En la entrada anterior se publicó una reseña –traducción de la publicada en Counterfire–sobre el libro de Paul Preston ‘Perfidious Albion’ – Britain and the Spanish Civil War [Pérfida Albión: Gran Bretaña y la Guerra Civil Española], que ha suscitado un pequeño intercambio de correos entre los participantes de Debat polític i social, el grupo de discusión mediante mensajería impulsado en su origen por Espai Marx. Reproducimos a continuación, ligeramente editado, el correo en respuesta a esta reseña del historiador José Luis Martín Ramos.

José Luis Martín Ramos

Universitat Autònoma de Barcelona

 

Parece mentira, pero es así: a estas alturas todavía domina en determinada literatura, más política que historiográfica, un relato de la Guerra civil acuñado en los años cincuenta −los de la Guerra fría, el hecho no es casual− sobre todo a partir de la obra de Bolloten, con toques posteriores de Broué. Para esa literatura no ha existido el trabajo de una ya larga lista de historiadores, fundamentalmente españoles, que ha mejorado muy mucho nuestro conocimiento (últimamente los trabajos de Viñas, Alía Miranda, Moradiellos, Bahamonde, Hernández Sánchez… o los míos sobre Cataluña y el Frente Popular). Debe de ser una mezcla de pereza intelectual y soberbia ideológica. El texto es algo largo, lo advierto.

Empecemos con la sublevación y su derrota. Se inicia el 17 de julio en África y, de acuerdo con el plan de Mola, va extendiéndose por las guarniciones de la Península. En África se impone sin problemas −por eso es allí a donde vuela Franco−, pero no en la Península, donde se enfrenta a una reacción convergente y a veces combinada del movimiento obrero y de fuerzas del orden (guardia civil y guardia de asalto). Allí donde solo intervienen los trabajadores la oposición al golpe es masacrada (ejemplos: Granada, Cáceres, ciudades de Galicia…), mientras que donde se unieron ambas fuerzas la sublevación fue derrotada (Madrid, Barcelona, Bilbao…). En Valencia, la situación no se aclaró hasta después del desenlace de los enfrentamientos en Barcelona, cuando los mandos de la guarnición acataron al gobierno de la República. El mito de la derrota de los militares por los obreros es falso; eso está bien reflejado en las fotos de Centellas, con obreros, policías y guardias civiles luchando codo a codo, o en el episodio del desfile de la guardia civil por Vía Layetana rumbo a Plaza Urquinaona, que es cuando se dio por derrotada la sublevación en Barcelona.

Civiles y carabineros en el Carrer Ample de Barcelona. Imagen de la exposición ‘Pérez de Rozas. Crónica gráfica de Barcelona’ del AFB. / AFB / PÉREZ DE ROZAS

La sublevación solo se impuso parcialmente en la Península y, a excepción de Sevilla y Zaragoza, no lo hizo en ninguna capital importante; triunfó en la España rural, así los sublevados no pasarían hambre, pero no consiguieron el control de la industria, con lo que a medio plazo su superioridad en equipo −el de la Legión y los Regulares− estaba destinada a extinguirse. Durante algunos días hubo una situación de incertidumbre, con el fracaso del intento de asalto a Madrid por parte de Mola, hasta que el apoyo de Mussolini y Hitler proporcionó a Franco la cobertura aérea y marítima y los medios (aviones de transporte de tropas, barcos) para trasladar el ejército de África al Sur de la Península, con lo que un golpe a punto de fracasar se convirtió en guerra civil (algo previsto por Mola, lo de la guerra civil). No se impuso, pero si desestabilizó de manera importante al Estado republicano, que perdió el control parcial o total en algunos territorios: total en Asturias, donde las instituciones republicanas se desvanecieron, y en Vizcaya por el comportamiento «soberanista» del PNV; parcial con un grado diverso de afectación en el resto del territorio republicano. Esa pérdida de control produjo situaciones de conflicto entre una parte del movimiento obrero (CNT y POUM) y las instituciones republicanas.

¿Esa pérdida de control fue una revolución o el inicio de una revolución? El relato tradicional anarquista, trotskista o «poumista» afirma que así fue. Broué lo identificó como una situación de doble poder, haciendo el parangón con la Rusia de 1917. Hay que examinarlo en concreto: en Vizcaya, desde luego, no hubo ninguna revolución; en Madrid tampoco, ni siquiera se produjeron colectivizaciones importantes de las pocas industrias de la capital; en el País Valenciano la situación de incertidumbre se alargó un poco más, y donde la CNT impuso su proyecto de revolución fue únicamente en la provincia de Castellón. ¿Qué pasó en Cataluña? En Cataluña en la noche del 21 la CNT debatió en Barcelona, en asamblea regional improvisada, qué había de hacerse. Durante los combates las organizaciones obreras se adueñaron de las armas y municiones existentes en el Cuartel del Bruc y en los cuarteles de Sant Andreu; Companys, prudentemente, decidió no evitar esa incautación, lo que habría obligado a un enfrentamiento a tiros entre los trabajadores armados y la guardia de asalto y guardia civil, un enfrentamiento sobre el que no tenía garantías de imponerse, y tampoco quería Companys enfrentarse con las organizaciones obreras. Decidió negociar con ellas.

La CNT discutió y rechazó la propuesta de Garcia Oliver de «ir a por todas», es decir, proclamar la revolución social (García Oliver se quedó solo: no lo apoyó Durruti, ni Abad de Santillán, y solo Escorza hizo un comentario críptico que fue en apoyo de García Oliver). La CNT descartó desencadenar la revolución social y acordó pactar con la Generalitat, con Companys, no una dualidad de poder sino una división de funciones en el marco de una nueva correlación en el ejercicio del poder: un Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA), integrado por CNT, FAI, UGT, PSUC (se constituyó el 22-23), POUM, ERC y AC (solo quedó fuera Unió Democrática), asumiría la formación de las columnas de milicias −en las que se integrarían oficiales leales− para dirigirse a tomar Zaragoza y organizar patrullas de vigilancia en Barcelona y resto de ciudades y pueblos; es decir, asumiría la función militar y el Gobierno de la Generalitat mantendría la función de la administración civil, con un detalle importante, la Banca controlada por la UGT quedaría al servicio del Gobierno de la Generalitat y no del CCMA.

Primera reunión del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña el 21 de julio de 1936 (foto: Estel Negre)

Con el control de la calle se produjo también la ocupación de las grandes fábricas y almacenes de venta y de algunos talleres medianos, y la formación de comités de control obrero en el sector industrial y comercial: fue el proceso de «colectivización», que en realidad fue un proceso de incautación por parte de los sindicatos. Esa dualidad de funciones estuvo afectada por los conflictos de poder derivados de la nueva correlación política y sindical, dada la concentración en las dos grandes centrales de toda la representación sindical, a excepción del campo, donde la Unió de Rabassaires siguió siendo mayoritaria.

El verano de 1936 resultó muy agitado en la retaguardia y muy negativo en el frente. Las milicias que sustituyeron necesariamente a un ejército descompuesto por la sublevación no fueron capaces de romper el frente de Aragón ni marchar sobre Zaragoza; se produjo entonces una situación que resultó absolutamente contraproducente para el desarrollo de la guerra: el frente se fragmentó en áreas dominadas por milicias partidistas, sin mando unificado, renunciando de hecho a atacar y centrándose en mantener la línea alejada de Cataluña. El CCMA nunca se impuso como autoridad central real, su autoridad no fue más allá del Barcelonés y territorios cercanos, gestionando los salarios de las empresas colectivizadas, la compra de armas y municiones para las milicias… La confirmación de que sería una guerra larga llevó a poner fin a la dualidad de funciones y a la formación en septiembre de un gobierno de unidad en Cataluña con un programa básico pactado entre CNT-FAI y UGT-PSUC , que incluía los modos y límites de la colectivización, la reorganización de la seguridad interior, la formación de un ejército que sustituiría a las milicias de partido, el reconocimiento de una sola administración y un solo gobierno, con gobiernos locales compartidos por las fuerzas del gobierno de unidad.

Poco antes se había constituido también un gobierno de unidad de la República, presidido por Largo Caballero, con un programa semejante; gobierno que se trasladó a Valencia ante el peligro de la caída de Madrid en poder de Franco. En noviembre la CNT se incorporó al gobierno de Largo Caballero para gran escándalo de los anarquistas “puros”, cono Emma Golden. Las milicias no paraban de retroceder ante la Legión y los Regulares, y desde Talavera de la Reina hubo un retroceso en desbandada.

Jaume Aiguadé (ERC), y los anarquistas Federica Montseny y Juan García Oliver, ministros del gobierno de Largo Caballero, en octubre de 1936

 

En octubre podría haber caído Madrid y con ello se habría precipitado la derrota de la República. No se produjo gracias a la formación de los gobiernos de unidad y el paso de las milicias de partido o sindicato al Ejército Popular de la República. Y gracias también a que por fin la República consiguió ayuda militar exterior, la de la URSS. No es cierto que Stalin dudara en apoyar a la República, lo hizo política y económicamente, con exportaciones de grano y subsistencias; tardó más en hacerlo con tanques, aviones y armas pesadas de combate, a la espera de que Alemania e Italia cesaran la intervención y la Francia del Frente Popular vendiera a la República las armas que esta le pedía. El problema de la URSS era que se cumpliera el sueño húmedo de la derecha británica −no solo de los escasos fascistas de Mosley, sino de la mayoría del Partido Conservador−, el apaciguamiento de Hitler en Europa Occidental mediante el ataque de Alemania a la URSS. Finalmente, ante el peligro inminente de caída de la República y la confirmación de la inacción francesa, Stalin envió los tanques y los aviones que equilibraron la batalla de Madrid y la cronificaron hasta el fin de la guerra. Por cierto, todas las ayudas, tanto las de Alemania e Italia como la soviética fueron remuneradas; la República nunca lo quiso de otra manera y Hitler y Mussolini tampoco lo quisieron. Así, las reservas de oro del Banco de España se destinaron a pagar los suministros y procurando mantenerlas a salvo de una caída de Madrid o de Valencia. Y no solo se transfirieron reservas de oro a Moscú, también se envió una cantidad importante al Sur de Francia, que, como se temía, al final de la guerra fue a parar a manos de Franco.

Resumiendo lo dicho: no hubo revolución, sí descontrol, periodo de incertidumbre y confusión y finalmente, a partir del otoño, implementación de un programa frentepopulista radicalizado con toques de economía de guerra y organización de guerra para una contienda larga.

Vuelvo a Cataluña, para llegar a los hechos de mayo. El programa pactado en octubre solo se cumplió parcialmente. La CNT y el POUM bloquearon la militarización de las milicias y la CNT en particular impidió la llamada a quintas. Un hecho complejo que ahora no puedo explicar sin caer en esquematismos; en esencia la CNT consideraba que para desarrollar una guerra defensiva bastaba con las milicias y, por otra parte, la gente se resistía a ser llamada al frente, ya fuera mediante leva o mediante nuevas campañas de captación de voluntarios, que fueron un fracaso después del verano, cuando se desvaneció la ilusión de una rápida victoria sobre el fascismo. El retorno de héroes del frente se convirtió en retorno de muertos; la fiesta de la redistribución de julio y agosto en la escasez de subsistencias.

Otoño de 1936: vendimia en la colectividad de Mas de las Matas (Teruel)(foto del libro ‘Masinos en la encrucijada social. Mas de las Matas, 1900-1950’, de Fermín Escribano Espligares y Miguel Íñiguez)

La reorganización de la seguridad interior no se produjo por la oposición de las patrullas de control de la CNT, el POUM y buena parte de los patrulleros de ERC y ACR. Se deterioró la situación en el campo por el conflicto provocado por las colectivizaciones forzosas, rechazadas por rabasaires, arrendatarios y pequeños campesinos. Conflictos duros en las comarcas del Ebro que culminaron en los incidentes de La Fatarella a finales de enero de 1937 y otros menos conocidos en Centelles, cerca de Vic, en marzo.

Se enconó la pugna entre una CNT que seguía siendo ligeramente mayoritaria, pero de ninguna manera hegemónica, y la UGT que tendía a equilibrar efectivos con CNT, pero siempre por debajo de ella, sobre todo en el sector de la producción y distribución de subsistencias.

La prolongación de la guerra avivó los debates en el seno de unos gobiernos de unidad cada vez más divididos. En Cataluña eso desembocó en diciembre en una remodelación del gobierno que supuso la exclusión del POUM, chivo expiatorio por los incumplimientos de los acuerdos de octubre y por su constante, y pública, oposición a los mismos.

A comienzos de la primavera de 1937, con la resaca de los enfrentamientos campesinos y sindicales y la crisis del gobierno de Valencia por las discusiones sobre la política militar y el hundimiento del frente asturiano, la tensión política en Cataluña se disparó, polarizada entre CNT-FAI y UGT y PSUC.  En el campo anarquista se formó una fronda de protesta, integrada por quienes rechazaban participar en los gobiernos de la Generalitat y de la República, los sindicatos de la administración y el transporte y las patrullas de control que se negaban a disolverse en un nuevo Cuerpo Único de Seguridad Interior; también intervenían los comités de barrio anarquistas, formados a partir de julio de 1936, que competían con los principales sindicatos de la CNT (textil, metal, construcción) por el control de las armas y la supremacía en la organización. Agustí Guillamón sostiene que el líder intelectual de esta red de barrios era Escorza.

Cuando los que discuten van armados es posible que la discusión acabe a tiros. En los últimos días se precipitó la situación. Primero fue el asesinato de Roldán Cortada, cuadro dirigente del PSUC, por u  control anarquista de carreteras, el 25 de abril; dos días más tarde,  el asalto de fuerzas de orden público a Puigcerdá para recuperar el puesto fronterizo de manos de un comité anarquista encabezado por Antonio Martín, muerto en el tiroteo. Y la espiral de acción/reacción no se detuvo; las fuerzas de orden de la Generalitat hicieron una redada en L’Hospitalet en busca de los asesinos de Cortada, con resistencias y tiroteos esporádicos.

Barricadas en la Plaça de la República [Sant Jaume], en Barcelona, 3-7 de mayo de 1937 (foto:  Fons Brangulí / ANC1-42-N-34822)

En esa situación se produjo el incidente de la interferencia de la conversación telefónica entre Azaña y Companys por el comité anarquista que controlaba el edificio central de Telefónica en Barcelona. Era grave y ponía de manifiesto el riesgo de ese control en la situación de guerra. Tarradellas, «primer Conseller», es decir, jefe del gobierno de unidad, decidió lavarse las manos, para no crear un enfrentamiento con los anarquistas y dejó en manos del Conseller de Interior, Artemi Aiguader, de ERC, el manejo del asunto. Aiguader envió al Director General de Seguridad, Rodríguez Salas, del PSUC, al frente de una patrulla de guardias de asalto para tomar el control de la Central Telefónica en nombre del Govern de la Generalitat; los anarquistas se opusieron y entonces se desencadeno una rebelión general de grupos anarquistas, que no exactamente de la CNT-FAI. No hubo «provocación estalinista», sí hubo una situación de tensión ante la que Tarradellas se puso de lado, división interna en la CNT-FAI, y en el desencadenante final imprudencia del comité anarquista de Telefónica –como poco– en la interceptación de la conversación Azaña-Companys. Y finalmente hubo rebelión anarquista, es decir, de determinados grupos y segmentos anarquistas.

Ante eso el POUM se echó al monte no solo sumándose a la rebelión, sino pretendiendo «orientarla políticamente» proponiendo al Comité Regional de la CNT tomar el poder en Cataluña; lo que el CR de la CNT rechazó, aunque quiso aprovechar la situación para presionar por un cambio en el Govern con aumento de la presencia anarquista o un gobierno sindical exclusivo.

La rebelión desbordó a la Generalitat. Companys pidió ayuda de fuerza de orden al Gobierno de la República. Largo Caballero vaciló, por motivos semejantes a los de Tarradellas –no enfrentarse a los anarquistas– y decidió probar una mediación enviando a Barcelona a sus ministros anarquistas: García Oliver y Federica Montseny; fue en balde, los grupos en rebelión no les hicieron caso. Se perdieron tiempo y vidas y finalmente se tuvo que enviar a fuerzas de orden público del Gobierno de la República, con lo que acabó la rebelión.

Voluntarios desmontan las barricadas de las calles de Barcelona el 7 de mayo de 1937. La mujer de la izquierda ha sido identificada como Caridad Mercader (foto: Agustí Centelles)

El episodio tuvo muchas consecuencias (muertos y heridos aparte). La intervención del gobierno de la República significó que el control del orden público en Cataluña pasaba temporalmente a dicho gobierno, de acuerdo con el estatuto. Y, con ello, la intervención del fiscal de la República que abrió diversos expedientes individuales y uno colectivo contra el POUM; no lo hizo contra CNT-FAI porque estas como tales no impulsaron la rebelión… y porque eso habría significado una grave crisis política general en la República. Pagó los platos rotos la dirección del POUM, porque ella sí se comprometió públicamente con la rebelión y llamó desde ella a un cambio de poder en Cataluña por la fuerza.

La vacilación de Largo Caballero se sumó a las disensiones que se venían arrastrando en el Gobierno de la República y en el PSOE-UGT y Azaña, que padeció los hechos de mayo en su residencia del Parque de la Ciudadela en Barcelona, le retiró la confianza a Largo Caballero (léase la Constitución de la República). De las negociaciones salió el encargo de formar nuevo gobierno a Negrín, del ala centrista del PSOE (no de la derecha, que era la de Besteiro) y este quiso formar nuevo gobierno con las mismas formaciones, incluso con Largo Caballero en él. Largo lo rechazó –o jefe de gobierno o nada– y ante ello la UGT, dividida, se abstuvo y la CNT hizo lo mismo. El nuevo gobierno no significó ningún giro derechista y en 1938 los sindicatos volvieron a ingresar en él. En Cataluña también se formó un nuevo gobierno, pero la CNT-FAI, asimismo dividida, no quiso participar y cuando en la segunda mitad de 1938 quiso reintegrarse la oposición del PSUC y de Companys lo impidió. Tampoco hubo giro derechista en Cataluña; es más, el PSUC rechazó la propuesta de ERC de dar marcha atrás en las colectivizaciones e impulsó una nueva ley agraria y una ley de municipalización de la vivienda, cuya ejecución torpedeó Tarradellas.

La guerra siguió y la economía y la política de guerra se endureció. Entre mayo de 1937 y marzo de 1939 pasó mucho tiempo y pasaron muchas cosas; pero el publicismo al que responde la interpretación de ese artículo obvia ese tiempo, porque siente que el protagonismo ya no corresponde al POUM, a la disidencia anarquista y a la revolución que se han inventado.

Vicente Uribe, Juan Negrín, Indalecio Prieto, Jesús Hernández y el general Vicente Rojo en el acto de despedida, en Barcelona, de las Brigadas Internacionales (1938)(foto: Emilio Rosenstein/CDMH)

Algunas apostillas concretas, por orden de exposición en el texto:

  • el envío de armas soviéticas –no rusas– «nunca llegaron a la escala de lo que Hitler y Mussolini proporcionaron a Franco»; lo sugieren como demérito de la URSS pasando por encima la potencia militar e industrial de unos y otros. En ese tiempo la URSS no podía competir con Alemania y con Italia por separado, y menos si se sumaban. Por otra parte los envíos soviéticos tuvieron que enfrentarse al bloqueo del Mediterráneo por franceses, británicos e italianos, que los dificultaban; se tuvo que inventar una nueva ruta desde el Báltico hasta la costa atlántica francesa, con aviones y armas pesadas por piezas, que entraban en España a través de Portbou, por tren, cuando el gobierno francés hacía la vista gorda. Finalmente en 1938 la URSS tuvo que hacer frente a una pequeña guerra en la frontera chino-siberiana, que Stalin temió que pudiera ser el inicio de una intervención extranjera; toda la disposición de armamento se dejó inmovilizada; cuando se conjuró el peligro se reanudaron los envíos, por la ruta del Báltico porque la del Mediterráneo estaba cerrada; ya no llegaron a tiempo, la traición de Casado, Miaja, Besteiro y Cipriano Mera, es decir, de una parte del mando profesional del ejército republicano, el ala derecha del PSOE y la CNT de la región Centro,  impidió mantener la resistencia en espera de la llegada de los nuevos envíos.
  • afirma que Helen Graham dice: «la política de Negrín era consolidar una economía liberal de mercado y un sistema de gobierno parlamentario»; es por cierto la única referencia historiográfica que se considera, después de que se haya publicado una biografía de Negrín (Moradiellos), la trilogía de Viñas, etc. etc. Pues bien, eso que dice HG es entre inexacto o falso –según la dureza de la crítica que se le quiera hacer–; el objetivo de Negrín era defender la República democrática, constituida en 1931, que era el denominador común de republicanos y antifascistas;  era una República parlamentaria, que no se planteaba el cambio de sistema económico, pero admitía formas de regulación del mercado en función del interés social; en defensa de ese denominador común y contra el aventurerismo de quienes pretendían romper el eje republicano-antifascista por cualquiera de sus partes, Negrín consideró que las transformaciones sociales que habrían de producirse solo se podían impulsar tras la victoria, no obstante aceptó la permanencia de las leyes de colectivización o las leyes agrarias decretadas en Cataluña y discutirlas, en cualquier caso, también después del fin de la guerra.
  • en la batalla de Teruel (febrero de 1938) no se separó Cataluña del resto de la España republicana; eso no ocurrió, por tierra, hasta la toma de Vinarós, en abril; el autor no tiene siquiera la más mínima noción de geografía española.  La batalla del Ebro tenía una razón y un objetivo político que era razonable: presionar a Francia y también a Gran Bretaña –en este caso hasta donde fuera posible– para que pasaran a dar apoyo activo a la República ante la eclosión de la crisis de los Sudetes y la ofensiva expansionista de Hitler. No se alcanzó el objetivo por culpa de la traición de Chamberlain-Daladier. Desde luego, el esfuerzo que se tuvo que hacer fue grande y no se pudieron compensar las pérdidas con el giro político perseguido; pero enfocar la cuestión desde la queja nacionalista –del nacionalismo catalán en este caso– de dejar a Cataluña desprovista de medios militares para impedir su conquista es una manera muy sui generis de analizar la Guerra civil.
  • el rechazo de las ofertas marroquíes es otro de los tópicos. Para empezar, el autor lo sitúa en el contexto de su crítica a Negrín, pero nada tiene que ver con Negrín, fue una cuestión suscitada en 1936 en los primeros meses de la guerra. Y una cuestión exagerada, porque todo sirve al parecer para criticar a Negrín y los malvados comunistas; la fiabilidad de los «nacionalistas» marroquíes era reducida y en efecto la oferta se producía en un momento en que todavía se esperaba un posicionamiento positivo por parte de Francia. Por otra parte el tópico da por hecho que tal rebelión se habría producido con éxito y no habría sido aplastada por el ejército francés y el ejército de Franco, que hubieran compartido un objetivo común.
  • lo de la guerra de guerrillas es una tontería absoluta. Pretender que en la Guerra civil se podía sustituir el enfrentamiento convencional por la guerra de guerrillas es de una ignorancia supina. Decir que no hubo ningún decreto sobre la tierra a los jornaleros de la España del Sur supuestamente para conseguir que se levantaran contra el ejército sublevado, un despropósito absoluto. Por otra parte, la República sí había legislado sobre la tierra y en la guerra civil se aplicó esa legislación con intensidad (reforma agraria); también se legisló en Cataluña, a favor de rabassaires, arrendatarios y pequeños campesinos.
  • que el juicio contra el POUM fue una reedición española de los Juicios de Moscú es mentira y una infamia absoluta, por mucho que lo hayan dicho y escrito Gorkin y otros. El juicio de la dirección del POUM fue un juicio con garantías y ahí están las sentencias para refrendarlo; los documentos falsos sobre  el colaboracionismo del POUM con el fascismo no fueron tomados en cuenta por el tribunal. Mejor se haría reconociendo que en mayo de 1937 el POUM, como partido, violó la legalidad republicana mediante una acción armada en tiempos de guerra. La reacción republicana no estuvo carente de sentido, ni fue arbitraria. Y finalmente el propio gobierno republicano de Negrín puso en libertad a los condenados –todos ellos con penas de cárcel– en el momento de la retirada de Cataluña. Lo de Nin fue otra cosa, y ciertamente fue una intervención extemporánea y criminal de la NKVD, o más precisamente de Orlov. Es mentira que Negrín no hiciese nada, por el contrario intentó averiguar lo que pasaba junto con Zugazagoitia, pero no lo consiguió; la reacción de Negrín fue reorganizar los servicios de información republicanos e impulsar el SIM, dirigido por socialistas, y alejar a los agentes soviéticos del sistema de información republicano.
Dirigentes del POUM durante el proceso al que fueron sometidos en 1938 (foto: https://www.flti-ci.org/)

PD.: Obviamente no había colusión del POUM con el fascismo y los hechos de mayo no fueron un levantamiento fascista, como la propaganda comunista de la época sostuvo. Pero sí había en Cataluña una «quinta columna» y alguien pudo tener intención de pescar en río revuelto. Franco dijo que había tenido agentes en los sucesos; no necesariamente fue una provocación o una baladronada, entre los heridos en Barcelona La Vanguardia cita a un tal Trillo-Figueroa, tío de Federico Trillo-Figueroa, miembro activo del régimen como toda su familia en la postguerra. Cuando lo intenté no pude acceder a archivos del Servicio de Información franquista, y ya no le seguí la pista, pero lo cito siempre que puedo, a ver si alguien se anima.

  • Final. Eso de que el desenlace de los hechos de mayo fue una de las razones por las que Barcelona cayó sin lucha es otra infamia, pero también es una cierta confesión de parte, puede ser que inconsciente. Entre mayo del 37 y enero del 39 pasaron muchas otras cosas que explican el desenlace de la decisión de abandonar Barcelona sin lucha, sin pretender repetir en la capital catalana el «No pasarán». Explicarlo sería explicar todos esos meses de guerra: el cansancio de la guerra, el hambre, la constatación de la superioridad franquista en equipo, las maniobras de una parte de los republicanos (empezando por Azaña) y sobre todo de los nacionalistas catalanes (ERC, Tarradellas) para poner fin a la resistencia y pretender una paz «negociada» con Franco  –eso sí que causó desafección y desmoralización de combate en buena parte de la población barcelonesa– y, finalmente, el desgaste sufrido en el combate de la batalla del Ebro, que obligaba a retirarse para reagrupar fuerzas y no a plantarse para entablar una nueva batalla que podría ser la derrota definitiva. La confesión de parte: sí hubo una parte de la militancia anarquista que empezó a considerar que aquella guerra no iba con ellos; fue una consideración miope, como la de Besteiro, como la de Cipriano Mera; para otros también hubo algo de oportunismo, de caer en la trampa de la solidaridad rojinegra frente al comunismo como los que pasaron a aceptar e incluso a colaborar con el régimen franquista tras la derrota de la República.

Referencias:

Martín Ramos, J. L. (2015), El Frente Popular: victoria y derrota de la democracia en España. Pasado & Presente, Barcelona.
— (2018), Guerra y revolución en Cataluña. Crítica, Barcelona

 

Espai Marx 

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: barricada durante los hechos de mayo de 1937 en Barcelona (foto: Wikimedia Commons)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

Artículos relacionados

Una reflexión sobre «Homenaje a Catalunya» de George Orwell

 

Lucha por una ilusión: la revolución colectivizadora en la Guerra Civil Española

 

La revolución permanente de Andreu Nin

Chris Ealham: “La República mantuvo el aparato represor de la Monarquía”

 

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí