El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza
Conversación sobre la historia
Santiago M. López García*
GTC Historia es Hoy
Universidad de Salamanca
- Introducción
En este premio de 2025 y su reparto hay dos libros que ahora valen una pequeña fortuna, especialmente para sus autores: The lever of the Riches [La palanca de la riqueza] de Joel Mokyr, editado en 1990 y Endogenous Growth Theory [Teoría del crecimiento económico endógeno] de Aghion y Howitt de 1998. Como veremos, las fechas, lo sucedido en la economía en el decenio de los noventa, son relevantes para explicar este premio Nobel. Por supuesto, en el segundo de los libros se cita al primero, nada más empezar, en la segunda página. Tras señalar las perspectivas sobre el crecimiento que querían superar, Aghion y Howitt explican lo que desean conseguir. Es en este apartado en el que citan la obra de Mokyr. En cualquier caso, la influencia de Mokyr se trasluce más claramente y con mayor intensidad en la reciente obra de Aghion, Antonin y Bunel (2021): El poder de la destrucción creativa: ¿Qué impulsa el crecimiento económico?

Como casi todos los Premios Nobel compartidos hay notorias interrelaciones. Pero seamos claros, este premio está dado como toque de atención por parte de los académicos hacia los decisores políticos, para que, sea cual sea su rango y nivel, vuelvan a poner en el centro de sus estrategias, tanto de crecimiento, como de mantenimiento del bienestar, a la ciencia, la innovación y el cambio tecnológico. Dicho de manera poco sutil: “Is the science, stupid, not the tariffs” [Es la inversión en I+D, estúpido, no los aranceles].
Bueno, este es el comentario general, pero si entramos en el reparto del premio las cosas sí que son más refinadas. Como cualquiera historiador en tierra de economistas Joel Mokyr será visto como un extraño casi como un incómodo heterodoxo. A buen seguro que muchos de los economistas el pasado lunes 13 de octubre se preguntaron por “ese tal Mokyr” que, además, se llevaba la mitad del premio, quedando la otra mitad para los “pobres” Aghion y Howitt. ¿Por qué darle la mayor parte de un premio de economía a un historiador? Esta actitud de los economistas tiene que ver, como siempre, con la incomodidad que les generamos los historiadores, que somos para ello como el compañero de armas que advertía a los emperadores y generales triunfantes de Roma y Bizancio: “Mira hacia atrás, recuerda que eres un hombre”. En el caso que nos ocupa la frase sería: “Lee la historia, recuerda que todo lo que pronosticas tiene sus legados”
El asunto es peliagudo, pues toda teoría económica ha de ser universalista, pero si se quiere explicar los crecimientos económicos hay que incorporar los factores institucionales/culturales, los elementos de ubicuidad y las tendencias y coyunturas históricas. Esto hace que se pierda esa sutil condición de universalidad. Vayamos por partes para explicar esta pérdida de sutileza. Para ello plantemos la cuestión clave que está tras este premio Nobel: ¿Qué es la teoría del crecimiento económico endógeno?
- Crecimiento económico endógeno: la idea
Es la materia que estudia la interacción de la tecnología con la producción. Más específicamente, es la teoría económica que introduce los efectos de los cambios tecnológicos en la función de producción, siendo el principal efecto la destrucción creativa (la sustitución de unas empresas basadas en unas tecnologías por otras con tecnologías más novedosas).
La teoría económica del crecimiento endógeno quiere responder a dos preguntas: ¿Cuánto de la riqueza que tenemos la podemos contabilizar como efecto de la tecnología? y ¿Cómo provoca la tecnología el aumento de la riqueza? Aunque pueda parecer que el orden de estas preguntas debía ser el contrario, lo cierto es que históricamente la segunda pregunta surgió de la primera. Durante los siglos XIX y buena parte del siglo XX la respuesta combinada a las dos preguntas era la siguiente: lo que tenemos es la suma de comprar, instalar y trabajar con las máquinas y herramientas. Es decir, tenemos lo que producimos, si bien con dos matices. Primero, la producción cada vez se va haciendo más eficiente, pues a lo que ya tenemos le vamos sumando una combinación de un número creciente de máquinas, con una mano de obra por máquina decreciente. Es decir, la consecución de las economías de escala vía especialización. Segundo, siendo lo primero cierto, también lo es que, la consecución de las economías de escala entrará en rendimientos decrecientes antes o después.
La verdad es que, durante mucho, mucho tiempo el ejemplo de la fábrica de alfileres de Adam Smith fue suficiente para explicar el crecimiento por la vía de la espiral de la especialización. En vez de que una sola persona (un artesano) tuviera sus propias herramientas para cortar el alambre de hierro, para estirarlo, para afilar la punta y para aplanar la cabeza, un empresario organizaba el sistema de producción cediendo el uso de cada herramienta a una persona diferente, de modo que cada trabajador se especializaba en hacer solo una de las cuatro funciones.
Todo parecía encajar para explicar el crecimiento. Pero claro, había tres preguntas, dos fáciles y una incómoda. Veamos las fáciles: ¿de dónde habían salido las personas? y ¿de dónde o de qué había salido el alambre? La respuesta en ambos casos es de la naturaleza. Por supuesto, en el caso del alambre podemos obviar procesos productivos previos y llegar a un trozo de hierro meteórico encontrado en la naturaleza. La tercera pregunta, la incómoda, era ¿de dónde o de qué habían salido las herramientas? Durante unos setenta años (La Riqueza de las Naciones se editó en 1776) la respuesta fue la misma: de la naturaleza. Se venía a concluir que al igual que el alfiler es hierro, cualquier herramienta es hierro. De hecho, un alfiler es una herramienta. Asunto zanjado, pero solo en parte. Tras esos setenta años, la corriente marxista lo matizó indicando que toda herramienta era capital, es decir, una acumulación de la combinación de trabajo y materia prima (hierro).

- ¿Y si fuera una forma de plusvalía?
Ahora sí, parecía que el problema estuviera zanjado. El proceso de especialización, planteado por el empresario, era el que producía al combinar de una determinada manera el trabajo con el capital, una ganancia de la que se apropiaba (plusvalía). La extracción de la plusvalía era la manera de poner en marcha y acelerar el sistema de producción desde dentro (endógenamente) y permitir el incremento de la riqueza a favor de unas clases en detrimento de otras (la lucha de clases del sistema capitalista). El ludismo había sido la respuesta de los trabajadores a esa extracción, pero para el marxismo era un movimiento que se equivocaba en la identificación del problema y, en buena medida, reaccionario porque se oponía a la tecnología en lugar de buscar la emancipación a través de ella. La solución no era destruir las máquinas, sino que los trabajadores debían retomar el control de la tecnología y de la organización de la producción para eliminar la apropiación de su plusvalía. En la historia del pensamiento económico pasaron unos cien años sin que realmente nadie cambiase, mejorara o rebatiese este enfoque.
Sin embargo, las herramientas tenían la fea costumbre de mellarse y desencajarse. Se estropeaban, así que había que sustituirlas. Lo sorprendente era que en ocasiones y de manera creciente a lo largo del tiempo, cuando se pedía una nueva herramienta a veces te ofrecían una mejor, más precisa, más versátil y, en términos relativos en función de sus prestaciones y calidad, más barata. ¿De dónde y de qué provenían esos cambios “gratis” ? Eso solo podía pasar si a alguien no se le estaba dando su retribución, es decir, si había una apropiación indebida de plusvalía. Ahora bien, encontrar a quién se le debía la plusvalía era complicado. Era una situación como la que se da en el cuento de Los elfos y el zapatero (Die Wichtelmänner) de los Hermanos Grimm. Los elfos confeccionaban los zapatos por la noche para el zapatero, por tanto, en la función de producción del zapatero los elfos son un fenómeno externo (exógeno), pero que enriquece al zapatero. ¿Se podían considerar los cambios en las herramientas como hechos exógenos al proceso productivo? De ser así no había plusvalía y alguien del Olimpo, Atenea o Prometeo, tal vez nos estaba legando sus dones.
Un primer indicio para solucionar este problema de la procedencia del “regalo” (dones o almuerzos gratis, como le gusta denominarlos Mokyr) se detectó a mediados de los años cincuenta de la mano de Robert Solow (1955, 1956 y 1957) (Premio Nobel de Economía en 1987). Solow había detectado un gran remanente no explicado (“residual” es el término utilizado en inglés) a la hora de hacer las contabilidades nacionales a través del cálculo de la función de producción. Evidentemente Solow apuntaba hacia la tecnología como el origen de la acumulación. Ahora bien, sería Kenneth Arrow (Premio Nobel en 1972), quien en 1962 aplicaría el concepto de “learning by doing” (aprendizaje por la práctica) a la producción. Gracias a usar la noción de “learning by doing” se entendía que según se van haciendo las unidades en un proceso de producción, la persona que las está fabricando va mejorando su manufactura. En este punto no hay que olvidar que en términos marxistas ese operario estaría sufriendo una extracción de plusvalía. Por su parte, Robert Lucas, Jr. (Premio Nobel de 1995) adoptó el mismo concepto para explicar los rendimientos crecientes del capital humano incorporado. Todo parecía encajar. Pero en realidad era como si el zapatero de los Hermanos Grimm fuese sonámbulo y se “ahorrase” el no dormir para hacer más zapatos ¿una plusvalía de ensueño? El asunto había sido aparentemente resuelto endogeneizando un notable sobresfuerzo. Formalmente la función de producción seguía siendo una función de relación inversa entre trabajo y capital con un sobresfuerzo remanente que se iba introduciendo de poquito en poquito. Pero en realidad las preguntas eran ahora aún más acuciantes: ¿Quiénes habían recibido la ganancia del remanente? ¿cualquier persona por el mero hecho de practicar con una herramienta podía mejorarla? La explicación del “learning-by doing” resultaba muy chocante si, en vez de herramientas, eran directamente máquinas las que sustituían a las herramientas, pues los cambios ya no eran de poquito en poquito. Era demasiado simple aplicar el “learning by doing” para explicar la aparición de una máquina sustituta de una o varias herramientas. Ni tan siquiera era una buena explicación del proceso de continua mejora de cualquier máquina, por mucho que se supusiera que era de naturaleza intrínseca durante los procesos de trabajar con ella o repararla. Los elfos volvían a rondar el panorama explicativo a finales de los años setenta.

- Aclarando el panorama: Romer
El problema fue resuelto a mediados de los años ochenta por Paul Michael Romer (Premio Nobel de Economía de 2018). El “learning by doing” a lo largo del tiempo y por todos los trabajadores crea un acervo común de conocimientos, un acervo al que todos los operarios terminan teniendo acceso. Ese acervo multiplica la capacidad de transformación de las personas, las cuales realizan acciones intencionadas de investigación para mejorar las herramientas, máquinas y procesos. Los elfos parecían haber sido descubiertos en forma de herencias acumuladas de procesos de “learning by doing”.
Aunque Romer puede considerarse como el padre de la teoría del crecimiento endógeno, lo ciento es que los que querían mantener el crecimiento económico sin la endogeneidad (la función de producción neoclásica) respiraron, pues ese acervo podía denominarse ciencia. La idea que defendían era sencilla: la ciencia tiene su propia función para hacer descubiertos científicos. Esa función es totalmente ajena a la economía. La economía recibe de manera exógena esos descubrimientos por los que paga vía patentes y royalties. En consecuencia, no se necesitaba el relato que se había fraguado sobre el crecimiento endógeno desde los años sesenta partiendo del “learning-by doing” hasta llegar el acervo de conocimientos. Así quedaba asentado el llamado modelo lineal, es decir, una línea causal que parte de la investigación científica de carácter básico, luego la investigación aplicada, más tarde la inversión empresarial para el desarrollo de productos y servicios y, por último, su colocación exitosa en el mercado en forma de innovaciones. Esto condujo a que en los años ochenta dejasen de ser relevantes los artículos científicos y las políticas de I+D que se basaban en el modelo lineal y se empezaron a utilizar los denominados modelos interactivos del proceso de innovación.
La evolución del pensamiento económico, es decir, la conformación de la teoría económica, no se puede deslindar de los acontecimientos económicos del momento en el que se está fraguando. El decenio de los noventa fue el momento en el que definitivamente se comprendió que los cambios que estaban dándose en las tecnologías de la información y las telecomunicaciones no eran meras mejoras de las máquinas de escribir mecánicas, las tabuladoras y máquinas registradoras o de los teléfonos de sobremesa. En términos de la metáfora de los elfos es como si el zapatero se hubiera encontrado los zapatos voladores de Mercurio. Este tipo de cambio radical difícilmente se podía explicar los procesos acumulados de “learning by doing”. Aunque a algunas personas les pueda sorprender, el período posterior a la Segunda Guerra Mundial había sido bastante continuista en lo tecnológico. Este estado general de parsimonia tecnológica hacía que pensar en un futuro de viajes interplanetarios, robots y alimentación sintética no crease inquietud y se contemplase el porvenir como algo en realidad ajeno al presente y para nada amenazador. Sin embargo, desde finales de los años ochenta todos aquellos economistas estaban preocupados. Notaban que el futuro se les estaba echando encima. Debían explicar cómo el sistema económico estaba haciendo crecer todas aquellas tecnologías de computación y telecomunicaciones que estaban cambiando su manera de producir, su consumo y su ocio en ciclos muy cortos y perceptibles. El modelo lineal de producción de innovaciones se les antojaba demasiado lento para producir aquella avalancha. Tenía que haber retroalimentaciones, efectos combinados y acumulaciones en los procesos de innovación.

- ¿Tenía razón Schumpeter?
Lo cierto es que Joseph Alois Schumpeter (1942) en los años cuarenta, la época final de la ola de innovaciones provocadas por la electricidad y el motor de combustión, ya había atisbado como era el proceso de innovación. Sin embargo, las postrimerías de los años setenta no eran buenos momentos para el pensamiento económico schumpeteriano. Schumpeter había fallecido en 1950 y su idea de la “destrucción creativa” no se constataba por ninguna parte. Más bien era todo lo contrario. Las grandes empresas al estilo de IBM, AT&T, Coca-Cola, Ford, JP Morgan, GE, Dupont o AIG dominaban sus sectores y prácticamente programaban el ritmo de mejoras en sus servicios y productos. Las empresas emergentes (las insurgentes) no desplazaban con sus nuevas tecnologías a las ya establecidas (las incumbentes), de modo que no había “destrucción creativa”. Era un mundo sin elfos.
Los escasos seguidores de Schumpeter por aquel entonces, los llamados neoschumpeterianos, con Christopher Freeman en Reino Unido y Richard Nelson en Estados Unidos, acometieron la larga tarea de renovar la teoría del crecimiento económico basándose en la incorporación del cambio tecnológico. ¿Era esto teoría del crecimiento endógeno? Aparentemente sí, pero epistemológicamente no. Los neoschumpeterianos divergen de neoclásicos y endogenistas en varias cuestiones claves. Las principales discrepancias residen, por una parte, en el modelo de optimación y, por otra, en el agente cuyo comportamiento determina la oferta en la actividad económica. Para los neoclásicos y endogenistas la optimización es el fruto de la acción del individuo-empresario guiada por el código de la maximización del beneficio. Para los neoshumpeterianos son las distintas acciones realizadas por las empresas que se basan en sus rutinas acumuladas (su cultura empresarial), que al mantenerse o modificarse en el tiempo, van condicionando la adaptación de las empresas a los entornos cambiantes. De facto, un neoschumpeteriano nunca hablará de optimización, sino de éxito adaptativo.
Tal vez esta distinción pueda parecer de poca importancia, pero es la que de momento imposibilita que un/a neoschumpeteriano/a vaya a obtener el premio Nobel de Economía, puesto que la economía sigue asentándose en la hipótesis de la optimización como fruto la decisión racional (individual). Lo más cerca de haber roto esa hipótesis fue en 1978, con la concesión del premio Nobel de Economía a Herbert Alexander Simon, quien defendió el principio de racionalidad limitada. El cerebro no puede continuamente estar buscando la solución óptima. El coste de informarse de todas las alternativas, de todas las opiniones y estrategias del resto de agentes implicados y de acotar la incertidumbre acerca del futuro es energéticamente exorbitante para nuestras neuronas[1]. Los premios Nobel para los psicólogos Daniel Kahneman en 2002 y Richard Thaler en 2017 fueron la continuación de la línea abierta por Simon, pero sin romper ninguno de los tres con la hipótesis de la decisión racional.

- Mokyr al rescate
Llegados a este punto, ¿acaso el Nobel a Mokyr quiebra la hipótesis de la decisión racional? o preguntado de otra forma ¿es Mokyr más neoschumpeteriano que endogenista o al contrario? Siempre es muy incómodo dar premios Nobel de Economía a historiadores. Para empezar, los historiadores suelen entender la economía como un juego lleno de múltiples agentes e instituciones con historia y con objetivos y reglas diversas. Es lo que los economistas entienden como la visión institucional de la economía. Así que la hipótesis de que los individuos se guían por la decisión racional es un asunto relativo o secundario en sus análisis. La perspectiva de los historiadores se acerca más a la de los economistas neoschumpeterianos y viceversa. En un modelo basado en la adaptación de las empresas (instituciones y todo tipo de organizaciones que crea el ser humano) a los entornos cambiantes es mucho más sencillo, casi natural, entender la transmisión de los conocimientos, valores y experiencias de la ciencia en las rutinas de las empresas y viceversa (transmisión e intercambio de información). Esos intercambios con la ciencia son los elfos, elfos que son los almuerzos gratis (“free lunches”), término que continuamente utiliza Mokyr para explicar el efecto del cambio tecnológico. Son las transferencias e intercambios de conocimiento (modelo interactivo del proceso de innovación) los que provocan el cambio tecnológico y los que proporcionan al final un aumento de la producción y, consecuentemente de la riqueza. Un aumento muy superior a la esperable por la sola aportación del trabajo (esfuerzo pagado con salarios), las retribuciones a los propietarios de las materias primas y el pago de rentas e intereses.
Para que los partidarios de la teoría del crecimiento endógeno pudieran internalizar esta cadena de fenómenos tenían que integrar lo que ellos han denominado como una articulación entre la tecnología y las instituciones. Para lograrlo, primero había que apelar a encontrar situaciones de crecimiento económico donde no se dieran las causas tradicionales, tales como aumento de población, aumento de la inversión, la expansión comercial y la división del trabajo (economías de escala). Joel Mokyr y Hans-Joachim Volt (2006) presentaron esos casos. Si las causas anteriores no estaban presentes el crecimiento solo podía ser achacado al aumento del caudal de conocimientos humanos, incluyendo valores científicos, conocimientos tecnológicos y cambios en las prácticas institucionales. Mokyr (2002) enfatizó que el despegue económico, iniciado hace tres siglos, fue el fruto del diálogo entre el conocimiento científico (teórico y proposicional) y el práctico (prescriptivo). El primero trata de entender los fenómenos naturales y el segundo de desarrollar una técnica para trasladar el conocimiento del fenómeno natural a la producción (lo que tradicionalmente se entiende como transferencia científica). El crecimiento preindustrial se basaba en el conocimiento prescriptivo. Por tanto, no se necesitaba comprender el saber científico que sustentaba un proceso productivo. En esas condiciones el avance o mejora eran parsimoniosos. Desde finales del XVIII esa perspectiva cambió y, ya en el XIX, lo haría de forma radical. La técnica solo sería eficaz y podía transformarse en tecnología si se entendían los principios científicos en los que se basaba. Es así como nació la tecnología, aplicando el método científico al conocimiento práctico utilizando los recursos que les son propios a la ciencia, como la lógica, la matemática, la experimentación y la formulación. Pero ¿Qué fue lo que hizo posible esa interacción entre prácticos y teóricos? Mokyr señala las tres causas principales. Primera, la competencia entre los países en una Europa políticamente fragmentada, que hizo que se superara el tradicional modelo de ciencia hecha con el apoyo de los mecenas (príncipes y reyes), para pasar a ser una cuestión de Estado y de los ciudadanos. Fue así como se crearon sociedades científicas, ateneos y clubs donde interactuaban teóricos y prácticos, así como nuevos tipos de universidades y academias para transferir e intercambiar conocimientos. Segunda, las nuevas fórmulas de comunicación, como los servicios postales universales, los periódicos, las enciclopedias, los diccionarios y las revistas científicas. Tercera, la propagación de las leyes de propiedad intelectual e industrial.
Todo aquello no hubiera sido viable sin el surgimiento de la République des Lettres, que desde el Renacimiento y especialmente con la Revolución Científica, había puesto en contacto a humanistas, literatos y académicos utilizando el latín. A finales del XVIII la primigenia République des Lettres ya estaba convirtiéndose en lo que Robert Merton denominaría como la República de la Ciencia. Esa República suponía y supone el sistema global de transferencia e intercambio de conocimientos, aunque tal vez solo sea un reino soñado de elfos.
- Referencias empleadas
Aghion, Philippe & Howitt, Peter (1998): Endogenous Growth Theory de 1999. Cambridge: The MIT press.
Aghion, Philippe, Antonin, Céline y Bunel, Simon (2021): El poder de la destrucción creativa ¿Qué impulsa el crecimiento económico? [Traducción del original Le pouvoir de la destruction créative (2020)]. Barcelona: Deusto (Planeta).
Arrow, Kenneth J. (1962): “The Economic Implications of Learning by Doing”, The Review of Economic Studies, 29 (3), pp. 155-173
Mokyr, Joel (1990): The lever of the Riches de Joel Mokyr. London: Oxford University Press
—– (2002). The Gifts of Athena: Historical Origins of the Knowledge Economy. Princeton University Press
Mokyr, Joel & Voth, Hans-Joachim. (2010). Understanding Growth in Europe, 1700-1870: Theory and Evidence, en (Ed.) Stephen Broadberry y Kevin H. O’Rourke, The Cambridge Economic History of Modern Europe, Volume 1: 1700-1870, pp. 7-42. New York: Cambridge University Press.
Schumpeter, Joseph A. (1994) [1942]. Capitalism, Socialism and Democracy. London: Routledge.
Solow, Robert M. (1955). “The Production Function and the Theory of Capital”. The Review of Economic Studies. 103–07.
Solow, Robert M. (1956). “A contribution to the theory of economic growth”, Quarterly Journal of Economics. 70 (1): 65–94.
Solow, Robert M. (1957). “Technical change and the aggregate production function“. Review of Economics and Statistics. 39 (3): 312–20.
*Santiago M. López García
Director del Instituto de Estudios de la Ciencia y la Tecnología (ECyT) de la Universidad de Salamanca (USAL). Vicepresidente de la Asociación Española Para el Avance de la Ciencia. Miembro del GTC (Grupo de Transferencia del Conocimiento) Historia es Hoy. Profesor del Departamento de Economía e Historia Económica de la USAL.
[1] Para conseguirlo se necesitaría una nueva ciencia como la psicohistoria. La psicohistoria es el nombre que Isaac Asimov dio en su Saga de la Fundación a la ciencia que combina la historia, la psicología y la estadística gracias a la utilización de superordenadores para calcular el comportamiento estadístico de poblaciones extremadamente grandes.
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: Niklas Elmehed
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
Artículos relacionados
Cómo el mundo se enriqueció: los orígenes históricos del crecimiento económico
Economía para escépticos IV. Variaciones sobre el mercantilismo y el capitalismo de la finitud
Descubre más desde Conversacion sobre Historia
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

























