Guillermo Castán Lanaspa

Doctor en Historia. Miembro del Grupo Cronos (Salamanca). Entre sus obras destacan “Política económica y poder político: moneda y fisco en el reinado de Alfonso X el Sabio” (2000) y “Las bibliotecas escolares: soñar, pensar, hacer” (2002).

Todos los historiadores saben que la Historia es o pretende ser una ciencia empírica y no un género literario; ello implica que la historiografía está sometida a unas reglas que es necesario respetar, y una de las principales es la de mostrar las pruebas en que basa sus afirmaciones, así como la de separar nítidamente lo que se sabe de lo que se supone. Por eso, al repasar las aportaciones que, desde mediado el siglo XX, se han hecho sobre la epidemia de 1348 en España, resulta curioso observar que, a pesar de la falta de documentación, nuestra historiografía ha aceptado como un hecho establecido que la incidencia del morbo ocasionó casi por todas partes una auténtica catástrofe demográfica cuyas secuelas afectaron a todo el tejido social y económico. Sorprendentemente, y a pesar de la prudencia que es posible observar en los últimos años, muy pocos se  han atrevido a cuestionar unas afirmaciones que, a falta de pruebas evidentes, no deberían pasar de ser consideradas meras hipótesis de alcance local y más o menos razonables.

Desde luego la situación no es la misma en todos los territorios peninsulares; como se sabe la crónica de Pedro IV suministra mucha más información que las de Alfonso XI o Pedro I, y en la Corona de Aragón existe una importante documentación, tanto fiscal como relativa a la cuestión mientras que en Castilla tan sólo disponemos de un puñado de informaciones sueltas. El caso de Navarra es igualmente muy interesante, pues en realidad se puede decir que la gravísima incidencia que se admite en casi todas las merindades es un descubrimiento del siglo XX (y del Archivo de Comptos). Pero, salvo en unos pocos casos muy locales que no se pueden extrapolar, en ninguno de los territorios peninsulares es posible cuantificar las víctimas, por más que para Cataluña se hayan hecho estimaciones catastróficas desde el primer momento, frecuentemente aceptadas y difundidas posteriormente. La falta de datos en Castilla no ha sido óbice para que, desde el siglo XVI, se insinúe primero y se vaya afirmando lentamente después la idea de que una verdadera hecatombe ha ocurrido casi por todos los lados. La fuerza con que la idea de una catástrofe de dimensiones colosales se ha introducido en nuestra historiografía es tal que se han invertido los términos correctos que exige la metodología científica, de modo que la carga de la prueba ya no recae en quienes afirman la existencia de tal episodio, sino en quienes la cuestionan. Incluso se ha llegado a afirmar que el silencio de las fuentes no deja de ser una prueba (¿?) indirecta de la enorme gravedad de una epidemia que, aparentemente, habría dejado mudos a cronistas y contemporáneos, sorprendentemente solo en nuestra Península, pues en otros países europeos el paso del morbo provocó vívidas narraciones que, sin más expediente, se suponen más o menos válidas para aquellas zonas donde las fuentes enmudecen.

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Miniatura de la Biblia de Toggenburg (Suiza), 1411 (Kupferstichkabinett, Berlin)

Seguramente la Sociología de la Ciencia podría ayudarnos a explicar este curioso fenómeno; pues parece claro que en este asunto concreto prima el argumento de autoridad y la repetición acrítica sobre las cautelas que habitualmente mantienen los historiadores. Así es como muchos autores de monografías locales o regionales predican para su territorio la existencia de una calamidad en 1348-50 aduciendo como principal razón que, puesto que afectó a casi toda Europa y a toda España, también debió hacerlo allí, en un ejercicio deductivo de muy arriesgada aplicación a la ciencia histórica. Esta proclividad a la hipérbole para describir episodios trágicos no es precisamente una exclusiva de medievalistas; así, el año 2018 se conmemoró el centenario de la llamada gripe española y la prensa publicó algunas informaciones y entrevistas con especialistas; pues bien, eldiario.es del día 28 de octubre presenta una información en la que el periodista pone en boca de un especialista en salud pública que esta gripe, como pandemia ha sido la peor de la historia, porque concentró una elevada mortalidad en un periodo relativamente corto de tiempo, al punto de que no fueron pocos los que temieron por el futuro de la humanidad; y es que las distintas estimaciones que se han hecho aseguran que la pandemia pudo afectar a una cuarta parte de la población mundial y la cifra de muertos pudo superar los cien millones. Claro es que desconocemos la cifra de la población mundial existente por entonces, que se estaba en medio de una guerra mundial (en la que es muy difícil evaluar las causas de tanto muerto como hubo) y que en la propia noticia las cifras de víctimas oscilan entre cincuenta y cien millones… Pero para enfatizar la gravedad hay que recurrir, como antaño, a frases como la peor de la historia, la humanidad en peligro, los sepultureros no dan abasto, los cadáveres abandonados son devorados por los perros…En fin, esta pandemia del siglo XX, dicen, mató a más gente en un año que la peste negra en un siglo.

La cuestión de la peste negra se fue introduciendo en nuestra historiografía (a la que era ajena) en los siglos XVI y XVII a través, fundamentalmente, de los frailes historiadores de sus propias Órdenes, que importan y aplican las narraciones que para otros lugares de Europa escribían sus correligionarios de allende los Pirineos con todos los ingredientes del horror ya visibles en las crónicas europeas del siglo XIV, deudoras, a su vez, de otras narraciones anteriores; introducción muy difícil y lenta entre los historiadores seglares (la expresión es de Hebrera) que, en sus historias nacionales o locales, rechazan a menudo dar más relieve a la epidemia de 1348 del que sus fuentes les permiten (o sea muy poco, o nada, especialmente en Castilla), a la vez que conceden importancia a otras epidemias y calamidades, anteriores o posteriores, de las que tienen noticia bien por las crónicas, bien por documentos de archivos. Probablemente el más influyente introductor de la idea es el  Padre Mariana, quien en su Historia de España aparecida en 1592 hace una descripción dramática y literaria (basada en la de Boccaccio y en las divulgadas por los frailes historiadores) que, aunque parece centrarse en la Corona de Aragón, en realidad se refiere a toda España (…era grandísima lástima ver lo que pasaba en todos los pueblos y ciudades de España…). Así pues, el jesuita integra en una historia general (historia seglar) las narraciones que los frailes extendían en sus historias particulares, dándoles con ello un amplio vuelo, del que antes carecían. Algunos ensayistas ilustrados (como Sarmiento) e historiadores de cuestiones especiales (singularmente de la medicina) recogerán y ampliarán este mensaje que, de todos modos, sólo se reflejará de forma excepcional en nuestros historiadores seglares del siglo XIX y de la primera mitad del XX. En la segunda mitad de este siglo, al hilo de la renovación historiográfica, entrará de Europa la tercera gran corriente que abrirá definitivamente las puertas a la idea de la catástrofe demográfica causada por el morbo; los trabajos de Le Goff, Carpentier, Biraben o Guy Bois en el marco de una explicación sobre la crisis de la Baja Edad Media, serán constantemente citados y, en muchos casos, sus conclusiones serán directamente aplicadas en España mientras se buscan y se encuentran, o no, documentos que las respalden.

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La peste de 1348 en Florencia según la descripción de Boccaccio, por Luigi Sabatelli

En efecto, hasta los años sesenta del siglo XX la historiografía española mantiene las tendencias anteriores, pues las historias de España de amplia difusión (manuales de enseñanza superior) de Altamira, Ballesteros, Aguado, por citar algunas conocidas, no prestan ninguna atención al asunto. Pero la actitud prudente de los historiadores seglares se verá debilitada por el hispanista belga Verlinden quien, conocedor de las fuentes y utilizando especialmente las ordenanzas aprobadas en el siglo XIV sobre el trabajo, precios y salarios, deja establecido que, a juzgar por sus consecuencias, toda la Península, incluidas Castilla y Portugal, sufrieron una muy fuerte incidencia del morbo.  Las semillas por él sembradas fructificarán años después, muy reforzadas además con la aparición de importantes fuentes que consolidarán la idea de una Cataluña asolada con documentos de indudable valor (que, sin embargo, no permiten cuantificar las víctimas ni por aproximación, aunque Tilander acepta la exagerada de dos tercios de la población).

 

La historiografía española se alinea así con  la europea, que ya por entonces admitía generalizadamente efectos desastrosos de la epidemia en la población de los diversos países y regiones, lo que puede verse en una legión de estudios de extensión y profundidad variables destacando por su influencia e importancia, como hemos dicho, los de Biraben, Le Goff, Carpentier (como las fuentes son tan parcas, dice esta autora que hay que leer entre líneas), Postan, Pounds, Vovelle, Guy Bois, Bardet y Dupâquier y un largo etcétera que, al ser difundidos en España, causarán un impacto notable en nuestra historiografía. Con todo ello queda establecido como norma general que aquí pasó como en los demás países europeos aunque no haya fuentes ni estudios equiparables.

 
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Flagelantes en Doornik (Tournai), miniatura de la Crónica de Giles Li Muisis (1349), Biblioteca Real de Bélgica (Bruselas).

La historiografía española desde mediados de los sesenta avanza hacia una convergencia que resulta, por un lado, de la desdramatización y escepticismo en relación a lo establecido para la Corona de Aragón, y por otro de la reafirmación de lo insinuado para Castilla. Doble efecto que se puede sintetizar diciendo que ni tanto en Cataluña ni tan poco en Castilla.

Así es que en un contexto general en el que va apareciendo la prudencia frente a las tesis catastrofistas, la historiografía actual acepta con una muy escasa documentación y menos pruebas, y por ello con dudas y con claras excepciones, una invasión epidémica general en la Corona de Castilla cuyos efectos son considerados mayoritariamente como muy graves aunque ya nadie se atreve a cuantificar, por lo que la expresión queda en las tinieblas de la ambigüedad; y a la vez asistimos a la impugnación de las exageradas cifras que habitualmente se daban para la Corona de Aragón, cuya historiografía ha entrado también en una línea de prudente contención a pesar de las abundantes (aunque limitadas)  fuentes documentales existentes.

Para explicar estas ideas que, como vemos, postulan que la cuestión de la hecatombe demográfica causada por la peste de 1348 se introduce en España, singularmente en Castilla, muy lentamente y por influencias de la historiografía europea, hemos realizado un estudio detallado de la historiografía española desde el siglo XV, tanto a nivel general como al de los distintos espacios peninsulares, de modo que basándonos en las informaciones y en los datos aportados por la historiografía, indagamos si las suposiciones de mortandades que se vienen haciendo han podido tener lugar o no a tenor de la información complementaria y de la incidencia que, en su caso, sería esperable en la evolución demográfica. Nos centramos en la incidencia de la epidemia sobre las poblaciones; no entramos en el análisis de las fuentes, ni en los metalenguajes ni en los relatos, de modo que nuestro trabajo no pretende inspirarse en la Historia Cultural o en la Antropología, por ello tampoco indagamos sobre mentalidades y su relación con los discursos, y no entramos en el papel que cabe asignar a la Peste Negra de 1348 en la Crisis Bajomedieval.

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Entierro de víctimas de la peste en Tournai, miniatura de las Crónicas de Gilles Li Muisis (1349), Biblioteca Real de Bélgica (Bruselas)

Los criterios o principios rectores que han guiado esta investigación, que versa sobre la historiografía española (subrayo, pues, que no es un trabajo de demografía histórica ni de historia económica o social) se podrían resumir en cinco, a saber:

1) Principio de suficiencia, es decir, la muestra de estudios consultados ha de ser suficiente; esto ha obligado a que sea muy elevada dado el enorme volumen de publicaciones existentes relacionadas directa o indirectamente con la cuestión, lo que ha dilatado muchos años la redacción final que presentamos.

2) Principio de relevancia, que implica identificar los trabajos imprescindibles para nuestro propósito, tarea que no siempre resulta sencilla por la razón de que muchos estudios verdaderamente serios, innovadores y muy bien elaborados no tienen la visibilidad (y en ocasiones son de difícil acceso) de que sí gozan otros quizás con menos méritos y, desde luego, con menos ideas y aportaciones esenciales.

3) Principio de diversidad, que se traduce en la necesidad de consultar trabajos que versan sobre muy diferentes materias (a nivel general y también en los tramos cronológicos y marcos geográficos que atendemos) que pueden aportar información importante teniendo en cuenta la parquedad y escasez de las fuentes directas con las que contamos; así es como hemos incluido en nuestro análisis estudios relacionados con el poblamiento y su evolución, la fiscalidad, la dinámica de la economía rural, el desarrollo urbano, la actividad comercial, los acontecimientos políticos, las movilizaciones y actividades bélicas y un largo etcétera. Y, por supuesto, hemos prestado una atención especial a todos aquellos trabajos que presentan datos demográficos y aventuran su evolución a lo largo del siglo XIV (procedentes básicamente de Navarra y de la Corona de Aragón), pues uno de nuestros objetivos principales ha sido, mediante la elaboración de un complejo modelo matemático de población, someter a análisis detallado la información disponible suministrada por los investigadores para averiguar el grado de verosimilitud que se les puede otorgar, es decir, para poder opinar sobre si es posible o no aceptar la dinámica demográfica que proponen.

4) Principio de representatividad, es decir, la muestra de aportaciones historiográficas consultadas ha de ser representativa del conjunto, y por ello no se pueden dejar de lado corrientes o interpretaciones de diversa naturaleza que se hayan publicado, y no deben silenciarse ni minusvalorarse por el hecho de ser minoritarias o no haber alcanzado el grado de difusión ni la capacidad de crear opinión que sí han tenido otras.

5) Principio de contradicción, que implica disponer de suficientes elementos de información y de análisis para poder confrontar las diversas aportaciones entre sí y hacerse una idea cabal del grado de pertinencia y de coherencia que mantienen o pueden soportar en el discurso que se ha venido elaborando al respecto. Así, nos parece esencial que el lector pueda hacerse una idea sobre la verosimilitud que se puede otorgar a los estudios demográficos o de desarrollo económico, sobre la fiscalidad o la naturaleza y cronología de la recuperación post crisis etc. cuando son presentados simultáneamente y pueden confrontarse sus conclusiones ordenadas dentro de un panorama de amplia visión de las realidades sociales en su conjunto. Por supuesto, se ha de posibilitar que este principio de contradicción sea aplicable igualmente al discurso que aquí presento, de modo que la información y los análisis, así como los principios metodológicos y las conclusiones que aquí se obtienen puedan ser debatidos y confrontados a partir de los elementos expuestos en el mismo discurso. Pretendo con ello, si lo logro, poner directamente a disposición del lector los instrumentos necesarios para poder someter este trabajo a un escrutinio crítico, para poder falsar las hipótesis que se van abriendo paso a lo largo del discurso que he elaborado, sin necesidad de obligarle a realizar un largo trabajo de consultas; y esto solo se puede hacer con el respeto riguroso que he intentado mantener a la hora de trasladar las diversas aportaciones, opiniones, datos e interpretaciones de la historiografía, y con la explicitación clara y directa de la crítica y del grado de aceptación que me merecen; de allí la abundancia y extensión de las notas a lo largo del texto.

Espero, como resultado de todo ello, que también se cumpla un principio implícito en todo trabajo intelectual que juzgo esencial: el equilibrio. Un equilibrio que permita razonablemente conocer la evolución y valorar cabal y críticamente la formidable pléyade de aportaciones que sobre el tema de mi investigación han ofrecido varios siglos de esfuerzos historiográficos.

Dante, en el canto decimotercero del Paraíso, recrimina acremente a aquel que afirma o niega sin distinción. Por ello, quizás lo menos arriesgado en estos casos y lo más acorde con una práctica científica sería dejar hablar a las fuentes cuando las haya, ponerse en guardia frente a los apriorismos y los razonamientos puramente deductivos, adoptar una postura crítica y abierta ante la cuestión y, en ausencia de pruebas, no afirmar ni suponer alegremente para que tampoco haya que negar.

 

Referencias

 

  • AMASUNO, Marcelino V. La peste en la Corona de Castilla durante la segunda mitad del siglo XIV. Salamanca, 1996.
  • BELENGUER, E. (Dir.), Història de la Corona d’Aragó. I. L’època medieval (1137-1479). Barcelona, 2007.
  • CASTÁN LANASPA, Guillermo. La construcción de la idea de la Peste Negra (1348-1350) como catástrofe demográfica en la historiografía española. En curso de publicación por Ediciones de la Universidad de Salamanca.
  • FELIU, Gaspar. “La crisis catalana de la Baja Edad Media: estado de la cuestión”, en Hispania, 217, 2004, págs. 435-466.
  • VALDEÓN BARUQUE, Julio; MARTÍN RODRÍGUEZ, José-Luis. La Baja Edad Media peninsular. Siglos XIII al XV. La población, la economía, la sociedad. Madrid, 1996 (Tomo XII de la Historia de España de Menéndez Pidal; Julio Valdeón redacta la parte correspondiente a la Corona de Castilla y al Reino de Navarra, y José-Luis Martín la relativa a la Corona de Aragón).

6 COMENTARIOS

  1. GUILLERMO CASTÁN :No es posible responder esas preguntas por falta de datos. Las fuentes medievales cuando cuantifican lo hacen de manera imprecisa y a menudo hiperbólica, pues la descripción del terror exige siempre máximos semánticos; por eso Pedro IV pensaba que podrían haber muerto tres cuartas partes de sus súbditos en la Corona de Aragón; otros documentos, como el Cronicón Conimbricense o el Gerundense, hablan de dos tercios de muertos; muchos autores repiten aquello de que apenas se salvó uno de cada diez. Autores modernos han aceptado cifras extraordinarias de fallecimientos: el 70% en Navarra, 2/3 en Barcelona, más del 30% en la Corona de Castilla… Pero no es posible cuantificar ni por aproximación el número de muertos, ni la morbilidad ni la letalidad. No sabemos, pues, lo que pasó, pero sí que podemos saber con más aproximación lo que no pudo pasar a tenor de las consecuencias que se hubieran tenido que derivar necesariamente de tales apreciaciones de mortalidad como las que he mencionado. Pues resulta que la crisis económica en Cataluña no aparece con claridad hasta el siglo XV y según los especialistas más ligada al comercio internacional que a las epidemias; Navarra, desde 1350, como la Corona de Aragón, incrementa de forma extraordinaria los ingresos fiscales, a la vez que se mantiene la producción y la exportación de vino y se desarrolla la minería y las industrias del hierro… datos incompatibles con mortandades tan catastróficas. Y las guerras terribles, con grandes movilizaciones de tropas y de recursos y con sus secuelas gravísimas sobre las personas, los pueblos y los territorios siguieron e incluso se incrementaron en todos los reinos peninsulares en las mismas fechas. Esto dibuja un panorama que casa mal con las narraciones que desde el siglo XVI se vienen haciendo sobre la epidemia de peste de 1348 en España. Pues, por último, mientras que en Europa hay narraciones vívidas y detalladas de la epidemia (siguiendo un modelo literario muy antiguo; por ejemplo, la descripción de Boccaccio sobre la peste en Florencia es una imitación de la hecha por Tucídides para la Atenas del siglo V antes de nuestra era), no existe nada ni remotamente parecido en estas latitudes; los autores del siglo XV nada saben, y el cronista López de Ayala, que tenía 16 años en 1348, no dice nada tampoco en su crónica de Pedro I de Castilla. En resumidas cuentas, no sabemos ni podemos saber lo que pasó, pero sí podemos afirmar con los razonamientos precedentes que no pudo pasar lo que Pedro IV, autores del siglo XVI, o autores contemporáneos han afirmado. La Peste Negra visitó algunas comarcas de la Península, pero sus consecuencias fueron mucho menores de las que se han venido diciendo.

  2. Sr. Castán, disculpe lo directo de mi comentario, esto no quiere decir que dude de su artículo. Usted duda de las cifras, más bien porcentajes, de muertes causadas por la peste negra que dan los eruditos del siglo XV y XVI, aludiendo que no manejaban documentación. Pienso que cae usted en su propio error al acusar a aquellos de no manejar documentación. ¿Cómo sabe usted que no manejaban crónicas, actas capitulares u otro tipo de documentación de la época? ¿Acaso no ha desaparecido documentación medieval de cientos de municipios que los historiadores de antaño vieron y los de hoy día desconocen? Es cierto que es casi imposible determinar el número de muertos por la peste negra, lo mismo que no sabemos los muertos por la gripe española, incluso no sabremos los muertos por el coronavirus seguramente nunca, y eso que estamos en la era de la información. Lo que si es tendencia en los últimos años en España, es revisar la historia, más aún, cambiar la historia. Está claro que esto último vende más, literalmente, deja más dinero, no importa la historia importa cuantos ejemplares vendes. Tampoco digo que todo lo escrito anteriormente sea verdad, pero seguramente hay más bulo ahora. Un saludo.

  3. Muchas gracias, señor Gutiérrez, por su comentario. Me gustaría precisar que yo no afirmo que los frailes historiadores no manejaran información, sino que los datos que para la Península difunden son extrapolaciones hechas a partir de apreciaciones de cronistas europeos, que a menudo citan, y que los estudios especializados sobre la coyuntura económica y su evolución, las actividades bélicas, los ingresos fiscales y los datos que conocemos sobre la demografía no autorizan a aceptar. He dedicado mucho tiempo y esfuerzo a hacer un análisis meticuloso con el fin de aportar datos, ideas y críticas sobre una cuestión que me parece relevante, pero le aseguro que no entra en mis cálculos cambiar la historia y menos aún hacerme rico con ella.

  4. Gracias por difundir sus trabajos para que podamos ilustrarnos un poco. Soy aficionado a la lectura de historia medieval y en este caso me gustaría conocer su opinión acerca de que es común a todos los historiadores de la economía que sobre 1350 se produjo en España el primer crack financiero de la Historia. De ser ciertas las afirmaciones de estos economistas las primitivas españolas quebraron y esto fue consecuencia de la enorme mortandad producida por la peste. Es cierto que este es un tema que se toca tangencialmente por otros autores, incluido autoridades como Martí de Riquer por ejemplo, y siempre me ha llamado la atención este extremo. Agradecería algún comentario al respecto que desde luego no fuera el manido recurso a una supuesta crisis del sistema feudal acaecida en esas mismas fechas.

  5. Gracias por sus palabras, Alfonso. En 1350 no pudo producirse ningún crack financiero en España porque nuestro actual país estaba entonces formado por varios reinos independientes entre sí, con economías, moneda, relaciones comerciales etc. diferentes e independientes entre sí. Y por entonces la economía era esencialmente rural y en gran parte se desarrollaba al margen de la moneda. No hay duda de que hubo nobles que se arruinaron por motivos varios, entre los que básicamente hay que contar las destructivas guerras feudales. Además, y esto me parece clave, salvo situaciones locales o personales concretas, en la segunda mitad del siglo XIV se incrementaron notablemente los ingresos fiscales y las rentas de la alta nobleza y de las monarquías hispánicas, la producción continuó a menudo en sus niveles anteriores (por ejemplo el vino en Navarra o el textil catalán), se observan situaciones de avance y diversificación económica (se habla de las villas gallegas y cantábricas, por ejemplo, y lo mismo se predica de Mallorca…) y crece de forma muy importante la fiscalidad sobre los pecheros. Se habla de la gran riqueza de Pedro I y de la satisfacción del navarro Carlos III viendo el cultivo de sus campos y los ingresos de la Corona… En fin, lamento no ser más concreto sobre el crack al que se refiere, pero con lo que sé no podría avalar que tal haya ocurrido. Salud.

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