícil seguir defendiendo la existencia de modelos —modelos prescritos por Occidente— que serían de obligado tránsito en todo el mundo. […] La modernidad, en la medida en que sea un fenómeno global, asume diversas formas y ritmos en diferentes sociedades. […] Existen una pluralidad de respuestas religiosas al reto de la modernización. La secularización sería una de esas respuestas, la propia de Occidente y —más característicamente— de Europa.[5]

El hecho de reconocer que con la modernidad no hemos alcanzado la ansiada secularización, que tantas luchas causó en Europa entre clericales y anticlericales desde el siglo XVIII, no puede hacernos olvidar de dónde venimos y hacia dónde vamos. El anticlericalismo (o los anticlericalismos porque no hubo uno solo) se caracterizó, en palabras de Manuel Suárez Cortina, “no sólo por ser la expresión de los sectores racionalistas enfrentados a la concepción metafísica del mundo, sino por ser una amplia corriente de pensamiento, de opinión y una manifestación social y política de los defensores de la modernidad”.[6] Intentaremos trazar aquí un breve recorrido de lo que fueron esos enfrentamientos por la secularización en la ciudad de Valencia, convertida en los años finales del siglo XIX y durante la primera década del siglo XX en punta de lanza del anticlericalismo español. Sin olvidar que en la disputa anticlericalismo-clericalismo hay un hilo conductor, que ha llegado hasta nuestros días, que es la cuestión del poder de las órdenes religiosas y, más en concreto, la dudosa reivindicación de “la libertad de enseñanza” (que no incluye la libertad de cátedra), la misma que esgrimían en sus pancartas los clericales en los albores del siglo XX y que dicen defender ahora los motorizados que han salido a la calle para protestar contra la ley Celaá en 2020.

Los años que van de 1998 a 1911 están jalonados de continuos enfrentamientos entre clericales y anticlericales por el control del espacio público de la ciudad de Valencia. El escritor Blasco Ibáñez tuvo un papel protagonista en ese traumático proceso de secularización de la sociedad valenciana, tanto en su faceta de novelista de éxito internacional como en la de líder político del movimiento de masas, que adoptó su nombre: “blasquismo”.

Blasco Ibáñez se dirige a sus seguidores desde el balcón de la redacción de El Pueblo

El blasquismo tuvo su época de eclosión en la primera década del pasado siglo y se circunscribió principalmente a la ciudad de Valencia. Se trataba de un movimiento social de ideología radical, reformadora y anticlerical, dirigido por hombres de la nueva burguesía y apoyado por un heterogéneo sector popular, que incluía obreros de las industrias modernas, artesanado tradicional, comerciantes, pequeños y grandes propietarios agrícolas e incluso jornaleros. Era un movimiento predominantemente urbano, que consiguió tener en ese tiempo una presencia aplastante en la ciudad de Valencia gracias a contar con un periódico de gran difusión, El Pueblo, y a la existencia de una extensa red de casinos republicanos en los barrios.

Los grandes ideales laicos y republicanos que propugnaba contribuyeron a elevar la conciencia política de las masas y a movilizarlas frecuentemente en la defensa de las libertades. Pero, no cabe duda, que su crecimiento se debió en buena medida a que tenía enfrente un movimiento antagonista: el clericalismo. Ambos se retroalimentaron mutuamente porque eran complementarios. En Valencia, el blasquismo estimuló —aunque en ningún caso creó— la aparición de un beligerante catolicismo político, que detrás de las siglas de Liga Católica, en los primeros tiempos, y Derecha Regional Valenciana (DRV), después, trató siempre de disputarle el dominio de la ciudad.[7] Valencia en aquel tiempo —según Ramiro Reig, el mayor estudioso del blasquismo— era el único sitio donde los curas no mandaban, donde los estandartes republicanos se paseaban por las calles al son de la Marsellesa, “los de las blusas” entraban en el Ayuntamiento como pedro por su casa y aplaudían e interrumpían en los plenos cuando querían”.[8]

La batalla ideológica entre blasquistas y clericales por la ciudad de Valencia se disputó en tres ámbitos. El primero fue el electoral, a través de las urnas y mediante las varias convocatorias de comicios municipales que llevaron al partido de Blasco Ibáñez a ser el ganador de todas las elecciones entre 1898 y 1933, salvando el paréntesis de la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Un aspecto del que se han ocupado ampliamente autores como el citado Ramiro Reig. En segundo lugar, a través de la disputa dialéctica que se desarrolló en la prensa diaria de uno y otro color y, en tercer lugar, en el ámbito en el que más nos interesa centrar este trabajo: la guerra abierta entre clericales y anticlericales por el control del espacio público.

Procesión de San Vicente Mártir en 1914 (foto del blog Valencia en blanco y negro)
La batalla por la secularización del espacio público en Valencia

Existe un consenso entre los historiadores respecto a situar en 1899 la fecha de inicio del ciclo de protestas anticlericales en toda España. Sin embargo, en Valencia el ciclo empieza antes y no por casualidad. A finales del siglo XIX —tras haber permanecido desde el sexenio democrático en un largo silencio— la Iglesia católica, movida por la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII, impulsó con gran boato la reconquista del espacio público. Una de las primeras crisis anticlericales que se produjeron la encontramos en los “rosarios de la aurora” que se celebraban en la ciudad desde 1883. Con frecuencia terminaban a palos y por ello han pasado a la memoria colectiva con el conocido dicho: “esto va a acabar como el rosario de la aurora”, que se dice cuando algo tiene mal pronóstico. A las siete de la mañana y a toque de campanas comenzaban cada domingo en una iglesia diferente. Los fieles de la procesión recorrían las calles rezando el rosario y los disturbios eran frecuentes. En 1887, una multitud de gente irreligiosa apedreó la iglesia de santa Catalina de Siena y tiró petardos. Un proyectil impactó en el Cristo que llevaban en procesión. Sonaron algunos tiros. Los guardias detuvieron a dos sujetos, uno de ellos miembro del cuerpo de Veteranos de la Libertad y el otro un joven reportero de un periódico liberal.[9] Las numerosas procesiones y otros actos religiosos con frecuencia eran boicoteados por los blasquistas. “Hay que conocer Valencia —decía Blasco durante una intervención en el congreso de Diputados en Madrid— Yo deseo que conste el estado de provocación latente y continua en que tienen a Valencia los elementos reaccionarios. Valencia es la capital que tiene más manifestaciones religiosas de todas las de España” […] El de Valencia, sabedlo, es un catolicismo que en los 365 días del año celebra más de 150 procesiones”.[10]

Uno de los altercados más graves de los primeros tiempos tuvo lugar en el contexto del embarque de peregrinos en el puerto de Valencia con destino a Roma en 1894. Habían llegado a Valencia romeros de toda España y muchos miembros de la jerarquía eclesiástica. El periódico La Bandera Federal sacó un número especial animando a la población a proveerse de pitos y silbar a los peregrinos recién llegados. Pronto se corrió la voz, pero “los de las blusas”, no contentos con silbarles, apedrearon el palacio arzobispal y los carruajes de los obispos. A medida que llegaban los peregrinos a la estación del Grao eran recibidos a pedrada limpia. La prensa local más conservadora calificó los hechos de “escándalo vergonzoso causado por una multitud ebria y desarrapada”. Blasco Ibáñez fue detenido días después como instigador de las protestas en la Fonda de España, lugar de reunión de sus correligionarios.[11]

Redacción del diario El Pueblo

Después de 1898, tras la derrota colonial en Filipinas y Cuba, el anticlericalismo emergió con fuerza pasando a ocupar un primer plano en las movilizaciones callejeras. El principal motivo de este rebrote fue la común apuesta que hicieron liberales y republicanos por identificar al clericalismo con una de las causas que habían conducido al Desastre del 98. En la búsqueda de un culpable, las acusaciones se fijaron en las órdenes religiosas, especialmente en los jesuitas. En El Pueblo se decía:

“El odio a los frailes, sus abusos escandalosos, su despotismo insoportable y su ambición desenfrenada fueron las causas que hicieron levantar en armas a los tagalos”. […] Probado está que eso del separatismo fue una invención; que los rebeldes se batían con nuestras tropas al grito de ¡Viva España y mueran los frailes¡”.[12]

Se daba la circunstancia de que un gran número de frailes habían vuelto repatriados de las colonias españolas y otros muchos estaban entrando en España procedentes de Francia y Portugal a causa de las políticas laicistas de los gobiernos vecinos.[13] En ese contexto, el arzobispo de Manila, el dominico Bernardino Nozaleda, se convirtió en el chivo expiatorio hacia el que iban dirigidas todas las iras. Los periódicos republicanos y liberales lo acusaban de traidor a la patria y de haber entregado Filipinas a EEUU. La campaña de protestas que levantaron los blasquistas cuando el presidente del gobierno Maura lo propuso en 1903 para arzobispo de Valencia fue tan impresionante que suscitó violentos debates parlamentarios en Madrid y se llegó a declarar el estado de guerra en la ciudad. Las posiciones estaban muy enconadas. A la teoría conspirativa que señalaba a los jesuitas como los agentes del mal, los clericales oponían otra en que la masonería desempeñaba el papel diabólico y acusaban a Miguel Morayta, gran maestre de la masonería española y diputado a Cortes por Valencia, de la rebelión colonial que había llevado a la pérdida de Filipinas.[14]

Blasco Ibáñez durante un mitin (foto: ateneovalencia)

En toda España a principios del siglo XX, las masas obreras eran espoleadas por los políticos republicanos para que mostrasen con vehemencia su tradicional descontento contra el clero y en demanda de políticas secularizadoras, pero, sin duda, fue en Barcelona con Lerroux y en Valencia con Blasco Ibáñez donde los republicanos tuvieron más éxito. A diferencia de lo ocurrido en Barcelona, en Valencia el blasquismo ganó las elecciones y llegó al Ayuntamiento desde donde pudo crear una Valencia secularizada y republicana, como veremos más tarde. Su populismo —nacido desde abajo— consiguió aglutinar a amplios sectores obreros y pequeñoburgueses que consiguieron marginar a los católicos en la alcaldía.

En 1900, el proyectado matrimonio de la infanta María de las Mercedes, hija de la regente y heredera de la corona de España, con el hijo del conde de la Caserta, conocido general carlista, motivó una manifestación de estudiantes de la Universidad de Valencia que protestaban por la inminente boda real. Un joven estudiante murió a resultas de la represión policial y lo que había comenzado siendo una pequeña refriega se convirtió en una batalla campal que duró varios días. Blasco Ibáñez y un amplio grupo de republicanos se unieron a los estudiantes lanzando vivas a la libertad y mueras a la reacción y cantando la Marsellesa. Después apedrearon —como ya habían hecho en otras ocasiones— la residencia de los jesuitas y el colegio san José, donde se educaba la flor y nata de la sociedad valenciana.[15] Se trata de uno de los actos anticlericales más conocidos junto con el ocurrido por las mismas fechas en el teatro Principal de Valencia con motivo de la representación de Electra de Benito Pérez Galdós. El estreno madrileño había tenido lugar el 30 de enero de 1901 y había constituido una conmoción nacional. Vicente Blasco Ibáñez escribió a Galdós, indignado porque la obra estaba tardando en llegar a Valencia. Se iba a estrenar, al fin, un sábado de enero de 1902, que precedía a un domingo electoral, y Blasco prevenía en la carta de lo que seguro iba a ocurrir: “Conviene que la gente se acueste pronto para la lucha del día siguiente; y el domingo por la noche, después del triunfo, tras la segunda de Electra, no quedará un jesuita con el testuz entero”.[16] El día del estreno, la mitad de las butacas de abono del teatro Principal de Valencia se quedaron vacías. La condesa de Pestagua, la marquesa de Dos aguas, la viuda de Sánchez de Léon, la marquesa de Valero de Palma y otras ilustres damas católicas habían animado al boicot a sus amigas y el éxito que tuvieron hizo que se crecieran y boicotearán también los carnavales de ese año, privando de su presencia a la sociedad valenciana. Los blasquistas contratacaron en el llamado por la prensa católica “sitio de la iglesia de san Martín”. Rodearon la iglesia portando antorchas y las señoras tuvieron que salir del templo en medio de una multitud que las insultaba[17]

Mitin católico contra las escuelas laicas celebrado en Valencia el 20 de febrero de 1910 (foto de colección particular)

Al año siguiente, en 1903, se constituyó en Valencia la primera Liga católica de España. Los impulsores fueron seglares, sin una adscripción política clara, pero con un gran peso social. Allí estaban las citadas damas católicas, algunos empresarios y un grupo de jóvenes entusiastas de buenas familias salidos del colegio de los jesuitas, denominados “jóvenes apóstoles”. Era un grupo social consciente de su posición privilegiada, al que la religión prestaba coherencia y justificación y al que la política católica movilizaba en su batalla por recuperar la sociedad para su causa. Además de las damas católicas, que constituyen una de las bases sociales más amplias y consistentes de la política católica, los círculos obreros católicos también aportaron mucho personal. Según Ramiro Reig, ni que decir tiene que detrás de la fundación de la Liga Católica estaba la Compañía de Jesús.[18]

De manera simultánea desde 1900, aprovechando el clima propiciado por la representación de Electra, se fueron organizando ligas anticlericales en toda España bajo el liderazgo de los republicanos, que reclamaban la ilegalidad de las órdenes religiosas y por tanto su expulsión.[19] El rechazo al clericalismo no se reducía a la religión, sino que suponía un cuestionamiento más amplio que enfrentaba modernidad y tradición. Las demandas republicanas incluían libertad de cultos, separación Iglesia-Estado, escuela laica, matrimonio civil, registro civil y secularización de cementerios. Manejaban un sistema unificado de símbolos, que incluía banderas, crespones, nombres, músicas, procesiones civiles, etc. Todo servía para cohesionar al grupo y crear conciencia de identidad colectiva. Compartían la misma cultura política y se enorgullecían de ello.[20] Cada 29 de marzo una multitudinaria procesión cívica en la que participaban sociedades librepensadoras, casinos y sociedades republicanas, veteranos de la Libertad y círculos liberales y democráticos, representantes del Ayuntamiento de Valencia y varias bandas de música recorrían las principales calles de Valencia hasta llegar a la estación de ferrocarril de Marchalenes. Desde allí eran trasladados en tren hasta el pueblo de Burjassot. Conmemoraban la matanza que los carlistas habían hecho en los silos de Burjassot en 1837. Según el diario El Pueblo, 48 liberales habían sido fusilados por los carlistas durante un banquete pantagruélico en el que el Tigre del Maestrazgo no había mostrado ni el menor atisbo de piedad.[21] Hoy sabemos que no fueron tantos los fusilados y que la matanza no fue en Burjassot sino en Paterna,[22] pero para los blasquistas lo importante era el valor simbólico del acto y su capacidad de movilización política de las masas.

Mitin anticlerical y a favor de las escuelas laicas celebrado en Valencia el 27 de febrero de 1910 (foto de colección particular)

Los republicanos eran conscientes de la importancia que tenían las mujeres y la familia en la transmisión del ideario republicano y ponían su acento en la vida social civil frente a la vida social confesional. Celebraban —como si se tratara de bautizos canónicos— la inscripción en el registro de los recién nacidos, a los que ponían nombres de personalidades importantes del pasado: Arquímedes, Platón, Giordano Bruno, Libertad, Progreso, etc. Intentaban consolidar una tradición histórico-colectiva con referencias distintas a las religiosas tradicionales, pero éstas estaban demasiado arraigadas en el subconsciente colectivo y no eran tan fáciles de erradicar, así que recurrieron en muchos casos a la utilización de alusiones bíblicas, como la comparación entre la pascua judía y la republicana o el uso de recursos de la Iglesia, como un santoral laico. Querían sustituir la simbología y la tradición religiosa católica por una nueva tradición popular que fuera expresión de la nueva cultura de la libertad, pero carecían de una elaboración teórica y una tradición con tantos siglos de historia.[23] Saint Simon, Comte y Durkheim fueron partidarios de una especie de religión civil alternativa al cristianismo (algo así ya se había experimentado durante el culto a la Diosa Razón en la Revolución francesa).[24]  

A las bodas y a los entierros civiles asistía mucha gente, que se organizaba en una gran comitiva acompañada de una banda de música. Los matrimonios civiles llegaron a estar bastante generalizados entre los republicanos de la capital y de algunas poblaciones, como Buñol. Cuando el arzobispo Guissasola publicó una instrucción pastoral calificándolos de “concubinato legal”, la reacción de los blasquistas no se hizo esperar. Los días 4 y 6 de octubre de 1906 hubo manifestaciones que congregaron a más de 16.000 y 20.000 personas, según Magentí Jabaloyas.[25] Los obreros de las blusas se dirigían a las iglesias gritando “Viva la libertad” ¡Muera Guissasola! y ¡Viva el matrimonio civil! El Ayuntamiento de Valencia pidió formalmente el traslado del arzobispo lejos de la ciudad y consiguió que se fuera, pero volvió un año después rodeado de las bayonetas de la guardia civil. El día 6 de octubre de 1906 ocupaba toda la primera plana del El Pueblo un gran titular que decía “El arzobispo nos insulta”. En el último consejo de ministros, presidido por el rey, se había acordado sancionar al arzobispo Guissasola porque sus palabras eran contrarias a la ley de matrimonio civil promulgada en 1905 por el conde de Romanones. En el artículo se presentaba a Valencia como un reducto del liberalismo: “Si toda España fuera el valiente y decidido pueblo valenciano, si en cada capital de provincia hubiera un Pueblo, ya hace tiempo que estaríamos en la otra orilla”.[26]

Manifestación de protesta contra el obispo Guisasola en 1906 (foto: Vilanova)

Blasco Ibáñez y sus correligionarios desde su llegada a la alcaldía en 1901 introdujeron una serie de medidas secularizadoras que causaron verdadero escándalo en la opinión pública católica. Empezaron por promulgar un polémico arbitrio sobre el uso de las campanas de las iglesias y pasaron después a reducir las subvenciones de las fiestas religiosas, a intentar secularizar la Semana Santa, a negarse a asistir a las ceremonias religiosas como representantes del consistorio, a subvencionar las escuelas laicas y a eliminar el santoral del callejero municipal, entre otras cosas, durante el tiempo en que detentaron el poder municipal en la primera década del siglo XX.[27] Se trató de un valiente intento —aunque infructuoso a la postre— de tomar la calle desde arriba y con urgencia para transformar de forma radical la mentalidad de la tradicional sociedad valenciana.

El viernes, 18 de marzo de 1910, en el periódico El Pueblo apareció un artículo en primera página titulado “Anticlericalismo en acción”, defendía las ordenanzas municipales que dictaban que no se iba a suspender el tráfico rodado ni se iban a cerrar los talleres en los días de la semana santa:

El Ayuntamiento de Valencia, como el de Barcelona, ha adoptado un acuerdo […] para que durante la semana santa, llamada santa por los imbéciles de sacristía, no se interrumpa la normalidad y circulen vehículos.

Los clericales catalanes han protestado, los de Valencia también. Pero el Ayuntamiento es soberano y su acuerdo debe ser respetado y si hay librepensadores en Valencia, cumplido.

Valencia debe ser ejemplo de rebeldía. ¡A tierra con esas supercherías! ¡Es indigno de ciudades cultas paralizar la normalidad de los negocios y del trabajo porque así les conviene a los chapuceros de presbiterio!

Jueves y viernes santo ¡Qué imbecilidad de adjetivo! Debemos salir todos por esas calles, alquilando carruajes para que rueden por la ciudad y se escuche por vez primera el revolucionario trepidar.

[…] Si Dios ha muerto, bien muerto está. Que, al fin, si suya fuese la obra de la creación, que no lo es, porque no ha existido, habría para silbarlo estrepitosamente. Tan monstruosa y deforme le habría salido.[28]

Banquete de promiscuación celebrado en Madrid en 1908 (foto: amigosdehesa.blogspot.com)

Los blasquistas estaban empeñados en promover una semana santa laica y todos los años por las mismas fechas aparecen referencias en los periódicos de los “banquetes de promiscuación”, que se organizaban los días de jueves y viernes santo. El viernes 1 de abril de 1904, en el huerto del casino republicano del barrio del distrito de la Misericordia en Valencia se dio un gran banquete de promiscuación para los pobres, que es descrito en El Pueblo con todo lujo de detalles. A las seis de la mañana comenzaron los trabajos para la elaboración de “quince monstruosas paellas” para 550 comensales. A la una y media los pobres fueron aposentados por una comisión de jóvenes y hermosas correligionarias de la Asociación femenina. A las dos en punto las citadas señoritas sirvieron a los pobres el menú consistente en un plato de paella, un plato de anguilas en salsa, pan, vino y dulces. Para que nada faltara una banda de música amenizó la comida tocando sin parar el “Himno de Riego” y la “Marsellesa”.[29]

Estos banquetes republicanos perseguían con frecuencia provocar la indignación del vecindario burgués de los alrededores. Ese era el caso del que daban todos los años en la Casa de la Democracia, situada en la actual calle Correos de Valencia. Según Gonçal Castelló, que vivía muy cerca de este café blasquista: «El divendres sant, a la porta del local es penjava un gros cartell convocant a la gent a un sopar de promisqüitat, demostració evident dels sentiments anticlericals i ateus dels llogaters».[30] En Xàtiva, las juventudes republicanas montaron el 22 de abril de 1905 un banquete de promiscuación en las escuelas laicas y abrieron los balcones al tiempo que pasaba una procesión católica:

Durante el banquete reinó el mayor entusiasmo y alegría, siendo reidísimas las frases ad hoc que ponían de relieve la ridiculez de la prohibición de la gula […] Los tres balcones que dan a la plaza del Cid estaban abiertos de par en par, así es que los procesionantes tuvieron que promiscuar […] con el sabrosísimo aroma del bien condimentado menú que se sirvió a los setenta y siete pecadores […] y oír los anticatólicos brindis.[31]

Los blasquistas del Ayuntamiento de Valencia estaban abiertos a la recepción de los avances científicos y apoyaron sin reservas la celebración del primer centenario de Darwin. Al acto, celebrado el 22 de febrero de 1909 en el paraninfo de la Universidad de Valencia, fue invitado don Miguel de Unamuno. Se trata del primer homenaje que se le hizo al padre de la teoría de la evolución en España y, por supuesto, fue motivo de una agria confrontación entre los partidarios de una y otra cultura: la del catolicismo y la de los herederos de la Ilustración, que trataban de imponer la razón y la ciencia como principios básicos de explicación de mundo.[32] Ese año hubo comparsas en el Carnaval que representaban el origen del hombre según Darwin. El Ayuntamiento había aumentado considerablemente la subvención a estas fiestas, que habían pasado de 6.000 a 11.000 pesetas, en detrimento de las fiestas de san Vicente. Para los blasquistas las fiestas populares y, en especial la promoción de las bandas de música, constituían un eje fundamental de su política cultural.[33]

La Educación también constituía otro de los pilares fundamentales del blasquismo desde sus comienzos, ya que la consideraban un sector clave en la perdurabilidad de su ideario político y en la transformación de la sociedad. Los blasquistas defendían un modelo de escuela neutral con un enfoque laico de la enseñanza, que para los clericales era un vivero de anarquistas y revolucionarios. El Ayuntamiento de Valencia durante la primera década del siglo XX apoyó con subvenciones la existencia de escuelas laicas vinculadas a los casinos. En 1908 había 11 escuelas laicas en Valencia, no eran muchas si tenemos en cuenta que católicas había 119, y, sobre todo, si comparamos con las 43 escuelas laicas que había en Barcelona en las mismas fechas.[34] Un año después, tras lo ocurrido en la Semana Trágica catalana de 1909, solo quedaron abiertas nueve de ellas. Las dos fuerzas sociales enfrentadas, catolicismo-republicanismo, se lanzaron a la calle para defender a través de sus órganos de prensa y sobre el asfalto su modelo de escuela. Los mítines y las manifestaciones fueron multitudinarios ese año, si bien para el mayor historiador del blasquismo, Ramiro Reig, pusieron el punto final del movimiento: “De alguna manera la gran manifestación anticlerical a favor de las escuelas laicas de 1910 fue el canto del cisne del blasquismo. Aquí el blasquismo había tocado su techo. En el ámbito municipal el anticlericalismo había sido un tema manejable que había servido para cohesionar a las masas, pero había llegado a su fin”.[35] Después de 1910 el fenómeno anticlerical pareció diluirse sin haberse logrado ninguno de los objetivos políticos de la movilización, no solo en Valencia, sino en toda España. Las razones, según Julio de la Cueva, tienen mucho que ver con el carácter que había tenido de recurso dentro de una estrategia de movilización populista. Había sido un mero recurso para la movilización de masas en beneficio de otros objetivos. En cualquier caso, aunque la movilización cesó, la identidad colectiva anticlerical permaneció presta a ser reavivada.[36] Muchos años después, Max Aub, en su viaje de 1969, se sorprendió de encontrar una Valencia muy empobrecida culturalmente y sometida a un extraño silencio: “Nadie había sido republicano en Valencia, al parecer”, “¿Dónde estaba la Valencia anticlerical y republicana de Blasco Ibáñez?”.

       

El cortejo que traslada los restos de Blasco Ibáñez pasa ante las oficinas de El Pueblo en 1933 (foto: archivo municipal de Valencia)

En Valencia, el problema del clericalismo, como síntoma de la resistencia al cambio de las fuerzas reaccionarias, era mucho más complejo de lo que los blasquistas pensaban sobre las procesiones y las campanas. Estos aspectos constituían una parte, nada más, de la inercia inmovilista de los poderes fácticos —la aristocracia terrateniente, la Iglesia y el Ejército—, siempre dispuestos a mantener sus privilegios a toda costa. “En las grandes manifestaciones y mítines a favor y en contra de las escuelas laicas se estaba perfilando el tantas veces citado, pero no por ello menos cierto —en palabras de Ramiro Reig— enfrentamiento de las dos Españas”.[37] Estas palabras fueron dichas en 1986 por este jesuita y cura obrero, que nos dejó hace dos años. Hoy las cosas no han cambiado tanto, las manifestaciones contra la Ley Celaá muestran la gran escisión socioeconómica, pero también ideológica, de la sociedad española en la actualidad.

[1] FUSTER, Joan, “Las ideas y las costumbres, La Vanguardia, Barcelona, 21 de abril de 1979.

[2] DE LA CUEVA MERINO, Julio, “Conflictiva secularización: sobre sociología, religión e Historia”, Historia Contemporánea, N.º 51, 2015, pp.369-370.

[3] BERGER, Peter, «The Desecularization of the World. A Global Overview», en Peter Berger (ed.), The Desecularization of the World. Resurgent Religion and World Politics,Ethics and Public Policy Center, Washington, D.C., 1999, pp. 1-18, citado en DE LA CUEVA MERINO, Julio, “Conflictiva secularización…, p. 372.

[4] CUESTA, Raimundo, “Verdades sospechosas. Religión, historia y capitalismo”, Conversación sobre la historia, 19 de diciembre de 2019. https://conversacionsobrehistoria.info/2019/12/19/verdades-sospechosas-religion-historia-y-capitalismo/

[5] DE LA CUEVA MERINO, Julio, “Conflictiva secularización…, p. 380.

[6] SUÁREZ CORTINA, Manuel, “Anticlericalismo, religión y política en la Restauración”, en LA PARRA LÓPEZ, Emilio y SUÁREZ CORTINA, Manuel (Eds.), El anticlericalismo español contemporáneo, Biblioteca nueva, Madrid, 1998, p. 130.

[7] VARELA, Javier, Blasco Ibáñez, el último conquistador, Madrid, Tecnos, 2015.

[8] REIG, Ramiro, Blasquistas y clericales. La lucha por la ciudad en la Valencia de 1900, Institució Alfons el Magnànim, València, p. 6.

[9] Almanaque de Las Provincias, Valencia, 26 de abril de 1887.

[10] REIG, Ramiro, Blasquistas y clericales…, p. 159.

[11] VARELA, Javier, El último conquistador, Blasco Ibáñez (1867-1928).

[12] El Pueblo, “Que se vayan”, 1 de junio de 1898.

[13] SALOMÓN CHÉLIZ, M.ª Pilar, “El discurso anticlerical en la construcción de una identidad nacional española republicana (1898-1936), Madrid, Hispania Sacra N.º 54, CSIC, 2002, p. 485.

[14] MAGENTÍ JABALOYAS, Silvia, “El problema religioso en la primera década del siglo XX, “Clericalismo” y “Anticlericalismo” en la ciudad de Valencia”, Saitabi, n.º 37, p. 176.

 

[15] MAGENTÍ JAVALOYAS, Silvia, “El problema religioso en la primera década del siglo XX…, p.177.

[16] MAINER, José Carlos, “Cien años después”: sobre Electra”, en Congresos Internacionales Galdosianos 07, 2001, p. 963.

[17] REIG, Ramiro, Blasquistas y clericales. La lucha por la ciudad en la Valencia de 1900, Institució Alfons el Magnànim, València, p. 107.

[18] Ibid., pp. 111-115.

[19] SUÁREZ CORTINA, Manuel, “Anticlericalismo, religión y política…, p. 164.

[20] SANFELIU GIMENO, M.ª Luz, Tesis doctoral “Republicanismo y modernidad. El blasquismo (1895-1910). Proyecto político y transformación de las identidades subjetivas”, Universidad de Valencia, 2002, p. 265.

[21] El Pueblo, “Los fusilamientos de Burjassot. Notas históricas”, Valencia, 29 de marzo de 1903.

[22] CARIDAD SALVADOR, Antonio, Cabrera y compañía. Los jefes del carlismo en el frente del Maestrazgo (1833-1840), Institución Fernando el católico, Zaragoza, 2014, p. 72.

[23] SANTOS JULIÁ, “Raíces religiosas y prácticas sindicales”, Revista de Occidente, N.º 23, Madrid, 1983.

[24] CUESTA, Raimundo, “Verdades sospechosas. Religión, historia y capitalismo”, Conversación sobre la historia, 19 de diciembre de 2019. https://conversacionsobrehistoria.info/2019/12/19/verdades-sospechosas-religion-historia-y-capitalismo/

[25] MAGENTI JAVALOYAS, S., L’anticlericalisme blasquista València: 1898-1913. Simat de la Valldigna, Edicions La Xara, 2001, citado en ALCALDE FERNÁNDEZ, Ángel, “Anticlericalismo y populismo”, I Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Contemporánea de la AHC, Zaragoza, 2008.

[26] El Pueblo, “El arzobispo nos insulta”, 6 de octubre de 1906.

[27] MAGENTÍ JABALOYAS, Silvia, “El problema religioso en la primera década del siglo XX…, pp. 393-404.

[28] El Pueblo, Valencia, 18 de marzo de 1910.

[29] El Pueblo, Valencia, 1 de abril de 1904.

[30] CASTELLÓ, Gonçal, La clau d’un temps, València, Editorial Prometeo, p. 124.

[31] El Pueblo, Valencia, 22 de abril de 1905.

[32] El Pueblo, Valencia, 23 de febrero de 1909.

[33] REIG, Ramiro, Blasquistas y clericales…, p. 272.

[34] MINISTERIO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA Y BELLAS ARTES: Estadística escolar de España en 1908 y Anuario Estadístico de España para 1912.

[35] REIG, Ramiro, Blasquistas y clericales…, p. 293.

[36] DE LA CUEVA, Julio, “Movilización política e identidad anticlerical, 1898-1910”, Ayer, N.º 27, 1997, pp. 124-125.

[37] REIG, Ramiro, Blasquistas y clericales…, p. 294.

Portada: Blasco Ibáñez entre sus seguidores durante una jornada electoral en Valencia (Nuevo Mundo, 14 de septiembre de 1905)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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