El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza
Conversación sobre la historia
Gustavo Hernández Sánchez
Fedicaria-Salamanca[1]
gustavohernandezhistoria@gmail.com
La denominada como era de los descubrimientos, al igual que el propio Renacimiento que dio origen a la Modernidad, sienta sus bases en el siglo XV. Se puede considerar como una gran transformación equiparable al surgimiento del Neolítico (8500 a.C.) en Oriente Próximo o de la revolución industrial en la Inglaterra del siglo XVIII. Siguiendo una periodización clásica, se trata del primer paso hacia el modo de producción capitalista, puesto que marca el inicio de lo que Marx denominó “acumulación originaria” en el capítulo XXIV del Libro I, tomo III, de El Capital (1867). En un sentido local, esto es, europeo, esta acumulación primitiva permitió la privatización de los derechos de acceso del campesinado a los recursos naturales (bienes comunales) que durante la Edad Media (feudalismo) había vinculado a los siervos a la tierra (servidumbre). Pero si se amplía desde una mirada global (hoy comprendida dentro del campo de estudio de la global history o historia global), este proceso puso en marcha cuestiones tan significativas como el comercio triangular: una ruta comercial que vinculaba a través del Atlántico a Europa con África y América; y a esta a su vez con Asia a través del galeón de Manila, así como otras rutas establecidas por los portugueses entre África y Asia. El propio Marx (2007 [1867], p. 243) afirmaría:
“El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata en América, la cruzada de exterminio, de esclavización y de sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria”.

De tal modo que, desde ese momento en adelante, pero especialmente hacia el siglo XVII, comenzaría a perfilarse en los territorios europeos la formación de los Estados modernos, proceso que fue definido por el padre del materialismo histórico bajo el signo de la violencia. La era de los descubrimientos, por tanto, trajo consigo el primer esfuerzo globalizador. Este fue posible tras los descubrimientos geográficos que en el siglo XV iniciaron los imperios ibéricos (Yun Casalilla, 2019). La corona portuguesa fue la primera, sumándose enseguida la Monarquía Hispánica con la arribada (descubrimiento o encuentro) y posterior conquista y colonización de América (territorios agregados a la Corona de Castilla).
En palabras de Tzvetan Todorov (2007 [1982], p. 14), “el descubrimiento de América, o más bien de los americanos” supuso el “encuentro más asombroso de nuestra historia”, al mismo tiempo que propició “el mayor genocidio de la historia humana”. A este proceso se irían añadiendo muy pronto otras monarquías europeas tales como Inglaterra, Francia o la joven república de Países Bajos tras su independencia de la Monarquía Hispánica, entre otros territorios. Todas ellas fueron complementando asimismo el establecimiento de nuevas e incesantes rutas comerciales, así como avances en la navegación, el comercio y una apertura mental relacionada con todo ello sin precedentes en la historia de Occidente.
Afirmó Burckhardt, dentro de un relato historiográfico mistificador, que Cristóbal Colón fue “el más grande de toda una serie de navegantes italianos que surcaron mares lejanos e incógnitos al servicio de los pueblos de Occidente” (Burckhardt, 1984, 156). Se entrelazan pues en esta historia algunos hitos como el del portugués Bartolomé Días, quien bordeó el cabo de Buena Esperanza (1488), antiguo Cabo de las Tormentas, en el extremo sur del continente africano; o el viaje de Vasco de Gama, una década más tarde (entre 1497 y 1499), quien estableció una vía marítima hacia la India que sorteaba a la tradicional ruta de la seda, por aquel entonces ya controlada por el imperio turco-otomano. Así como el del propio Colón, que marcó el inicio de la expansión castellana en América en la fecha icónica del 12 de octubre de 1492, que inauguró nuestra Edad Moderna. Finalmente, la expedición de Magallanes y Elcano (entre 1519 y 1522) supuso la primera circunnavegación del globo y demostró la esfericidad de la Tierra, hasta entonces solamente conocida de manera teórica. El mundo se puso literalmente patas arriba cuando los europeos comenzaron a discernir no solo que la Tierra no era plana, sino que el cosmos no era tal y como se había conocido hasta el momento, o más bien como lo había definido la tradición, codificada en el pensamiento escolástico medieval. El siglo XVII sería también sinónimo de revolución científica.

La crítica humanística a muchos de los textos que comprendían esta tradición, junto con la velocidad de difusión de la cultura que permitió la imprenta de tipos móviles desarrollada por Gutenberg (1440), entre otras transformaciones tales como la Reforma protestante y su duro cuestionamiento del dogma católico, permitió a Occidente abrir sus horizontes hacia un contexto que les era completamente ajeno y extraordinariamente nuevo (Burke, 2013). Todos estos aspectos permitieron tomar ventaja no solo desde el punto de vista tecnológico sino también científico sobre otras áreas que comenzaron a aparecer a ojos de los europeos como culturalmente más atrasadas. Así se interpretaron el lejano Oriente y el mundo islámico, por no mencionar las amplias áreas geográficas que comenzaban a repartirse y a dominar vorazmente en este proceso de acumulación originaria y génesis del moderno sistema capitalista, especialmente América, África y buena parte de Asia. Así lo explican de manera más extensa los autores de la nueva historia económica a través de la idea de “la gran divergencia” (Pomeranz, 2000).
Merece interés poner en relación todo este contexto histórico con los conceptos de confesionalización y disciplinamiento como categorías heurísticas historiográficas que sirven para explicar y organizar buena parte de las transformaciones sociológicas que se estaban poniendo en marcha en la Europa de la época. El primero de ellos se lo debemos a la pluma de los historiadores alemanes Wolfgang Reinhard y Heinz Schilling, quienes en la década de los setenta del siglo XX desarrollaron sus ideas en paralelo, estudiando la construcción de la confesión de las diferentes iglesias, tanto dentro del contexto cultural católico como luterano. Esta acompañó a la génesis de los Estados modernos. De tal modo que a partir de la segunda mitad del siglo XVI (entre la Paz de Augsburgo de 1555 y el inicio de la Guerra de los treinta años en 1618) se formaron y fortalecieron tres grandes grupos confesionales: católico, luterano y calvinista; adquiriendo las diversas monarquías, en función de su ámbito confesional y, por ende, a partir de entonces cultural, fuertes connotaciones dogmáticas (entiéndase conservadoras) (Arcuri, 2019, 114).
En el ámbito de la Monarquía Hispánica, igual que en el resto del mundo católico o, mejor dicho, espacio de socialización y cultura católica que inauguró el Concilio de Trento (1545-1563), se volvieron habituales rituales de carácter público como las confesiones de fe (confessiones fidei o professio fidei). Estas incluyeron actos religiosos (procesiones, romerías, etc.) y laicos (diferentes formas de alabanza de la monarquía) que implicaron, en palabras del historiador italiano Paolo Prodi (2008, p. 265), una escenificación política y religiosa del poder que representaban una alianza orgánica de carácter institucional e ideal entre la Corona y la Iglesia; basaba en realidad en “una relación mixta de colaboración y recelo”. Instituciones como la Universidad de Salamanca, por ejemplo, en la festividad de San Lucas (18 de octubre) que marcaba el inicio del año académico, se convirtió en costumbre el juramento por parte del claustro universitario del Santo Concilio de Trento (professio fidei tridentina) desde finales del siglo XVI.

El concepto de disciplinamiento social que generalmente acompaña al de confesionalización, por su parte, fue desarrollado a finales de la década de los sesenta del siglo XX por el historiador alemán Gerald Oestreich a partir de las reflexiones de autores clásicos como Norbert Elias o Max Weber. Hace referencia al poder de las distintas iglesias, tanto católicas como reformadas, para modular y controlar las costumbres sociales en base a sus principios doctrinales. No obstante, fue en el clásico de Vigilar y Castigar (2002, [1975]) de Foucault donde este concepto (disciplina) adquirió toda su complejidad teórica, al definir las técnicas que convierten a los individuos en seres dóciles y útiles, a través de la normalización, la vigilancia y el control social. En la Edad Moderna, por su parte, se pusieron en marcha elementos como la confesión y la penitencia en el caso de catolicismo, que sirvió a este propósito de forma más sutil que otros que han dejado más honda huella en el imaginario popular como el tribunal de la Inquisición. Asumía esta, a diferencia de la violencia inquisitorial, un carácter persuasivo “por medio de la elaboración y transmisión de modelos de vida y de comportamiento” no necesariamente violento, tal y como había considerado tradicionalmente el marxismo. A través de ellos, “se pretendía incidir sobre la conciencia del individuo y sobre su capacidad para uniformarse de acuerdo con los parámetros de comportamiento de la sociedad a la que pertenecía” (Palomo, 1997, p. 127).
En definitiva, fueron articulando estos cambios la primitiva génesis de los Estados modernos, los cuales no terminarían de configurarse al menos hasta el siglo XVIII. El siglo XVII fue, por tanto, también el siglo de la continuación de la Contrarreforma en el mundo católico. La implicación a fuego y espada de la Monarquía Hispánica frente a la Reforma protestante tuvo efectos ambivalentes en tanto que los movimientos reformadores “tuvieron un origen común” (Jones, 2003, p. 10). Seguramente por ello, por encima de las diferencias dogmáticas, la atmósfera de intolerancia religiosa fue más compartida entre los ámbitos culturales católico y protestante de lo que a menudo muchos investigadores y muchas investigadoras estarían dispuestas a reconocer en base a sus respectivas historiografías nacionales. En efecto, no todos los esquemas e interrelaciones en la historia son unidireccionales, ni las fechas un elemento preciso en el campo de estudio de esta. Hoy no se trata de dirimir, por tanto, quién tuvo más o menos culpa o qué acciones tuvieron un carácter más o menos criminal respecto a otras.
¿Cómo interpela todo esto al presente? Esta fantasmagoría empleada a menudo por Fontana de “pensar históricamente” se ve confrontada al resurgimiento de la barbarie en su más puro formato material: los crímenes de guerra y el genocidio. Enzo Traverso, refiriéndose a la relación entre Historia y Memoria, plantea que “la historia es un relato, una escritura del pasado según las modalidades y reglas de un oficio -de un arte o, entre muchas comillas, una ciencia- que trata de responder a las cuestiones que plantea la memoria” (Traverso, 2007, p. 21). No se pueden separar, puesto que “su interacción crea (…) un campo de tensiones en el interior del cual se escribe la Historia” (Ibidem, p. 31). Se trata de lo que muchos autores, pero en especial Raimundo Cuesta (2015), han comprendido bajo el paraguas de la Historia con Memoria como crítica del presente. Esto no es lo mismo que historia del presente y, por tanto, no puede ni debe ser patrimonio exclusivo del campo de estudio de la historia contemporánea. En caso de que lo fuera, se puede proclamar públicamente su fracaso.

Sobre el tema que nos ocupa, fue la obra clásica de Todorov ya citada, La conquista de América: el problema del otro (1982) quien definió de este modo y sin tapujos las acciones de los españoles en América: “si alguna vez se ha aplicado con precisión a un caso la palabra genocidio, es a este” (Todorov, 2007 [1982], p. 144). Resulta curioso que hayan sido intelectuales periféricos al oficio quienes han alumbrado algunos de los mejores trabajos sobre el tema. Es el caso de Las venas abiertas de América latina de Eduardo Galeano (2004 [1971]), acusada de no guardar suficiente distanciamiento crítico por no someterse a las normas, esto es, disciplinarse. Parece claro que se trata de una cuestión que afecta a la reputación de España y, por ende, de los españoles, la cual se enmarca en un asunto tanto más complejo, como lo es el debate que fundamenta la denominada “Leyenda negra”. Si bien más allá de la prueba explícita que se le supone a la Historia como ciencia, estos debates revelan precisamente su carácter netamente interpretativo, y van más allá, tras la búsqueda de una identidad (o contra-identidad) nacional. El propio Todorov reconocía que no tiene sentido buscar responsabilidades. El debate es, pues, fundamentalmente interno, a pesar de venir sugestionado desde el exterior.
No obstante, parece que existe cierto consenso a la hora de reconocer que el papel del historiador no es el de ser un juez, sino el de comprender. Respecto al genocidio americano, se podría establecer un símil clarividente a ojos del presente, momento en que muchos poderosos tratan de negar lo que vemos con nuestros propios ojos y establecer un relato específico, esto es, orientado ideológicamente. Por un lado, las pruebas históricas de las acciones criminales de Israel, Estados Unidos y sus aliados en el genocidio en Palestina son tan evidentes que el simple hecho de tratar de negarlas resulta grotesco y malvado. Al mismo tiempo que nos pone sobre alerta: ¿Qué no harán con otros procesos históricos susceptibles de ser interpretados tales como el de la conquista y colonización americana? Puede servir para tener en cuenta que el relato histórico está estrechamente imbricado con el poder. También es una memoria del poder y, quien lo posea, poseerá las llaves de la historia. De la misma forma que nos habla del fracaso de la memoria. ¿Acaso no sea también el fracaso de la historia? Fue Adorno en una entrevista en radio Hesse en 1966 quien planteó “que la exigencia de que Auschwitz no se repita” habría de ser la primera de todas en educación. Lo estableció como un imperativo ético tras el Holocausto. Viendo los acontecimientos de Gaza, si la memoria plantea los problemas que ha de resolver la historia y esta contribuye a la formación de una memoria colectiva, podemos proclamar públicamente nuestro fracaso. También replantear y revisitar la idea y el concepto de genocidio al calor de acontecimientos históricos que no queden restringidos al campo de estudio de la Historia contemporánea.

Referencias
Arcuri, A. (2019). “Confesionalización y disciplinamiento social: dos paradigmas para la historia moderna”, Hispania Sacra, 71/143, 113-129.
Burckhardt, J. (1984). La cultura del Renacimiento en Italia. Porrúa.
Burke, P. (2013). Historia social del conocimiento. Vol. I. De Gutenberg a Diderot. Paidós.
Cuesta, R. (2015). La venganza de la memoria y las paradojas de la historia. Lulú.
Foucault, M. (2002 [1975]). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo XXI.
Galeano, E. (2004 [1971]). Las venas abiertas de América Latina. Siglo XXI.
Jones, M. D. W. (2003). La Contrarreforma. Religión y sociedad en la Europa moderna. Akal.
Marx, K. (2007 [1867]). El capital. Libro I. Tomo III. Akal.
Palomo, F. (1997). “Disciplina christiana: apuntes historiográficos en torno a la disciplina y el disciplinamiento social como categorías de la historia religiosa de la Alta Edad Modern”a, Cuadernos de Historia Moderna, 18, 119-136.
Pomeranz, K. (2000). The great divergence. China, Europe and the Making of the Modern World Economy. Princeton University Press.
Prodi, P. (2008). Una historia de la justicia. De la pluralidad de fueros al dualismo moderno entre conciencia y derecho. Katz.
Todorov, T. (2007 [1982]). La conquista de América: el problema del otro. Siglo XXI.
Traverso, E. (2007). El pasado. Instrucciones de uso. Historia, memoria, política. Marcial Pons.
Yun Casalilla, B. (2019). Los imperios ibéricos y la globalización de Europa (siglos XV a XVII). Galaxia Gutenberg.
[1] Profesor funcionario de enseñanza secundaria y profesor contratado a tiempo parcial en la Escuela de Relaciones Laborales de Zamora, centro adscrito a la Universidad de Salamanca. Miembro del GIR de la Universidad de Salamanca: “Historia de los derechos humanos”. Coordinador de Fedicaria.
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: auto de fe en el pueblo de San Bartolomé Otzolotepec, Museo Nacional de Arte, México. Wikimedia Commons.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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