El silencio no detiene la ocupación y el genocidio de Gaza
Conversación sobre la historia
Luis Castro
Como se recordará, la república de Weimar (1918-1933) fue el régimen vigente en Alemania desde su derrota en la I Guerra mundial −y la caída del II Reich−, hasta el acceso del nazismo al poder, que llevó al derrumbe de la democracia, los campos de concentración y la II Guerra mundial. Una época que suele poner como ejemplo señero de inestabilidad y conflictividad política, no solo en Alemania, notable incluso dentro de un siglo de ”extremos” de todo tipo y en un mundo donde el auge de las dictaduras y el retroceso de los regímenes liberales eran rápidos, después del “triunfo de las democracias” que trajo el fin de la guerra[1].
La historia posterior de Europa, con la II Guerra mundial, la partición de Alemania, la división de Occidente en bloques militares y económicos y la Guerra fría tiene en esa época también su origen remoto. Hay un claro nexo causal entre las dos grandes guerras, que a su vez lo tienen con división de Alemania, etc. Así pues, la pregunta del título tiene calado, dado que, si fuera el caso, la humanidad afrontaría perspectivas muy negras y la reflexión sobre las analogías entre aquella época y la actual tendría un interés algo más que académico. Estaríamos hablando de hechos históricos que han durado casi hasta ayer y que, según algunos, vuelven a pesar sobre nuestro presente e inmediato futuro.
Dos libros recientes sugieren el relativo paralelismo entre aquella época y la actual: El fracaso de la república de Weimar. Las horas fatídicas de una democracia, de Volker Ullrich, y Los irresponsables. ¿Quién llevó a Hitler al poder?, de Johann Chapoutot, (pendiente de publicación en España). Son solo los últimos resultados de una historiografía muy nutrida, sobre todo en Alemania, donde, entre otras cosas, motivó en parte la “polémica entre historiadores” (Historiskerstreit) aún hoy inconclusa[2]. Los medios, siempre propensos a la síntesis apresurada, hayan ido un poco más allá en la comparación de ambos periodos. Así vemos que El País titula la reseña del libro de Ullrich con “El mundo vive un momento Weimar. Ejemplo de manual de lo frágiles que son las democracias”; el ABC añade en la suya que “… se hacen guiños al presente y se extraen lecciones y advertencias para el mundo occidental de hoy” y El Confidencial se hace esta lúgubre pregunta: “Así murió la democracia alemana de Weimar. ¿Podría morir igual la nuestra?”[3]. Y Enric Juliana insiste en ello basándose en su muy estimado Robert D. Kaplan, quien, entrevistado por La Vanguadia el pasado 7 de julio, señalaba que “el mundo de hoy es similar” al de Weimar porque vivimos en una crisis permanente y “la tecnología ha encogido la geografía” (?).
La idea del paralelismo histórico con Weimar ha inspirado también la reciente exposición de CaixaForum en Barcelona “Tiempos inciertos. Alemania entre guerras”[4]. Según Pau Pedregosa, su comisario, la República de Weimar fue “una época muy parecida a la actual, en la que los monstruos están volviendo a despertar”. Pero, por otro lado, la exposición ha mostrado la excepcionalidad de uno de los momentos estelares de la cultura humana, con un despliegue creativo y científico apabullante. Hablamos de pintores como Kandinsky, Klee y Grosz, de la versátil Bauhaus, del cine inicial de Fritz Lang, Murnau y Billy Wilder, del teatro de Bertolt Brecht y Max Reinhardt; de la arquitectura de Gropius y Van der Rohe, de Thomas y Heinrich Mann, de la revolución científica de Einstein, Max Plank y Werner Heisenberg, de la sociología de Max Weber… un oceánico impulso creativo al que puede sumarse el brillante momento cultural de la Viena de la época[5]. Todo ello con un tono cosmopolita y de vanguardia al que no eran ajenos los creadores judíos de la época.
Pero, añadía Pedregosa, “todo acabó en la hoguera de la barbarie del Holocausto y de una nueva guerra”. En el Berlín y la Viena de entreguerras también se incubaban los monstruos del racismo y del nacionalismo agresivo, que derivaron en los fascismos, a su vez camino abierto hacia la guerra y los campos de concentración. Parece como si la historia en determinados momentos pusiera como “extraños compañeros de cama” de imposible convivencia a la locura irracional y a la conciencia y la sensibilidad más exquisitas.

La violencia política
Creo, sin embargo, que no se puede ir demasiado lejos en ese paralelismo entre la república de Weimar (o, más en general, la Europa de entreguerras) y la actualidad. Sin duda hay inquietantes semejanzas en cuanto a la erosión de los sistemas democráticos, el auge del extremismo derechista, el racismo, la quiebra del internacionalismo o el irracionalismo estimulado por la propaganda o las redes sociales. Pero no son menores las diferencias. De una manera sintética me referiré a alguna de ellas, que me parecen las más esenciales. (Dejaré de lado la caracterización política de los líderes, partidos o regímenes ultras actuales y el tema de su mayor o menor coincidencia con los fascismos de entreguerras, pues es un asunto ya bastante tratado en este blog)[6].
Quizá lo más importante sea la cuestión de la violencia política. Esta fue uno de los rasgos más tempranos y característicos de esa época de “Guerra civil europea”, que se manifestó sobre todo en los movimientos fascistas y similares[7]. Ya en noviembre de 1919, el Jefe de la policía de Milán informaba al fiscal de que ” …un cuerpo armado se ha constituido en el seno de los Fascios de combate en Milán no solo contra las leyes del Estado, no solo con la tendencia a la usurpación del poder de la policía, sino también con el propósito deliberado de cometer crímenes contra las personas”[8]. Por entonces ya estaban también haciendo de las suyas los Freikorps alemanes o la Heimwehr austríaca y luego vendrían las S.A., los “camisas negras” de Mosley, los falangistas españoles, etc. Como indica Traverso, en esa época “el monopolio estatal de la violencia parece ampliamente cuestionado”, y no solo, desde luego, por las fuerzas de extrema derecha. Pero la violencia de estas se volvió institucional cuando llegaron al poder y, en el plano interno, no cesó hasta no descabezar al movimiento obrero, los grupos de izquierdas y las minorías disidentes o étnicas. El militarismo y los “virajes hacia la guerra”, con la ruptura de las bases de la paz de Versalles, fueron su expresión en política exterior.
Esa práctica de la acción política impulsiva y de la violencia se correspondía con teorías y mensajes belicistas de muchos intelectuales y artistas de la época, que en la tesitura de la I Guerra mundial se apuntaron con entusiasmo a la movilización patriótica, para, como decía el historiador Ernst Troeltsch, “transformar las palabras en bayonetas”, mientras que posturas pacifistas como las de Romain Rolland, Bertrand Russell o Karl Kraus eran la excepción en sus respectivos países[9]. Es cierto que muchos de ellos cambiaron de opinión ante la barbarie de la guerra total, pero las posturas belicistas y hostiles respecto de “las masas” y de la democracia siguieron teniendo predicamento tras la paz de Versalles.

En este sentido, es llamativo que incluso pensadores de matriz liberal como Ortega y Gasset, aunque calaron pronto la naturaleza aberrante del fascismo, luego tocaron algunas partituras ideológicas no lejanas del repertorio de los paramilitares. Si en 1925 el filósofo escribe que la violencia fascista no se usaba para afirmar o imponer un derecho, “sino que llena el hueco, sustituye la ausencia de toda legitimidad. Es el sucedáneo de una legalidad inexistente”, en su “España invertebrada”, libro de cabecera de los intelectuales falangistas, escribe, por ejemplo, que las guerras son “cosa no menos normal, acaso más normal, que la paz. La guerra fatiga, pero no extenúa (…), la fuerza de las armas no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual (…), el guerrero brota de un genial apetito de peligro”[10]. Lo que no queda muy lejano en forma y contenido de lo que Mussolini escribe algo después para la Enciclopedia Italiana a propósito del fascismo, que “rechaza el pacifismo, que esconde una renuncia a la lucha y una vileza, frente al sacrificio. Solo la guerra lleva al máximo la tensión de todas las energías humanas e imprime un sello de nobleza a los pueblos que tienen la virtud de afrontarla”[11]. Algo que corroborará Dionisio Ridruejo, escribiendo desde la División Azul, donde combatía a 30 grados bajo cero: “no creo que exista una persona sana, con salud en el alma, para quien una guerra no sea, a la larga, una buena experiencia, provechosa y fortalecedora, ya que no jubilosa. Queda el cuerpo probado y sometido, lleno de enérgica destreza (…). Queda el alma serena, triunfante y levantada…”[12].
No creo que haya que llevar mucho más allá la argumentación para ver la diferencia con la actualidad. Hoy sería casi imposible hallar avales filosóficos tan extravagantes para la violencia y la guerra, mientras que, en teoría, los valores y las prácticas de la política internacional se basan en los ideales pacifistas e internacionalistas de Naciones Unidas. Es cierto que en las últimas décadas esos principios están sufriendo un grave deterioro, pero en la medida en que aún quepa hablar de “comunidad internacional”, esta condena las graves agresiones al derecho internacional, como, por ejemplo, las cometidas en Ucrania y Gaza, y, en la medida de lo posible, intenta sancionar a sus responsables a través del Tribunal Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional. Quizá se puede afirmar que en las sociedades occidentales la violencia política es minoritaria, esporádica y más verbal que otra cosa, si exceptuamos los brutales atentados terroristas. No nos imaginamos a los Abascal, Salvini, Orban, Trump o Milei, que prodigan el insulto y la descalificación a sus adversarios, ordenando el asesinato de estos, como sí ocurrió en los años 20 y 30. Por otro lado, si tuviéramos que buscar paralelismos a la marcha sobre Roma o al incendio del Reichstag, el asalto al Capitolio de EE.UU. en 2021 o el del Congreso brasileño en 2023 quedarían como meras parodias, sin que ello implique negar su gravedad.
Por lo demás, puede decirse que la xenofobia que experimenta Occidente en las últimas décadas tiene un claro precedente en la que se incubó a finales del siglo XIX y se exacerbó en el primer tercio del siglo XX, cuando se dio el mayor movimiento migratorio que se había conocido en la historia. La “solución final” nazi y el antisemitismo de los países del Este, que venía de la época de los zares, fue su expresión más extrema. Hoy estaríamos lejos de tales atrocidades y es más relevante, a la hora de ver las semejanzas con la situación actual en ese aspecto, recordar las leyes de inmigración selectiva que, primero EE.UU. y luego en otros “países nuevos”, implantaron tras la Gran Guerra. Más o menos esa política migratoria de puertas entornadas y vigiladas (y, si llega el caso, de deportaciones) es la que viene practicando la U.E., aunque, por otro lado, no puede prescindir de mano de obra extranjera para sostener su economía. Así pues, parece inevitable que las sociedades de la UE sean cada vez más plurales étnica y culturalmente[13] y por ello cabe esperar que episodios de racismo brutal como los recientes de Torre Pacheco sean una excepción. (Sucesos comparables fueron los de El Ejido, pero ocurrieron hace 25 años).

Unidad democrática frente al peligro ultra
Hoy tampoco hay una dinámica de expansión revolucionaria comunista, que fue el principal factor de radicalización derechista de las clases medias en los años veinte y treinta[14]. Actualmente la agresividad política de los ultras, más allá de la clásica lucha contra el Estado del bienestar socialdemócrata, no va contra un “comunismo” fantasmal, sino que se dirige más bien al progresismo “woke”, a lo que llaman “fundamentalismo ecologista” o a movimientos sociales de carácter cultural o étnico que solo secundariamente tienen implicaciones políticas. Ni la situación económica actual es tan crítica como en el periodo de entreguerras. Por lo que se refiere a Alemania, la situación es hoy casi la inversa de la de los años veinte, cuando la intransigencia de los aliados vencedores, especialmente de Francia, cargó sobre las espaldas de Alemania la responsabilidad y la factura de la guerra, creando una situación económica y psicológica insostenible que generó caos social y político. Hoy, en cambio, el núcleo de la UE se basa en una sólida relación amistosa franco-alemana, de la que deriva principalmente la buena (o no tan buena) marcha económica y política de la propia UE.
Sin embargo, hay dos aspectos políticos clave que hoy, como entonces, pueden empujar al mundo a la quiebra de las democracias y al desastre. Por un lado, está el grado de unión (o desunión) de las izquierdas y de las organizaciones democráticas frente al peligro ultra. En las elecciones generales de noviembre de 1932 en Alemania (las últimas de la república de Weimar), comunistas y socialistas obtuvieron juntos más votos y más escaños que los nazis (221 vs. 198. Los nazis nunca obtuvieron más de 1/3 de los votos en elecciones libres). Y ello a pesar de que desde el verano el gobierno del nacionalista católico von Papen había dado rienda suelta a las S.A. y el ambiente de violencia callejera era creciente. Pero los partidos de izquierda arrastraban un feroz enfrentamiento desde los primeros años de la república, cuando el gobierno socialdemócrata, aliado con el ejército y los paramilitares, reprimió con dureza los levantamientos comunistas. Como es sabido, el presidente Hindemburg acabó nombrando a Hitler canciller, con la anuencia de los partidos de centro y de derecha; y las siguientes elecciones, en marzo de 1933, se hicieron ya con los partidos de la oposición fuera de la ley y en un ambiente de represión generalizada. Hoy los partidos de izquierda deberían meditar muy seriamente sobre estos hechos y tener presente los planteamientos de frentes unidos antifascistas que se gestaron en los años treinta.
Finalmente está la actitud de los partidos de centro y de derecha (y de grupos empresariales y mediáticos) ante el fenómeno ultra. En el periodo de entreguerras se transigió con él, haciendo un cálculo político que luego resultó trágicamente erróneo: se trataba de dejar suelta a la bestia parda para eliminar por las bravas a los izquierdistas y a las minorías disidentes, pensando que más adelante todo volvería al orden tradicional burgués. En el caso de Alemania, los partidos del Zentrum, católicos y nacionalistas, así como la gran empresa, facilitaron el acceso de Hitler al poder e incluso participaron en su primer gobierno, con el resultado de que en un plazo de tres meses habían sido ilegalizados todos y suprimidas por decreto las libertades constitucionales. Su último y quizá mas grave error fue votar a favor de la Ley de Defensa del Estado, que exigía mayoría de 2/3, a finales de marzo. Con ella el ejecutivo adquiría la casi totalidad de los poderes. A la vez se iniciaba la represión de los opositores y la persecución antisemita, y en marzo de 1933 se construyó en Dachau el primer campo de concentración.
Hoy, en algunos países, España entre ellos, se empieza a transitar por ese camino político de entendimiento entre la derecha y la ultraderecha. Y conviene recordar también que, por ejemplo, lo mismo que ahora PP y Vox gobiernan varias comunidades autónomas, antes de 1933 los nazis ya participaban en los gobiernos de algunos Länder, como Turingia, Brunswig u Oldenburg.

¿Tenía Weimar que fracasar?[15]
Heinrich A. Winkler, gran especialista en la historia alemana del siglo XX, se viene planteando esta cuestión desde hace años y sus conclusiones también resultan iluminadoras para la actualidad política, incluso, desde luego, para la española. Señala, por ejemplo, que la república de Weimar no se planteó depurar el aparato del estado del viejo régimen y muy en particular del ejército y la judicatura, cuyos miembros aristocráticos mantuvieron una actitud hostil hacia la república desde el primer momento. Ni quiso publicar los documentos oficiales que probaban la responsabilidad del gobierno alemán en el origen de la I Guerra mundial y, “con ello, −añade Winkler−renunció a una “hora de la verdad” sobre la culpa bélica alemana. La consecuencia fue que el Tratado de Versalles sorprendió por completo al pueblo alemán. Negarse a reconocer la propia culpa convirtió las innegables injusticias del tratado de paz en algo aparentemente monstruoso”. De ahí nació el mito de la “puñalada por la espalda”, que los nazis muy pronto usufructuaron en su propaganda antisemita y anti izquierdista.
Winkler alude a otros problemas que lastraron el devenir histórico de la república de Weimar: la fragilidad económica casi permanente (paro estructural, endeudamiento exterior, hiperinflación), la fragmentación del sistema de partidos y el excesivo presidencialismo, que manipuló la democracia hasta vaciarla de contenido. En definitiva, concluye, la república “estuvo marcada por una inestabilidad y una inseguridad permanentes. Se vio constantemente amenazada desde la derecha, desde la izquierda y desde el centro. Ni siquiera el conjunto de fuerzas que reconocían formalmente la república formaba una coalición estable. Las reglas del juego de la democracia no estaban consensuadas ni asumidas, y la república carecía de una cultura política común”. Podría decirse que la de Weimar era una república con pocos republicanos o una democracia con escasos demócratas y que, en vez de fortalecerse, fue a menos.
En todo caso, Winkler considera que el advenimiento del III Reich no fue inevitable y en buena medida se debió a los errores e irresponsabilidades de los demás actores políticos. Sugiere, por ejemplo, que podía haberse evitado con una mayor disponibilidad al compromiso entre las fuerzas no extremistas y con políticas que dieran una mayor base social al régimen, sobre todo las encaminadas a paliar los efectos sociales de la crisis, en la línea de lo que hizo entonces el Frente Popular francés o más adelante el New Deal norteamericano.

Contra lo que esperaban los centristas y conservadores alemanes, lo que vino con el III Reich no fue el orden, sino la dictadura, la represión institucionalizada y la guerra, que multiplicó el horror y la destrucción del anterior conflicto. De este se había dicho que sería “la guerra que pondría fin a las guerras” (H. G. Wells), pues la humanidad quedaría escarmentada y buscaría un nuevo orden internacional en el que las disputas se resolvieran pacíficamente. Pero ya sabemos que las cosas, estando mal, aún pueden ir a peor, como así fue. Y el caso es que ahora, si un destino aciago (o, más bien, las acciones y omisiones de los grupos humanos) nos impulsara hacia otro conflicto mundial casi podemos estar seguros de que sería el último.
Esa sería otra de las grandes diferencias entre las dos épocas. Desde los años sesenta del siglo pasado las grandes potencias disponen de una capacidad armamentista tal que podría acabar con todo rastro de vida en el planeta. La disuasión por el terror, fruto de esa realidad, mantuvo tal perspectiva alejada como algo irracional, dando lugar a la Guerra fría. Pero ocurre que ahora esta reaparece en un escenario distinto y asistimos a un nuevo impulso del rearme atómico por parte de las potencias, después de décadas de distensión; y vemos nuevos planteamientos estratégicos que, de materializarse, nos llevarían a una situación de riesgo catastrófico[16]. Y esa sería la principal diferencia con los años veinte y treinta: el final de un segundo “momento Weimar”, si siguiera las pautas caóticas y destructivas del anterior, nos llevaría del Holocausto y las guerras totales al Apocalipsis.

Notas
[1] Si en 1920 había al menos 35 países con gobiernos elegidos, en 1938 había solo 17 y en 1944 una docena. Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, 1994, p. 118.
[2] Reseña del libro de Chapoutot, Resbalando por la pendiente entre el extremo centro y el fascismo. Historiografía más clásica sobre Weimar, p.e., Ursula Büttner, Weimar. Die überforderte Republik 1918–1933. Leistung und Versagen in Staat, Gesellschaft, Wirtschaft und Kultur, Stuttgart 2008; Horst Möller, Die Weimarer Republik. Eine unvollendete Demokratie. Dtv, 1985.
[3] Ediciones del 4 de julio, 8 de julio y 6 de mayo pasados, respectivamente.
[4] Toni Montesinos, “Fragilidad institucional y explosión creativa”, La Vanguardia, 10 de mayo de 2025.
[5] Viena: la ciudad de las ideas que creó el mundo moderno .
[6] Ver los enfoques de Traverso, Elizbet Zerofski y Branco Milanovic: Fascismo Universal? Una respuesta de Enzo Traverso a Ugo Palheta ; Elecciones en EE UU: ¿Es Trump un fascista?(I); La ideología de Donald J. Trump (II) .
[7] Una brillante contextualización de este asunto en Enzo Traverso, A sangre y fuego. de la guerra civil europea (1914-1945), 2009, pp. 77-85.
[8] Cit. en Antonio Scurati, M. Il figlio del secolo, 2018, p. 149.
[9] Traverso, Op. cit., p. 139.
[10] Ortega y Gasset, J., “Sobre el fascismo”, Obras Completas II, p. 612, y La España invertebrada, pp. 17 y 43;
[11] Enciclopedia Italiana, 1932, vol. 32, “Il fascismo”. La entrada fue escrita por Mussolini y Giovanni Gentile, el filósofo oficial del régimen fascista.
[12] Dionisio Ridruejo, Casi unas memorias, 1976, p. 233.
[13] Datos para entender la inmigración: cuántos son, dónde viven y en qué trabajan .
[14] Convendría aclarar que para las clases conservadoras en aquella época, como más tarde durante la Guerra fría, el concepto de “comunismo” abarcaba el sindicalismo de clase, el anarquismo o cualquier movimiento social de izquierdas, no solo el comunismo, que, cualquiera que fuera su formulación, era muy minoritario o inexistente.
[15] “¿Tenía Weimar que fracasar? El fin de la Primera República y la continuidad de la historia alemana”, en Estudios del Colegio Histórico, 1991. Conferencia de Heinrich A. Winkler, gran especialista en la historia de Alemania del siglo XX. (Traducción nuestra del alemán, con ayuda de la AI).
[16] Luis Castro, “Make the Atom Great Again”: la temeraria apuesta nuclear de Trump”, Conversación sobre la historia, 20 de junio de 2025. No es forzar demasiado el análisis si se ve también en la Alemania de los años veinte y treinta el origen de los usos armamentísticos de la energía atómica, dado el decisivo aporte de los científicos alemanes a la física atómica y al hecho de que el Proyecto Manhattan tuvo su motivación en la salvaguardia frente a una posible bomba atómica en manos de Hitler.
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: Gefährliche Straße (calle peligrosa) (1918) de George Grosz (imagen: christies.com)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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estoy suscrito desde no hace mucho, pero desde el momento en que lo hice ha crecido el interes, el espero y la aguda inserción de temas bien conectados.
El texto de Luis Castro hoy ha sido brutalmente poderoso, a mi edad, nacido donostiarra en 1942, venezolano desde los cincuenta cuando mis padres me llevaron identificado en su pasaporte conjunto como “viajan con menor”.
Académico a dedicación exclusiva, vivo en Barcelona desde 2019; activo con un proyecto en el que se contrastan dos transiciones de dos dictadores que murieron en su cama en dos años distintos: 1935 y 1975: Gomez y Franco; en ambas transiciones el nodo histórico para mi se centra en las alianzas, tensiones y zancadillas entre la socialdemocracia y el socialismo.
Dicho lo cual, y con algo claro sobre Weimar (primer titulo de pregrado Arquitecto. con profesora de dibujo a mano alzada, Gego, venia de la Bauhaus). Para entrar en calor aquí, sin biblioteca, me fui Zweig confrontado por KK para luego saltar a Benjamin y Adorno.
Estoy vivo y vivo en el 2025 de Gaza, y por supuesto, anti sionista, siempre con la ayuda del que reposa en el cementerio londinense; los estoy trabajando a todos ellos mucho mas atento ahora a sus omisiones desde el momento del Mandato británico, pasando por San Francisco y después con los dos sucesos de Buenos Aires; bien armado, el análisis del discurso da para mucho. Magnifico trabajo Luis Castro.
Plantear una similitud total entre época con 100 años de diferencia es una irresponsabilidad e ignorancia de la realidad histórica. La similitud en lo fundamental, entre ambas épocas, puede ser suficiente para producir un resultado igual para las democracias. Los lideres, propagandistas y financiadores de las extremas derechas saben que deben adaptarse al tiempo actual, para implementar sus ideas, programas y objetivos políticos y económicos. La democracia está en peligro y si discutimos, si se dan todos las similitudes, lo lamentaremos cuando sea tarde.