Joel Mokyr*

El libro es un estudio amplio pero notablemente completo y accesible del “Gran Enriquecimiento”: el surgimiento de economías modernas y prósperas que nos proporcionan un nivel de vida material con el que nuestros antepasados no podrían haber soñado. Cómo y por qué ocurrió el crecimiento económico moderno, cuándo y dónde ocurrió y cómo los economistas han tratado de entender este fenómeno es el tema de este libro. Está escrito por dos de los mejores jóvenes académicos en nuestro campo, ambos con importantes contribuciones al tema de este libro.

Muchos de los temas que plantea este libro son muy polémicos en nuestra profesión por un buen motivo: son cuestiones difíciles en las que los especialistas pueden estar en desacuerdo e interpretar la evidencia de diferentes maneras. ¿Cuánto influían realmente las instituciones?, ¿cuál fue el papel de la cultura en el crecimiento económico?, ¿era la geografía el destino?, ¿cuál fue el papel de los gremios artesanales en el desarrollo económico de la temprana Europa moderna?, ¿cómo pensar sobre el papel del imperialismo y la esclavitud en la Revolución Industrial y en el posterior crecimiento de las potencias industriales?, ¿los altos salarios eran buenos o malos para el progreso tecnológico?, ¿fue la guerra un factor positivo en el crecimiento económico?, ¿fue el patrón matrimonial europeo un factor positivo en el desarrollo económico del continente?

El enfoque ecuménico y equilibrado que los autores adoptan ante estas preguntas es muy parecido al del rabino en una famosa historia judía. Según la leyenda, un rabino está impartiendo justicia frente a una gran audiencia de alumnos suyos. Un esposo y una esposa aparecen ante el rabino para discutir su problemática vida doméstica. Primero el esposo expone su caso y enumera todos los pecados y vicios de su esposa. El rabino escucha atentamente y pronuncia su veredicto: el marido está en lo correcto. Entonces sus alumnos le interpelan: “también debes escuchar el caso de la esposa”. El rabino consiente y escucha a la mujer exponer su poderoso alegato contra un marido perezoso y violento. Luego anuncia su segundo veredicto: la esposa está en lo correcto. Su mejor alumno protesta: “pero Rabino, ¿cómo pueden ambos estar en lo correcto?”. El rabino escucha y sentencia: “el alumno también tiene razón”.

Billingsgate Market, Londres, 1808, grabado de Thomas Rowlandson (1756–1827) y Augustus Charles Pugin (1762–1832) (Wikimedia Commons)

Rubin y Koyama presentan conclusiones equilibradas y justas de lo hecho en la literatura, pero son reacios a tomar posiciones fuertes. Tal enfoque ecuménico los distingue de Adiós a la limosna de Clark y de La dignidad burguesa de McCloskey, donde los autores abordan temas similares pero en un modo mucho más fuerte. Ese enfoque reflexivo y medido de la investigación, su estilo elegante y cristalino y el impresionante conocimiento de los autores de una literatura grande y compleja hacen que este libro sea ideal para enseñar cursos avanzados sobre historia económica global a estudiantes de economía.

Es especialmente refrescante ver un libro como este, que presta una atención explícita a las instituciones y la cultura, dos temas que hasta no hace mucho tiempo eran tabú en nuestro campo, pero que ahora parecen jugar papeles cada vez más centrales. El libro contiene capítulos completos sobre cada uno y, aunque la discusión está naturalmente lejos de ser exhaustiva, los autores hacen un excelente trabajo resumiendo algunas de las mejores obras en estas áreas. Lo que, por supuesto, permanece sin resolver es por qué diferentes naciones desarrollan diferentes instituciones y cómo y por qué tales instituciones cambian con el tiempo y cómo exactamente las creencias culturales ayudan a determinar las instituciones sociales.

El único tema sobre el que el libro toma una posición relativamente fuerte es sobre el tema del imperialismo europeo y la importancia de la esclavitud y del comercio de esclavos para la Revolución Industrial y los orígenes del liderazgo tecnológico occidental (capítulo 6). En los últimos años, la «nueva historia del capitalismo», en su afán de culpar a Occidente y al capitalismo por todos los males del mundo, ha argumentado que Occidente se enriqueció en gran medida a expensas de los africanos y asiáticos a quienes los europeos esclavizaron, vendieron y explotaron sin piedad. Como ha demostrado una erudición más sofisticada y económicamente experta, la famosa tesis de Eric Williams y los defensores recientes (por ejemplo, Berg y Hudson, 2021) de que de alguna manera la Revolución Industrial dependía del imperialismo europeo y del comercio de esclavos en el Atlántico no puede defenderse seriamente. Mientras que los puertos del Atlántico han demostrado haber sido cruciales para el desarrollo económico posterior (Acemoglu, Johnson y Robinson, 2005), las cadenas causales exactas aún no están claras y Koyama y Rubin enfatizan con sensatez que sin el apoyo institucional para el progreso tecnológico, sin un estado de derecho y restricciones al ejecutivo, y sin una sociedad comparativamente inclusiva, ninguna cantidad de colonialismo y opresión de los no europeos habría desencadenado el crecimiento económico moderno.

Alexander Hume Scroll, factoría de la Compañía de las Indias Orientales, 1770, Museo Marítimo de Hong Kong

La idea que los economistas han aportado a esta literatura es que el crecimiento económico es fundamentalmente un juego de suma positiva: a nivel global, el éxito económico de Occidente no empobreció, en promedio, al resto. A largo plazo, hizo que el mundo entero fuera mucho más rico que antes, pero no tan rico como Europa y sus ramificaciones (con algunas excepciones importantes como Japón y Singapur). La causalidad es más compleja. Lo que hizo que Europa aprendiera a controlar la energía y los materiales, así como a administrar mejor sus sistemas económicos, también le permitió manipular y explotar a asiáticos y africanos. Pero si algo fue causal no fue que el imperialismo provocara la Revolución Industrial, sino al revés: como Daniel Headrick mostró hace décadas en su obra clásica sobre el tema (1981), lo que hizo posible el imperialismo occidental fue sobre todo una mejor tecnología (ver también Hoffman, 2015).

Además, es sorprendente lo pobre que es el encaje histórico entre el imperialismo de cualquier tipo y el crecimiento económico. El Imperio Romano fue la madre de todos los imperios depredadores y, sin embargo, no se industrializó, experimentando solo un cambio tecnológico limitado. China y Rusia del siglo XVIII agregaron enormes extensiones de tierra a sus reinos, sin efectos notables en el crecimiento económico. La Revolución Industrial Británica coincidió con la pérdida de las trece colonias norteamericanas. Si bien Gran Bretaña fue una nación comercial y marítima exitosa, las ganancias smithianas del comercio con su Imperio, como Deirdre McCloskey (2010) ha argumentado persuasivamente, nunca fueron suficientes por sí mismas para desencadenar la Revolución Industrial, y mucho menos para crear el Gran Enriquecimiento. En términos per cápita, uno de los imperios coloniales más grandes fue el holandés en las Indias Orientales, sin embargo, no ayudó a los holandeses a industrializarse hasta finales del siglo XIX. Bélgica inició su lamentable aventura en el Congo sólo después de haberse industrializado.

Quizás lo más sorprendente es que la empresa imperial europea colapsó después de la Segunda Guerra Mundial y, sin embargo, esos fueron exactamente los años durante los cuales el crecimiento económico en Europa fue más rápido, con la excepción de Rusia (que mantuvo su imperio colonial hasta 1991). En resumen, Koyama y Rubin concluyen que el colonialismo y el comercio de esclavos «jugaron un papel importante en la creación del mundo moderno» (una declaración adecuadamente vaga) pero esa evidencia es «mixta» sobre si fue responsable de que el mundo se hiciera rico (un pronunciamiento cortés de un veredicto escocés: no probado). Donde el libro realmente brilla es señalando por qué el Gran Enriquecimiento llegó relativamente tarde y por qué el mundo anterior a 1750, con algunas excepciones, seguía siendo pobre. Los autores examinan admirablemente el consenso que ha surgido sobre el tema. Tres factores principales frenaron las economías. Primero, como han sostenido neomaltusianos como Galor y Clark, antes de 1750 el crecimiento de la población en muchos casos borró los frutos del crecimiento de la productividad. En segundo lugar, los depredadores de diversos tipos e instituciones extractivas (el «estado natural» de North-Wallis-Weingast) no solo saquearon las riquezas de los pocos lugares que habían tenido éxito económico, sino que extinguieron los incentivos para invertir e innovar.

Tráfico de esclavos, grabado de 1791 de George Morland y John Raphael Smith

Por último, hasta que no se establecen instituciones para gobernar y controlar la acumulación y difusión de conocimientos útiles, las oportunidades de un progreso tecnológico sostenido siguen siendo demasiado limitadas. Como señalan los autores con admirable detalle, la Revolución Industrial significó que estos tres frenos al progreso económico se disolvieron lentamente para crear el Gran Enriquecimiento, primero en unas pocas economías en Occidente, luego en más y más lugares de todo el mundo.

Al final, como resumen los autores en el capítulo 11, en 2022 «el mundo es rico». Casi en cualquier lugar donde uno viva en este mundo, la vida material es con toda probabilidad mejor de lo que fue hace un siglo, y más aún en un milenio. Una marea creciente levantó la mayoría de las naves en el planeta, pero de manera desigual, y aunque la pobreza y la hambruna globales son una fracción de lo que eran en 1800, todavía están con nosotros, principalmente debido a un gobierno incompetente o tiránico. Lo que quizás vale la pena señalar, sin embargo, es que mientras la tecnología sigue avanzando, con nuevos avances que abren nuevos horizontes en las ciencias de los materiales, la genética molecular, la física de la energía y muchas más, parece haber poco o ningún progreso a largo plazo en las instituciones que subyacen a los milagros económicos de los últimos dos siglos. No solo los países con instituciones débiles como Rusia parecen carecer de la capacidad de adoptar una gobernanza más inclusiva y abierta, sino que incluso en las naciones comprometidas durante mucho tiempo con las visiones de libertad, derechos humanos y democracia de la Ilustración, las instituciones que ayudaron a hacernos ricos parecen cada vez más frágiles. El conflicto entre la tecnología cada vez más poderosa y las débiles políticas que la despliegan puede ser el mayor desafío para nuestro futuro.

 

Referencias

Acemoglu, Daron, Simon Johnson, and James A. Robinson. 2005. “The Rise of Europe: Atlantic Trade, Institutional Change, and Economic Growth.” The American Economic Review 95 (2005), pp. 546-579.

Berg, Maxine, and Pat Hudson. 2021. “Slavery, Atlantic Trade and Skills: a Response to Mokyr’s ‘Holy Land of Industrialism’” Journal of the British Academy, Vol. 9, pp. 259–281.

Clark, Gregory. 2007. A Farewell to Alms. Princeton, NJ: Princeton University Press.

Galor, Oded. 2011. Unified Growth Theory. Princeton, NJ: Princeton University Press.

Headrick, Daniel R. 1981. The Tools of Empire. New York: Oxford University Press.

Hoffman, Philip T. 2015. Why Did Europe Conquer the World? Princeton, NJ: Princeton University Press.

McCloskey, Deirdre. 2010. Bourgeois Dignity: Why Economics Can’t Explain the Modern World. Chicago: University of Chicago Press.

North, Douglass C., John Joseph Wallis, and Barry Weingast. 2009. Violence and Social Orders. Cambridge: Cambridge University Press.

*Joel Mokyr es profesor Robert H. Strotz de Artes y Ciencias y profesor de Economía e Historia en la Universidad Northwestern, y profesor Sackler (por nombramiento especial) en la Escuela de Economía Eitan Berglas, Universidad de Tel Aviv. Su libro más reciente es A Culture of Growth (Princeton University Press, 2017).

Reseña de Mark Koyama y Jared Rubin. Cómo el mundo se enriqueció: los orígenes históricos del crecimiento económico. Cambridge, UK: Polity Press.

Fuente: EH.Net (julio de 2022).

Traducción: Luis Castro. Conversación sobre la historia

Portada: fábrica de Basf en Ludwigshafen (Alemania), tarjeta postal de 1881/Wikimedia Commons

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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3 COMENTARIOS

  1. La intención del autor es explicar qué relación ha tenido el imperiaslimo formal en el crecimiento económico moderno, que suele medirse por diversos indicadores. Uno de ellos la mejora de las condiciones materiales (que lleva implícito un aumento en la esperanza de vida, etc.) Eso no excluye problemas distributivos, que el autor no niega, pero en los que no entra a debatir

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