“¡Hurra, estamos vivos!”. Sobre Ernst Toller

 

La república de Weimar (1918-1933) es uno de los periodos más convulsos y, a la vez, más creativos de la historia de Alemania. Los efectos de la guerra y la derrota, así como la Gran depresión movilizaron a una sociedad de masas y se dejaron sentir en una pléyade de artistas, científicos e intelectuales vanguardistas (Bauhaus, expresionismo pictórico y cinematográfico, nuevo teatro de Piscator, Brecht o Toller). Este artículo ofrece una semblanza de la poliédrica actividad de Ernst Toller (1893-1939) como soldado, revolucionario consejista en 1919, militante del SPD, pacifista, poeta y dramaturgo. Judío perseguido, emigrado y suicida (como su contemporáneo Stefan Zweig) fue también profeta: intuyó la deriva catastrófica del fascismo emergente y para impedirla reclamó la unión de las fuerzas democráticas y de izquierda en los países occidentales. Un mensaje sin duda pertinente en la situación actual.

 

Lionel Richard

 

Hace ahora medio siglo, el público parisino descubría un espectáculo contundente: Toller, scènes d’une révolution allemande (“Toller, escenas de una revolución alemana”), de Tankred Dorst. Una sucesión de escenas que, a través de personalidades históricas, reflejaba las etapas de la revolución bávara “de los Consejos”, del 7 de abril al 3 de mayo de 1919, describiendo, con ritmo convulso, un levantamiento fallido contra la sociedad capitalista. Este fresco de cuatro horas de duración fue dirigido por Patrice Chéreau, quien también interpretaba el papel del héroe: el estudiante Ernst Toller, presidente de las provisionales autoridades revolucionarias durante menos de una semana y condenado a cinco años de prisión por un consejo de guerra.

Chéreau había presentado el espectáculo primero en Milán, en el Piccolo Teatro, en 1971. Lo volvió a representar en el Théâ­tre National Populaire de Villeurbanne en 1973 y en París, en el Odéon, el año siguiente. En Le Monde del 24 de abril de 1974, la crítica Colette Godard distinguió dos apuestas escenográficas: en Milán, la descripción de “la impotencia de los intelectuales burgueses ante una tarea pendiente”; en el estreno en Francia, la historia de “un éxito: el de una utopía materializada y mantenida durante un mes”. Para los biempensantes horrorizados por los consejos obreros, se trató de un drama que una banda de iluminados convirtió en tragedia cuando los partidarios de la transformación de la vida social creyeron asistir a la materialización de un sueño, fugaz pero suficiente, para alimentar la nostalgia de un futuro mejor. Así pues, Toller, ¿“pionero de las luchas de un tiempo pasado o compañero de lucha del presente”? Esta es la disyuntiva que planteó en 1978 la historiadora Waltraut Engelberg (1)]. En definitiva, ¿un episodio pretérito o un legado útil para intentar construir un futuro habitable?

Nacido en 1893 en el seno de una familia judía de Prusia Oriental, la infancia de Toller estuvo marcada por el deseo de integrarse en la burguesía de la Alemania imperial. Se matricula en la Facultad de Letras de Grenoble en abril de 1914. La guerra estalla en agosto. Voluntario, parte al frente en 1915 lleno de entusiasmo belicista. Herido, enfermo, lo mandan a casa en 1916 y retoma sus estudios de derecho y letras en Múnich. Lento giro hacia el pacifismo y participación en las huelgas de octubre de 1918. Reenganchado, encarcelado, liberado tras simular locura, se involucra en la revolución en curso bajo la bandera socialista (de izquierda) de Kurt Eisner. La República de los Consejos se proclama el 7 de abril de 1919 y es aniquilada en mayo. Toller es arrestado el 4 de junio de 1919.

“10.000 marcos de recompensa. Por alta traición. Ernst Toller” 15 de mayo de 1919. Diario de la policía de Baviera. (Wikimedia Commons)

Cuando sale de prisión en julio de 1924, debe su fama como escritor a poemas –El libro de las golondrinas, publicado tres meses antes de su liberación– y, sobre todo, a una obra de teatro, La transformación, escrita a partir de 1917 y representada en Berlín en octubre de 1919. La evolución del personaje de Friedrich, aprendiz de escultor, es la del propio Toller. Soldado patriota reconvertido en activista de la no violencia, aboga por un evangelio humanista. El drama participa de la corriente estética entonces en boga, el expresionismo. Triunfa entre los jóvenes espectadores berlineses en tanto manifestación de la danza macabra de la época.

Toller escribe otras cuatro obras mientras está detenido. Hinkemann y Hombre-masa tienen la guerra como trasfondo, la coyuntura revolucionaria con sus antagonismos, el debate de ideas ­entre personajes. Y el dolor de estos. Los destructores de máquinas, más clásica, transcurre en la Inglaterra del siglo XIX y recrea la industrialización en curso, la revuelta de los obreros frente a la sacralización de las máquinas. Wotan desencadenado es una comedia costumbrista. Un peluquero, Wilhelm Wotan, se cree el hombre providencial. Toller se burla de la fascinación alemana por la superchería irracionalista con premonitoria clarividencia.

Cuando recupera su sitio en la nueva Alemania, la de la República de Weimar, ya no tiene ataduras… Era miembro del Partido Socialdemócrata Independiente (USPD), el de Eisner, surgido del Partido Socialdemócrata (PSD), pero lo abandona en la primavera de 1924. Ya solo se involucra en campañas de protesta o solidaridad. Su tarea, piensa, consiste en contribuir a la unidad del proletariado, condición primera de la victoria.

La puesta en escena de Karlheinz Martin de “Transformación en Berlin”, con Fritz Kortner como soldado licenciado, 30 de septiembre de 1920. (Wikimedia Commons)

La posibilidad de una segunda guerra mundial le obsesiona. En 1929 advierte: “Estamos en el umbral de un periodo de dominación de la reacción” (2). Dos años más tarde, profetiza: un hombre –Adolf Hitler– aguarda a las puertas de Berlín ser entronizado como canciller. El tiempo de las rebeliones y luchas aisladas en las barricadas ha pasado, alerta en junio de 1932; solo los revolucionarios románticos pueden aún creer en ellas. Conducir a los fascistas al fracaso implica “la creación de una organización que una al conjunto de la clase obrera, con objetivos de lucha concretos y claramente definidos” (3). No será el caso. Hitler llega al poder y, el 28 de febrero de 1933, la estratagema nazi del incendio del Reichstag lleva a una primera oleada de detenciones. Pero cuando tras el incendio un escuadrón de la Gestapo se presenta en su domicilio, Toller está en Zúrich para realizar una conferencia  radiada: la lista de personas que había que arrestar se había preparado de antemano. “Mi apartamento fue saqueado hasta la última camisa, hasta el último manuscrito”, escribe en una carta del 31 de diciembre de 1934, “y mi nombre fue incluido en el primer cuadro de honor de los desposeídos de la nacionalidad alemana” (4).

El 1 de abril de 1933, en un discurso en Berlín promoviendo el “boicot a las tiendas judías en toda Alemania”, el ministro nazi Joseph Goebbels exclama: “En Flandes y Polonia, dos millones de soldados alemanes salen de sus tumbas para acusar al judío Toller, quien se ha permitido escribir que el más idiota de todos los ideales es el del héroe…”.

Comienzan las peregrinaciones de Toller. Anglófono, notable orador, acude a todas partes, a todos los congresos de escritores, sin tregua, reclamando doblegar a la Alemania nazi antes de la catástrofe. La unidad de sus adversarios, más esencial que nunca a ojos del escritor, debe lograrse limando desacuerdos. Según él, la determinación de todos los gobiernos llamados democráticos del mundo debe ser la columna vertebral de la lucha. El 12 de diciembre de 1936, con motivo del “Día por Alemania” organizado en Nueva York, donde ha fijado su residencia, declara: “Si el mundo no logra forzar a Hitler a garantizar la paz, transformará Alemania y Europa en un montón de ruinas, destruirá la civilización” (5).

KARL ARNOLD. – Caricatura del público que asistió al estreno de la obra teatral Hoppla, Wir Leben! (‘¡Hurra, estamos vivos!’), con dirección de Erwin Piscator, publicada en la revista satírica Simplicissimus, Berlín, 1927

¿Y la literatura? Tras abandonar las atormentadas declamaciones del expresionismo, Toller se ha pasado a la corriente que lo remplaza, la “nueva objetividad”, con ¡Hurra, estamos vivos!, un gran éxito en Berlín en 1927 gracias a la puesta en escena de Erwin Piscator. En 1933 publica en Ámsterdam su autobiografía, Una juventud en Alemania, y a continuación escribe otras dos obras de teatro. En 1936, una fantasía satírica, ¡Nunca más la paz!, con San Francisco de Asís y Napoleón entre los personajes… Y en 1939, el drama realista Pastor Hall, que aborda los problemas de conciencia de algunos en la Alemania nazi ante los primeros campos de concentración (6). Pero su teatro ya no se dirige al ejército de proletarios. Se terminaron los espectáculos de masas y las ensoñaciones colectivas.

A partir de 1937, su vida en Estados Unidos se torna miserable. Divorcio, depresión crónica, derechos de autor casi agotados. Sin embargo, hay que aguantar. Además de aplastar al nazismo, la gran causa es asegurar urgentemente la victoria del Frente Popular en España. Con el apoyo del presidente Franklin D. Roosevelt, concibe un proyecto de ayuda a la población civil española que arranca a principios de 1939. Recauda fondos para enviar 600.000 barriles de víveres. Es un gran éxito. Pero las tropas del general fascista Francisco Franco entran en Madrid el 28 de marzo de 1939.

El 22 de mayo de 1939, la secretaria de Toller lo encuentra en su habitación del 14.º piso de un hotel de Nueva York desplomado en una silla. Se ha colgado de la ventana con el cinturón de su albornoz. Quinientas personas asistirán al sepelio. Pronuncian discursos el colega y amigo bávaro Oskar Maria Graf, el novelista estadounidense Sinclair Lewis, el ex jefe de gobierno de la República española, Juan Negrín, y el hijo mayor de Thomas Mann, Klaus. En un texto de 1941 escrito en inglés sin intención de publicarlo, Klaus Mann revisa su discurso que, piensa, no ha sido “honesto” (7). Había predicho para Toller y sus obras un victorioso retorno a Alemania tras el hundimiento del poder nazi. Pero distaba de estar convencido y, en su opinión, el dramaturgo murió porque comprendió que jamás podría regresar.

En Francia ya no se representa a Toller. Lo que legó a la posteridad fue su ejemplo de idealista íntegro. Y una obra, lo que sin duda no es un asunto menor.

“Toller”, de Tankred Dorst, puesta en escena de Patrice Chéreau en el TNP, 11 de enero de 1973. (Foto : ARCHIVES PROGRES – Maxppp/scoop.it)
Notas

(1) Waltraut Engelberg, “Feuerprobe des ethischen Sozialismus”, en Helmut Bock, Wolfgang Ruge y Marianne Thoms (eds.), Gewalten und Gestalten. Miniaturen und Porträts zur deutschen Novemberrevolution 1918-1919, Urania-Verlag, Leipzig/Jena/Berlín, 1978.

(2) Ernst Toller, Kritische Schriften. Reden und Reportagen. Gesammelte Werke Band 1, Hanser, Múnich, 1978.

(3) Ibid.

(4) Ernst Toller, Digitale Briefedition, www.tolleredition.de

(5) Kritische Schriften…, op. cit.

(6) Teatro expresionista (La transformación / Hombre-Masa / ¡Hurra, estamos vivos!), Publicaciones de la Asociación de Directores de Escena de España, Madrid, 2019; Una juventud en Alemania, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2017.

(7) Klaus Mann, El condenado a vivir, antología de Dominique Miermont, El Nadir, València, 2019.

*Lionel Richard es profesor honorario, autor del libro D’une apocalypse à l’autre. Sur l’Allemagne et ses productions intellectuelles, du XIXe siècle à la fin des années 1930, Aden, Bruselas, 2016.

Fuente: “¡Hurra, estamos vivos!”  Le Monde Diplomatique en español, junio de 2024

Portada: Ernst Toller en la cárcel de Niederschönenfeld. Foto: Hulton Archive/Getty Images

Ilustraciones: Conversación sobre la historia y Le Monde Diplomatique

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