Hoy se cumplen 100 años de la entrada en vigor de la ley que introducía la jornada laboral de ocho horas (y 48 horas semanales), medida adoptada  en el Real Decreto de 3 de abril de 1919. La organización familiar, la entrada de la mujer en el mercado laboral, la economía digital y otros factores han cambiado el significado de las 8 horas. En Europa o América del Norte,  la duración es hoy un tema secundario frente a la precarización. Liliana Arroyo, investigadora del Instituto de Innovaciones Sociales de Esade, subraya que el problema no es la duración de la jornada, sino la función del trabajo que uno desempeña. “Antes tú aceptabas trabajar ocho horas, pero obtenías derechos básicos. Ahora hay más precariedad. Uno llega a ser pobre incluso trabajando. Hoy la búsqueda de ingresos se ha convertido en la prioridad encima de otras reivindicaciones sociales” (La Vanguardia, 30 de septiembre).

La celebración de una norma legal tiene que hacerse siempre con reparos, salvo que nos creamos que la «Gaceta de Madrid» (el actual BOE) se encarga de hacer la historia. El decreto que entró en vigor hoy hace cien años tardó en ser de aplicación generalizada. Para empezar, no se aplicó en el campo. Y cuando llegó la Segunda República, aun con un Ministro de Trabajo socialista, resultó muy costoso que se extendiera de forma pacífica. El reflejo de esta desigualdad  se comprueba hoy a escala global como indica el mapa de la OIT con los países de Asia Oriental y otros lugares. Una segunda observación es que los decretos que fueron poniendo los cimientos del estado de bienestar (hoy cuestionado) no fueron concesiones de gobernantes ilustrados sino conquistas de la clase obrera y gente común. Corregir el abstencionismo del Estado liberal no fue nada gratuito como se explica con la huelga de La Canadiense que relata Soledad Bengoechea. También conviene no creerse que las conquistas de hoy permanecerán mañana. Finalmente, como no somos marcianos, es la recuperación de las tradiciones culturales  (como sirvió a la Inglaterra industrial investigada por E.P. Thompson) y el conocimiento de las organizaciones obreras y patronales del pasado lo que puede ayudar a cambiar este presente tan convulso como incierto.

R. Robledo

 

 

 

Soledad Bengoechea

Historiadora, miembro del Grup de Recerca “Treball, Institucions i Gènere” de la Universitat de Barcelona

 

En febrero de 2019 se celebró el  centenario del inicio de la huelga de la Canadiense, una de los hitos más relevantes del movimiento obrero catalán. El conflicto empezó en los talleres barceloneses de la empresa hidroeléctrica Riegos y Fuerzas del Ebro, SA, filial de la Barcelona Traction, Light and Power, conocida popularmente como La Canadiense por el origen de su capital. La huelga adquirió una gran dimensión social y culminó con la consecución de la gran reivindicación de la clase obrera: las ocho horas de jornada laboral. España fue el primer país de Europa en lograr este hito.

Central eléctrica de Camarasa (foto: Rosendo Olona, La Vanguardia)

En este escrito hablaré principalmente de la complicidad que durante aquellas semanas se dio entre los patronos, enrolados mayoritariamente en la Federación Patronal de Barcelona, y los militares, liderados por el capitán general de Cataluña, Joaquín Milans de Bosch, abuelo del Milans de Bosch que sacó los tanques a las calles de Valencia el 23-F. Y de cómo y por qué se llegó a consolidar este tándem perfecto. Para los militares, el sindicato patronal representaba el aval financiero y social que necesitaban; para los patrones, Milans significaba la salida de las armas. Este conflicto se inserta dentro del período caracterizado por el fenómeno denominado  pistolerismo barcelonés.

1919: Causalidad y réplica: la huelga de La Canadiense y la Federación Patronal de Barcelona. El papel de Milans del Bosch

Durante septiembre de 1918, en las obras del pantano de Camarasa, en la provincia de Lleida, los anarcosindicalistas galvanizaron y consiguieron hacer estallar una serie de conflictos. Los propietarios del pantano de Camarasa, de capital británico y canadiense, eran los mismos que los de la compañía Riegos y Fuerzas del Ebro, establecida en la ciudad condal y conocida como La Canadiense, que suministraba  la electricidad a Barcelona. En solidaridad con sus compañeros de Lleida, el 8 de febrero se iniciaba la huelga de La Canadiense en Barcelona. Lentamente, el conflicto se fue generalizando en los ramos del gas, de electricidad y otros tipos de industrias. Las reivindicaciones eran las tradicionales: aumento salarial, jornada de ocho horas, readmisión de los despedidos y libertad para los detenidos. Pero, además de estas peticiones, entre algunos grupos cenetistas más radicales estaba subyacente la esperanza de que este no fuera un conflicto más. Excitados por los conatos revolucionarios que se prodigaban en el panorama europeo, aquella huelga fue la excusa para lanzar una ofensiva en toda regla contra el estado de cosas reinante. Y así fue percibida por las clases dominantes; entonces Barcelona empezó a vivir unos momentos de verdadera angustia. Andar por las calles de la ciudad si se tenía aspecto de obrero era toda una odisea, y comportaba exponerse a levantar los brazos continuamente a causa del gran número de cacheos. Al caer la noche del día 20, Barcelona estaba totalmente a oscuras y el silencio era tan denso que casi era tangible. Entonces, a petición de los directivos de La Canadiense, el Estado se hizo cargo de la compañía. El 21 de febrero las tropas ocuparon las plantas eléctricas y volvieron a iluminar Barcelona. Cuando se amenazó a los obreros con el despido si se negaban a volver al trabajo, el Sindicato de Artes Gráficas cenetista impuso una “censura roja” a todos los diarios barceloneses; durante siete días la prensa barcelonesa enmudeció, y la resistencia a reincorporarse al trabajo fue masiva. Entonces empezaron las detenciones.

Trabajadores detenidos durante la huelga de la Canadiense (foto: ja.acops.blogspot.com)

Fuentes documentales ligadas al conde de Romanones, entonces presidente del gobierno,  narran que en algunos ambientes se creó el sentimiento de que durante la huelga se habían llegado a formar comités de obreros y soldados, y corrían rumores que en algunos momentos las tropas se negaron a seguir las órdenes de sus superiores.

Todo esto permite entender cómo, paralelamente al estallido de los conflictos en el sector de las industrias de energía, se produjo un hecho que tendría una importancia crucial para la vida de la ciudad: aquella Federación Patronal de los Ramos de la Construcción, que había ido funcionando durante los años anteriores, se legalizaba ahora de nuevo, y tomaba el nombre de Federación Patronal de Barcelona. Tradicionalmente liderada por los industriales de la construcción, reformaba una vez más sus estatutos y se asignaba un nuevo reglamento. Ante una ciudad en peligro de paralización total, la unión patronal en una organización de resistencia -estructurada tal como la CNT se había estructurado durante el reciente Congreso de Sants-, se percibía como un elemento decisivo para tratar de controlar a los obreros.

Milans: entre el gobierno y la patronal

Joaquín Milans del Bosch (foto: Mundo Gráfico)

Desde que los conflictos se propagaron a Barcelona, el capitán general de Cataluña, Joaquín Milans del Bosch, solicitó una y otra vez autorización para declarar el estado de guerra. Las constantes negativas del jefe de gobierno, el conde de Romanones, a cumplir tal petición confirmaron al militar en su particular convencimiento de la diferencia existente entre la vida política oficial y la realidad social barcelonesa. El caso es que desde algunas posiciones gubernamentales se temía que los acontecimientos catalanes se extendieran a otras zonas del Estado, ya en estos momentos muy exaltadas. Por lo tanto, no se podía abandonar la ciudad condal en manos de Milans, dado que el militar ya había dejado muy claro cuál era su talante cuando estuvo en Melilla y en las Filipinas. Pero, paralelamente, también desde el gobierno se temía una insubordinación de la guarnición barcelonesa, que tenía los ánimos sumamente inflamados, y, aun, la insubordinación del mismo Milans. Desconcierto y temeroso ante tantas presiones, Romanones no se opuso a la decisión de Milans de militarizar a todos los trabajadores de La Canadiense, y el día 12 de marzo concedió al militar la autorización por el establecimiento del estado de guerra.

Militarización de servicios públicos durante la huelga: soldados encendiendo el alumbrado público de Barcelona (foto: Mundo Gráfico)

Inmediatamente, esta última noticia causó tensiones entre el poder civil local y el militar. El día siguiente dimitió el gobernador civil y el jefe de policía. Ante una situación más y más crispada, Romanones y el mismo ministro de la Guerra colocaron al frente del gobierno civil al ingeniero industrial Carles E. Montañés y, como jefe de policía, a Gerardo Doval, más liberal que el anterior; ambos tomaban posesión de sus funciones con el ánimo de iniciar negociaciones con los anarcosindicalistas. A continuación, desde el gobierno se envió a Barcelona al subsecretario de la Presidencia del Gobierno, José Morote, con unas contundentes consignas: templar la actuación de Milans y poner en contacto las partes interesadas. Morote consiguió concertar conversaciones de los gerentes de empresas afectadas por la huelga con el comité de huelga. El día 17 se firmaba un acuerdo: los trabajadores encarcelados serían puestos en libertad, excepto los pendientes de juicio; los huelguistas quedarían admitidos sin sanciones; se garantizaba la elevación salarial; se concedía por fin la jornada de ocho horas y se pagaría los huelguistas el tiempo que hubieran estado de huelga. Según este acuerdo, la victoria de los sindicatos era completa.

Mitin en la plaza de toros de Las Arenas, el 19 de marzo de 1919 (foto: ccma.cat)

Tres días después, en un mitin histórico celebrado en la plaza de toros de Las Arenas, el líder sindical Salvador Seguí (el Noi del Sucre) consiguió que los obreros allí reunidos – en torno a veinticinco mil ­- aceptaran dar por finalizada la huelga; parecía, pues, que la normalidad volvía a Barcelona. Aun así, el acuerdo logrado por Morote no llegó a cumplirse. Milans, que tenía el apoyo incondicional de una buena parte de la patronal, no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente, y utilizó la táctica de no liberar a los detenidos. De hecho, el militar había visto en este conflicto la oportunidad de poner en práctica aquello que desde hacía tiempo lo obsesionaba: aplicar medidas represivas de tal índole que su dureza llegaría a provocar una huelga general revolucionaría. Esperaba ansioso esta ocasión de disponer de una  manga ancha que le permitiera desarticular totalmente el anarcosindicalismo. Milans se negó a liberar a los 79 huelguistas encarcelados. Los sindicatos respondieron con la vuelta a la huelga general, esta vez extendida a toda Cataluña, que paralizó todo el país. Milans decretó, de nuevo, el estado de guerra. Un alarmado Romanones otorgó al militar una total libertad de acción.

Controles de la guardia civil para interceptar a los asistentes al mitin de Las Arenas (foto: El Punt)

Durante la primera mañana del conflicto se sucedieron las reuniones en Barcelona, tanto en los despachos del Gobierno Civil como en los de Capitanía. Al atardecer, todas las autoridades civiles, religiosas, militares, los representantes de las corporaciones económicas, de partidos políticos (excepto los socialistas y republicanos)  y exministros se pusieron bajo las órdenes del poder castrense. Milans se hizo el amo de la situación: ordenó que Barcelona fuera ocupada militarmente y pasó a dividirla por sectores, que quedaron bajo el mando de unos cuantos generales y coroneles. A partir de ahora, los soldados circularían por las calles registrando a los peatones, y los cañones y los efectivos de la Cruz Roja ocuparían una buena parte de la plaza de Cataluña, donde la tropa montó una especie de campamento. Al día siguiente, llegaron a Barcelona varias unidades de caballería que pasaron a ser distribuidas por la ciudad y los pueblos limítrofes. Y el torpedero Osado y el acorazado España hacían su entrada en el puerto. La burguesía, agradecida, entregaba donativos al ejército.

Tropas desplegadas en la calle (foto: Fons Josep M. Sagarra i Plana, Arxiu Nacional de Catalunya)

Finalmente, el 3 de abril de 1919 el gobierno central aprobó el establecimiento de la jornada máxima de ocho horas (una larga reivindicación obrera). A la vez, el gobernador civil de Barcelona, el jefe de policía Doval y el mismo conde de Romanones presentaron la dimisión. A lo largo de la primera semana de abril se normalizó toda la situación y los obreros volvieron a sus lugares de trabajo, con la primera (¿y única?) gran victoria obrera de la historia de Cataluña bajo el brazo.

Patronal y policías paralelas: el papel de Bravo Portillo

Cuando se ha escrito la historia o se han explicado relatos de la Barcelona de la época, la cuestión de los pistoleros que mataban por las calles de la ciudad ha sido un asunto obligado. Pero no es fácil poder calibrar con total veracidad la dimensión de las bandas de pistoleros –tanto de vinculación obrera como patronal-, o de policías paralelas a la oficial, que pululaban por la Barcelona de aquellos años veinte. Sobre esta cuestión tan espinosa, uno de los testigos de que disponemos al margen de las fuentes ligadas a las asociaciones obreras es el jefe de policía Gerardo Doval. Antes de dejar su cargo, Doval consiguió poner al corriente al jefe de gobierno, Romanones, de la situación en que se encontraba la policía barcelonesa. Según Doval, el jefe de policía, Bravo Portillo, utilizaba el cargo que ocupaba como “tapadera” de toda una trama en la cual operaban unos cuantos núcleos de policías diferentes, y en la cual se veían envueltas las corporaciones barcelonesas. Según este testigo, la misma Capitanía habría formado su propio cuerpo de policía, reclutando sus componentes entre elementos que se habían dedicado al espionaje en favor de Alemania; Bravo Portillo, amigo incondicional de Milans, sería su máximo dirigente. Bien es verdad que varias fuentes obreras acusaron repetidamente a los patronos, más concretamente a dos organizaciones, la Federación Patronal y el Fomento del Trabajo Nacional, de apoyar a Milans en su idea de iniciar una etapa “terrorista” desde Capitanía. Estos testigos, exagerados o no, culpaban a Milans de que, con dinero de la Federación, consiguió movilizar un grupo de confidentes al servicio exclusivo de Capitanía y formar así el famoso “fichero Lasarte”, donde estaría recogida toda la información relativa a los obreros que convendría controlar o hacer desaparecer.

Manuel Bravo Portillo (foto: Wikimedia Commons)

La misiva de Doval se envió a Romanones la víspera de una fecha, 9 de abril de 1919, que resulta ya emblemática. Vemos el por qué:

En el mismo centro de la ciudad, junto a la plaza de Cataluña, está situada la Rambla de Canaletas número 6. Es un edificio elegante, austero. El entresuelo tiene unos ventanales enormes que permiten entrever parte del interior. Hace pocos años era un restaurante mexicano. Ahora es una tienda de ropa que comunica con la que está abajo, en la calle. En 1919 aquél era el lugar donde la Federación Patronal tenía la sede, y donde conspiraba. En la mesa del despacho del presidente de la organización, se escribían las cartas dirigidas al primer ministro, e incluso al rey. En el gran salón principal, de techos altos, un buen día el secretario de la Federación, José Pallejà, con un vaso de vino en la mano, dijo ¡manos a la obra! Sigamos  adelante con la propuesta. Y escribió a Romanones. Entonces se puso en marcha la estrategia de formar una banda de pistoleros al servicio de la patronal. Lo explicita un documento depositado en el archivo de la Real Academia de la Historia, en Madrid. Pallejà rogaba a Romanones que no moviese a Bravo Portillo del cargo de jefe de policía. La justificación: porque en nombre de la “casi totalidad” de los patronos barceloneses, la Federación Patronal había elegido a Bravo como organizador de una policía paralela, que actuaría al servicio de la patronal. Parece un hecho insólito que una Federación patronal hiciera público su deseo de constituir un cuerpo de policía, sobre todo cuando el interlocutor era el gobierno. El documento colocaba la organización al margen de la ley, puesto que solo el estado tiene el monopolio de la violencia. Pero nada acobardaba a una patronal que tenía el apoyo de la primera autoridad militar de Cataluña. La misiva patentiza fielmente aquello que fuentes obreras repitieron una y otra vez: la vinculación de la Federación Patronal con bandas armadas.

II Congreso Patronal, celebrado en el Palau de la Música en octubre de 1919 (foto: Viento Sur)

Vemos ahora quién estaba en aquellos momentos detrás de la Federación Patronal: Sabemos que la lideraban patronos de la construcción, algunos de ellos de la importancia de un Miró y Trepat, en representación de la no menos relevante  Asociación de Contratistas de Obras Públicas de Cataluña, y que también la engrosaban patronos de la madera, los carreteros, los cocheros, los industriales del hierro, los navieros y, aun, los empresarios de entidades productoras de energía. Además, por noticias emanadas del Fomento del Trabajo Nacional, también conocemos cómo se había enrolado en la Federación Patronal la misma Federación de Fabricantes de Hilados y Tejidos de Cataluña. Pues bien, los directivos de esta organización eran empresarios textiles que ocupaban cargos relevantes en el Fomento del Trabajo Nacional. Por conducto de la Cámara Industrial, se sabe que “poco a poco [en 1919] fueron sumándose a la Federación Patronal las demás fuerzas patronales organizadas en Cataluña, pues era tal la situación del trabajo en Cataluña, que la Federación Patronal podía contar con la adhesión espiritual y material de todos los patronos, incluso de aquellos que por convicción y temperamento eran enemigos de las asociaciones de resistencia ya que ello era consecuencia fatal del abandono del Poder público, que entregaba a la propia defensa a un sector social».

Miembros del Somatén de Barcelona (foto: Fons Josep M, Sagarra i Plana, Arxiu Nacional de Catalunya)

Casi media Barcelona cerraba filas en torno a Milans. También los somatenistas. Los hombres inscritos en el Somatén barcelonés –organización paramilitar de origen medieval  vigente en ámbitos rurales, pero formados en Barcelona el 22 de enero de aquel mismo 1919- funcionaba bajo el mando supremo del propio Milans. De enero a marzo, el número de sus integrantes se elevó a la cifra de 7.000 y sus organizadores calcularon que rápidamente podría llegar a reclutarse 15.000 hombres. Todo parece indicar que la realidad superó estas expectativas, puesto que testigos presenciales, no solamente desde ámbitos obreros, sino también desde círculos burgueses, hablaban que no hubo fabricante, comerciante o quien tuviera algo que conservar que dejara de ser [del Somatén]. Un autor coetáneo dibujó con aires impresionistas escenas de aquellos días: “Recuerdo haber visto un grande, grandísimo industrial barcelonés, vestido con un abrigo confortable, gorra inglesa, bufanda y zapatillas de fieltro, hacia las dos de la madrugada, llevando un magnífico revólver americano Smith & Weson […]” E incluso la Liga Regionalista se puso a las órdenes de Capitanía. El mismo Francesc Cambó señalaba que la dirección del Somatén estaba en manos de esta organización política nacionalista fundada en 1901. 

Reparto de armas al Somatén de Barcelona en el parque de Artillería de Drassanes durante la huelga de la Canadiense (foto: Arxiu Nacional de Catalunya, fons Brangulí)

Cuando los somatenistas catalanes recibieron órdenes de Capitanía de estar sobre aviso desenfundaron las escopetas y sacaron los brazaletes rojos de sus cajones. Se alinearon a ambos lados y se dedicaron a perseguir a los hombres vestidos de obreros que pasaban por las calles. Resultaba un poco desconcertante, ¿cómo era posible perseguir sin cólera a un hombre que solo disponía de su cuerpo? O quizás sí estaban dominados por la cólera? De vez en cuando disparaban tiros al aire. Sólo era para atemorizar, pero en la atmósfera quedaba después un fuerte olor a pólvora. Nos preguntamos de nuevo, el Estado, ¿no tiene el monopolio de la violencia? ¿Qué  hacían pues estos hombres armados en la calle? ¿Por qué no se los detenía? ¿Por qué la historia ha puesto su mirada sobre estos hombres armados, la mayoría burgueses? No es bueno darle muchas vueltas. Quizás es mejor no pensar demasiado.

Los Sindicatos  Libres

Como se ha visto, durante estos primeros meses de 1919, la CNT se presentaba como la principal enemiga a combatir. Su creciente afiliación desde el pasado Congreso de Sants era una realidad y sus líderes trataban de aumentarla aun utilizando medios coercitivos, en un proceso parecido a los que empleaba la patronal respeto los empresarios que no querían asociarse. Algunos obreros se negaban a aceptar los postulados del Único, pero ni la UGT ni los sindicatos católicos habían prosperado en Cataluña. Estas ofertas, más importantes en otros puntos de España, prácticamente estaban cerradas en el mundo urbano catalán. Fue así como a principios de 1919 conseguía constituirse un nuevo sindicato, que nacía con una vocación plenamente contrarrevolucionaria, con el ánimo de contrarrestar la influencia de los cenetistas entre los trabajadores: el Sindicato Libre. El testigo de la aparición de los Libres en fecha tan temprana (la nueva organización no se dio a conocer hasta octubre de 1919 en un mitin celebrado en el Ateneo Legitimista de Barcelona) se ha podido constatar a través de unas cartas conservadas en un archivo de Madrid, donde por indicación del conde de Romanones se recogieron informes relativos a la historia de la organización. Estas fuentes indican que el Libre apareció como un grupo muy minoritario, que no superaba los dos mil afiliados. Pero lo más sorprendente de aquella documentación es que atribuye el padrinazgo y la tutela de la organización a un militar, el comandante Bartolomé de Roselló, al parecer  ligado a círculos tradicionalistas. De aquel militar sabemos que en septiembre de aquel 1919 era inspector de abastecimientos y que después sería delegado del Ministerio de Trabajo y jefe del Negociado de Asuntos Sociales del Gobierno Civil de Barcelona. Desde aquel lugar, Roselló ejerció un importante papel como mediador en los conflictos sociales justo cuando Martínez Anido era gobernador civil.

Reunión de presidentes de los Sindicatos Libres de Barcelona en 1922 (foto de La Acción en Wikipedia Commons)

Los Sindicatos Libres fueron dirigidos por su presidente, Ramon Sales, natural de la Fuliola. Sales procedía del Sindicato Mercantil de la CNT. El ideólogo  fue Juan Laguía Lliteras, que también  fue secretario general, además de Josep Baró, Jordi Bru, Estanislao Rico, Domènec Farell, Feliciano Baratech y Mariano Puyuelo. Los elementos de los Sindicatos Libres fueran el brazo ejecutor de los atentados contra la CNT y del asesinato de líderes cenetistas como Salvador Seguí, así como del abogado Francesc Layret. En general, tuvieron un apoyo escaso dentro del mundo obrero, sobre todo cuando la CNT estaba legalizada. Por el contrario, cuando las autoridades cerraban el sindicato confederal los Libras crecían. No todos los obreros eran revolucionarios, pero sí que todos necesitaban un cobijo donde sentirse protegidos.

Reflexiones sobre un conflicto emblemático

En los momentos de pánico que siguieron a la huelga general, se produjo en Barcelona una exaltación del elemento represivo, y se estrecharon las relaciones entre los patronos catalanes y el ejército. Cuando los poderes locales –gobernador civil y jefe de policía- no se sometieron a sus deseos, los patronos se dirigieron inmediatamente al ejército, encarnado en la figura del capitán general, crearon cuerpos parapoliciales y ellos mismos se enrolaron en la milicia ciudadana del Somatén. Entonces quedó en relevo la inestabilidad de los gobiernos de la Restauración ante la amenaza del ejército. La huelga general de 1919 puso sobre la mesa que quien realmente tenía la última palabra en el Estado español era el poder castrense por encima del poder civil.

Artillería desplegada en Barcelona durante la huelga de la Canadiense (foto: Arxiu Nacional de Catalunya)

En la coyuntura de la huelga de La Canadiense, Capitanía y la patronal se erigieron en los detentadores del poder y se invistieron de suficiente autoridad para controlar a las autoridades civiles barcelonesas y para hacer tambalear los gobiernos de la Restauración. Durante la huelga, y después ya definitivamente tras ella, Milans se convirtió en el jefe visible de toda una trama parapolicial urdida por algunos sectores del ejército, el Somatén, miembros y exmiembros de la policía, como Bravo Portillo, y por la misma patronal. Entonces se ensayaron todas las medidas represivas que se pondrían en marcha durante los años siguientes.

Aquellos conflictos pusieron de manifiesto la capacidad de respuesta organizativa que tenía la patronal. Con unas estructuras organizativas muy arraigadas y con un ideal más o menos subyacente de unificarlas en una única organización patronal, los empresarios   realizaron un movimiento de defensa, de autoorganización  -igual que el que entonces hacían los patronos de países vecinos, como Italia, o Francia.

Mientras que desde Capitanía y la Federación se hacía, de hecho, política de calle, enfrentándose a los sindicatos y fustigando al gobierno, desde las corporaciones económicas se potenciaban políticas de negociación cerca del gobierno. Una y vez y otra se solicitaba a Madrid el establecimiento de una sindicación obligatoria y única para patrones y obreros. Nos preguntamos, ¿no era esta una medida autoritaria? Más adelante, ¿no se la hará suya el fascismo? ¿No recuerda los Sindicatos Verticales franquistas? La pregunta pertinente sería, ¿qué se quería conseguir con esta propuesta? La respuesta es fácil: deshacer la CNT. Estaba claro: se quería otro tipo de sindicatos, unos sindicados diferentes del confederal, no de clase. La medida encuadraría a todos los obreros en unos sindicatos no revolucionarios. Al tiempo, articularía a todos los patronos. Evitaría así sus diferencias internas, de cuadrar salarios, de levantamiento de locauts… Además de la Federación Patronal, esta propuesta la pedían las Cámaras de Comercio de la Industria y el mismo Fomento del Trabajo Nacional. Así se pretendía organizar, a la vez que desmovilizar, a la clase obrera “demasiada acostumbrada a movilizarse”.

Referencias

Soledad Bengoechea. (1994). Organització patronal i conflictivitat social a Catalunya. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat.

Soledad Bengoechea. (1998). El locaut de Barcelona (1919-1920). Barcelona: Curial.

Fuente: «!!!Les 8 hores!!! En el centenari de la vaga de La Canadenca»

en Catxipanda, febrero de 2019


Ilustraciones: Conversación sobre la Historia

Imagen de portada: avinguda del Paral.lel de Barcelona con las chimeneas de La Canadiense al fondo a la derecha (foto: historia.hispantic.com)

 

1 COMENTARIO

  1. Existen conductas, me refiero a las conductas de los militares, y en especial , del Ejército, que parecieran calcadas al carbónico, en España y en Argentina, aunque probablemente también hayan ocurridos hechos similares, en otras regiones de Hispanoamérica.

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