Artículo de Antonio Bernárdez Sobreira

Una vez hice un crucero. Imagino que conocen la mecánica: cuando se acerca la noche, te sientan para cenar en unas mesas con compañeros aleatorios que no conoces de nada y con los que vas a interactuar durante todo el viaje. En aquel caso éramos tres parejas: con una hubo cierto feeling, con la otra no tanto. Resulta que en una de las cenas surgió como tema de conversación la educación, cuyos problemas fueron resueltos en un periquete con el típico y tópico “lo que hay que hacer….”. Otro día surgió el tema futbolístico, algo sobre la gestión deportiva del Real Madrid de entonces, ante lo cual el tipo de la pareja “antipática” sentenció que no era un tema para tratar por personas sin conocimiento (resulta que había sido jugador y ahora tenía un vínculo profesional con un club con solera de la costa mediterránea venido muy a menos). El sistema educativo sí se toca, el fútbol no.
Por aquel entonces no se utilizaba el concepto “cuñado”, tan hiperexplotado en la actualidad (tampoco eran conocidos Albert Rivera o Pablo Casado, lo que convierte esa época en una especie de “Golden Age”).

El cuñado es una figura arquetípica, imagino que presente en todas las culturas y civilizaciones a lo largo del espacio y del tiempo, especialmente perfeccionada en ese ámbito sociohistórico contemporáneo que algunos vienen en llamar “Españistán”. Misógino, homófobo, xenófobo, irracional, darwinista en lo social (que no en lo científico), el cuñado ofrece soluciones simples a problemas complejos, tanto te arregla un grifo que gotea como te soluciona lo del cambio climático, la inmigración, la inseguridad ciudadana o, por supuesto, la educación. Toda esta larga introducción, casi digresión, viene a cuento porque son recurrentes las voces que claman por una mejora o reforma del sistema educativo, más presentes con el comienzo del curso escolar, como los anuncios televisivos de la vuelta al cole. La última ocurrencia la perpetró uno que trampeó su historial académico, que vaya por Dios, añadiendo gasolina a una situación cada vez más incendiaria en Catalunya por causa de la inmersión lingüística. 

¿Qué ocurre exactamente con el sistema educativo? ¿Por qué este constante clamor por su reforma que se viene reproduciendo en modo bucle desde el lejano 1970? Es difícil responder a estas cuestiones (no tanto como lo del fútbol, que requiere especialistas por lo visto), sobre todo porque la respuesta va a estar muy condicionada por quien asuma el reto. Digamos que la clave está en el papel estratégico que la educación juega en la reproducción del modelo social, luego por tanto en su rol en la construcción de valores y contravalores, en el diseño de consensos o disensos colectivos.  El establecimiento del Estado Liberal vino acompañado de los procesos de nacionalización, el paso de súbditos a ciudadanos (y no olvidemos a productores y consumidores, porque la otra pata de la denominada “modernización” es el desarrollo de la economía capitalista). Junto con la construcción de una estructura “identitaria” (himnos, banderas, lengua e historia comunes….), el proceso de Nation Building se sustenta en una serie de marcos experienciales que ejercitan la convivencia de los ciudadanos para poner en marcha la idea de los nuestros frente a los otros, la alteridad como mecanismo básico de cohesión social.

En este sentido, la escuela primero y el servicio militar después jugaron ese papel de cemento social, contribuyendo a la transmisión de valores colectivos (y mitos) junto con otros factores como por ejemplo la religión. Todo ello coincide, por cierto, con el establecimiento de la prisión como artefacto punitivo por excelencia, constituyendo en conjunto la denominada por Foucault “sociedad disciplinaria”.

Francisco Ferrer i Guardia
Francisco Ferrer i Guardia

El papel de la escuela como transmisora/disciplinadora divergía de las ideas ilustradas de autores como Rousseau, que defendían el proceso educativo como un instrumento emancipador en lo individual y lo colectivo. El siglo XIX y, sobre todo, el XX fueron prolijos en alternativas pedagógicas que partían de la necesidad de construir la persona integral en lugar del súbdito sumiso con el poder político y económico (ciudadano ejemplar/trabajador eficaz, ¿les suena?). En palabras del pedagogo libertario Francesc Ferrer i Guàrdia (1859-1909):

El porvenir ha de brotar de la escuela. Todo lo que se edifique sobre otra base es construir sobre arena. Mas, por desgracia, la escuela puede lo mismo servir de cimiento a los baluartes de la tiranía que a los alcáceres de la libertad. De este punto de partida arranca así la barbarie como la civilización” (Francisco Ferrer Guardia [ed. 1976]: La escuela moderna, Madrid, Júcar, p.39).

Entraban en conflicto dos ideas de progreso. La primera, una concepción que fundamentaba el desarrollo social en el paradigma de la modernidad (Estado Liberal/Economía de Mercado/Sociedad de Clases). La segunda, que pensaba la evolución social desde una perspectiva utópica centrada en el desarrollo personal y la igualdad social. Esta dialéctica va a marcar el debate educativo hasta la posmodernidad, pero resulta muy significativo observar cómo el primer modelo va captando aquellos elementos del segundo que contribuyan a limar las deficiencias del proceso de formación y la conflictividad en las aulas. Así, las técnicas del aprendizaje por descubrimiento de pedagogías rousseaunianas como la Escuela Moderna, la Institución Libre de Enseñanza, Célestin Freinet o Paulo Freire, cada cual con su estilo y sus matices, van a ser incorporadas a la Escuela Obligatoria con el objetivo no de emancipar al individuo o la sociedad, sino de mejorar la eficacia del sistema de transmisión/evaluación de conocimientos y valores.

El modelo educativo liberal refuerza así su vocación totalitaria (el biopoder de Foucault), incorporando aspectos metodológicos de las corrientes críticas para desactivar su potencial emancipador en una maniobra genial de apropiación. El currículum se convierte en un instrumento de control y castigo no sólo del alumnado sino también (lo más importante) del profesorado, lo cual viene reforzado por la burocratización del proceso de enseñanza. Desde una perspectiva utópica, el aprendizaje es resultado de un itinerario que podemos sintetizar así:

  • Descubrimiento
  • Maravilla
  • Interiorización
  • Crítica
  • Acción

Sin embargo, la planificación a partir de currículos cada vez más cerrados, sujetos a sistemas burocráticos de control (rúbricas, reválidas…) y la opción por un modelo de evaluación fundamentado en estándares y competencias demuestran la sumisión cada vez más notoria del modelo escolar a las necesidades del mercado laboral. Cuando los nuevos epígonos del nacionalcuñadismo acusan a la escuela catalana, por poner un caso, de adoctrinamiento, olvidan o ignoran o pasan por alto, a lo mejor porque lo consideran natural, la sumisión de los contenidos al nuevo orden neoliberal, con sus mitos de la eficiencia y el emprendimiento. La desaparición o mutilación de la música, las artes plásticas o la filosofía obedecen a un modelo donde el aprendizaje por descubrimiento, la formación integral de la persona, cede su lugar al entrenamiento de profesionales eficaces. El profesor pasa a ser un “coach” (siguiendo la terminología de moda) que facilita al alumno la superación de pruebas presuntamente objetivas que lo califican para su desarrollo profesional.
escola carca Antonio perez sobera 2


En otoño de 2014 tuve el privilegio de asistir a la extraordinaria conferencia del docente y escritor Ricardo Gómez, La manzana (envenenada) de Blancanieves”, en las V Xornadas de Bibliotecas Escolares de Galicia (7/11/2014).  En esencia, el tema de la misma versaba sobre el conflicto entre el irracionalismo y la Razón a lo largo del devenir cultural del ser humano, destacando la fuerte vinculación entre los modelos educativos y su contexto social. El fracaso escolar o la desidia del cuerpo docente, por ejemplo, serían comprensibles en una sociedad que no pone en valor toda su riqueza cultural más allá de su valor de mercado. Gómez enumeraba una serie de “manzanas envenenadas”, disparando contra la línea de flotación del modelo educativo: el Informe PISA, la burocratización y sumisión del cuerpo docente, la obsesión con el biligüismo anglófilo, el mito digital, la ideología implícita. Si uno observa los cursos de formación del profesorado, notará que estas manzanas están más que presentes en los programas, brillando por su ausencia lo que hasta final de siglo era fundamental en la formación: la reflexión sobre el sentido de la práctica docente y la necesidad de establecer una base pedagógica coherente, es decir, el marco teórico. 

Lo que Gómez proponía, en consonancia con las corrientes utópicas de la educación, era recuperar el carácter emancipador del aprendizaje (recordemos como en la génesis del movimiento obrero fueron fundamentales las escuelas para la alfabetización de adultos), lo que para mi supone superar un sistema educativo que está formando súbditos pasivos (la ilusión o espejismo de que el sujeto paciente es agente por el acto de meter una papeleta en una urna) para formar ciudadanos activos, críticos y responsables, restaurar la comunidad frente al ultraindividualismo darwinista y disgregador, basado en el miedo y la lucha de todos contra todos.  En esta línea, el carácter perverso de los recortes no reside tanto en las limitaciones materiales (en Galicia andamos sobrados de material informático, incluso con sótanos llenos de ordenadores obsoletos e inutilizados) como en la limitación del número de profesionales docentes, el incremento de la ratio de alumnado por profesor (con la perversidad a mayores de no contabilizar los repetidores) y la implantación de unos horarios que dejan poca opción al trabajo por proyectos. La consecuencia de todo ello es el fracaso escolar, con frecuencia patologizado bajo todo tipo de casuísticas, ocultando muchas veces la inadecuación del currículum a las características reales del alumnado.

Mi experiencia de años como docente en prisión y régimen de adultos me ha llevado a intuir que hay una relación directa entre clase social, fracaso escolar y delincuencia, así como a reafirmarme en el potencial emancipador de la educación cuando se hace un uso flexible del currículum, cuando el examen juega un papel secundario frente a otros sistemas más basados en el estímulo que en el control. Tenemos como sociedad una asignatura pendiente que no vamos a solucionar a base de más ordenadores y más inglés al tiempo que menos humanidades y menos artes. Tenemos como sociedad la obligación de formar a las generaciones venideras en el respeto por la diversidad, la empatía y la reflexión, en la sensibilidad ante el patrimonio, en la sostenibilidad de nuestras acciones. Lo peor que podemos hacer es dejar estas prioridades en las manos de los cuñados. Ellos, que solucionen lo del fútbol y si acaso que se vayan de crucero.

1 COMENTARIO

  1. “El porvenir ha de brotar de la escuela. Todo lo que se edifique sobre otra base es construir sobre arena. Mas, por desgracia, la escuela puede lo mismo servir de cimiento a los baluartes de la tiranía que a los alcáceres de la libertad. De este punto de partida arranca así la barbarie como la civilización” (Francisco Ferrer Guardia [ed. 1976]: La escuela moderna, Madrid, Júcar, p.39).
    Mucho me temo que esa escuela, cosntruida desde el Estado, dara oscuros frutos, pues todo lo que venga de ese Ente y no de directamente de la gente, del pueblo, de la colectividad, del comunal, sera puro adoctrinamiento, buenista o no, pero adoctrinamiento.
    El que la escuela o la enseñanza sea autenticamente un sistema que ayude a la fiormacion emancipadora solo podra surgir de una economia comunalista, autogestyionaria, no financierista,.. Estas condiciones , de forma limitada, existieron en el pasado, pero hace tiempo que no existe ya ni siquiera una sociedad que piense en ello. Estamos tan imbuidos en mercado y Estado que tal posibilidad se ve como retraso y algo exotico inalcanzable.
    Asi pues solo nos queda el adoctrinamiento. Ya puestos mejor que sea buenista u humanista.

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