Los disturbios ludditas de Alcoi en 1821 y los años siguientes han sido tradicionalmente interpretados como una reacción primitiva contra los inicios de la mecanización del sector textil lanero; la primera de grandes dimensiones, de hecho, en el contexto español. La causa directa se ha atribuido a la miseria generada por la desocupación de los trabajadores expulsados por las máquinas. Esta aportación (resumen de un texto más amplio) revisa esta interpretación gracias a alguna nueva información sobre los hechos, la estructura productiva de la pañería en Alcoi y su comarca y la conflictividad preexistente en el período preindustrial. La comparación con el luddismo británico, conduce a nuevas conclusiones que remarcan la continuidad con la conflictividad gremial, una respuesta comunitaria encabezada por los tejedores y un probable componente político contrario a la política asistencial liberal que se trató de introducir durante el trienio liberal.

Lluís Torró Gil
Universitat d’Alacant

 

El pasado dos de marzo se cumplieron 201 años de un suceso que estremeció las jóvenes Cortes de la casi recién estrenada España liberal. Aquel día, una multitud de unos 1.200 hombres (las fuentes no refieren la presencia de mujeres) se plantificó frente a los muros de la valenciana villa de Alcoi exigiendo la destrucción de las máquinas de hilar y de cardar lana que habían ido instalándose desde la adquisición en 1819 de un juego de las mismas por parte de la Real Fábrica de Paños de dicha localidad. Tras una primera negativa, respondida por dicha multitud con la quema de los artefactos instalados a orillas de los ríos que rodeaban la villa, los amotinados se retiraron con la promesa de las autoridades liberales del municipio de desmontar las que funcionaban intramuros. Lo que distinguió este acontecimiento de otros sucedidos con anterioridad (como en Terrassa en 1804, Segovia en 1817 o Barcelona en 1820) fueron las dimensiones y las connotaciones políticas que provocaron que las mismas Cortes Generales se hiciesen eco del mismo en diversos debates.

Lo que sabíamos hasta la fecha del luddismo alcoyano provenía, básicamente, de una pionera investigación (1965) de un erudito local que se apoyó en los Diarios de las Cortes y, particularmente del trabajo de Manuel Cerdà, publicado en 1980. Desde entonces se han acumulado notables estudios sobre el fenómeno luddita, particularmente en Gran Bretaña, dónde destacan los estudios de Randall y de Binfield. Estas nuevas aportaciones y algunas recientes investigaciones de carácter local permiten replantearse aquellas interpretaciones, que atribuían el alzamiento exclusivamente a la miseria generada entre los trabajadores protoindustriales debido a la sustitución de su trabajo doméstico disperso por máquinas instaladas en talleres centralizados. Lo que desarrollaré a continuación (un apretado resumen de un texto mucho más amplio) se estructurará como sigue. Tras caracterizar brevemente el desarrollo de la pañería alcoyana preindustrial y sus conflictos, expondré en qué medida el caso en cuestión reproduce pautas observables en Gran Bretaña, así como las connotaciones políticas del suceso. Para finalizar, abordaré en qué medida afectó al desarrollo industrial de la localidad. Cerraré con unas breves conclusiones.

Fábricas del Molinar de Alcoi a principios del siglo XX (imagen: Alacant Obrera)
Uno de los mejores establecimientos de la Península

Así calificaba a la Real Fábrica de Paños de Alcoi un informe datado en Cuenca en 1797 (aunque probablemente redactado por un alcoyano), solicitado por dicha institución para justificar la petición a la Real Junta de Comercio y Moneda de unificación de los gremios de tejedores y pelaires (ya entonces calificados como fabricantes). La villa de Alcoi pasó de ser en el siglo XV un centro secundario de producción de tejidos de lana dentro de la constelación de pequeños núcleos situados en las montañas del S del Reino de Valencia a convertirse en el principal productor de paños de la monarquía a finales del siglo XVIII. Aunque los orígenes de la actividad se situarían a principios del s. XIV, sería durante el s. XV y, particularmente, la segunda mitad del XVI, cuando eclosionaría la pañería local. Durante este segundo período se institucionalizaría la producción con la creación (como muy tarde en 1497) y regulación (1561) primero del gremio de paraires y, posteriormente, del de teixidors (1590). Si el crecimiento del siglo XVI fue tanto cuantitativo como cualitativo, la crisis iniciada a finales de este y precipitada tras la expulsión de los moriscos (1609), provocó una fuerte caída de la producción y su reconversión hacia géneros de menor calidad, similares a las llamadas nuevas pañerías. Este tránsito vino acompañado por el progresivo abandono de la élite que, desde la dirección del gremio de pelaires, había concentrado en sus manos el control del proceso de producción, y su sustitución por un nuevo grupo que conformaría la nueva élite gremial consolidada en el siglo XVIII.

Registro_de_los_exámenes_de_los_Maestros_Pelayres._Archivo_de_la_Real_Fábrica_de_Paños._Museo_Arqueológico_Municipal_de_Alcoy (Wikimedia Commons)

La recuperación de finales del Seiscientos, breve aunque intensamente interrumpida por la Guerra de Sucesión, se aceleró desde la segunda década del siglo XVIII. Las ordenanzas gremiales de los pelaires de 1723, la transferencia de la jurisdicción sobre las actividades manufactureras a la Real Junta de Comercio y Moneda, y, finalmente, la concesión del título de Real Fábrica al gremio de pelaires, junto con una serie de exenciones fiscales, fueron las claves de dicha aceleración. Además de las contratas de provisión de paños para vestuario del ejército, los mercados andaluz y madrileño se configuraron como los principales destinos de la producción alcoyana. Hacia finales de siglo se añadió el mercado americano, mediante los cargadores de Indias gaditanos. La producción creció vertiginosamente, multiplicándose por seis a lo largo del siglo, y fue acompañada por un incremento cualitativo. Los efectos de éste (mejor lana, instalaciones más costosas, procedimientos más trabajosos y lentos, mayor tiempo de rotación del capital circulante) provocaron una intensa concentración de capital y, a la postre, el control del proceso de producción por parte de una minoría de artesanos enriquecidos. El reverso de la moneda consistió en un crecimiento de la cantidad de trabajo empleado y, una vez agotadas las posibilidades dentro de la propia villa, la extensión de las actividades (particularmente la carda ejercida por trabajadores masculinos y la hilatura en manos de mujeres) a un radio creciente de poblaciones de los alrededores, creándose una auténtica nebulosa industrial con centro en la villa de Alcoi.

Este auge vino acompañado de otro, el de la conflictividad. El mundo gremial encerraba y trataba de regular un vasto conjunto de disensiones y enfrentamientos que abarcaban desde la regulación del aprendizaje hasta las formas y los volúmenes de las retribuciones con los que los ‘dueños’ de los paños compensaban a quiénes trabajaban bajo su directa supervisión o mediante su encargo. Las diferentes reivindicaciones se encontraban amparadas por una práctica y una normativa que reflejaban conceptos asimilables a la economía moral thompsoniana. En el caso alcoyano (como en muchos otros) los principales conflictos (aunque no los únicos) se dirimieron entre los dos gremios organizados: el de pelaires (a los que a lo largo del siglo XVIII se les denominó cada vez más fabricantes, distinguiendo, a su vez, el oficio del control del proceso) y el de tejedores. Si el primero tendió a asumir el papel de defensor de los fabricantes, el segundo se convirtió (hasta su desaparición en 1798 bajo el pretexto de unión entre ambos gremios) en el defensor de un grupo de artesanos cuya subordinación frente al protocapital se hizo cada vez más evidente. La conflictividad, técnica y salarial, se extendió hacia otros ámbitos de la producción textil, aunque apenas nos han dejado algunas pistas dispersas en la documentación.

Ordenanzas de la Real Fábrica de Paños (1723)(foto: Wikimedia Commons)
La resistencia a las innovaciones técnicas

El afán por la innovación y por la imitación de géneros extranjeros siempre estuvo presente tanto en la Real Fábrica como institución, como en muchos fabricantes individuales. La constante mejora en las calidades producidas, la introducción de nuevos procesos de tintado o el ahorro de materias primas (como aceite y leña, especialmente) fueron también un objetivo perseguido incansablemente. Sin embargo, el principal obstáculo con el que tropezaban los fabricantes era el control de la mano de obra y de los procesos de trabajo. La extensión de parte del cardado y el hilado fuera de los muros de la ciudad (a principios del siglo XIX suponían casi la mitad del total de trabajadores y trabajadoras empleados) no hizo más que agravar esta problemática además de multiplicar los costes de transacción.

La introducción de maquinaria se hizo, pues, en un contexto en el que se había conformado una peculiar estructura productiva que implicaba que algunas tareas iniciales (lavado, clasificación y preparación de la lana, así como una parte considerable del cardado para la trama) y otras relacionadas con el acabado (perchado, tundido y prensado) tendieron a concentrarse antes de la mecanización en los cada vez más grandes talleres de los mayores fabricantes que empezaron a ser calificados de casas-fábrica. Por otro lado, en cambio, el tintado, el tejido, el abatanado y el tendido de los paños eran operaciones que escapaban al control directo del fabricante, aunque algunos de ellos poseían tintes y batanes, y el tendido se realizaba en instalaciones gremiales. Finalmente, el cardado (tanto para la trama, ejecutado mayoritariamente en la villa, como el de la urdimbre, que se realizaba casi completamente fuera de ella) y el hilado se estructuraron en una relación de subcontratación de la vigilancia, puesto que las hilanderas no dependían directamente de los encargos de los fabricantes sino que lo hacían a través de los cardadores.

Uno de los errores comunes que se comete en relación con los ludditas es pensar que reaccionaban contra toda la maquinaria sin distinción, como una especie de movimiento contra el progreso. Como en el caso británico, sin embargo, en Alcoi se introdujeron innovaciones destacadas sin que se registrase ninguna oposición. Es el caso de un invento local llamado arpa, datado en 1753, que servía para limpiar las impurezas de la lana antes de teñirla y cardarla. Tampoco hubo resistencia al montaje de las primeras perchadoras (a finales de los años 1780), ni tampoco a las tundosas (1817). Los casos de estos dos artefactos son particularmente significativos puesto que el movimiento luddita británico propiamente dicho (1811-12) los tuvo como unos de sus principales objetivos. La oposición no dependía, pues, tanto de la máquina en sí, sino de los efectos que tendría su introducción en la estructura organizativa de la pañería con la consiguiente pérdida de autonomía de los artesanos. Dado que las operaciones a las que se iban a aplicar estos artilugios ya se realizaban en los talleres de los mismos fabricantes, como ocurrió, por ejemplo, en el Gloucestershire, su adopción no suscitó protesta alguna.

Primera máquina de cardar inventada en Inglaterra en 1775. (Clem Rutter, Rochester, Kent -CC BY 3.0)

Las cosas discurrieron de forma notablemente diferente en lo que respecta a las máquinas de cardar e hilar. Aquí se hallaba, sin lugar a duda, el nudo gordiano de los problemas a los que se debió hacer frente en la coyuntura previa a la Guerra del Francés. A los trastornos en los mercados debidos a la coyuntura bélica (por cierto, no siempre desfavorables ya que permitieron la sustitución de importaciones e incrementaron la demanda militar), se añadieron aquéllos derivados de la inflación. Ésta atenazaba a los fabricantes en una doble dirección: por un lado, por el encarecimiento brutal de los costes de las materias primas, y, por otro, por la fuerte presión salarial que empezaron a ejercer los artesanos y trabajadores dependientes. En este último caso, frente a la imposibilidad de sostener sus ingresos reales incrementando el trabajo empleado, y debido a la aparente imposibilidad de obtener incrementos salariales (o, al menos, no en el grado esperado), los trabajadores dependientes (sobre todo, cardadores e hilanderas) recurrieron a la sisa sistemática de materias primas, con perjuicio de la calidad de los bienes producidos.

Así, las primeras máquinas de cardar e hilar se construyeron en 1793 por unos artesanos locales que habían sido comisionados por la Real Fábrica para observar el funcionamiento en Cádiz de otras que cardaban e hilaban algodón. El éxito inicial, que según los testimonios consistía esencialmente en evitar la dependencia de cardadores e hilanderas, se desvaneció al poco sin que la documentación nos dé pistas del porqué. No sólo se copiaron y adaptaron dichas máquinas, sino que se mejoraron las de cardar haciéndolas mayores y convirtiéndolas “al movimiento al agua”. Desde 1796 desaparecen las referencias a hiladoras (jennies, probablemente) y cardadoras. De manera que, aunque siguió la preocupación por adquirir nueva maquinaria (prensas, perchadoras o tundosas), la Real Fábrica rechazó las propuestas que se le ofrecieron para montar máquinas de hilar o cardar hasta después de la Guerra del Francés. Aunque parece probable que existieron problemas en la adaptación del hilo que se producía en ellas para las calidades que se demandaban, no debemos descartar, a la vista de los acontecimientos posteriores, que el temor manifiesto a la “explosión de infelices operarios” que aparece en algún testimonio tuviese en la destrucción de la maquinaria su principal razón.

Obrera manejando una máquina de hilas spinning jenny (inventada por James Hargreaves)
Los machine-breakers alcoyanos y sus motivaciones

Cuando finalmente, en 1819, los comisionados de la Real Fábrica dieron en Ezcaray con lo que andaban buscando y empezaron a instalarse juegos de cardas mecánicas y jennies, procedentes de Bélgica (o imitaciones), la tormenta no tardó demasiado en estallar. Ya en octubre de 1820, el ayuntamiento de la vecina villa de Cocentaina afirmaba “que los operarios de esta villa se hallan con mayor parte del tiempo sin trabajar y lo causan las máquinas que tiene Alcoy”. Resulta meridianamente claro que los principales afectados por la difusión de las máquinas fueron, en primera instancia, las mujeres que hilaban dentro y fuera de la villa, y, en segundo lugar, los cardadores, entre los que hemos de contabilizar también aquéllos que gestionaban encargos por cuenta de los fabricantes. El altercado de 1821, en pleno trienio liberal, fue seguido por otros amagos que no llegaron a cuajar. Sin embargo, en julio de 1823, ya restaurado el absolutismo, los hechos volvieron a repetirse y unos 2.000 amotinados fueron dispersados en las llanuras al otro lado de los muros y los barrancos que protegían la localidad.

Como he señalado al principio, la transcendencia del motín alcoyano de marzo de 1821 se debe sin duda a su repercusión en las Cortes. En varias sesiones se habló de los hechos e incluso el diputado alcoyano Gisbert se explayó narrando los hechos y las que él creía sus causas. Está fuera de toda duda que la causa inmediata fue el paro forzado por la sustitución del trabajo manual por máquinas. Para podernos hacer una idea del impacto debemos tener en cuenta que, en 1807, trabajarían dentro de la villa aproximadamente unos 1.400 cardadores y unas 2.500 hilanderas, y fuera de ellas entre 1.800 y 1.900 cardadores y entre 3.500 y 3.700 hilanderas, cerca de unas tres cuartas partes de las 12.200 personas que trabajaban en la pañería alcoyana en aquella fecha. No resulta extraño, pues, que el diputado Gisbert proclamase que “la razón inmediata (…) la tenemos bien designada en el estado de hambre y de indigencia a que el establecimiento de las máquinas de hilar y cardar ha reducido a un gran número de operarios de Cocentaina, Benillova, Ares y otros varios pueblos”. Tampoco extraña, a la vista de ello, que quiénes se han acercado al estudio de estos hechos se hayan limitado a señalar esta circunstancia como la única causante de los hechos ludditas. Sin embargo, a mi juicio esta razón resulta insuficiente. Ni la coyuntura agraria de bajos precios ni la coyuntura de la producción de paños permiten identificar la penuria de granos o las oscilaciones de la demanda textil como causantes directas de los hechos (ni en 1821 ni en 1823). Las dificultades de los campesinos arrendatarios y jornaleros parecen haberse convertido en un fenómeno estructural desde, como mínimo, el final de la Guerra del Francés. Existen, además, otros factores que nos inducen a dudar de esta explicación monocausal.

Imagen de portada del libro de Douglas Liversidge The Luddites. Machine-breakers of the Early Nineteenth-Century (Watts, London, 1973)

Las investigaciones en Gran Bretaña, sobre todo, han puesto en evidencia que los motines de machine-breakers eran respuestas comunitarias antes que protestas de aquéllos afectados exclusivamente por la maquinaria que les quitaba el trabajo. Recientemente, un historiador local, José María Soriano, ha descubierto en protocolos una serie de actos de afianzamiento de algunos de los encausados por el motín del 2 de marzo. Entre afianzados (acusados) y fiadores (un total de 36), se encuentran cinco vecinos de Cocentaina, siendo el resto de Alcoi. Esta circunstancia no resulta sorprendente ya que los testimonios habían dejado constancia de que, aunque los amotinados procedían fundamentalmente de los pueblos cercanos, el movimiento tenía fuertes apoyos dentro de la villa. Algún diputado, por ejemplo, se manifestaba perplejo al ver que una población que siempre había “dado grandes pruebas de adhesión al sistema constitucional”, se hallaba ahora con “tres cuartas partes de habitantes fascinados” por los enemigos del régimen. La participación de elementos absolutistas es un hecho contrastado y es la principal razón de la resonancia de los acontecimientos en Las Cortes. Entre los encausados aparecen el Padre Guardián del convento franciscano de Cocentaina, fray Miguel Soliveres, y el capitán retirado, Pascual Company, que será afianzado por el que acabará nombrado Corregidor al comienzo de la década Ominosa, Francisco Samper y Puigmoltó. El hallazgo clave de Soriano, sin embargo, es que analizando los oficios de fiadores y afianzados (16 y 4 de ellos, respectivamente) encontramos que la mitad están relacionados con la pañería y que 4 de ellos son tejedores (un 23,53 % del total, excluyendo los no alcoyanos).

La implicación de partidarios del absolutismo en el movimiento queda ratificada a la vista de lo sucedido el 8 de abril siguiente. Las elecciones al Ayuntamiento de 1820 se vieron enturbiadas por denuncias de manipulación. De este modo, hubieron de repetirse y el nuevo consistorio tardó en ocupar sus cargos. Esto motivó un motín que pretendía imponer como alcalde al absolutista Francisco Samper. En los actos de afianzamiento de los juzgados por este motín aparecen 60 nombres (30 afianzados y 30 fiadores) de los que conocemos el oficio de 29 fiadores. De estos, además de otros cuatro relacionados con actividades textiles, encontramos 15 tejedores, más del 50 % de los oficios conocidos (cuando entre maestros y oficiales, los tejedores apenas representaban el 14 % de los ocupados masculinos según el padrón de 1820). Parece probable que la participación de estos artesanos tenga que ver con la promesa de Samper de desmontar las máquinas. Una promesa que, por cierto, no mantuvo cuando, tras su acceso al cargo de Corregidor en 1823, ordenó la disolución a tiros de los amotinados en julio de 1823.

Informe sobre incidentes provocados en 1825 por los voluntarios realistas de Alcoi al mando de Francisco Sempere (A. H. N. Consejos legajo 18.485, copia en el blog eltiempodelosmodernos.wordpress.com)

Se trata, por lo tanto, no sólo de una respuesta comunitaria organizada, sino también de una actitud con claras connotaciones políticas que parece que coyunturalmente coincidieron con las pretensiones de los defensores del Trono y el Altar. Esto nos lleva a considerar otras dos cuestiones, por un lado, un cierto grado de organización y, por otro, la existencia de un programa político propio.

Que las acciones ludditas no fueron una mera reacción espontánea parece desprenderse de un par de consideraciones. Para empezar, las autoridades de Alcoi y de los pueblos cercanos estaban constantemente en guardia frente a las reuniones de artesanos. Existen varios testimonios indirectos que, además, indican que, de nuevo como en Gran Bretaña, las tabernas eran los principales centros de reunión desde dónde se organizaban las acciones. Y este grado de organización, en segundo lugar, resulta difícilmente cuestionable a la vista de la evidente coordinación existente, como mínimo, entre los amotinados de fuera de la villa y sus apoyos internos. Finalmente, a pesar de la calificación de turba que repiten frecuentemente sus detractores, también parece claro que quiénes protestaban tenían representantes que exponían sus demandas y que la multitud se dispersó ordenadamente cuando en 1821 se les prometió el desmontaje de las máquinas. El enfrentamiento armado de 1823 es debido a la respuesta de las autoridades absolutistas; de hecho, no se refiere ningún daño personal causado por los amotinados, ni tan siquiera en las instalaciones fabriles, más allá del forzamiento de los accesos y la quema de la maquinaria.

Por lo que se desprende de las declaraciones de Gisbert en las Cortes, parece que los artesanos y trabajadores dependientes, tenían otros objetivos más allá de la resistencia contra la maquinaria. Gisbert advierte de la oposición a las reformas que no sólo se limitaban al clero regular y sus instituciones, sino también al sistema asistencial. Desde 1807 hallamos numerosos testimonios de la necesidad de instalar un hospicio en la localidad. Los testimonios que se contradicen alabando, por un lado, la laboriosidad de la población, y, por otro, condenando a quiénes se niegan a trabajar, no dejan lugar a dudas en cuanto que el hospicio (finalmente erigido en 1819 y que funcionó hasta 1827) tenía una intención claramente disciplinaria. Los argumentos de Gisbert en las Cortes sobre las reformas que habrían de desterrar la haraganería resultan sorprendentemente similares a los de aquéllos que en 1818 se dirigían al Corregidor de Alcoi reclamando la erección del hospicio. La condena al pauperismo y la necesidad de disciplinar a la mano de obra que trabajaba lejos de la “inspección vigilantísima” que se daría en un establecimiento así, son comunes a ambos discursos. Habría una coincidencia coyuntural, pues, entre absolutistas y artesanos en la oposición a las reformas.

Libro conmemorativo del establecimiento del hospicio en Alcoi (imagen: Biblioteca Digital Valenciana)
Las consecuencias sobre el proceso de industrialización

La estructura productiva de la pañería local se vio brutalmente alterada por la introducción de la maquinaria. Oficios como el de pelaire o el de cardador desaparecieron en pocos años. Por el contrario, surgieron otros nuevos como los de filador (en valenciano incluso en la documentación escrita de la época) y el de maquinista, ambos masculinizados. La productividad aparente del trabajo, obviando la disminución en la calidad de la producción, creció, puesto que si en 1807 se fabricaban anualmente unas 12.000 piezas por unos 12.200 operarios (0,98 trabajadores por pieza), en 1832 las 15.000 piezas producidas lo eran por sólo 10.000 (0,67 trabajadores por pieza). La concentración de la producción en Alcoi reforzaría los movimientos migratorios que ya existían previamente desde la comarca hasta una villa con unos marcados caracteres de pequeña ciudad industrial ya a principios de los años 1830. Todo ello con una fuerte reestructuración del mercado de trabajo que tendría como principales víctimas iniciales a las mujeres hilanderas cuya reincorporación (masiva de hecho) a las fábricas alcoyanas es un fenómeno del que desconocemos absolutamente sus causas inmediatas, sus pautas y su cronología.

Aunque la mecanización no se detuvo, el ritmo de cambio técnico se ralentizó. La determinación empresarial en la introducción de las cardas mecánicas y las jennies se detuvo con la consolidación del modelo fabril en esta fase y la desaparición aparentemente definitiva del cardado y la hilatura dispersos. Aun así, en los veinte años posteriores no hay grandes cambios. No se introducirán las mule jennies ‒más grandes y seguramente de hierro‒ hasta la década del 1850, después de la adopción de las cardas continuas; con un retraso de entre 5 y 10 años respecto al Vallès. Esta relativa lentitud puede explicarse parcialmente por la especialización en géneros de baja calidad. Las frecuentes roturas de hilos que se derivan ‒en la hilatura y el tejido‒ son una razón de peso, puesto que menguan las ganancias de productividad. La dificultad que tenemos para poder datar con precisión la introducción de la lanzadora volante, apunta en la misma dirección. Pero no es descartable que como Gran Bretaña o, sobre todo, en Francia, con el movimiento general de bris de machines entre julio y octubre de 1789, las agresiones contra las máquinas moderaran las pretensiones patronales en prevención de nuevos incidentes.

Conclusiones

Gracias a esta revisión podemos trazar unos nuevos contornos del proceso de industrialización y su vertiente, digamos, social ‒evito, deliberadamente, hablar de consecuencias. Podemos afirmar que el uso de algunas máquinas ‒como perchadoras o tundosas‒ no generó protestas; que el nivel de organización de los sublevados sería superior a lo que hemos tendido a suponer; que la respuesta fue comunitaria y no exclusivamente de los trabajadores directamente afectados; que el componente político tendría mucho que ver ‒y no solo por la evidente participación de anticonstitucionalistas en la primera revuelta, también por la probable oposición de los trabajadores al modelo asistencial-disciplinario liberal‒; y, finalmente, que erraríamos si identificamos las penurias económicas de los afectados como la única causa puesto que hay otras motivaciones además de la pérdida del trabajo. No fue, por lo tanto, una reacción primitiva de resistencia al progreso motivada por la desesperación. Los intentos ludditas representan la última manifestación de protesta de los trabajadores de la antigua manufactura y, a la vez, la primera contra la nueva industria capitalista. Los protagonistas probablemente no fueran totalmente conscientes de ello, pero tampoco fueron absolutamente inconscientes.

Selección bibliográfica

El presente texto es un resumen de:

TORRÓ GIL, L. (2022): “’…y reducidas a cenizas las máquinas’. Reconsiderant el luddisme a Alcoi 200 anys després”, eWali. Revista de investigación antropológica, histórica, cultural y social en el entorno Mediterráneo, nº 4, pp. 2-24 (https://www.asjordi.org/upload/files/e-wali/eWali2022-v2_compressed%20(1).pdf).

Las principales publicaciones sobre los hechos:

CERDÀ, M. (1980): Lucha de clases e industrialización: la formación de una conciencia de clase en una ciudad obrera del País Valencià (Alcoi, 1821-1873), València: Almudín.

MOLTÓ, E. (1991): “Cocentaina durant el trienni liberal (1820-1823)”, en Alberri. Quaderns d’investigació del Centre d’Estudis Contestans, núm. 4, pàgs. 124–149.

REVERT, A. (1965): Primeros pasos del maquinismo en Alcoy. Sus consecuencias sociales. Alcoi: Imprenta “La Victoria.”

SORIANO, J. M. (2021): Alcoi en l’època de Ferran VII 1812-1833. Canvis polítics, societat i religió, Alcoi: Arxiu Municipal d’Alcoi. Ajuntament d’Alcoi.

Sobre la historia del luddismo:

BINFIELD, K. (2004). Writings of the Luddites, Baltimore and London: The Johns Hopkins University Press.

BOURDEAU, V., JARRIGE, F., VINCENT, J. (2006): Les luddites. Bris de machines, économie politique et histoire, Maisons-Alfort: Éditions Ère.

LINEBAUGH, P. (2012): Ned Ludd y la reina Mab. Destrucción de máquinas, romanticismo y los comunales de 1811-12, Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Moai.

NAVICKAS, K. (2005): “The search for ‘General Ludd’: The mythology of Luddism”, en Social History, vol. 30, núm. 3, pàgs. 281–295.

NUVOLARI, A. (2002). “The ‘Machine Breakers’ and the Industrial Revolution”, en Journal of European Economic History, vol. 31, núm. 2, pàgs. 393–426.

RANDALL, A. (1981): Before the Luddites. Custom, community and machinery in the English woollen industry, 1776-1809, Cambridge: Cambridge University Press.

RANDALL, A. (2010): Riotous Assemblies: Popular Protest in Hanoverian England, Oxford: Oxford University Press.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: obreros destruyendo máquinas según un grabado inglés de 1812

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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2 COMENTARIOS

  1. La aparente adhesión popular a la causa absolutista no implica que fueran absolutistas de corazón, solo indica que la «modernidad» que traían los liberales (pro-capitalistas), agredía su estilo de vida comunitario. Se adherían a quien pudiera defenderles de los capitalistas liberales, cuyos cambios estaban destruyendo un estilo de vida rural secular. Sucedería lo mismo cuando las guerras carlistas. El pueblo llano, mayoritariamente rural, veían con horror como la modernización socavaba sus comunidades, les obligaba a proletarizarse, a disolverse, y se iban adhiriendo (dado que no existía una conciencia o ideología aglutinante -salvo la protesta-) a todo aquel bando (armado) al que pudieran unirse para defenderse del enemigo principal: la industrialización capitalista.

  2. Eectivamente, coincido contigo en la sospecha de que, en este caso, la confluencia de intereses no pasó de algo muy coyuntural. Me da la impresión que los dirigientes del movimiento antimaquinista tendrían una ideología próxima al liberalismo más democrático y radical. Lógicamente, esto no es más que una conjetura que no tiene más apoyo factual que el hecho de la extrañeza de la burguesía liberal de Alcoi ante la aparente alianza de los trabajadores con los absolutistas y la trayectoria posterior de las protestas obreras que no dan pie a suponer ninguna alianza con estos elementos más reaccionarios. Mi impresión es que no llegaremos nunca a una conclusión definitiva sobre la cuestión debido a la ausencia de fuentes. Gracias por el comentario.

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