El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza

Conversación sobre la historia


 

La derecha chilena conquistó la Presidencia en forma democrática recién 20 años después de que Pinochet la abandonara tras su derrota en el referéndum de 1988. Lo hizo en una versión moderada con Sebastián Piñera. Ahora lo hará, de verificarse los pronósticos, en su expresión radical liderada por José Antonio Kast, quien se propone una vuelta a las raíces de la derecha encarnada por Jaime Guzmán, ideólogo de la Constitución de 1980 redactada bajo la dictadura.

Cristóbal Bellolio Badiola

Tres candidatos declaradamente de derecha compitieron el 16 de noviembre en la primera vuelta de la elección presidencial chilena, la primera con voto obligatorio, que llevó la participación hasta 85%. El vencedor de esta suerte de primaria de las derechas fue José Antonio Kast, que obtuvo 23,9% de las preferencias. Kast disputará la segunda vuelta con la candidata de izquierda Jeannette Jara, quien, si bien logró el primer lugar con 26,9%, estuvo por debajo de las expectativas de pasar el umbral de 30%. Para ganar en la segunda vuelta del 14 de diciembre, a Kast le basta con alinear los votos de los dos candidatos de derecha que quedaron en el camino: los que obtuvo Johannes Kaiser –que se ubicó en un cuarto puesto con 13,9%– y los de Evelyn Matthei –que llegó quinta, con 12,5%–. Juntos suman más de 50 más uno, incluso sin contar a la sorpresa, Franco Parisi, que obtuvo 19,7%, y cuyas coordenadas ideológicas, detrás de su afirmación de campaña de que Chile «no es facho ni comunacho», son más difíciles de precisar1.

¿En qué momento Chile giró a la derecha en forma tan pronunciada? ¿Cómo llegamos hasta acá? ¿Qué representan estas tres derechas? ¿Se parecen a sus pares latinoamericanos y globales? ¿Qué podemos esperar para el futuro?

Debate en Canal 13 en octubre de 2025, tres semanas antes de la primera vuelta de las elecciones (foto: El País)

El fin del piñerismo

La derecha chilena conquistó la Presidencia en forma democrática recién 20 años después de que el dictador Augusto Pinochet la abandonara. Lo hizo en 2010 con Sebastián Piñera. El primer gobierno de Piñera fue moderado y sirvió para desdramatizar la alternancia en el poder. Su segundo gobierno fue más acontecido: un turbulento «estallido social» puso en tela de juicio la estabilidad de la convivencia, y Piñera tuvo que acceder a un proceso constituyente para reescribir las reglas del juego. Su principal mérito fue sobrevivir a la izquierda que pedía su cabeza y a la derecha que exigía militares en la calle. Piñera ganó tiempo y aseguró la continuidad democrática. Más tarde, el masivo y oportuno proceso de vacunación para salir de la pandemia le valió reconocimiento de moros y cristianos. Su trágica muerte en febrero de 2024 contribuyó a acrecentar su figura.

Por lo anterior, se daba por descontado que su heredera natural, Evelyn Matthei, sería la próxima presidenta de Chile. En septiembre de 2024, The Economist la ungía como la mujer que lideraría la contrarrevolución tras años de utopismo juvenil2. Matthei es una política experimentada. Fue diputada, senadora y alcaldesa, además de ministra del Trabajo del propio Piñera. Ungida por aclamación por los tres partidos de la derecha mainstream –Renovación Nacional (rn), la Unión Demócrata Independiente (udi) y Evópoli–, Matthei se sentó a esperar el paso del tiempo y dilapidó su ventaja. Como en otras partes del mundo, la derecha convencional chilena también se desplomó frente al surgimiento de alternativas más radicales3. Algunos han intentado explicar el fenómeno apuntando a la convergencia programática entre centroderechas y centroizquierdas, que habría dejado dos polos huérfanos y resentidos4. De este modo, mientras todo parecía indicar que la nueva derecha chilena sería más liberal que la de sus padres pinochetistas5, el avance de la agenda progresista hizo que el elástico rebotara con fuerza. Las nuevas generaciones no serían de la «derechita cobarde», como se comenzó a llamar despectivamente al piñerismo, sino de la «derecha sin complejos», esa que va de frente contra el wokismo y la corrección política. Mientras los chilenos añoran la eficiencia de Piñera, al mismo tiempo reniegan de su filosofía pragmática y consensualista, apostando en cambio por alternativas más radicales y dogmáticas.

José Antonio Kast y Sebastián Piñera (foto: agencia Uno)

El ascenso de Kast

A José Antonio Kast nunca lo sedujo el proyecto piñerista de modernización de la derecha, demasiado blando en lo político y muy relativista en lo moral. Cansado de transacciones doctrinarias y postergaciones generacionales, Kast renunció a la udi –su partido de toda la vida– y construyó su propia plataforma política –el Partido Republicano– para asaltar el poder por el flanco derecho. Lo intentó primero en 2017, cuando desafió al propio Piñera y obtuvo 8% de los votos. Volvió a intentarlo en 2021, esta vez con mejor suerte: consiguió 28% en primera vuelta, pero fue derrotado contundentemente por Gabriel Boric en el balotaje. Se dijo entonces que el conservadurismo de Kast le significaba un porfiado techo electoral. Siete de cada diez mujeres jóvenes votaron por Boric, o bien contra Kast, por considerarlo un retroceso en materia de derechos y agenda de género6.

Luego sobrevino una paradoja. Kast se opuso tenazmente al proceso constituyente que la clase política chilena abrió para encauzar la energía del «estallido social» de 2019. Sin embargo, tras el estrepitoso fracaso de la Convención Constitucional liderada por un variopinto elenco de izquierdas, un segundo proceso constituyente –más acotado y tutelado– quedó a merced de Kast y sus republicanos, que gracias a una inédita mayoría pudieron redactar un texto a su entero gusto. He ahí el contrasentido: Kast nunca quiso una nueva Constitución y sus huestes quedaron a cargo de redactarla. Al hacerlo, copiaron la estrategia adversarial del primer proceso. En lugar de buscar consensos con la minoría de izquierda, incorporaron disposiciones que fueron interpretadas como más autoritarias, neoliberales y conservadoras que las contenidas en la mismísima Constitución de 1980, heredada de la dictadura de Augusto Pinochet7. Por ejemplo, se endurecía la norma constitucional que prohíbe el aborto, lo que motivó, nuevamente, la especial resistencia de las mujeres. En un plebiscito celebrado a fines de 2023, los chilenos volvieron a rechazar la oferta constitucional.

Considerando este antecedente, Kast modificó su estrategia para la elección presidencial de 2025. Ya sea porque hizo las paces con el proceso de secularización cultural de la sociedad chilena8, ya sea porque entendió que es la única forma de reducir la resistencia que genera en sectores moderados, Kast renunció en gran medida a la llamada «batalla cultural», que va desde el aborto hasta el cambio climático, y se concentró en los dos temas que priorizan los chilenos: seguridad y economía. Como en cuatro años no se puede abarcar todo, ha reiterado que el suyo será un «gobierno de emergencia». Es decir, un gobierno dedicado a recuperar el orden público y la senda del crecimiento, ni más ni menos. El Kast de 2025 presenta un perfil menos radical que el Kast de 2021. Ya no amenaza con cerrar el Ministerio de la Mujer ni habla de la «dictadura gay». Por el contrario, su programa se concentra en mejorar la gestión pública e incluso se mimetiza con el de Matthei9.

Los académicos que estudian el fenómeno Kast desde sus albores se debaten entre dos posibilidades. Una primera corriente sostiene que Kast y sus republicanos exhiben –con distinta intensidad– los tres elementos que Cas Mudde observa en la «derecha populista radical» europea: autoritarismo, nacionalismo y populismo10, entendiendo por populismo una mirada ideológica que separa a la población entre un pueblo decente y una elite corrupta11. Una segunda línea, que sigue a Ernesto Laclau en su conceptualización de populismo, concluye que Kast no califica porque no idealiza la voluntad popular ni cuestiona la precarización que genera el neoliberalismo12. Para estos últimos, Kast es un representante de la derecha tradicional, que aparece radicalizada por efecto de la moderación de la centroderecha, pero que en el fondo apela a los mismos valores conservadores de siempre, es decir, vino viejo en odres nuevos. Ambas perspectivas convergen en que Kast carece de la estridencia discursiva y el carisma avasallador que caracteriza a otros liderazgos populistas de la región, como Donald Trump, Javier Milei o Jair Bolsonaro. Kast es formal, sobrio, institucional y disciplinado, lejos del paradigma populista asociado al enfoque sociocultural, en el cual el líder alardea de su desfachatez y conexión con los –malos– modales del vulgo13.

Propaganda de Johannes Kaiser (foto: rtve.es)
El factor Kaiser

Uno de los factores que «normalizaron» a Kast y lo hicieron aparecer como una figura menos radical fue la irrupción de Johannes Kaiser. Youtuber sin carrera devenido en diputado y fundador del naciente Partido Nacional Libertario (pnl), Johannes es hermano de Axel Kaiser, el influyente polemista y escritor chileno cercano a Javier Milei14. Aunque en un principio se pensaba que el presidenciable de la familia sería Axel, el destino quiso que fuera su hermano, más político y menos intelectual. Ambos tienen en común un furibundo desprecio por la izquierda y todo lo que huela a progresismo, «marxismo cultural» y «globalismo», coordenadas retóricas propias de las nuevas derechas. La veta provocadora de Johannes Kaiser le valió la salida del partido de Kast, al conocerse comentarios que ironizaban sobre la deseabilidad de revertir el derecho a sufragio de las mujeres.

Cuando Kaiser anunció su candidatura presidencial, muchos pensaron que se trataba de una táctica para mejorar su posición negociadora por un cupo senatorial. No fue así: creció hasta convertirse en una amenaza para Kast. El republicano, en su estrategia de adquirir estatura presidencial y reducir ruido, le regaló al libertario la batalla cultural. Kaiser se apropió de la franja más exuberante de la derecha, donde confluyen nostálgicos de la dictadura, enemigos de las Naciones Unidas, trolls de la web profunda, antivacunas y cruzados de la civilización cristiano-occidental. El Kaiser de 2025 es el Kast de 2021. Su programa es un mamotreto doctrinario que dice defender la «verdad»15. Pero Kaiser fue más allá: los primeros debates mostraron a un tipo con aplomo y actitud, capaz de defender con cierta elocuencia todas sus transgresiones. En una primera vuelta que giró en torno de la lucha contra el crimen y la inmigración ilegal, Kaiser prometió la «mano dura» más despiadada. En la recta final, las encuestas mostraban que Kaiser crecía en desmedro de Kast. Aunque finalmente el republicano le sacó diez puntos de ventaja, Kaiser llegó para quedarse.

Campaña por la opción Rechazo en el plebiscito constitucional de septiembre de 2022 (foto: diariojuridico.com)
¿Un nuevo clivaje?

Según algunos analistas, los últimos resultados electorales apuntan a la aparición de un nuevo clivaje en la política chilena: una línea divisoria profunda que organiza las preferencias ciudadanas en dos campos enfrentados. Durante la transición, se sostuvo que los clivajes tradicionales que por décadas estructuraron el sistema de partidos –Iglesia vs. Estado, capital vs. trabajo, campo vs. ciudad– se habían difuminado bajo el peso traumático de la experiencia autoritaria. De acuerdo con esta tesis, el plebiscito de 1988 inauguró el clivaje democracia vs. autoritarismo en Chile16. Ese clivaje se mantuvo vigente durante casi tres décadas: quienes votaron «No» a la continuidad de Pinochet siguieron respaldando a los partidos de izquierda, y quienes votaron «Sí» siguieron respaldando a los partidos de derecha. Como el resultado de aquel legendario plebiscito favoreció a los partidarios del «No», la coalición de centroizquierda gozó de una mayoría social y electoral que solo fue interrumpida en dos ocasiones –precisamente por Sebastián Piñera, el derechista que también había votado por el «No»–.

Esto se mantuvo hasta el primer año del gobierno de Boric, cuando se sometió a plebiscito lo que muchos calificaron como «la Constitución más progresista del planeta»17. Con el debut del voto obligatorio, prácticamente todos los chilenos acudieron a las urnas, tal como lo habían hecho 34 años antes. Esta vez, sin embargo, lo hicieron de manera contundente contra la izquierda. Como el mismo resultado favorable a la derecha se repitió en la elección del segundo proceso constituyente, la comparación se volvió inevitable: había emergido en Chile una nueva línea divisoria, estructurada en torno de las opciones del plebiscito de 2022. El eje Apruebo vs. Rechazo sepultaba la vieja fisura democracia vs. autoritarismo que había ordenado la política de la transición. A diferencia del clivaje de 1988, el nuevo clivaje de 2022 parecía favorecer a la derecha18. El voto obligatorio habría revelado un Chile autoritario en lo político, liberal en lo económico y tradicionalista en lo cultural19. No obstante, poco después los chilenos también rechazaron el proyecto constitucional impulsado por el partido de Kast, lo que llevó a varios analistas a concluir que el nuevo Chile no es necesariamente conservador, sino más bien anti-establishment: tiende a votar contra quien detenta el poder y a elegir la opción que mejor canalice su bronca20.Los resultados de la elección presidencial de 2025 obligan a retomar la hipótesis: ¿estamos frente al nuevo clivaje inaugurado en 2022, uno que consolida a la derecha como una mayoría social y política estable en el tiempo? Es pronto para dar una respuesta definitiva, pero varios factores ayudan a explicar el giro hacia la derecha.

El primero es global: el mundo entero parece desplazarse hacia posiciones más conservadoras. Pippa Norris y Ronald Inglehart acuñaron el concepto de backlash para describir esta reacción frente a lo que muchos perciben como un avance sostenido –e incluso intolerante– de la agenda progresista21. Otros analistas destacan los efectos económicos y culturales de la globalización22, mientras algunos sugieren que la pandemia habría inclinado a toda una generación hacia la derecha23. Desde esta perspectiva, lo ocurrido en Chile no tiene nada de excepcional: es parte de una marea planetaria que ha reconfigurado los equilibrios políticos en buena parte del mundo.

El segundo elemento es más contextual: el estallido social envejeció mal y la farra constituyente transformó la esperanza en frustración. Los anhelos refundacionales y las aspiraciones posmateriales de reconocimiento dieron paso a una agenda insoportablemente mundana, centrada en el costo de la vida y en la percepción de inseguridad, alimentada por un nuevo tipo de criminalidad importada tras la crisis humanitaria en Venezuela. Aunque la derecha no sea necesariamente más eficaz que la izquierda en la gestión económica o del orden público, ambos temas pertenecen con más naturalidad a su repertorio retórico. Ese ha sido el sino de Boric como presidente: la generación que llegó al poder hablando de feminismo y derechos sociales ha debido administrar un país angustiado con la delincuencia y los salarios. En este contexto, el triunfo de la derecha resulta comprensible, pero no basta para anticipar un nuevo clivaje. Las agendas cambian, y con ellas cambian los actores que mejor logran encarnarlas.

Finalmente, un tercer factor es el llamado «ciclo oposicionista» en la política latinoamericana24. No se trata necesariamente de un desplazamiento hacia la derecha, sino de una preferencia recurrente por la alternancia: el que gobierna pierde, el desafiante gana. Como la región viene saliendo de un periodo dominado por administraciones de izquierda, el ciclo oposicionista favorece coyunturalmente a las derechas, pero no alcanza para sostener una tesis estructural sobre un giro ideológico duradero. Desde esta perspectiva, Kast no sería tanto el artífice de un nuevo consenso conservador, sino el beneficiario pasajero de un momento político. Y como suele ocurrir en América Latina, ese mismo ciclo que hoy lo impulsa podría volverse mañana contra él.

Jeanette Jara y Gabriel Boric en agosto de 2025 (foto: elperiodista.cl)
Jara: no le pidas más de lo que puede dar

Hay que forzar la memoria para encontrar una elección en los últimos 50 o 60 años en que la izquierda chilena –sumados todos sus exponentes– se haya visto tan disminuida en una presidencial. Desde luego es su peor rendimiento desde el retorno de la democracia, y es aún peor que el desastroso resultado del plebiscito constitucional de 2022, cuando la opción del Apruebo obtuvo 38% de los votos. La responsabilidad, sin embargo, no debe recaer enteramente en la candidata Jeannette Jara.

Hasta hace algunos meses, el oficialismo temía que la segunda vuelta enfrentara a dos candidatos de derecha. La negativa de Michelle Bachelet a presentarse como candidata presidencial generó un escalofrío en la izquierda. Así, los partidos que apoyan a Boric se vieron en la obligación de organizar una primaria en la cual resultó vencedora la ministra más exitosa del gobierno. Jara logró sacar adelante una complicada reforma previsional, gestionó la disminución de la jornada laboral y aseguró un aumento del salario mínimo. No es poco. Su militancia comunista ha sido una piedra constante en su zapato, y los jerarcas de su partido no le han hecho la vida más fácil. Aun así, logró consolidar a prácticamente toda la base de apoyo al gobierno tras su figura, evitando la aparición de candidaturas alternativas en el ecosistema de la izquierda y la centroizquierda. Los resultados parlamentarios del oficialismo –menos malos de lo que se temía– confirman que Jara fue un eficiente paraguas para la coalición.

Sin embargo, el registro de su campaña también confirma la tesis de la derrota cultural de la nueva izquierda chilena. El discurso de reivindicaciones identitarias cayó en el olvido. Jara no dice todes ni habla de plurinacionalidad. Muy por el contrario, se alejó deliberadamente de cualquier sospecha de wokismo y asumió un tono nacional-popular. Simplificando un viejo debate de la izquierda, del reconocimiento volvimos a la distribución. Su primera aparición en la franja televisiva dedicada a la campaña no fue hablando de derechos humanos sino monitoreando drones en el desierto para controlar la inmigración ilegal25. La Jara de 2025 no solo está a la derecha del Boric de 2021, sino que probablemente sea menos ambiciosa que la Bachelet de 2013. La derecha insiste con denunciar su comunismo, pero de comunista su campaña no tuvo nada. Su moderación sirvió para cumplir el primer objetivo: pasar a segunda vuelta. Es injusto pedirle más que eso.

José Antonio Kast interviene en la CPAC de 2024, celebrada en Camboriú (Brasil) (foto: Ex-Ante)
Cómo va a gobernar Kast

La tarea del oficialismo es casi imposible. El problema de Jara no es que sea «comunista»: es que representa a un gobierno impopular, y la inmensa mayoría de los chilenos no quiere continuidad. Por si fuera poco, Kast recibió el apoyo explícito de Kaiser y de Matthei la mismísima noche de la elección. A diferencia de Milei en Argentina (quien cooptó a diversos dirigentes del partido del ex-presidente Mauricio Macri), Kast no adquiere las piezas por separado, sino que extiende una invitación institucional a los demás partidos de la derecha chilena a conformar gobierno. Si bien el entorno de Kast ha sido acusado de malas prácticas digitales que han enturbiado el ambiente –un ejército de bots ligados a los republicanos esparció el rumor de que Matthei padecía de Alzheimer–, el candidato se ha esmerado en evitar una confrontación fratricida. Olfateando el pingo con más chances, connotados militantes de la derecha tradicional llevan meses pasándose a sus filas. Por su parte, Kast insistirá en que su proyecto político no tiene nada de excéntrico ni radical –aunque participe en las reuniones globales de la Conferencia Política de Acción Conservadora (cpac) junto a Viktor Orbán, Donald Trump, Nayib Bukele y Santiago Abascal–, y que en el fondo no hace otra cosa que recuperar los principios de Jaime Guzmán, mítico mártir y padre fundador de la udi. Atendiendo a su necesidad de controlar el Congreso y administrar la dispersión de las derechas, repartirá tareas y ministerios en proporción a los respectivos escaños.

Sus críticos sospechan que el famoso «gobierno de emergencia» centrado en economía y orden público no es un plan sincero26. Creen que una victoria holgada en segunda vuelta –un escenario del todo plausible– abrirá el apetito del sector más duro, que interpretará la existencia de un mandato amplio para ir por todo, batalla cultural incluida. Otros temen que un «gobierno de emergencia» equivalga a un estado de excepción permanente, que autorice al presidente a conculcar las libertades personales y que ponga a Chile en la senda de la erosión democrática. El tiempo lo dirá.

Kast y Milei, en una foto compartida en sus redes sociales

Nota: una primera versión, más breve, de este artículo se publicó en Nueva Sociedad edición digital, 11/2025, disponible en nuso.org

Notas
  • 1. En 2021 se presentó como candidato a la Presidencia sin pisar Chile debido a que tenía una orden de arraigo por no pagar la pensión alimenticia de sus dos hijos. Su principal caudal electoral está en el norte del país, aunque en estas elecciones ha logrado expandirse a otras regiones.
  • 2. «The Woman Who Will Lead Chile’s Counter-Revolution» en The Economist, 24/9/2024.
  • 3. Tim Bale y Cristóbal Rovira Kaltwasser: Riding the Populist Wave: Europe’s Mainstream Right in Crisis, Cambridge UP, Cambridge, 2021.
  • 4. Aldo Madariaga y C. Rovira Kaltwasser: «Right-Wing Moderation, Left-Wing Inertia and Political Cartelisation in Post-Transition Chile» en Journal of Latin American Studies vol. 52 No 2, 2020.
  • 5. Stéphanie Alenda (ed.): Anatomía de la derecha chilena. Estado, mercado y valores en tiempos de cambio, FCE, Santiago de Chile, 2020; C. Bellolio: «Juego de generaciones. Apuntes sobre el nuevo paisaje político chileno» en Estudios Públicos No 154, 7/2019.
  • 6. «Mujeres jóvenes garantizan la victoria de Gabriel Boric en Chile, según estimaciones» en Unholster, 20/12/2021.
  • 7. Bellolio: «Otra cosa es con poder. El fracaso constitucional de Kast y Republicanos» en Disjuntiva. Crítica de les Ciències Socialsvol. 5 No 2, 2024.
  • 8. Bellolio: «Cultural Secularization and Political Secularism as Mirror Processes: The Case of Chile» enInternational Journal of Latin American Religionsvol. 8 No 2, 2024.
  • 9. Fabián Belmar, Aldo Mascareño, Juan Rozas y Pablo A. Henríquez: «Elecciones 2025: Quinto Informe C22-CEP, programas presidenciales» en Puntos de Referencia No 747, Centro de Estudios Públicos, 2025.
  • 10. Mudde:Populist Radical Right Parties in Europe, Cambridge UP, Cambridge, 2009.
  • 11. Bellolio: El momento populista chileno, Debate, Santiago de Chile, 2022.
  • 12. Juan Antonio González de Requena Farré y Claudio Riveros Ferrada: «Discurso populista y ‘nueva derecha’: el Partido Republicano chileno» en Colombia Internacional No 119, 7-9/2024.
  • 13. Pierre Ostiguy: «Populism: A Socio-Cultural Approach» en C. Rovira Kaltwasser (ed.) et al.: The Oxford Handbook of Populism, Oxford UP, Oxford, 2017.
  • 14. Juan Morales: «Movimiento libertario y profetas del mercado en el Chile actual. Las ideas de Axel Kaiser» en Brazilian Journal of Latin American Studies vol. 23 No 48, 2024. Axel Kaiser es subdirector académico de la Fundación Faro, dirigida por Agustín Laje y muy próxima a Milei.
  • 15. Belmar, A. Mascareño, J. Rozas y P.A. Henríquez: ob. cit.
  • 16. Eugenio Tironi y Felipe Agüero: «¿Sobrevivirá el nuevo paisaje político chileno?» en Estudios Públicos No 74, 1999.
  • 17. Jennifer M. Piscopo y Peter M. Siavelis: «Chile’s Constitutional Chaos» en Journal of Democracy vol. 34 No 1, 2023.
  • 18. Cristián Valdivieso: «El nuevo clivaje nacido del Apruebo y Rechazo» en Ex Ante, 28/5/2023.
  • 19. Ascanio Cavallo: «Ni péndulo ni magia: modalidad del voto» en El País, 10/5/2023.
  • 20. Noam Titelman: La nueva izquierda chilena. De las marchas estudiantiles a La Moneda, Ariel, Santiago de Chile, 2023.
  • 21. Norris y R. Inglehart: Cultural Backlash: Trump, Brexit, and Authoritarian Populism, Cambridge UP, Cambridge, 2019.
  • 22. Dani Rodrik: «Why Does Globalization Fuel Populism? Economics, Culture, and the Rise of Right-Wing Populism» en Annual Review of Economics vol. 13 No 1, 2021.
  • 23. Derek Thompson: «How covid Pushed a Generation of Young People to the Right» en The Atlantic, 18/2/2025.
  • 24. João Carlos Amoroso Botelho y Miguel Ángel López Varas: «‘Hay gobierno, soy contra’. El ciclo de las oposiciones en América Latina» en Estudios Internacionales vol. 55 No 204, 2023.
  • 25. Jara: «Desde el control fronterizo de Chacalluta lo tenemos claro: para cuidar a Chile no basta con mano dura, necesitamos mano inteligente», video en Instagram, 21/10/2025, disponible en www.instagram.com/reel/dqermxvdehc/?igsh=mw9mzjk1axjumxlkaq==.
  • 26. Daniel Matamala: «París bien vale una misa» en La Tercera, 23/8/2025.

Fuente: Nueva Sociedad 320, noviembre-diciembre de 2025

Portada: José Antonio Kast, Evelyn Matthei y Johannes Kaiser en Santiago, el 26 de octubre. CRISTIAN SOTO QUIROZ

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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