El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza
Conversación sobre la historia
La llegada del verano de 2025 obligó a mencionar las cosas por su nombre. Autores, como Bartov, que habían mostrado sus reservas con el término genocidio para referirse a la política israelí declararon que lo que ocurría en Gaza se ajustaba a la definición de genocidio de 1948. A medida que se reforzaba esta caracterización lo hacía el de antisemitismo. El término, que había valido para describir la hostilidad a la que se enfrentaban la minoría judía para batallar por lograr sus derechos legales, ahora se utiliza para defender un Estado de mayoría judia que niega los derechos legales a la minoría que vive en él. Las lineas que separaban el antisemitismo de la oposición al gobierno de Israel y de la crítica al sionismo se habían desdibujado casi irremediablemente (M. Mazower, Sobre el antisemitismo. Historia de una palabra. Crítica, 2025, pp. 302-304).
Las movilizaciones suscitadas por el horror de Gaza que apelaban al término genocidio chocaban con el escudo del antisemitismo. Así lo escenificaron los parones de la vuelta ciclista a España y otras manifestaciones del mes de septiembre que han ido amortiguándose tras el nominal alto el fuego del 10 de octubre. De nuevo las reacciones que ha suscitado el episodio de Eurovisión con el abandono de España y la confirmación de Israel han seguido el patrón de polarización genocidio/antiesemitismo.
¿Se puede salir de este marco? Mazower aconseja “que seamos más conscientes de la profundidad oculta de las ideas, asociaciones e implicaciones que hemos heredado y veamos que los significados pueden variar junto con las circunstancias que los provocaron”. Con esa intención hemos rescatado el debate suscitado por la publicación del artículo de Reyes Mate a mediados de septiembre que mereció los comentarios del profesor Jose Luis Villacañas y de Mario Aguiriano.
Conversación sobre la historia
Ante Gaza: sin autoridad para condenar y con el deber de estar
Reyes Mate*
La indignación que produce el desastre de Gaza quiere pasar a la acción. Asistimos a una lógica movilización de la palabra y de la escritura; de los gobiernos y de los ciudadanos que unas veces se manifiestan contra un acto deportivo, como la Vuelta ciclista, y otras se embarcan deportivamente en una flotilla con rumbo incierto.
Para que esa pluralidad de expresiones conforme un concierto eficaz, cada actor tiene que encontrar su tono. Los alemanes, por ejemplo, saben que tienen que estar contenidos, conscientes de una responsabilidad histórica que les obliga a esforzarse más por comprender que por condenar a Israel. A los españoles nos debería pasar lo mismo. Somos parte de la historia antisemita que propició, en el siglo XIX, la creación del movimiento sionista y, en el XX, la existencia de los campos de exterminio. Nosotros los españoles (igual que los alemanes) no podemos erigirnos en jueces, ni ponernos al frente de la manifestación, porque el problema palestino lo hemos creado en buena parte nosotros. El pueblo judío tenía vocación diaspórica (vivir pacíficamente entre los demás pueblos), pero los demás no se lo permitíamos. En muchas ciudades españolas (Segovia, Toledo, Sevilla, Gerona…) hay restos de aljamas saqueadas, incendiadas, masacradas, de las que ni tenemos noticia. Tenemos muchas Gazas a nuestras espaldas. Y apareció el sionismo, que es una forma más de nacionalismo. Theodor Herzl entendió que su pueblo, para sobrevivir, tenía que, como los demás, asentarse en un territorio propio. Una parte del pueblo judío abandonó el ideal diaspórico por el pragmatismo nacionalista. Muchos lo lamentaron porque eso suponía renunciar a su genio, pero nadie les puede reprochar que quisieran ser como los demás.

Tenemos, pues, que contribuir a la paz muy discretamente, sabiendo que somos parte del problema. No podemos ser jueces, pero podemos hacer mucho. Nuestra reacción debería centrarse en la compasión con las víctimas de uno y otro lado. ¿Por qué no pensar en un acuerdo internacional en el que se comprometan los países y sus sociedades a intervenir en conflictos armados si hay casos de agresión contra la sociedad civil? La autoridad de la víctima como principio de intervención; las víctimas de uno y otro lado como principio de movilización. No podemos dar lecciones a Israel sobre nacionalismo, pero sí sacar conclusiones del nuestro, tan hostil al diferente que le hemos borrado de nuestra memoria. Sólo podemos criticar Gaza si asumimos la responsabilidad por ese pasado. Por eso resulta tan penosa esa actitud de superioridad moral que muestran nuestros políticos —particularmente la del presidente de Gobierno, que innecesariamente está dilapidando la confianza que generó la España democrática que en 1986 reconoció al Estado de Israel, impensable en tiempos de Franco— o de muchos ciudadanos, manifestándose indignados, que han olvidado lo que hicieron los abuelos. Si no procesamos ese pasado violento, nuestra indignación actual lo reproducirá.
El Estado de Israel está protagonizando ciertamente una guerra injusta, por lo desproporcionada, y los Estados deben hacer lo posible para pararla (embargo de armas, revisión de tratados comerciales, actividad diplomática en todos los órdenes, etcétera). Pero no perdamos de vista a la otra parte: la torpeza palestina desde 1948 y el terrorismo de Hamás. Cuando veamos flamear las banderas de Palestina en las metas deberíamos preguntarnos qué ocurriría si tuvieran ellos el poder militar que tiene Israel. Y, mirando hacia dentro, Hamás dice tener a Alá por objetivo, a Mahoma como modelo y al Corán como Constitución… Sólo este fundamentalismo totalitario explica que habiendo Hamás provocado una guerra (y la sigue provocando), sacrificando a su pueblo sólo para dejar en evidencia la brutalidad de Israel, no encuentre respuesta entre los médicos, maestros y ciudadanos palestinos que sufren la violencia israelí y no dicen una palabra sobre la opresión interna. Por todo eso, las imágenes en las metas transmiten una imagen falsa: como si Israel fuera el problema y las banderas palestinas, que los manifestantes exhiben, la solución.

Las críticas al Gobierno de Netanyahu son tan legítimas como las que se hacen a cualquier otra política prepotente o desproporcionada. Eso no es antisemitismo, pero puede serlo si se confunde a Netanyahu con “lo judío”, y, criticando legítimamente la guerra de Israel en Gaza, se demoniza lo judío, al judaísmo en general. No hay que confundir antisionismo (crítica del nacionalismo israelí) con antisemitismo (negación del judío). Pero algo hay de antisemitismo en el ambiente cuando se exige borrar el nombre de Israel de unas camisetas y se celebra, en otras, en las de los Emiratos Árabes. Habría que preguntarse por qué las universidades españolas suspenden la colaboración científica con instituciones israelíes, “a no ser que se hayan manifestado a favor de la paz”, y eximen de esa condición a las instituciones palestinas.
Es sano que la sociedad se movilice contra esa guerra y se ponga del lado de las víctimas de ambas partes; que se critique a Netanyahu pero que no se jalee a Hamás, ni a lo palestino que ellos representan. En esas manifestaciones no sólo se olvida que fue Hamás quien, en un gesto suicida, provocó la guerra, sino que, para conseguir la paz, también tiene que cambiar, además de la política de Israel, muchos contenidos políticos que se esconden en las banderas palestinas que ondean los manifestantes.
*Reyes Mate es profesor del CSIC. Fue premio Nacional de Ensayo en 2009 por La herencia del olvido (Errata Naturae).
Fuente: El País 16 de septiembre de 2025

Carta a Reyes Mate
José Luis Villacañas Berlanga
Conviene saludar el artículo que sobre Gaza escribió Reyes Mate en El País el 16 de septiembre. Es representativo y valiente. Hay en Reyes, de quien soy amigo desde hace treinta años, un cierto imperativo de luchar por las víctimas con el que siempre simpaticé. Su actitud no tiene nada que ver con las legiones de académicos trepadores que guardan silencio sobre este asunto. Ese imperativo de estar con las víctimas inclina a Reyes a una posición moral.
Deberíamos sentir piedad por todas ellas, las de ambos lados, nos dice. Y es verdad. Ambas partes, judíos y musulmanes, son elementos de nuestro ser histórico y desgarran nuestros afectos. Como teórico que procede de la tradición católica, Reyes asume que Israel está llevando a cabo una guerra injusta. Pero añade que eso es así solo por “desproporcionada”. Sin embargo, continúa, no deberíamos ser jueces porque, literalmente, “somos parte del problema”. En este punto nos compara con Alemania, ejemplar para él porque tiene en cuenta sus responsabilidades genocidas.
Aprecio su voluntad de matiz, y estamos de acuerdo en que Hamás es un obstáculo para el final de la guerra, su ideario no es una promesa de futuro pacífico, es incompatible con la solución de dos Estados, e impide una actuación internacional eficaz. Sin embargo, nuestra vieja amistad me permite ser franco sobre alguna cuestión. La primera. la del nosotros, “los españoles”. “Somos parte de la historia antisemita”, nos dice. Me atrevo a preguntar ¿Quiénes? Desde que lo conozco hemos luchado juntos contra esa historia. Así que le pregunto: incluso nosotros, los que hemos combatido el antisemitismo, ¿debemos callar?

¿Debemos hacerlo cuando los herederos espirituales de los poderes que perpetraron de aquella triste historia se muestran a favor de esta guerra injusta? ¿De qué nosotros hablamos? ¿De los que defienden la práctica criminal masiva que inaugura el poder estatal moderno, la Inquisición, y ahora se cogen de la mano del gobierno Netanyahu? ¿De ese nosotros que Aznar proclama como beneficiario de esa guerra injusta? Haber defendido la interna dimensión hispana de Sefarad, la dimensión constituyente sefardita de España, ¿acaso no es un título para que hable otro nosotros? ¿No estamos nosotros a salvo de ser confundidos con antisemitas?
Esta alianza de los españoles que se declaran herederos políticos de aquel Holocausto sefardita, y los gobernantes de Israel que tratan al pueblo palestino de forma más brutal que la que consumó el poder hispano sobre los moriscos -¿no nos concierne esta historia, Reyes?-, está basada en un relato que lleva el nombre de Benzion Netanyahu, quien dijo que la Inquisición no fue un problema judío, sino asunto interno al mundo cristiano. Los quemados eran apóstatas o herejes y tuvieron su merecido legal. La Inquisición no era antisemita porque no juzgaba judíos, sino cristianos. De este modo, se exoneró de culpa a la concepción del mundo de los poderes hispanos con cuyos herederos hoy ya se pacta.
Para Netanyahu, el problema somos nosotros, los que vimos en nuestra historia una máquina de barbarie insoportable, con producción masiva de víctimas, con poderes dispuestos a aliarse con el mismísimo Hitler por conservar su poder. Créeme, amigo Reyes, esta constelación política de alianzas pisoteará tus matices, tus distinciones, tus exigencias morales y desde luego tu petición de piedad. Cuando vemos al ministro de finanzas de Israel comerciar con la destrucción, alcanzamos a ver el alcance de su capacidad de matiz. Aznar tiene razón en una cosa. Si lo de Israel sale mal, es un peligro para su “nosotros”. Pero si sale bien, es un peligro para nuestro “nosotros”. Porque nada de lo que hace Trump dejará de hacerse aquí.

La política es siempre política internacional. Tú sabes, Reyes, tan bien como yo, que toda la carne está en el asador. Los príncipes del mundo no están para matices, pero es nuestra obligación matizar y hacer un nosotros lo más amplio posible. Ellos imponen una agenda de manos libres. El gobierno de Israel está implicado en esa estrategia hasta el fondo. Por ello, te puedo aceptar que no seamos nosotros jueces. Pero el gobierno de Israel no solo no quiere que seamos jueces nosotros, sino nadie. Esa es la cuestión.
Todos los que se niegan a pronunciar la palabra genocidio me parecerían sinceros si a continuación dijeran -¿dijerais?- que debemos impulsar su juicio según las leyes internacionales vigentes, y exigir que Netanyahu y su gobierno se sienten en el banquillo. No reconocer la sede en la que se puede sentenciar una causa de genocidio, parece compatible con la voluntad de perpetrarlo de forma impune. Y si Netanyahu no se presenta a ese juicio, entonces que se juzgue en ausencia y que caiga sobre él la sentencia que corresponda y la pena de damnatio memoriae ante la humanidad digna de ese nombre, la que acepta una Ley que une.
Esa Ley Internacional emergió del Holocausto, y no atenerse a ella escupe sobre su memoria, pues fue el medio de impedirlo para siempre. Para los amantes del pueblo judío, una dimensión constituyente de nuestro ser espiritual, como somos tú y yo, nada debería ser más triste que, bajo este gobierno Netanyahu, el Estado de Israel se convierta en un estado paria, militarizado hasta las cejas, contra su espíritu milenario. Estará bajo el ala de Calígula -¡ay, Filón, las vueltas que da la historia!-, pero será un paria entre los demás Estados del mundo. Afortunadamente, los judíos que no son ciudadanos de Israel viven seguros en nuestras democracias, no tienen que militarizarse de por vida, y contribuyen a la vida de nuestros pueblos. Es el mundo al revés. Si este es el sueño sionista, Israel debería despertar.
Fuente: Levante/El Mercantil Valenciano, 20 de septiembre de 2025
Tras Alemania le toca el turno a España, cuyo antisemitismo histórico estaría entre las causas profundas del sionismo, lo que presuntamente obliga a todo aquel que haya nacido en el Estado español –con independencia de su clase, ideología, o incluso voluntad nacional– a tragarse las críticas. El autor no se esconde: “Nosotros los españoles (igual que los alemanes) no podemos erigirnos en jueces, ni ponernos al frente de la manifestación, porque el problema palestino lo hemos creado en buena parte nosotros”. Yo me pregunto: ¿qué opina Reyes Mate, como renombrado estudioso del Holocausto y la lógica del fascismo, de la concepción de los pueblos como una entidad monolítica, destinada a un cierto papel por su historia y netamente identificada con sus Estados? Como diría Corrado “Junior” Soprano: sounds like Nazi Germany to me. La propia metodología de Reyes Mate es reaccionaria: deforma y magnifica el concepto de responsabilidad histórica para promover un marco esencialista donde los pogromos antijudíos del pasado –sobre los que ningún habitante actual del Estado español tiene responsabilidad directa– obligarían, de nuevo, a empatizar con la causa sionista. Esto viene a ser como afirmar que en base a la criminal conquista de América los habitantes de, pongamos, Madrid, deberían ser comprensivos con Pinochet.

A pesar de lo que diga Reyes Mate, el antisemitismo quizás explique (en gran medida, al menos) el surgimiento del sionismo, pero desde luego no lo justifica. El sionismo es un proyecto de “sangre y suelo” que comparte las raíces podridas del colonialismo occidental, y así fue visto siempre por los elementos más loables del pueblo judío, los mismos que formaron parte de la espina dorsal del socialismo internacional, enemigo de todo chovinismo. Pretender justificar el proyecto sionista en base a la larga historia de antisemitismo es comparable, salvando las distancias, a justificar el fascismo alemán en base a las humillaciones sufridas en el Tratado de Versalles o, al estilo del historiador revisionista Ernest Nolte, legitimarlo en tanto que respuesta a la violencia revolucionaria encarnada por el bolchevismo. Una aberración, vaya.
Es cierto que el asesinato de seis millones de judíos marca el fracaso de la Ilustración burguesa; de la ilusión según la cual el capitalismo podría convivir con un cosmopolitismo humanista y pacifista. También es cierto que la identidad nacional española surge históricamente sobre bases antisemitas e islamófobas (cosa que Reyes Mate olvida): el “cristiano viejo” sin rastros de sangre “mora o judía”; es igualmente cierto que la expulsión de los judíos y la guerra contra los reinos musulmanes –posteriormente mitificada como “reconquista”– son la esencia misma del proyecto de construcción nacional hispana bajo los Reyes Católicos. Pero si de lo anterior se deriva alguna “responsabilidad histórica” no es otra que aniquilar ese legado opresor y abrazar un internacionalismo consecuente. ¿O acaso sugiere Reyes Mate que en base a la continuidad del racismo islamófobo en España deberíamos ser comprensivos a la hora de juzgar a Al Quaeda o el ISIS?

El absurdo es manifiesto, tanto como afirmar que “no podemos dar lecciones a Israel sobre nacionalismo”. De nuevo, el “nosotros” de Reyes Mate es un engendro esencialista: un Pueblo, una Historia, un Estado (español). Desde luego que quien compre ese bodrio franquista no debería dar lecciones de nada, pero quien vea la historia del Estado español tal y como es, una historia dividida en clases en lucha —y también, dicho sea de paso, una historia de opresión nacional— y se posicione del lado de los oprimidos haría bien en dar lecciones a Israel y a todo aquel que pretenda justificar el exterminio de millones de personas en base al “derecho histórico de un pueblo” o las palabras de un libro escrito hace 2.500 años.
Indiferente a lo anterior, Mate describe como “penosa” la actitud de “muchos ciudadanos, manifestándose indignados, que han olvidado lo que hicieron sus abuelos”. Personalmente desconozco si los abuelos de Reyes Mate eran oberkommandos de las SS, cosacos incitadores de pogromos o feroces curas antijudíos, pero mis abuelos eran gente muy agradable que se dedicó mayormente a trabajar y no protagonizó ninguna noche de los cristales rotos, no distribuyó Los Protocolos de los Sabios de Sión en forma de panfleto ni hizo nada nunca contra judío alguno. Los maternos, de hecho, fueron migrantes que también sufrieron el racismo en diversas formas, algo que comparten con muchos de su generación. Y si nos remontamos más atrás, diré que no me siento especialmente responsable de lo que hicieran los Aguiriano del siglo XV, con quienes probablemente no tendría demasiados temas de conversación. Ironías aparte, cabe insistir en lo evidente: la idea de que existe la responsabilidad histórica de moderar las críticas al Estado de Israel en base a las barbaridades cometidas por nuestros antepasados remotos es filosóficamente absurda, moralmente aberrante y políticamente cómplice.
En lo que Reyes Mate tiene razón es en que debemos actuar sabiendo que somos parte del problema, pero no por los motivos que él invoca. El Estado Español es parte del problema en base a su papel como miembro del mismo bloque imperialista occidental que ha hecho posible este genocidio otorgando armas, recursos y apoyo político a Israel durante largas décadas. El enemigo está ciertamente en casa: en nuestro propio estado, en el capital al que sirve, y en la ideología burguesa de la que participan el chovinismo y el imperialismo.
Reyes Mate ha querido jugar, en su versión intelectual, el mismo papel que los antidisturbios en La Vuelta: evitar que las protestas se muevan más allá de, por usar una expresión de Marx, lo “permitido por la policía y vedado por la lógica”. Su línea roja absoluta es el cuestionamiento de la existencia misma del Estado de Israel como estructura política colonial y genocida —lo que, dicho sea de paso, no es lo mismo en ningún caso a la existencia del pueblo judío—. Curiosamente esta línea roja es algo que comparte con el mismo “gobierno progresista” cuya actitud deplora. Y aquí es donde todo el tinglado de falsedades se derrumba con estrépito, cuando es el propio Reyes Mate quien demuestra no estar a la altura de la “responsabilidad histórica”: aquella que obliga a combatir aquí y en Gaza el mismo colonialismo e imperialismo que el Estado español ha promovido largamente en su sangrienta historia.
Por lo tanto, los únicos que hoy en día se hacen cargo realmente del pasado son aquellos que el domingo detuvieron La Vuelta, son aquellos que desde Manchester hasta Berlín señalan al Estado genocida de Israel, son quienes se enfrentan a su propio Estado imperialista y la represión creciente que este ha desatado contra la solidaridad con Palestina. Esperemos que las próximas semanas sean escenario de la extensión y profundización de esta lucha; que el movimiento de solidaridad gane en claridad, fuerza y convicción, que las protestas contra la solución final planeada por Israel desborden las plazas de todo el mundo, y que en estas resuene una verdad atronadora: solo con la destrucción del sionismo podrán judíos y árabes vivir en paz, y nada de lo anterior es posible sin una lucha resuelta contra el imperialismo que sostiene este proyecto criminal.
Fuente: El Salto Diario, 18 de septiembre de 2025
Portada: captura de pantalla de la pieza con la que el espacio La Hora de la 1 de RTVE anunció el 5 de diciembre que el ente público no participará en la próxima edición del Festival de la Canción de Eurovisión
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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