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Conversación sobre la historia
Kostis Kornetis*
El pasado 24 de julio, Grecia conmemoró 51 años desde el fin de la dictadura de los coroneles (1967–1974) y el inicio de su transición a la democracia. Aquel día de 1974 no solo marcó el retorno a un régimen parlamentario, sino también el comienzo de un complejo proceso de reconstrucción institucional, social y simbólica en un país profundamente herido. Grecia, tras Portugal, fue el primer país del sur de Europa que dejó atrás una dictadura en el último tercio del siglo XX, anticipando la transición española (1975–78).
La dictadura griega de 1967–1974, también conocida como la dictadura de los coroneles, representó una ruptura radical con la tradición política de Grecia. En un contexto de creciente polarización y temores a la expansión del comunismo en el país, casi veinte años después de la derrota comunista en la guerra civil griega (1946-49) un grupo de oficiales del ejército, bajo el liderazgo de Georgios Papadopoulos, dio un golpe de Estado que suspendió la frágil democracia y estableció un régimen autoritario. Esta dictadura se insertó en un patrón más amplio de regímenes autoritarios en el sur de Europa, que compartían un fuerte anticomunismo, militarismo y nacionalismo. Sin embargo, en comparación con España y Portugal, la dictadura griega fue relativamente breve y tuvo una caída abrupta, impulsada en gran parte por la crisis de Chipre en 1974, que desató una serie de eventos que culminaron en la restauración de la democracia. Tras apoyar inicialmente el golpe de los coroneles, el rey Constantino II huyó del país luego de un contragolpe fallido y mal organizado, y Grecia (convertida en república por un referéndum de dudosa validez en 1973) abolió definitivamente la monarquía mediante el plebiscito democrático de diciembre de 1974.
El 24 de julio de 1974 marcó la restauración institucional de la democracia en Grecia tras la caída de la dictadura de los coroneles bajo el liderazgo del viejo político conservador Konstantinos Karamanlis, una fecha celebrada oficialmente como el regreso a un régimen parlamentario y la estabilidad política. Sin embargo, esta fecha institucionalizada, aunque fundamental para la reconstrucción del país, representa más la victoria de las élites políticas que el reflejo de la lucha popular. En contraste, el 17 de noviembre, día del levantamiento estudiantil en el Politécnico de Atenas en 1973, se ha convertido en un símbolo de la resistencia desde abajo, una memoria popular que conmemora la valentía de los jóvenes y la sociedad civil que se levantaron contra la dictadura. Mientras el 24 de julio celebra la transición política desde las instituciones, el 17 de noviembre refleja la lucha y sacrificio del pueblo por la democracia, ofreciendo una visión alternativa de la ruptura con el autoritarismo.

De hecho, algunos argumentan que el verdadero “superego” de la transición griega no reside en el 24 de julio, sino en el 17 de noviembre. La fecha del Politécnico se ha consolidado como un recordatorio constante de que la democracia no fue solo el resultado de un proceso institucional desde arriba, sino también una conquista popular obtenida por la resistencia de la sociedad civil. Este contraste entre ambas fechas refleja las tensiones de la memoria colectiva griega, donde, a pesar del simbolismo oficial del 24 de julio, el 17 de noviembre sigue siendo una fecha crucial para la memoria democrática, pues encarna el espíritu de lucha y de superación popular frente al autoritarismo. En este sentido, uno de los logros más destacados de Grecia fue la institucionalización del levantamiento estudiantil en el Politécnico de Atenas el 17 de noviembre 1973 como fiesta nacional, un día para recordar la resistencia estudiantil y la lucha por la democracia. Los rituales de conmemoración, como las ceremonias del Politécnico, no solo sirvieron para honrar a los muertos, sino también para fortalecer la identidad democrática de la nación.
A pesar de que Grecia, España y Portugal compartieron experiencias autoritarias, los modos en que han abordado su pasado reciente difieren notablemente. En el caso griego, la ruptura con el régimen de los coroneles fue explícita y simbólicamente marcada desde el primer momento. La dictadura fue ampliamente condenada y la resistencia contra ella reconocida como fuente de legitimidad democrática. Se institucionalizó la memoria de la represión y del activismo juvenil; los centros de tortura como el EAT-ESA fueron transformados en espacios de memoria; los responsables de violaciones de derechos humanos fueron juzgados; y la sociedad civil encontró en la cultura, la educación y los rituales públicos mecanismos para procesar ese pasado doloroso.
Ahora bien, esa memoria también ha sido, inevitablemente, selectiva. Se ha centrado en ciertos hitos heroicos, mientras otros aspectos —como la naturaleza ideológica del régimen, su relación con el populismo o su papel en la crisis de Chipre— han quedado menos explorados. Sin embargo, esa elaboración parcial de la memoria no impidió una asimilación social amplia del carácter ilegítimo del régimen. La dictadura griega ha sido y sigue siendo un punto de referencia fundamental en la formación de la cultura democrática del país.

En el caso español, el proceso de transición fue distinto, marcado por una lógica de reforma desde dentro del propio aparato del Estado y por una voluntad explícita de evitar el enfrentamiento sobre el pasado reciente. La Ley de Amnistía de 1977 permitió la liberación de los presos políticos, pero también bloqueó durante décadas la posibilidad de procesar penalmente los crímenes del franquismo. La justicia transicional, que en Grecia fue limitada pero real, en España quedó postergada.
Durante mucho tiempo, este enfoque fue entendido como necesario para garantizar la estabilidad democrática. Sin embargo, a partir de los años 2000, la demanda de memoria emergió con fuerza desde la sociedad civil, impulsando debates legislativos, investigaciones académicas y políticas públicas. La actual agenda institucional de memoria democrática —a la que tengo el honor de contribuir desde el Comisionado España en Libertad— constituye un esfuerzo valioso y ambicioso para recuperar ese tiempo perdido. La exhumación del dictador del Valle de los Caídos, las nuevas medidas de reconocimiento a las víctimas, la señalización de espacios de represión y la promoción de la educación en valores democráticos son señales de un cambio de época.
No se trata de comparar procesos distintos con vara de superioridad. Cada país ha recorrido su propio camino condicionado por su historia, su cultura política y sus correlaciones de fuerzas. Pero sí es posible —y deseable— fomentar un diálogo entre experiencias. En Grecia, la memoria de la dictadura no solo se construyó internamente, sino que también fue respaldada por un fuerte componente internacionalista. Durante la dictadura, Grecia fue expulsada del Consejo de Europa en 1969 debido al uso sistemático de la tortura por parte del régimen de los coroneles. Este fue un escándalo internacional que alimentó la solidaridad de movimientos de derechos humanos y fortaleció la idea de que la lucha por la democracia en Grecia no solo era una cuestión interna, sino un asunto de interés global. Sin embargo, estos aspectos de la memoria internacional a menudo son poco conocidos dentro del mismo país, a pesar de que constituyen una rica herencia para las generaciones jóvenes que buscan comprender el papel de los derechos humanos en el orden europeo. Esa historia de denuncia y solidaridad internacional constituye un legado valioso para las generaciones jóvenes que buscan comprender el papel de los derechos humanos en el orden europeo.

El proceso de memoria histórica en Grecia sigue siendo un campo de discusión activa, ya que aún persisten debates sobre qué se recuerda y qué se omite. En ese sentido, las lecciones que ofrece la experiencia griega pueden resultar muy valiosas para España, donde el debate sobre el franquismo sigue siendo muy actual y complejo. La experiencia griega muestra cómo la memoria no solo es un tema de confrontación, sino también de construcción cívica y educativa, que debe servir para fortalecer los valores democráticos y evitar los horrores de los regímenes autoritarios del pasado.
Las nuevas generaciones —en Grecia, en España y en toda Europa— tienen derecho a conocer, a preguntar y a imaginar otras formas de narrar el pasado. La memoria democrática no es una carga ni una trinchera: es un terreno de construcción, de aprendizaje colectivo y de responsabilidad ciudadana. No para quedar anclados en el pasado, sino para habitar el presente con mayor lucidez. En ese sentido, medio siglo después, las sociedades del sur de Europa tienen la oportunidad de conversar entre sí sobre sus heridas, sus silencios, pero también sobre sus conquistas. Porque recordar —de manera crítica, plural y documentada— sigue siendo una forma de defender la democracia.
*Kostis Kornetis es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Madrid y asesor del Comisionado España en Libertad: 50 años
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Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: Celebración del triunfo de la opción republicana en el referéndum de junio de 1974 (tovima.com)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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