El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza
Conversación sobre la historia
Presentamos dos artículos que enfocan el racismo y la nueva explotación colonial como fenómenos propios del sur profundo y de la periferia de España y Portugal. González Ruibal, Premio de Nacional de Ensayo 2024, los ve como algo no muy distinto del colonialismo clásico, cuyos rasgos principales eran la ocupación de un territorio y la explotación de la mano de obra local, junto con la segregación social y espacial. El Algarve está ocupado hoy por hoteles de lujo e invadido por colonos de rentas altas o altísimas. El profesor Villacañas se centra en la prohibición de celebrar la fiesta del cordero en el polideportivo de Jumilla. Allí el nuevo colonialismo, además de apropiarse de la fuerza de trabajo, busca anular la identidad cultural del inmigrante, una forma más -quizá la más violenta- de afirmar ese dominio. Una dañina propensión a crear problemas donde no los hay, que ha sido condenada hasta por la Conferencia episcopal.
Conversación sobre la historia
———————————————————————————————————
De vacaciones en las colonias
Alfredo González Ruibal
Investigador científico, Incipit-CSIC
Aprovechando un congreso de arqueología africana, he estado de vacaciones en las colonias. Pero no en las de África, sino en las de aquí, en las de la Península Ibérica. Concretamente en la región del Algarve, donde se celebró el evento.
Porque el Algarve no es Portugal. Es tierra colonizada. No solo eso, es un ejemplo clásico de colonialismo moderno, que se puede definir como el proceso de ocupación de territorios extranjeros, de expropiación de recursos humanos y materiales en dichos territorios y de creación de un régimen de segregación basado en asimetrías económicas, sociales y raciales. Lo que voy a describir no difiere en nada de lo que se puede encontrar en Baleares, Canarias o diversos puntos de la costa mediterránea.

Y tan en marcha. En el hotel tengo la sensación de estar en una plantación del sur de EEUU en 1860 o en un rancho de las tierras altas de Kenia en 1930: los mismos siervos, los mismos señores; los mismos gestos serviciales por parte de unos, los mismos gestos displicentes por parte de otros. La jerarquía de la colonialidad no solo coloca a cada uno en su sitio por su raza y etnia, sino que moldea de forma distinta subjetividades y cuerpos.
En el Algarve, los subalternos que no trabajan en la hostelería lo hacen en las plantaciones, que también las hay. Mientras los blancos disfrutan del ocio, la población racializada, casi toda procedente de las excolonias, trabaja de sol a sol en invernaderos, a suficiente distancia para no molestar a los señores. No hay segregación social sin segregación espacial.
La población local, mientras tanto, brilla por su ausencia, excepto la que sirve a los amos. No está porque no puede estar. Todo el territorio se encuentra invadido por colonos de rentas altas o altísimas —el 25% de los residentes— que copan el mercado de la vivienda. Además de los hoteles, el paisaje es una sucesión de villas de lujo con precios que oscilan entre los dos y los diez millones de euros. El colonialismo de asentamiento no siempre funciona a través del genocidio: también utiliza otros métodos de exclusión para extirpar a la población local o reducirla a servidumbre: el engaño, la corrupción y la colaboración de las élites nativas.
No hace falta saber mucho de edafología para concluir que las villas se han instalado en terrenos yermos que durante milenios no valieron nada. Tampoco hace falta ser historiador para deducir que los colonos les compraron las tierras a los indígenas por mucho menos de lo que valen hoy. Ahora las gestionan empresas inmobiliarias y fondos de inversión desde la city de Londres. Los portugueses tienen las mismas posibilidades de recuperar el Algarve que los indios Lenape de recuperar Manhattan.
Una vez libre de nativos, el paisaje se ha ido construyendo para satisfacer el imaginario colonial, como sucedió en otras partes del mundo. Porque de la misma manera que a los colonos no les interesa la cultura local, no les interesa el paisaje local. Están allí porque hay sol y playa, igual que los colonos de Virginia estaban allí porque había tierra fértil y los de Sudáfrica porque había diamantes. El colonialismo moderno es la paradoja de querer apropiarse de un sitio del que se desprecia prácticamente todo.

Así pues, de la misma manera que los franceses convirtieron la costa argelina en una copia de la Riviera, los neocolonos del Algarve han transformado los territorios invadidos en una réplica del sur de California. Palmeras, plantas exóticas, chalés Spanish style, pistas de golf, clubs pijos, restaurantes internacionales a precios delictivos, carteles en inglés.
Los carteles son importantes porque todo colonialismo es una forma de inscribir el paisaje: para apropiarse simbólicamente del territorio, para hacerlo comprensible y para sentirse en casa. Los carteles del Algarve cumplen las tres funciones. Transmiten el mensaje de que si uno es extranjero y con la nacionalidad y la renta correctas (que implica también un color de piel adecuado), entonces está en su casa. No invitado en un país extraño, sino en casa.

Chega no va a salvar el país de quienes se han adueñado de él con fajos de billetes y especulando, sino de los siervos inmigrantes que lo sostienen; el 20% de los trabajadores de la construcción, el turismo y la agricultura en Portugal está en riesgo de pobreza. De lo que se van a encargar Chega y sus socios es de que quienes trabajan de sol a sol nunca puedan llamar a Portugal su casa. Para eso hay que pertenecer al grupo correcto en la jerarquía de la colonialidad. Porque a la expropiación que llevan a cabo las élites, el nacionalismo de ultraderecha nunca tendrá nada que objetar.
Fuente: Público 7 de agosto de 2025
Descubre más desde Conversacion sobre Historia
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.


























