El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza
Conversación sobre la historia
Jaume Claret
De entre las muchas escenas míticas de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), muchos recordarán cómo Louis Renault (Claude Rains), capitán de la policía francesa colaboracionista, impone el cierre del mítico Rick’s Café América, presionado por las autoridades nazis. Cuando el propietario (Humphrey Bogart) le pide explicaciones, este se justifica exclamando: «¡Estoy en shock! Sorprendido al descubrir que aquí se juega”. Justo entonces, un crupier se acerca para entregarle sus ganancias de modo que se explícita, todavía más, la discrecionalidad del castigo.
Desde entonces, el episodio ha sido un recurso habitual para denunciar el fariseísmo —en España con cuatro años de retraso, puesto que no fue estrenada hasta diciembre de 1946, a escondidas y con bastantes omisiones en el doblaje. Lo hemos visto recientemente a raíz de, primero, las últimas elecciones estadounidenses y, después, durante los primeros cien días del segundo mandato de Donald Trump. De repente, todos aquellos magnates multimillonarios dispuestos a salvar cabeceras míticas de la prensa libre han resultado ser menos generosos caballeros blancos y más hombres de negocio calculadores.

Solo en los últimos meses, hemos vivido los casos de Jeff Bezos y de Patrick Soon-Shiong con The Washington Post y Los Ángeles Times , respectivamente, incidiendo en la línea editorial e impidiendo su apoyo a Kamala Harris, o el de la presidenta de Paramount Holdings, Shari Redstone, imponiendo la rectificación del mítico 60 minutos de la CBS y aceptando pagar una indemnización millonaria a la futura biblioteca presidencial. El giro copernicano se explica porque todos ellos tienen otras áreas de negocio que dependen de decisiones gubernamentales y buscan congraciarse con el poder.
Ciertamente, la administración Trump ya ha demostrado su carencia de escrúpulos frente a aquellos medios críticos —desde la prohibición de asistir a las conferencias de prensa a AP por no usar el unilateral rebautizo «Golfo de América», hasta los ataques personales del presidente a los reporteros incisivos—, pero nada hace pensar que transigir una vez sea suficiente para quien ha hecho del acoso su táctica. Como decía el lema asumido por el diario del propietario de Amazon en 2017, cuando todavía decía defender los principios de los cuales hoy reniega: «Democracy Dies in Darkness».
La emulación respecto del hermano mayor no se ha hecho esperar y los diversos regímenes iliberales se han apresurado a hacer retroceder la libertad de prensa en sus países. Entre los casos más recientes, encontramos India, donde diferentes magnates están poniendo los medios de comunicación públicos y privados al servicio de la adulación del presidente Narendra Modi. Como declaró Ravish Kumar, uno de los presentadores más populares del país hasta su defensa por la nueva propiedad: «el periodismo está muerto».
Más allá del dramatismo de quien lo vive en primera persona, ciertamente la crisis de la prensa es una mala señal. Lo remarca en su último libro uno de los más interesantes historiadores europeos actuales: Johann Chapoutot (Martigues, 1978). Profesor en la Sorbona y traducido por Elena M. Caño y Íñigo Sánchez-Paños en Alianza Editorial, su último título todavía inédito aquí —Les irresponsables. Qui a porté Hitler au pouvoir? (Gallimard, 2025)— traza un evidente paralelismo entre el mundo de hoy y el de hace un siglo.

Por un lado, se hace una defensa de la República de Weimar como un régimen homologable y reivindicable, huyendo de las caracterizaciones como un simple prólogo que inevitablemente tenía que llevar al nazismo. Y, por otro, se rebate el supuesto mecanicismo del ascenso de Adolf Hitler. Al contrario, se sustancia cómo el elemento decisivo fue la complicidad, fruto de la incompetencia y el error de cálculo de buena parte del mundo político, económico y mediático conservador. El bisturí del historiador francés desnudo desde la satisfacción senil del presidente Paul von Hindenburg hasta el papel de facilitador interpretado por el empresario de la comunicación Alfred Hugenberg. Chapoutot rehuye las medias tintas: «Tout ce que les idiots utiles de la droite et du center peuvent leur offrir, ils le prennent, quitte à promettre ceci ou s’engager sur cela, à la réserve mentale constante près qu’ils ne s’estiment liés par rien d’autre que leur soif de pouvoir propre».
A este lado de los Pirineos
El efecto de los intereses económicos explícitos y de los ideológicos espurios no son tampoco extraños o desconocidos a los medios españoles. Quizás actualmente se perciben de una forma especialmente descarnada, fruto de las subvenciones directas de las diferentes administraciones hacia los afines, de las tóxicas burbujas de reafirmación de las redes sociales y de las (semi)ocultas agendas empresariales de los grandes grupos. Todo ello genera polvo de maniqueísmo y desinformación con gran capacidad de perturbación de la vida pública.
Ahora bien, salvando las distancias, los medios siempre han combinado problemáticamente la tríada de información periodística, beneficio empresarial e influencia política. Justamente se acaba de publicar el volumen 13 de las obras completas de Miquel dels Sants Oliver (Campanet, 1864-Barcelona, 1920), una de las firmas capitales de la prensa entre nosotros. Con una edición al cuidado de Damià Pons (Campanet, 1950), uno de los últimos homenots de la cultura catalana y en catalán, recoge bajo el título Entre dos Españas (Crónicas y artículos) lo que se ha indicado en el subtítulo: Articles del Diario de Barcelona (1903-1906) (Lleonard Muntaner, 2024) y algunas otras piezas de principios del XX.
La etapa al frente del Diario de Barcelona tiene mucho de interés, puesto que coincide con la consolidación del liderazgo de Enric Prat de la Riba (con la Liga Regionalista y La veu de Catalunya ), la creación de la Solidaritat Catalana y los choques violentos protagonizados por revolucionarios de izquierda, lerrouxistas todavía por evolucionar y unos militares crecientemente presentes en la vida política. Esta producción coincide con la marcha de Mallorca, donde había dirigido La Almudaina, y la instalación en Barcelona para dirigir el Brusi (apellido de la familia propietaria como se conoció popularmente al Diario de Barcelona ) hasta que el choque con la propiedad lo llevará a la dimisión. Como resume Pons, «Oliver va fracassar en la tentativa de fer entender a la propietat del Brusi que havia d’abandonar determinadades intransigències, tant en relació con les opinions d’alguns dels col·laboradors com davant del mateix moviment de la Solidaritat». Poco después, se convertía en persona clave en otro diario barcelonés familiar, con un claro sesgo ideológico y de no menos difícil gestión: La Vanguardia de los Godó.
Evidentemente, no todo el panorama —ayer u hoy— es negro. En todas partes —antes y ahora— se pueden encontrar cabeceras y profesionales que legitiman el periodismo y participan en la construcción de una sociedad informada y democrática. Dentro de esta genealogía de referentes, faltaría, sin duda, situar a Xavier Aldekoa (Barcelona, 1981), corresponsal para África precisamente de La Vanguardia y colaborador en otros muchos medios. Con prólogo de Alberto Edjogo-Owono, acaba de reunir algunas de sus mejores crónicas africanas cohesionadas por el hilo compartido del fútbol: África. Un viaje por el continente a través del deporte (Península, 2025).
Sin edulcorar la dureza de los episodios vividos en aquella rica geografía, Aldekoa nos introduce en las esperanzas y las pesadillas de los diferentes protagonistas. Porque, a través de las historias particulares, teje un mapa ajustado de nuestros vecinos del sur y nos recuerda esperanzado cómo «a veces el impacto y la felicidad provocada se deslumbran de tal forma que dejan una huella profunda en la piel de una generación».
Fuente: Política & Prosa 2 de julio de 2025
Portada: Orson Welles y Joseph Cotten en un fotograma promocional de la película Ciudadano Kane, dirigida por el primero en 1941. Fotografía de Alexander Kahle. Imágenes de radio RKO.
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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Creo que se va demasiado lejos en el paralelismo entre la República de Weimar y el mundo actual. Veo que El País titula, a propósito del libro de Chapoutot, “El mundo vive un momento Weimar” y el ABC, “Se hacen guiños al presente y se extraen lecciones…”. Sin duda son evidentes las semejanzas en cuanto al auge del extremismo derechista (fascismos, autoritarismos) o el irracionalismo ideológico, pero no son menores las diferencias. Hoy la violencia política, de momento al menos, es muy minoritaria y más verbal que otra cosa, mientras que entonces se tradujo en asesinatos y agresiones callejeras; no hay un peligro de expansión revolucionaria, que sin duda motivó la actitud claudicante de los conservadores y centristas de entonces, y la situación económica no es tan crítica como lo era entonces. Podría apuntarse un asunto más: la unión/desunión de las izquierdas. En las elecciones de noviembre de 1932, el KPD y el SPD obtuvieron más votos juntos que los nazis (221 vs. 198), pero estaban desunidos. Bien es cierto que el Frente Popular no consiguió frenar al fascismo español en 1936. Hoy los partidos de izquierda en España deberían meditar muy seriamente sobre esta cuestión.
Por lo demás, la época de Weimar gozó de un clima cultural, científico y artístico como pocas veces se ha visto en el mundo moderno.