Vicente Donoso
Catedrático emérito de Economía Aplicada de la Universidad
Complutense de Madrid y escritor *
“En la frontera”
Premio Ramón Puga 2015 a la mejor novela, Radio Ourense-Cadena SER[1]
En estos días hemos conocido la increíble decisión del Ayuntamiento de Madrid de retirar de su callejero los nombres de Indalecio Prieto y de Francisco Largo Caballero. Como ha dicho Ángel Viñas, esta medida solo demuestra la ignorancia de los concejales que la han apoyado. Pero no es este el lugar ni el tiempo para entrar en esta polémica, sino para abrir una puerta a la esperanza. Porque, precisamente el personaje al que queremos recordar con estas páginas y esta novela, es uno de los ejemplos más acabados de que en la Historia, al menos de vez en cuando, funciona la justicia poética. Es decir, que de una manera imprevista, azarosa, se restablece la verdad y la justicia en torno a unos hechos o a unos personajes, injustamente tratados en su época.
Durante décadas, la figura de Juan Negrín López, último presidente del consejo de ministros de la Segunda República, ha sido olvidada o, peor aún, recordada para envilecerla, calumniarla, difamarla y cualquier otro epíteto degradante que se le quiera aplicar. Y lo más doloroso es que esta operación no fue impulsada solo por las derechas golpistas y reaccionarias, sino como recordaré brevemente, también por antiguos amigos y compañeros del Partido Socialista, entre otros Luis Araquistaín e Indalecio Prieto.
Por parte de las derechas, no hay parcela personal o política, referida a Negrín, que no haya sido pisoteada, mancillada. En los aspectos personales, se le ha atacado por ser un “bon vivant” (que pasaba los malos tragos del pueblo madrileño con puros habanos, champán y langosta), glotón (un Heliogábalo, que en medio de la comida iba al servicio a vomitar para seguir comiendo), un adicto a todo tipo de drogas (como, según sostienen, había criticado el doctor Peláez), un mujeriego (de acuerdo con el testimonio de los espías puestos por Casado para vigilar sus movimientos) y padre detestable (se habría acostado con la novia de su hijo mayor).
En cuanto a los aspectos políticos, se le ha reprochado vendernos a la Unión Soviética (regalo del Oro del Banco de España incluido), ser comunista o filocomunista al servicio de Stalin, falto de todo escrúpulo moral (el caso Andreu Nin es un tópico recurrente), y ser un criminal de guerra por prolongar la resistencia más allá de lo razonable, una vez que resultó claro que la contienda estaba perdida.
Esta somera enumeración de acusaciones contra Juan Negrín que ha manejado desde siempre la derecha se ha visto reforzada en aspectos importantes por la actuación de algunos colegas de partido, que han insistido sobre todo en el filocomunismo, la resistencia inútil y, al final de la guerra, en la confiscación por parte de Negrín y sus secuaces, del tesoro del yate Vita, destinado a socorrer a los republicanos exiliados. A consecuencia de estas maniobras claramente difamatorias, Juan Negrín y otros militantes fueron expulsados del PSOE en 1946. Pero debo añadir que, a pesar del odio y el desprecio con que fue tratado, Negrín nunca perdió la esperanza de poder reunirse, ya en el exilio, con su antiguo valedor y amigo, Indalecio Prieto, para restablecer relaciones personales y restañar heridas políticas. No lo consiguió, y el motivo, por lo que se refiere a Prieto, es digno de mencionarse. Como este le comentó por carta a una amiga, ha venido a visitarme Negrín, pero no he querido reunirme con él, porque si lo hago, me convence (¡). No obstante, y como signo de reparación histórica, en 2009, Juan Negrín y una treintena de sus partidarios fueron rehabilitados y readmitidos en el PSOE.
Como esto no es una hagiografía, no hay inconveniente en reconocer que a nuestro personaje le gustaba disfrutar de la vida, dentro de las posibilidades que el entorno y sus responsabilidades le permitían. Y podemos dar por cierto (como ha apuntado Gabriel Jackson al comentar la Biografía de Negrín, de Enrique Moradiellos) que, dentro de la fidelidad a quien fue su pareja durante décadas, Feliciana López de Dom Pablo, los espías de Casado lo sorprendieron alguna vez echando una cana al aire[2].
Nada de lo anterior empaña la afirmación de que en los aspectos fundamentales de su personalidad privada o pública las investigaciones actuales no solo han limpiado el nombre del último presidente del consejo, sino que han ido un paso más allá, reconociéndole una altura política que pocos españoles en el siglo XX han igualado. Así, en una entrevista para presentar su libro: El final de la guerra. La última puñalada a la República[3], Paul Preston opinaba: “Considero a Juan Negrín uno de los mejores y más competentes políticos españoles del siglo XX (…) Solamente bajo su presidencia tuvo la República un gobierno eficaz”[4].
En esta misma estela, Ángel Viñas, reconocido experto en esa época de la historia de España, ha escrito: “Su recuperación historiográfica ha desmontado sistemáticamente, una tras otra, las calumnias e infamias que le montaron sus adversarios entre los vencedores y entre los vencidos. Su figura de estadista se ha agigantado”[5].
Sacando conclusiones, podemos afirmar que se da la paradoja, como ha señalado el profesor Ricardo Miralles, que en estos momentos el político canario se había convertido en la figura más biografiada de entre los líderes republicanos[6]. Es más, yo me atrevería a añadir que probablemente está entre los personajes más biografiados de la historia de España. Naturalmente con una importante cautela: me refiero a biografías de nivel científico, basadas en la investigación en archivos y en evidencias primarias relevantes de la época, y no a estudios “divulgatorios” (cuando no “denigratorios”) del personaje. Limitándome a lo esencial, enumeraré las biografías de Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos y Gabriel Jackson, a las que añado las numerosas páginas escritas por Ángel Viñas en su trilogía sobre la Segunda República[7]. Es desde luego una verdadera paradoja, que puede leerse en clave de justicia poética, que el político español quizá más difamado de nuestra época contemporánea sea al tiempo uno de los más biografiados. Resulta por tanto imperdonable que, a estas alturas, se sigan manejando tópicos que la investigación académica ha arrumbado en el trastero de la Historia. Y que se emborrone la figura privada y pública de Negrín con munición para la propaganda guerracivilista y partisana.
Estas consideraciones son pertinentes para situar en su justo lugar la novela que comento, que puede definirse como una novela “histórica”. Y son pertinentes porque el género de novela histórica (tan de moda actualmente, no sé si como signo de pereza ante los verdaderos textos de historia) tiene con frecuencia la tentación de ocupar el papel de la investigación, cuando es evidente, al menos para mí, que su función es muy otra y sus fines también lo son. Quiero insistir en esta idea para que se comprendan mejor los posibles méritos (y limitaciones) de un relato como En la frontera, que desde luego no pueden consistir en competir en el terreno de la historiografía académica.
Leí hace algún tiempo a un importante escritor español que manifestaba sentirse muy satisfecho porque con su novela había calado “más hondo” que los historiadores. Aparte de una cierta pretenciosidad, encuentro la afirmación equivocada porque da a entender, si es que no lo propone directamente, que historia y literatura concurren en el mismo terreno. Pero si esto no es así, entonces el citado autor debería señalar cuál es el ámbito donde su narración ha profundizado más que los historiadores. En este asunto conviene cierta prudencia por parte de los literatos, es decir, de los artistas de la palabra. En especial cuando estamos refiriéndonos, como es el caso, a episodios de nuestro pasado rigurosamente analizados y establecidos. De lo contrario, puede que tengamos que darle la razón a Platón cuando opina en el libro III de La República que a “los poetas” habría que expulsarlos de la ciudad por ser enemigos de la ciencia y limitarse a imitar la realidad. “Platón acusa repetidamente a la poesía de estar ocupando de modo fraudulento el lugar del conocimiento”[8].
Para comprender la afirmación anterior conviene establecer previamente la finalidad de la ciencia y de la literatura. En mi opinión, la historia, bajo su forma académica, tiene el mismo fin que cualquier otra ciencia: establecer la verdad, en este caso, de los hechos históricos; por el contrario, la intención de la novela no es la verdad (salvo que etiquetemos como novela una tesis doctoral, por ejemplo), sino la creación de escenarios donde se representen los valores, las motivaciones, los sentimientos y las emociones de los personajes. Para evitar confusiones, el novelista debería encargarse de que el lector tenga muy claro que se mueve en la ficción y en la creación, y de que verdad/mentira en una novela son medios para alcanzar los fines de la creación artística. En una contraposición que ayude a comprender mejor de lo que hablamos, podríamos decir que la historiografía se mueve en un terreno objetivo (con todos los matices que requiere este término al hablar de historia) mientras que la novela lo hace en un terreno subjetivo. El primero pertenece a la ciencia, y el segundo a la creación.
Como autor de En la frontera, me resulta tranquilizador que la figura de Juan Negrín esté en los momentos presentes bien documentada: quiere decirse que la verdad histórica sobre él se encuentra a buen recaudo, al menos en los aspectos principales. Y precisamente por ello, el novelista puede sentirse libre para fingir sus historias, consciente de que no busca establecer la verdad científica, sino la verdad humana. Esto aclara por qué En la frontera el protagonista puede decir (cosa impensable en una investigación histórica) al comienzo: “Aunque te diré un secreto: si las cosas no fueron así, merecieron serlo” (pág. 12). “Las cosas” se refieren a Juan Negrín y a la Guerra Civil.
En las páginas de En la frontera, el político canario es coprotagonista. Y como apunto en la nota bibliográfica, he procurado consultar lo más destacado de la investigación académica sobre él. Pero no para disputar la verdad a los historiadores y “calar más hondo” que ellos (empeño inútil y equivocado) sino para dirigirme a un lugar diferente, en el que se busca crear “mundos de vida” (Lebenswelten) donde juegan los aspectos subjetivos de los personajes.
Con permiso de Wilhelm Dilthey, me tomo la libertad (para desarrollar mi argumento desde otra perspectiva) de considerar que la ciencia de la historia, igual que aquellas ciencias llamadas de la naturaleza, tiene como función explicar (erklären) los hechos del pasado, con el recurso al análisis para descubrir las causas primarias; en tanto que los saberes sociales, como el literario, se moverían en el terreno de la comprensión (verstehen), utilizando para ello el arsenal de acciones, voliciones y pasiones de los sujetos humanos.
En la frontera abarca fundamentalmente el período 1936-1939 de nuestra historia, con el recurso al flashback cuando la comprensión de lo que se quiere narrar lo exige. Más concretamente, se describe el ambiente social y político de Cijares, un importante pueblo de la provincia de Badajoz, en los años anteriores a la guerra civil. Una vez iniciada la contienda, el protagonista de la novela, Fernando, de familia extremeña terrateniente y conservadora, emigra con los supervivientes de su familia a Madrid. Y, por razones que el lector irá descubriendo, acaba colaborando con el otro gran personaje de la novela, Juan Negrín, al que acompañará en los escenarios y acontecimientos cruciales de la guerra civil.
Pero, como ya he dejado claro, se trata de un relato donde no se propone o revela ninguna verdad que no hayan expuesto ya los estudiosos del tema. La pregunta entonces es ¿tiene alguna justificación la novela histórica y, en concreto, En la frontera? Mi respuesta es que sí. Pero siempre que se atenga a lo que en mi opinión constituye el meollo de una novela que es el ayudar a la comprensión humana de los acontecimientos, y a la creación de “mundos de vida” (sin limitarse a imitarlos, en el sentido criticado por Platón), donde se abran nuevas perspectivas al desarrollo de esa realidad. Y para ello cuenta, entre otros, con dos recursos que quiero destacar: la selección de los hechos a narrar y la perspectiva desde la que los narra.
Pensemos por ejemplo, en lo acontecido en Badajoz con la entrada de las tropas nacionales a mediados de agosto de 1936. A mi juicio, la investigación histórica ha descrito y explicado lo ocurrido, y ha señalado a sus protagonistas, activos y pasivos. Poco tiene el novelista que añadir en este terreno. Solo señalar que, dada su relevancia, merece también seleccionarse como hecho literario; y me inclino por situarlo en una perspectiva que sirve para que los personajes acerquen posturas incluso proviniendo de bandos enfrentados. Sin embargo, nada objetivo se opondría a que lo ocurrido en la conquista de Badajoz sirviera para acentuar las diferencias entre los protagonistas. Simplemente, como autor, elijo el punto de vista que quiero presentar, aunque es obvio que, como opción subjetiva del autor, convencerá a unos lectores y seguramente no convencerá a muchos otros.
Generalizando lo que acabo de ejemplificar, la amplia exposición de hechos históricos en que se apoya la novela, y que yo selecciono también como hechos literarios, están colocados en una perspectiva que promueve el entendimiento, más que el enfrentamiento, entre los principales personajes de la narración. Surge así, siquiera como hipótesis, una dimensión posible donde el respeto de la historia resulta compatible con “mundos de vida” donde caben una cierta conciliación y una cierta esperanza. Por tanto, no he tratado de imitar el mundo real, como haría la poesía que Platón condena; sino de crear, aunque sea de forma insinuada, un horizonte más humano. No es una simple reproducción de la realidad, sino una propuesta de sentido. Eso sí, procurando no traicionar los datos objetivos establecidos por la historiografía.
Antes de terminar estas líneas, creo que es oportuno señalar otro elemento que recorre la novela, que es la ciudad de Madrid: en el fondo, y con frecuencia en la superficie de la narración, hay un homenaje a esta gran urbe, a sus barrios y a sus gentes, durante los años de la guerra. Esperemos, como he señalado al principio, que la penosa etapa por la que atraviesa la capital, y que conduce a decisiones tales como la revisión sin fundamento del callejero, sea pronto pasado.
*Otros títulos del autor: «Operación Confianza». «Voces rotas»: www.vnetlibrerias.com
[1] La primera edición de esta novela se publicó por la Editora Regional de Extremadura, en su Colección Vincapervinca, Mérida, 2012. La segunda edición, ampliamente revisada, con otra portada y otro formato, ha sido publicada -tanto en soporte electrónico como en papel- por Amazon, Madrid, 2018, 653 págs. https://www.amazon.es/EN-FRONTERA-Vicente-Donoso-ebook/dp/B01N6HZXKO
[2] Véase Gabriel Jackson, Revista de Libros, segunda época, núm. 129, septiembre 2007.
[3] Editorial Debate, Barcelona, 2014.
[4] Véase Fundación Juan Negrín, 14 de diciembre de 2014. http://www.fundacionjuannegrin.com/weblog/88/
[5] Ángel Viñas: “Negrin, siempre Negrin”, en su Blog del 7 de marzo de 2014.
[6] R. Miralles citado por Viñas. Véase ibid.
[7] Ricardo Miralles: Juan Negrín. La República en guerra, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 2003, 2ª ed. Enrique Moradiellos: Negrín. Una biografía de la figura más difamada de la España del Siglo XX, Península, Barcelona, 2006. Gabriel Jackson: Juan Negrín: médico, socialista y jefe del gobierno de la II República española, Crítica, Barcelona, 2008. Ángel Viñas: Trilogía: La República Española en guerra, Crítica, Barcelona.
[8] Luis Alegre Zahonero: El lugar de los poetas. Un ensayo sobre estética y política, Ediciones Akal, Madrid, 2017, pág. 19.
Portada: Negrín durante una visita al frente del Ebro (foto: Fundación Juan Negrín)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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Mi padre me habló mucho de Negrin. Y me habló muy mal. El lo conoció. Yo solo tengo noticias de los historiadores coetáneos de Juan Negrin y los actuales. El tiempo transcurrido desde el final de la Guerra Civil es lo suficientemente largo para hablar con la perspectiva histórica que hechos de aquel entonces se muestren con desapacionamiento. No obstante todavía hay quien pretende darle al protagonista del triste episodio del oro desaparecido un valor político excesivo, del que en mi opinión carece