Los archivos de mañana están en peligro hoy por la apropiación de la documentación por parte de los cargos públicos y por la creciente digitalización. Poco a poco vamos perdiendo trozos del pasado, como analiza JAUME CLARET. Pero existe un peligro mayor si se aplica la censura contra la discrepancia o por “normas comunitarias” de las redes sociales. FACEBOOK ha bloqueado temporalmente el blog para publicar y compartir como tal sus entradas. Rogamos se difunda la publicación vía post particular de esa red o compartiendo el de un amigo, además de hacerlo por otras redes sociales.
Jaume Claret
La vida siempre ha sido materia literaria, pero en los últimos años la inflación de la literatura del yo se ha convertido en avalancha. Y, entre la abundancia, siempre se pueden encontrar escritoras interesantes como Annie Ernaux (Lillebonne, 1940), premio Nobel de Literatura en 2022 y presente en Barcelona antes del verano. Entre nosotros, quizás José Carlos Llop (Palma, 1956) sea uno de los mejores ejemplos de este caminar juntos la memoria y la letra impresa. Con más reconocimiento en Francia que en España, en un libro-entrevista (Elba, 2020) a cargo de los también mallorquines Daniel Capó y Nadal Suau afirmaba que la escritura nos descubre: «todo aquello que desconocemos de nosotros mismos. Es decir, todo lo que no sabemos que sabemos y descubrimos escribiendo».
Fascinado por los diaristas —él mismo ha publicado cinco volúmenes de propios (1990-2006)—, también ha practicado la traducción, la poesía —en 2022 se publicaba su obra poética completa en Mediterráneos, FJML—, el ensayo e, incluso, la dramaturgia —con la pieza en catalán La nit de Catalina Homar, estrenada en 2017 en el Teatro Principal de Palma y publicada en Lleonard Muntaner. Aun así, ha sido en la narrativa donde su impacto ha sido mayor y donde se evidencia el estrecho vínculo entre su vida y su literatura. Para quien no lo conozca, tres más una son, a mi parecer, sus obras imprescindibles.
La tríada estaría conformada por El informe Stein (Anaya & Mario Muchnik, 1995), Háblame del tercer hombre (El Aleph, 2001) y Solsticio (RBA, 2013), consagradas a novelar la vida familiar y personal para, a partir de hechos vividos o narrados, inyectar la memoria de elementos de ficción, de evocaciones de otros mundos y de tránsitos entre realidad e imaginación. Cómo comenta el antes citado Capó, «la obra de Llop se sustenta sobre esta doble vertiente: por un lado, la consciencia dolorosa de la vida y, por otro, la necesidad de la memoria —y de sus frutos, en forma de belleza y sentido— para recomponerla». El añadido seria, sin duda, En la ciudad sumergida (RBA, 2010) donde regala a la capital mallorquina un libro fascinante que es homenaje y vindicación.
Después de pasar por varios sellos y una larga etapa en RBA, desde hace unos años se ha consolidado en Alfaguara, que ha recuperado los títulos antiguos, y acaba de publicar Si una mañana de verano, un viajero. Detrás este guiño al clásico de Italo Calvino, Llop ofrece una nueva recreación novelística de un episodio íntimo, en este caso la casa de los veranos en la que durante tres décadas ha escrito su obra, consciente de que «escribir es una forma de impedir la disolución de nuestra experiencia».
Levantar acta de la propia memoria
No solo los novelistas revisitan su pasado. También lo hacen las llamadas personas públicas. Este sería el caso de Pere Portabella (Figueres, 1927). Desde hace unos años, el casi centenario cineasta y activista ha invertido tiempo y recursos en llevar registro de su polifacética vida y, al mismo tiempo, ha seguido con atención cualquier mención relativa a él o a su obra. Ninguna referencia en el mundo digital o real escapa a sus ojos y, de este modo, queda anotada, respondida, matizada o incorporada al legado del ampurdanés.
Precisamente, el reciente Impugnar las normas (Galaxia Gutenberg, 2024) es una muestra de esta preocupación por facilitar el acceso público y, a la vez, mantener el control sobre la propia memoria. De la mano cómplice del historiador y director de la Filmoteca, Esteve Riambau (Barcelona, 1955), se ofrecen tres grandes agrupaciones de textos sintéticamente contextualizados, generados por el mismo Portabella. Se trata de «Relámpagos en las tinieblas (1959-1977)», «Su seoría (1977-1984)» y «Al otro lado del puerto (1989-2017)». Pese a las inevitables reiteraciones, la lectura global ofrece un perfil con dos constantes: un compromiso cívico-político por la unidad y el progreso, y una mirada propia basada en la colaboración artística.
Junto con los fragmentos más programáticos, respecto de sus posicionamientos ideológicos o de sus postulados cinematográficos, al lector curioso sobre todo lo atraerán las interioridades sobre la producción de los filmes de Luis Buñuel o Carlos Saura, las complicidades y los encontronazos con Joan Brossa, Carles Santos o Joan Miró, las negociaciones para llevar a buen puerto la Assemblea d’Intel·lectuales y la de Catalunya (la histórica) o el regreso del president Josep Tarradellas, la creación de su filmografía, o los trabajos y discusiones políticas como parlamentario y como presidente de la Fundación Alternativas. Con buen criterio y después de un breve prólogo, Riambau sitúa como introducción «Davant d’un foli en blanc» (Ante un folio en blanco), discurso de investidura como doctor honoris causa por la UAB del mismo Portabella. Allá, en esencia, está todo.
Por desgracia, esta sistematización de Portabella es más excepción que norma, especialmente entre la clase política. A pesar de que últimamente han surgido archivos por todas partes que recogen documentación de los representantes públicos —desde la Universidad de Navarra, donde se reúnen varios fondos personales, al Archivo de la Democracia de la Universidad de Alicante, pasando por las desbordadas e infra financiadas instituciones públicas—, son muchos los papeles que se pierden para la ciudadanía y para la historia, sea porque se destruyen, sea porque se privatizan.
En la Cataluña autonómica, por ejemplo, hemos visto de todo al respecto. En el caso del president Tarradellas, mientras que parte del archivo administrativo de la Generalitat provisional quedó en el Palau, el histórico proveniente del exilio, así como parte del político y personal fue librado excepcionalmente —y con polémica— al monasterio de Poblet, donde se constituyó el Arxiu Montserrat Tarradellas i Macià en 1981. Más tarde, sus fondos se han visto enriquecidos con aportaciones históricas y contemporáneas y, finalmente, en 2017 se firmó un primer convenio con el Arxiu Nacional de Catalunya (ANC) que ha normalizado la relación.
En los casos de los presidents Jordi Pujol, José Montilla y Artur Mas, han ido ingresando los legados propios (2003, 2010 y 2017, respectivamente), con diversos grados de restricción y de complejidad. Solo Pasqual Maragall se preocupó por la cuestión impulsando, dentro del marco de la Ley catalana 10/2001, de que un archivero reuniera, además de la documentación administrativa conservada por defecto, todos los fondos previos repartidos entre instituciones, así como copia de todo lo generado desde Presidencia, tanto en soporte físico como digital (2006). Este esfuerzo está hoy disponible en formato en línea y en la sede del ANC. De este archivo se han beneficiado investigaciones recientes como la publicación Pasqual Maragall y la Europa próxima de Paola Lo Cascio, Andreu Mayayo y Óscar Monterde (RBA, 2024).
Tampoco posteriormente se ha generado una normativa precisa sobre los legados presidenciales. Lejos queda la omnipotencia de la agencia estadounidense NARA (National Archives & Records Administration) capaz de imponer a Barack Obama el cambio de móvil para registrar toda su vida digital, o de perseguir a Donald Trump y a Joe Biden por llevarse documentación a casa.
¿Y en España? Los archivos de los presidentes Leopoldo Calvo Sotelo y Adolfo Suárez parecen haber quedado en manos de las familias, y son frecuentes los rumores sobre una posible venta. Por su parte, Felipe González y José María Aznar se los han llevado a sus fundaciones para, con subvenciones privadas, digitalizarlos y —previa purga— ponerlos a discrecional disposición de los investigadores e interesados. En resumen, los archivos de mañana están en peligro hoy por la tradicional apropiación de la documentación por parte de los cargos públicos y por la creciente digitalización de nuestro mundo. Poco a poco perdemos trozos del pasado
Fuente: Política & Prosa 31 de agosto de 2024
Portada: Pere Portabella durante la presentación en el Museu Can Framis de Barcelona de Cinema, art i política, una retrospectiva de los trabajos del cineasta y político a partir de sus archivos personales (Fotografía: José A. Santos/Política & Prosa)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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La ley de patrimonio de 1985 ordena que la documentación de quienes han ocupado cargos públicos permanezca en el despacho oficial o bien pase a archivos públicos. La idea es que forma parte de los bienes públicos comunes. Pero se da el frecuente caso de que entidades particulares (universidades públicas o privadas, fundaciones, monasterios) o incluso las familias custodian documentos oficiales de distinto origen, desde las secretarías de Franco a jefes de gobierno posteriores, pasando por multitud de ministros y altos cargos, tanto civiles como militares, lo que, además de una ilegalidad, constituye una traba para la investigación y la memoria histórica. Los abogados del Estado y la Secretaría de Memoria Democrática tendrían ahí un buen campo de acción. (Véase Antonio González Quintana, Sergio Gálvez Biesca y Luis Castro Berrojo [dirs.], El acceso a los archivos en España, fundación Francisco Largo Caballero y fundación Primero de mayo, Madrid, 2019, disponible en línea).