Esta serie empezó con un artículo de Stiglitz sobre la credibilidad en la fe neoliberal y la necesidad  de  un renacimiento de la historia. Le siguió  Nafeez Ahmed para  advertir que estamos avanzando hacia un territorio nuevo, impredecible y sin precedentes en el que no hay respuestas para la economía convencional.  En la tercera publicación Varoufakis  propuso corregir el modelo de propiedad de las corporaciones que nació en 1599 con la aparición de la acción negociable al fundarse la Compañía de las Indias Orientales. Harold James analizó luego cómo la oposición al neoliberalismo surgió originariamente de la izquierda, pero había sido adoptada –quizás hasta de manera más vigorosa y rencorosa- por la derecha populista. En esta publicación, que es la penúltima, Sheri Berman  sugiere la necesidad  de ir más allá del ataque al neoliberalismo y mantener  vivas y activas las ideas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable

 
Sheri Berman (*)

 

La fase neoliberal del capitalismo, sin importar lo evidente que pueda parecer su crisis, no colapsará automáticamente. ¿Está preparada la izquierda para responder al desafío que tiene por delante?

 

Durante los últimos años, las consecuencias negativas del capitalismo neoliberal se han vuelto imposibles de ignorar. Contribuyó a acontecimientos traumáticos tales como la crisis financiera de 2008, como así también a otras tendencias destructivas a largo plazo tales como la inequidad creciente, un menor crecimiento, un monopsonio en aumento y mayores brechas sociales y geográficas. Además, su impacto no se ha limitado a la esfera económica: estos hechos y tendencias han tenido también una influencia nefasta en las sociedades y las democracias occidentales. Como resultado, han proliferado las críticas abrumadoras al capitalismo neoliberal por parte de académicos, políticos y analistas.

Imagen: http://gregmankiw.blogspot.com/

Sin embargo, si el propósito no es limar los bordes ásperos del neoliberalismo sino transformarlo de manera fundamental en un sistema más equitativo, justo y productivo, se necesita algo más que un reconocimiento de sus imperfecciones y desventajas. Como dice el viejo refrán, «no se puede derrotar algo con nada».

Un proceso de dos etapas

Para comprender lo que demandaría librarnos de las ideas y políticas neoliberales que han afectado negativamente las economías, las sociedades y las democracias occidentales durante décadas, necesitamos recordar cómo ocurren las transformaciones ideológicas. El ascenso y la caída de los paradigmas y las ideologías económicas se pueden conceptualizar como un proceso de dos etapas.

En la primera etapa, crece la insatisfacción hacia una ideología dominante, o el reconocimiento de su inadecuación. Estas carencias percibidas crean el potencial –lo que los cientistas políticos llaman «espacio político»– para el cambio. Pero incluso una vez que ese espacio se abre, queda la pregunta de si otra ideología –y, de ser así, cuál– reemplazará a la antigua. Para que se derrumbe una ideología existente, las cosas deben progresar más allá de la etapa en que se la critica y ataca, a una segunda etapa en que una nueva ideología más plausible y atractiva emerge para reemplazarla.

Este proceso se refleja con claridad en el surgimiento del propio neoliberalismo.

Imagen: radicalphilosophy.org

Durante el periodo de posguerra, reinó en Europa occidental un consenso socialdemócrata. Se basaba en un compromiso: se mantenía el capitalismo, pero era un capitalismo muy diferente de su homólogo de principios del siglo XX. Después de 1945 los gobiernos de Europa occidental prometieron regular los mercados y proteger a los ciudadanos de las consecuencias más desestabilizantes y destructivas del capitalismo por medio de una variedad de programas sociales y servicios públicos.

Durante décadas, este orden funcionó bastante bien. Por cerca de 30 años luego de la Segunda Guerra Mundial, Europa occidental experimentó el crecimiento económico más acelerado de su historia y por primera vez la democracia liberal se convirtió en la norma en toda la región.

Sin embargo, a partir de la década de 1970, este orden comenzó a toparse con problemas, cuando una mala combinación de inflación creciente, aumento del desempleo y crecimiento lento –«estanflación»– se extendió por las economías de Europa occidental. Estos problemas crearon el potencial, una apertura política, para el cambio. Pero para que esto pudiera explotarse, era necesario un retador. Ese retador, por supuesto, fue el neoliberalismo.

Alternativa preparada

Durante las décadas de posguerra, una derecha neoliberal había estado reflexionando sobre lo que percibía como las desventajas del consenso socialdemócrata y sobre lo que debería reemplazarlo. Estos neoliberales ganaron poco terreno antes de la década de 1970, ya que el orden de posguerra estaba funcionando bien y, por lo tanto, había poca demanda de un cambio fundamental. Sin embargo, cuando aparecieron los problemas y el descontento, los neoliberales estaban preparados, y no solo con críticas sino también con una alternativa.

Como lo planteó Milton Friedman, el padrino intelectual de este movimiento, «solo una crisis –real o percibida– da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que esa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable». Que la izquierda, en ese momento, fuera incapaz de ofrecer explicaciones definidas o soluciones viables para los problemas que enfrentaba el orden socialdemócrata facilitó el triunfo del neoliberalismo.

Imagen: blogpedagog.files.wordpress.com

Ese triunfo también fue facilitado y cimentado por un proceso deliberado de difusión ideológica. Los preceptos centrales del neoliberalismo se volvieron ampliamente aceptados entre los profesionales de la economía, y think tanks y programas educativos ayudaron a difundir ideas neoliberales en las comunidades encargadas de la elaboración de políticas, las comunidades del derecho y otras.

Este proceso de difusión fue tan generalizado y eficaz que arrasó también con los partidos de la izquierda. Stephanie Mudge mostró que, para fines del siglo XX, los economistas keynesianos que dominaban la elaboración de políticas económicas en la mayoría de los partidos de izquierda durante la posguerra habían sido reemplazados por «economistas orientados a las finanzas trasnacionales» y productos de los think tanks neoliberales que se consideraban a sí mismos intérpretes de los mercados y percibían su misión en términos tecnocráticos y de eficiencia, lo que empujaba a la izquierda a adoptar la globalización, la desregulación, la retracción del Estado de Bienestar y otras reformas.

Imagen: nakedkeynesianism.blogspot.com

En los años que condujeron a la crisis de 2008, las voces que se opusieron en forma enfática a la ideología neoliberal reinante fueron pocas y aisladas. Como lo plantearon Marion Fourcade y Sarah Babb, durante este periodo el triunfo del neoliberalismo «como una fuerza ideológica» era completo, «en el sentido de que ‘no había alternativas’ simplemente porque todos creían en y actuaban de acuerdo con creencias [neoliberales]».

Oscilación pendular

La crisis financiera y el creciente reconocimiento de las consecuencias negativas a largo plazo del neoliberalismo han hecho que ahora el péndulo regrese a la posición original. Una apreciación amplia de que muchas ideas y políticas impulsadas por los neoliberales desde la década de 1970 son responsables de la confusión económica, política y social en que se encuentra Occidente ha abierto un espacio político para la transformación. Pero para que eso ocurra, sería necesario que la izquierda estuviera lista con una alternativa, y no solo con críticas.

Es absolutamente posible que un número creciente de personas tome conciencia de los problemas de un orden existente, debilitándolo pero tal vez no causando aún su colapso y reemplazo. En verdad, esos periodos tienen un nombre: interregnos. Históricamente, los interregnos se ubicaron entre el reinado de un monarca y el siguiente; ante la falta de líderes fuertes y legítimos, a menudo estos periodos fueron inestables y violentos.

Protesta contra la cumbre del G-20 en Hamburgo, julio de 2017 (imagen: republica.com)

Desde una perspectiva contemporánea, un interregno es un periodo en el que un viejo orden se está derrumbando pero todavía no ha tomado su lugar uno nuevo. Como en el pasado, sin embargo, esos periodos tienden a ser desordenados y volátiles. O como lo expresó Antonio Gramsci en forma más poética –reflexionando en 1930 desde su celda sobre cómo el fascismo, y no la izquierda, había sido el beneficiario de la crisis del capitalismo en Italia–, durante los interregnos «aparece una gran variedad de síntomas morbosos».

Que se puedan trascender los muchos «síntomas morbosos» –económicos, sociales y políticos– que caracterizan nuestra era presente va a depender de si la izquierda es capaz o no de ir más allá del ataque al neoliberalismo. Tiene que inventar alternativas viables, atractivas y diferentes, y luego construir apoyo para ellas.

(*) Sheri Berman es profesora de ciencias políticas en el Barnard College y autora del libro Democracia y dictaduras en Europa. Desde el Antiguo Régimen hasta nuestros días (Oxford University Press).

FuenteSocial Europe e IPS Journal. Publicado en Nueva Sociedad, enero 2020

Traducción: María Alejandra Cucchi

Ilustraciones: Conversación sobre la Historia

Portada:
Obra atribuida a Bansky con el logotipo de Extinction Rebellion (imagen: revistaarcadia.com)


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