Pedro Gerson *

 

A pesar de que las protestas en contra del racismo y el abuso policial en Estados Unidos ya no figuran en los encabezados de los periódicos, las marchas siguen en distintas ciudades de estados como Oregon, California, Nueva York, Idaho, Colorado, Michigan, Kentucky, y Louisiana en el último mes. La desatención mediática, como lo demuestra el caso de Portland, es ocasionada por la falta de violencia: los protestantes han mostrado más aguante que las autoridades gubernamentales, quienes han cedido poco a poco el espacio y dejado a la gente marchar en paz. Más que celebrar la capacidad de resistencia, debemos reflexionar qué es lo que ha hecho que miles de estadounidenses hayan decidido, en medio de una pandemia y crisis económica, salir a las calles por meses.

Protesta en Kenosha (Wisconsin) tras la actuación policial en la que Jacob Blake recibió siete disparos el 23 de agosto de 2020 (foto: wbez.org)

Quizá desde México, con nuestros plantones eternos y marchas multitudinarias, un movimiento de unos meses nos parezca poca cosa. Sin embargo, desde el movimiento contra la guerra de Vietnam en los setenta, en Estados Unidos ha sido muy difícil que una protesta social perdure. A pesar de que el país lleva más de 15 años en una guerra sin fin en Oriente Medio, con miles de muertes de estadounidenses, iraquíes, y afganos (principalmente), de una desigualdad económica que cada vez se acentúa más,1 y del abandono progresivo del Estado en diversos temas como el cambio climático, la salud o la educación, en los últimos 20 años, los movimientos de protesta han sido fugaces y localizados.

El movimiento “Occupy” en 2011, que se enfocó en protestar la desigualdad económica, fue quizá el más cercano a formar una coalición organizada. Sin embargo, este movimiento no supo convertir su causa en una plataforma democrática de cambio. Las protestas de este verano, en cambio, sugieren que el movimiento “Black Lives Matter” (“BLM”) puede ser diferente. No solo por el volumen de gente que ha participado –de acuerdo a un estudio hasta 26 millones de personas marcharon en una semana de junio– ni tampoco porque las protestas han continuado hasta agosto. También, el movimiento ha sido respaldado por organizaciones influyentes que generalmente buscan ser percibidas como neutrales o incluso conservadoras, como la NFL o NASCAR. Pero lo más importante, es que las marchas se están transformando en propuestas concretas para replantear por completo el aparato de seguridad pública en aquel país.

Bubba Wallace, uno de los pilotos más populares de la NASCAR, viste una camiseta de BLM en el Atlanta Motor Speedway on June 07, 2020 in Hampton, Georgia. (foto: Chris Graythen/Getty Images)

No pretendo explicar por qué ahora y por qué BLM; lo cierto es que la mayor parte de la reacción se explica por el hartazgo de cómo operan las policías estadounidenses, su racismo inextricable, así como por la falta de liderazgos e imaginación política para enfrentar este momento. Los asesinatos de George Floyd y Breonna Taylor fueron gasolina para una mecha que lleva mucho tiempo encendida. Para entender por qué, hay que saber cómo es que esta se prendió.

Estados Unidos ha sobre-criminalizado a su población; es decir, demasiados comportamientos están catalogados y son atendidos como delitos. Con una población carcelaria de más de dos millones de personas, tiene el mayor número absoluto y relativo a la población (655 por cada 100 000 habitantes) de personas encarceladas en el mundo. Sus policías se han militarizado desde los noventa (pero especialmente a partir del 2001), lo cual se ha visto reflejado en el equipo personal, el armamento, y en las tácticas utilizadas por estas instituciones durante las protestas que, además, son discriminatorias. Para los pobres, migrantes y/o negros hay sobre-vigilancia, violencia y arrestos rutinarios, para los ricos y/o blancos hay prevención y advertencias. Esta discriminación no solo es inmoral, sino que ha dañado la legitimidad policial y, por ende, impedido la eficacia de las corporaciones policiales.

Dormitorio abarrotado de reclusos en la California Institution for Men en Chino (foto: Department of Corrections and Rehabilitation/sacbee.com)

En parte, estos cambios fueron ocasionados por el aumento vertiginoso en incidencia delictiva en los 60 y 80 y un deseo por ley y orden que encontró ecos políticos que se tradujeron en políticas punitivas. (Como acotación al margen, México, está pasando por lo mismo y hasta ahora ha respondido de forma similar: con la creación de la Guardia Nacional, el uso de las fuerzas armadas en materia de seguridad pública, y la renovación del populismo penal). Si bien el modelo punitivista y discriminatorio estadounidense se ha vuelto más evidente con el tiempo, ya desde los 80 eran claros sus parámetros, mismos que no han cambiado hasta hoy. Recientemente, el rapero Ice Cube, exintegrante de la banda N. W. A., declaró acerca de la canción Fuck tha Police, que “esa canción sigue en el mismo lugar en el que estaba antes de que la hiciéramos«. 

En la última década, con la publicación de libros como El color de la justicia y el documental 13th, el reconocimiento de los excesos del aparato punitivo (que incluye a policías, fiscales y jueces) se ha difundido en los Estados Unidos. Esto se tradujo en varias reformas con una perspectiva de justicia procesal, donde los problemas de las agencias de seguridad se entienden como temas técnicos, no sistémicos. Las respuestas, por ende, han sido incrementales y discretas: modelos de intervención temprana, protocolos de reducción de riesgo, cursos para evitar sesgos raciales implícitos, etcétera. Si bien cada una de estas medidas puede ser positiva, no han logrado en conjunto ni reducir la incidencia de violencia policial contra civiles2, ni eliminar la dependencia en el sistema penal para atender cualquier problemática social.

Hollywood, 2 de junio de 2020. Foto: Ringo H. W. Chiu/Asociated Press

Por todo lo anterior, hoy el debate sobre seguridad pública en Estados Unidos se plantea desde una postura más radical: ya no se trata de reformar sino de eliminar la policía o  reducir su financiamiento. Puede parecer que este tipo de medidas estén muy lejos del margen de lo políticamente viable, pero ya hay funcionarios públicos comprometidos con las mismas. Ahora bien, no estoy diciendo que la visión abolicionista esté en el centro político. Tanto el presidente Trump como el candidato presidencial demócrata Joe Biden proponen invertir más en la policía. Sin embargo, con las protestas del verano, mucha gente se está dando cuenta de que, en su forma actual, la policía no garantiza el bien público que pretende proveer: seguridad. Y, aún más, para muchas comunidades representa una amenaza. Así que, independientemente del presidente, por primera vez en mucho tiempo se abre la posibilidad de que a nivel local, por lo menos, veamos un cambio en la lógica y función policial en Estados Unidos.

Notas

1 Hoy en Estados Unidos el 20 % de la población tiene el 52 % de la riqueza, en 1968 tenía el 43 %. Aún más grave es que la población con el 1 % de ingresos más alto han visto su riqueza crecer en 200 % desde 1979, mientras que el ingreso medio solo aumentó en un 47 %.

2 Desde el 2015, el número de personas asesinadas por un policía se ha mantenido relativamente estable. Ese año la policía mató a 516 personas en Estados Unidos, el año pasado mató a 534. Sin embargo, la situación ha empeorado en lo que va de este año, a la fecha la policía a matado a 751 personas en el país.

Pedro Gerson
*Director de la clínica de migración en Louisiana State University. Investiga, principalmente, temas de derecho penal y migratorio.

Fuente: Nexos AGOSTO 31, 2020

Portada: pintada con el lema Defund the Police en una calle de Washington D.C. (Tasos Katopodis/Getty Images)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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