Señorías, hablando de memoria histórica, la Guerra Civil fue el enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia. Nuestra Constitución es el pacto por el cual no puede haber democracia sin ley ni ley sin democracia, exactamente lo mismo que aprendieron los países europeos frente al fascismo y al comunismo cuando fundaron la Unión Europea. Los españoles ya dialogamos, ya nos reencontramos, ya hicimos posible la convivencia y la concordia, no hay que volver a hacerlo. Solo hay que conservarlo. No se le pide demasiado

              Este  fragmento de la intervención de Pablo Casado en el Congreso  (30 de junio de 2021) no es  una ocurrencia más del jefe de la oposición para debilitar al gobierno considerado ilegítimo. Resume en gran medida el  ideario de la FAES, el intelectual orgánico del PP en su camino hacia un partido ultraconservador que disputa el espacio a Vox.  Y constituye la manifestación de cómo se ha ido asimilando la política de olvido “puesta en práctica por el gobierno de González-Guerra durante catorce años, a los que siguieron otros ocho de Aznar en los que se promocionó a Moa hasta el punto de sacarlo en la TV pública en horario de máxima audiencia”( Un revisionismo en perspectiva).

 Esta publicación se inicia con el artículo de Lourenzo Fernández Prieto  en el que, entre otras cosas, reflexiona sobre  una narrativa política sin fundamento ni rigor histórico que dificulta la comprensión del pasado: “el relato del pasado incómodo basado en la reconciliación posterior retrotrae al pretérito los valores y, sobre todo, los deseos del presente”, tesis que se desarrolla con mayor amplitud en 1936, un nuevo relato, publicado en este blog. A continuación, Ángel Viñas contesta a las palabras desafortunadas de Pablo Casado. Al final se  indican varios enlaces a otros artículos publicados en «El País», «Infolibre» y ABC (sobre la “contramemoria histórica” impulsada por Vox).

Conversación sobre la historia


 

1936 tiene historia

Lourenzo Fernández Prieto

 

El pasado incómodo tiene historia y necesita una nueva narrativa pública en este punto del siglo XXI. Las declaraciones de Pablo Casado provocaron enfado en historiadores de la Guerra Civil como Julián Casanova y vergüenza en Francisco Espinosa. Pero el escándalo suscitado por la absurda frase ocultó la noticia de que el grupo de extrema derecha del Parlamento Europeo financiará el libro de «contramemoria histórica» de un par de historiadores revenidos y de una docena de propagandistas vinculados al partido neofalangista español. Los historiadores están tan encantados con el interés por el pasado como precavidos con su abuso interesado.

Pasado. No hubo una guerra que hubiera comenzado o estallado hace ochenta y cinco años, sino un golpe de Estado en cuarteles, guarniciones y arsenales contra las autoridades militares, para derrocar a las autoridades políticas. Nada tuvo de civil y menos de fratricida, salvo para la literatura y el NODO del tardofranquismo. Los recuerdos familiares saben muy bien que cada uno estuvo «donde le tocó caer». Aquella guerra comenzó a finales de ese mismo año, cuando los militares insurgentes aceptaron el fracaso de las cuatro columnas con las que atacaron Madrid, y se explica en el contexto del ascenso del fascismo que las democracias aún querían apaciguar para mantener la paz. La ganaron los fascistas, que apoyaron al bando que les ofreció un nuevo aliado -y no pequeño- que además les facilitó un acuerdo definitivo en el teatro geoestratégico de la época.

Presente. Desde la recuperación de la democracia, ni los historiadores hemos sido capaces de establecer la superioridad histórica y política de la democracia republicana. El peso de la reconciliación, como base de la democracia actual, ha pasado en cuarenta años de instrumento político para la consecución de las libertades por parte de la oposición antifranquista al tótem de una narrativa política sin fundamento ni rigor histórico que dificulta la comprensión del pasado. El relato del pasado incómodo basado en la reconciliación posterior retrotrae al pretérito los valores y, sobre todo, los deseos del presente. La historia ficción fácil de consumir, se impuso en el relato del pasado al servicio de la política de reconciliación sobre tres ideas ligadas: todos cometieron barbaridades, pero eran hermanos y por tanto supieron reconciliarse al final. Y convive con la historia de bando, destinada a contar las barbaridades respectivas, con la condición de servir también al presente relato reconciliador. Estas dos visiones del pasado, la de la ficción y la de barbaridades irrepetibles, también pueden servir a la narrativa política de los propios y al combate de los ajenos. Para entender la superioridad política de la República en la guerra, la nueva historiografía busca explicar quiénes son los verdugos de las víctimas, sus por qués y cómo la República nunca tuvo una política de persecución y matanza. Cómo nunca utilizó el bombardeo de ciudades como estrategia de guerra. Cómo garantizó el derecho de asilo en las embajadas de Madrid a miles de refugiados. Investiga el fundamento democrático del presente en la elección de lo que explora. Historia.

Fuente: La Voz de Galicia, 6 de julio de 2021

Traducción del autor

Pablo Casado en una imagen divulgada en el twitter del PP en junio de 2018

Ante unas palabras desafortunadas del líder de la oposición

 
Ángel Viñas

 

En la reciente sesión de Cortes el Sr. Pablo Casado se ha referido a la guerra civil. La ha caracterizado como una lucha entre quienes «querían democracia sin ley» y quienes «querían ley sin democracia». Las reacciones contrarias han sido fulminantes. Merece un suspenso en Historia de España y, quizá, también en Historia del Derecho.

En las raras ocasiones en que me he sentido inducido a referirme al líder de la oposición he subrayado una cualidad que siempre me ha dejado ojiplático: fue un estudiante de Derecho tan superdotado que aprobó la segunda mitad de la licenciatura de una tirada y en un curso. Yo me he preciado de mi buena memoria (hoy algo peor de lo que fue) pero confieso que no hubiera sido capaz de tal proeza. No estudié Derecho pero sí llegué a saberme de memoria la Ley de Sociedades Anónimas de 1951 más las disposiciones sobre otros tipos de sociedades mercantiles del Código de Comercio de la época. Y, ciertamente, memoricé como un papagayo todos los temas (salvo uno) de las oposiciones a un cuerpo de la Administración y los tres primeros ejercicios (tres horas de duración) de las de Cátedra.

Es decir, imagino que el Sr. Casado, dotado de envidiables facultades tan hipermnésicas como se decía que las tenía quien fue ministro de (Des)información y Turismo y fundador del antecedente de su partido, preparó a conciencia su intervención en el Parlamento (si bien da la impresión por las imágenes que he visto que, prudente orador, se llevó consigo algunas cuartillas). Por aquello de los nervios.

Después de haberme dejado las pestañas en casi cuarenta archivos españoles y extranjeros a lo largo de unos treinta años estudiando los orígenes y desarrollo de la guerra civil y de la subsiguiente dictadura me siento en condiciones de lanzar al Sr. Casado, o a sus historiadores de corte, un pequeño desafío: que demuestre documentalmente su doble aserto.

La guerra civil no se produjo espontáneamente. Fue el resultado de una conspiración monárquica, militar y fascista. Comenzó tibiamente en el primer año de vida de la República, tomó viento en el extranjero al siguiente y, tras la amnistía otorgada por el primer Gobierno Lerroux, sus responsables se trasladaron a España. A partir de 1934 se aproximaron a la Italia fascista y crearon una organización subversiva en el seno del Ejército. En octubre de 1935 se informó a Mussolini que, si las izquierdas volvían al poder aunque fuese por medio de elecciones, los monárquicos y militares se sublevarían.  Así, pues, de generación como respuesta a los desórdenes públicos en la primavera de 1936, rien de rien.

El asalto al régimen democrático y al gobierno constitucional fue liderado por militares y políticos monárquicos, más o menos fascistizados, que lo justificaron con pretextos espurios: entre ellos, la amenaza roja (incluso soviética) que supuestamente se cernía sobre la patria. Con la idea de seguir las desangeladas palabras de uno de los conspiradores y alcanzar la victoria tras una guerra corta.

¡Ay! Una parte del pueblo español no rindió las armas y tampoco anticipó los casos de Austria o Checoslovaquia años más tarde. El gobierno legítimo se vio, no obstante, dejado en la estacada por sus aliados naturales: franceses, británicos y norteamericanos y condenado a su suerte en virtud de la política de no intervención. Naturalmente, con el indisimulado regocijo de nazis y fascistas que fueron poco a poco acentuando su ya bien demostrado desprecio a las democracias. Cero patatero, pues, al señor Casado en la primera parte de su desafortunada formulación.

Un cero quizá matizado en la segunda, porque los sublevados retorcieron torticeramente la ley, declararon como tales a quienes no se les unieron y empezaron, desde el primer momento, una «limpia» sin paralelo en la historia de España. Bajo el manto de una hoy inconcebible subversión del derecho, apoyado después por el Francoprinzip (aplicación castiza del Führerprinzip). Y, sin olvidar, bendecidos por la Iglesia católica española de la época.

Los sublevados se dotaron de una ley, la suya, fuera de todo control que no fuera el propio. Con ella en la mano subsistieron hasta prácticamente 1948. Entonces se dignaron sustituir el bando de guerra por otro sistema en el que solo varió la invocación jurídica porque, aunque la guerra había terminado casi diez años antes, la campaña contra el rojo debía continuar.

En resumen: es arriesgado querer subsumir en una frase de pocas palabras más de cuarenta años de historia.  Hay que tener para ello una habilidad especial. El Sr. Casado es muy dueño de creer que la tiene. Debe, sin embargo, aguantar que mucha gente, y entre ella muchos historiadores, pensemos que la ha destilado en una formulación escasamente afortunada.  Sugerencia: que lea más historia o busque mejores preparadores de discursos.

Fuente: Público 1 de julio de 2021

Santiago Abascal y Pablo Casado (foto: Efe)

Enlace a las reacciones de los historiadores Julián Casanova, Ángel Viñas y Enrique Moradiellos y de representantes de otros partidos al discurso de Pablo Casado:

Los historiadores desmienten a Pablo Casado: “La Guerra Civil la provocó un golpe de Estado” (El País 30 de junio de 2021)

Enlace al artículo de Ángel Munárriz:

La victoria de «los moas»: el revisionismo alcanza la cúspide de la derecha española (InfoLibre 3 de julio de 2021)

Enlace sobre la «contramemoria histórica» impulsada por Vox:

Vox impulsa la «contramemoria histórica» para dar la batalla cultural a la izquierda (ABC 30 de junio de 2021)

Portada: Pablo Casado interviene en el Congreso (foto: Congreso)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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1 COMENTARIO

  1. Casado no estudio historia de España no fue guerra civil fue un golpe de estado a la República franco y sus secuaces formaban parte del ejército de la republica.Franco persiguió asesinó a todo aquel que se opusiera lo primero que hizo asesinar a los maestros mi madre es de orense y me contó gracias a la república tuvieron escuela en el pueblo para chicos y chicas mi familia fue tildada de roja y vinieron a buscar a todos aquellos que eran republicanos mi abuelo estuvo 3 años en ls carcel y mi tio el unico varón en la familia profugo porque no se presentó a filas

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