Domingo Gallego Martínez 

Universidad de Zaragoza

 

En la Alemania nacionalsocialista la planificación económica se realizó en el contexto de un sistema empresarial de propiedad privada.[1] Es decir, los planificadores nazis sustituyeron al mercado, pero no a las empresas particulares. El logro de sus objetivos productivos lo esperaban alcanzar aprovechando la experiencia y capacidad de los empresarios privados. Esta opción por un sistema empresarial privado contrasta con la planificación central soviética, o la de la China maoísta, ambas apoyadas en la propiedad estatal de las empresas y de los medios de producción. [2]

El objetivo principal desde que los nazis se hicieron con el control del Estado en 1933, fue construir una economía de guerra en tiempos de paz, y también conseguir un modo flexible de reorientar la capacidad productiva de la economía hacia la guerra total cuando las circunstancias lo requiriesen. La sustitución del mercado por la planificación se debió a que no veían viable conseguir esos objetivos solo desde los incentivos que las fuerzas del mercado ofrecían a las empresas.

Así como en el caso de la planificación soviética o china el objetivo principal fue desarrollar las capacidades productivas de unos países atrasados, en el caso de Alemania, un país muy desarrollado tecnológicamente en el contexto de la Europa de los años treinta, el objetivo principal fue reorientar esas capacidades productivas hacia la guerra.

Cartel de propaganda nazi de 1939 comparando el área de influencia económica de Alemania con las Francia y Gran Bretaña (imagen: histclo.com)

Para los gobernantes nazis, sin embargo, el poder militar que pretendían alcanzar tenía también un componente de desarrollo económico a largo plazo. Ellos pensaban que la renta por persona, más baja en Alemania que en países como Gran Bretaña o Estados Unidos, o de la misma Francia, se debía a que su crecimiento se apoyaba en los recursos que extraían de sus territorios coloniales o semicoloniales, como en el caso de la América Latina para los Estados Unidos. Esa carencia de territorios dependientes era la que para ellos lastraba el desarrollo económico alemán. El poder militar sería el modo de adquirir la capacidad de construirse sus propios espacios dependientes en el mundo eslavo (Polonia, Ucrania, Rusia). En este aspecto, la preparación para una guerra que consideraban inevitable para cumplir sus objetivos era una meta insoslayable. Por ello dejaron de lado otros caminos para el desarrollo, como era seguir la senda de la creciente integración internacional de Alemania con las demás potencias económicas, que tan fructífera resultó para su desarrollo económico anterior y posterior al periodo de entreguerras (Tooze, 2008: 178-180).

Los preparativos para la guerra implicaban reorientar los recursos productivos de la economía hacia la producción de armamento. La investigación científica debía orientarse también hacia el desarrollo de tecnologías funcionales con las necesidades militares.[3] La otra cara de la prioridad del esfuerzo bélico serían las restricciones en la producción de bienes de consumo (en la URSS o en la China maoísta la prioridad por los bienes de capital tuvo esta misma consecuencia). Es decir, la opción entre cañones o mantequilla iría más en la dirección del suministro de cañones (y no fue un mero eufemismo, sobre todo desde 1938).

Pero, además, prepararse para la guerra requería ser capaces de sostener la capacidad productiva una vez iniciado el conflicto, sin depender de suministros externos que pudieran ser interferidos por las potencias enemigas. Es decir, prepararse para la guerra implicaba transitar hacia la autarquía. El problema más delicado al que se enfrentaban era el del autoabastecimiento de materias primas y de alimentos. Dadas las limitaciones de las reservas naturales de materias primas de Alemania, el desarrollo de productos sintéticos se convirtió así en un objetivo prioritario de la investigación y de la industria. El autoabastecimiento de alimentos implicaba la potenciación de la producción agraria, y en este caso las innovaciones en abonos, semillas, razas animales y maquinaria también resultaban objetivos estratégicos. Si el conflicto se prolongaba, la ocupación de los países del este sería imprescindible para apoyar el abastecimiento a Alemania de materias primas y alimentos (Schweitzer, 1946: 1-5).

La prioridad de prepararse para una guerra que les diese la supremacía europea y una gran expansión territorial era, visto desde fuera de la burbuja nacionalsocialista, un objetivo altamente peligroso para el futuro de Alemania, pues cualquier previsible alianza entre los demás países supondría un potencial bélico inabarcable para la capacidad productiva alemana (Tooze, 2008: 186). En cualquier caso, el gobierno nazi se embarcó en este proceso de prepararse para la guerra en tiempos de paz. También se embarcó en paralelo en la liquidación de las libertades públicas y, consiguientemente, del régimen democrático. Con ello aniquiló la resistencia política interna, cebándose especialmente en la violenta represión de las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda, con lo que se facilitó a su vez el control del mercado de trabajo (Tooze, 2008: 170). El componente racial y antisemita de la ideología nazi también implicó objetivos de pureza étnica que pasaban por la aniquilación de la población judía y la agresión y sometimiento de otros pueblos que consideraban inferiores, como fue el caso de los eslavos. Esta valoración peyorativa de lo eslavo les armaba también ideológicamente para sus planes expansionistas hacia el este (Casanova, 2020: 149-157).

Campaña de boicot a los negocios de judíos (foto: Bundesarchiv)

Desde el principio tuvieron claro que el sistema de planificación elegido no pasaba por la nacionalización del sistema empresarial alemán, ni tan siquiera de las empresas más estratégicas para el desarrollo del esfuerzo bélico. Una prueba de esta decisión es que nada más llegar al poder en 1933 se inició la venta de las empresas poseídas por el Estado en sectores tan estratégicos como la banca, el acero, la minería, los astilleros, líneas marítimas y ferrocarriles. Buena parte de estas empresas habían pasado recientemente a propiedad pública, en el periodo de la República de Weimar, para evitar su desmantelamiento en el contexto de la crisis de los años treinta (Bel, 2010).[4]

En el caso del sector agrario también se optó por sostener el sistema productivo existente en el que, fuera de Prusia, donde dominaban las grandes explotaciones, la producción estaba en manos de explotaciones familiares. Se mantuvo esta organización productiva, asegurando los derechos sobre la tierra de las explotaciones medias (de 7.5 a 125 hectáreas) y, en general, respaldando al conjunto de las explotaciones. Se quería evitar su desestabilización por las deudas hipotecarias o crediticias. El respaldo a la agricultura tenía, como se ha señalado, evidentes necesidades estratégicas, pero, a su vez, suponía un respaldo a los valores campesinos que eran exaltados como los valores de la patria y como alternativos a los del obrerismo izquierdista (Fernández Prieto y Pan-Montojo, 2014: 21-22 y Gerhard, 2014: 142-143).

En definitiva, el sistema empresarial existente se consideró la base organizativa más adecuada, tanto en el sector agrario como en los demás, para desarrollar los planes productivos necesarios para la preparación de Alemania para la guerra.

Pero, por otro lado, no se consideró adecuada la cooperación vía mercado para la consecución de sus objetivos. Esto supuso sustituir los precios de mercado por precios decididos centralizadamente para una amplia gama de productos agrarios, materias primas, productos intermedios y bienes de consumo. También se intervinieron los salarios.

Dirección del Reichsbank en 1934. A la izquierda su presidente, Hjalmar Schacht

En el caso de la agricultura se constituyó un organismo público (el Reich Nutritional Estate, RNS) que se encargaba de la compra del producto agrario a las explotaciones a los precios de intervención y de su venta a las empresas que lo transformaban y distribuían, con un diferencial de precio entre compra y venta que financiaba las actividades del organismo regulador. El RNS se encargaba además del almacenamiento de alimentos básicos para disponer de reservas estratégicas para el caso de conflicto bélico, recurriendo también a potenciar la iniciativa particular dedicada a la construcción de una amplia red privada de silos (Barciela, 2007: 16-19).

Los precios agrarios fueron bastante estables: ni se vieron afectados por el descenso general en el mercado mundial durante los años treinta, ni subieron cuando la escasez comenzaba a ser manifiesta. Todo ello produjo una considerable estabilidad de las explotaciones campesinas, pues tenían su producción vendida a unos precios razonables y también oportunidades para ir mejorando su capacidad productiva con la introducción de innovaciones tecnológicas. Su situación no resultó comparable con la dramática situación por las mismas fechas de los agricultores soviéticos (especialmente los ucranianos). Incluso en el contexto de Europa occidental, su situación fue razonable (Tooze, 2008: 175-176 y Gerhard, 2014: 151-152).

El esfuerzo por generar una producción suficiente que abasteciera a los mercados urbanos y permitiera acumular reservas fue compatible, por lo tanto, con unas condiciones de vida campesina sostenidas y una creciente capacidad tecnológica. La situación empeoró cuando desde 1938 se inició el reclutamiento y recayó sobre las mujeres una proporción creciente del esfuerzo productivo, que coincidió además con un frenazo en la renovación tecnológica del sector agrario dada la urgencia de concentrarse en la producción de armamento.

El proceso de adecuación de la producción de las empresas industriales a los criterios de la planificación se realizó combinando varios caminos. El Estado controlaba centralizadamente las importaciones y su distribución, y también el acceso a las divisas. Además, firmó acuerdos a largo plazo con las principales empresas alemanas productoras de materias primas, bienes intermedios básicos y energía (hierro bruto, acero, aluminio, explosivos, caucho sintético, combustibles, electricidad, etcétera). Con todo ello, controlaba el acceso de las demás empresas a ese combinado de recursos, distribuyéndolos entre los distintos sectores según las prioridades de cada momento. La banca privada tenía que cumplir a su vez con las cuotas de distribución sectorial del crédito establecidas centralizadamente, y con ello el Estado podía respaldar a los sectores prioritarios con líneas de financiación y de suministros que les permitieran realizar las inversiones necesarias para el desarrollo de sus planes productivos (Temin, 1991: 575-577 y Tooze, 2008: 173-175).

Granja experimental del DVA en el campo de concentración de Ravensbruck (foto: www.ravensbrueck-sbg.de)

Es decir, por un lado, eran orientadas las empresas desde los suministros y financiación que recibían para el desarrollo de sus proyectos. Por otro lado, eran condicionadas por la demanda pública de armamento o de obras públicas civiles (carreteras, infraestructuras urbanas) o militares (puertos, aeropuertos, cuarteles y otras instalaciones militares). También la demanda de consumo estaba condicionada por las políticas de precios de bienes de consumo y de salarios, que incentivaba a las empresas a dedicar más o menos capacidad productiva a la producción de ropa, calzado, automóviles u otros bienes de consumo duradero. La demanda de viviendas privadas estaba también condicionada por las facilidades o restricciones dadas al crédito hipotecario. Por ejemplo, desde 1938 la suspensión del crédito hipotecario hundió la demanda y la construcción de viviendas.

En las grandes empresas y en los sectores claves para el proyecto armamentístico no solo se orientaba la producción a través de los caminos señalados. También se organizó una supervisión de las empresas a través de funcionarios sobre el terreno que seguían de cerca los procesos de toma de decisiones empresariales. Los organismos centrales, además de planificar objetivos para los distintos sectores supervisaban, con la información suministrada por su red de agentes, la evolución efectiva de la producción en las distintas empresas. Todo ello implicó la construcción de una amplia burocracia administrativa.[5]

Al apoyarse la planificación en las capacidades de las empresas privadas era imprescindible preocuparse por brindarles incentivos para que se implicaran efectivamente en los proyectos públicos. Es decir, el coste de los créditos, de la energía, de las materias primas, del trabajo y de los demás recursos, así como los precios de los productos terminados debían dar lugar a alcanzar unos beneficios que permitieran a las empresas recuperar con creces loa gastos derivados de organizar los procesos productivos. O, dicho de otro modo, utilizar un sistema empresarial privado implicaba tener en cuenta que los empresarios solo sostienen a largo plazo aquellas transacciones y procesos productivos de los que obtienen ventajas financieras netas. El sistema de precios establecido tenía así que adecuarse a estos requerimientos y también contribuir a las mejoras en la eficiencia productiva.

El mantenimiento del sistema empresarial privado tenía ventajas evidentes para un modelo de planificación en formación que tenía a su disposición a uno de los sistemas empresariales más desarrollados del mundo. Teniendo en cuenta además que la planificación nazi estaba dando sus primeros pasos en los años treinta (luego no tuvo, como todos sabemos, una segunda oportunidad), había multitud de transacciones y objetivos productivos intermedios que se les escapaban a los organismos planificadores, incluso en sectores prioritarios. Por lo tanto, mantener el tejido empresarial privado, y unos sistemas de precios que potencialmente les ofrecían rentabilidad, implicaba que por sí mismas las empresas iban a mantener o crear nuevos vínculos con sus proveedores y clientes que permitirían desarrollar toda una serie de procesos productivos o de servicios vitales para el desenvolvimiento conjunto del sistema empresarial (Temin, 1991: 575).

Industria del caucho, uno de los sectores estratégicos para el esfuerzo militar (foto: Die Welt/AFP)

Pero los incentivos no iban tan solo a potenciar los rendimientos de la empresa en su conjunto, lo que era imprescindible para asegurar su viabilidad; también hubo incentivos específicos para los gestores de las empresas. Los nazis prefirieron a los directivos antes que a los propietarios (consejo de administración) como interlocutores, pues de hecho eran los que controlaban cotidianamente las empresas. Estos incentivos personales, combinados con cierto temor a la represión, agilizaron los ajustes de las empresas a los requerimientos del poder político (Temin, 1991: 282-283).

La historiografía sobre el grado de control de las empresas por parte de los organismos de planificación muestra esa combinación entre autocontrol y control externo, así como el margen de maniobra de los empresarios para gestionar los planes y contratos con la administración. Pero también señala que, aunque el principal modo de inducir al cumplimiento de lo planeado era la asignación de créditos y de materiales y los incentivos suministrados a la empresa y a sus gestores, también la presión política, e incluso la posibilidad de expropiación, estaban presentes, o implícitas, en los procesos de negociación entre empresas y organismos públicos. Se insiste que en el contexto en extremo autoritario y violento del nazismo toda precaución era poca por parte de las empresas y sus directivos. En cualquier caso, el partido nazi siempre intento llevarse bien con la élite empresarial, condición imprescindible por otro lado, si tenemos en cuenta que de ellos dependía la efectiva puesta en marcha y gestión de los procesos productivos.[6]

Con este sistema de planificación consiguió el régimen nacionalsocialista en el periodo 1936-1938 combinar la suave mejora del nivel de vida de la población con el reforzamiento de las inversiones militares. Los gastos militares pasaron del 2% del año 1933 al 17% del año 1938 (Tooze, 2008: 181). El nivel de vida, la capacidad de gasto real de la población, creció impulsada por un leve incremento de los salarios, pero sobre todo por la desaparición del desempleo y por el creciente acceso al trabajo remunerado de las mujeres de la clase trabajadora, incluso de las casadas. Las mejoras en el nivel de vida incidieron especialmente en los sectores emergentes de la sociedad, los trabajadores de cuello blanco (ingenieros, contables, economistas, funcionarios) que fueron los que consiguieron en mayor medida el acceso a los bienes de consumo duradero. Su papel en el desarrollo tecnológico de la agricultura y la industria y en el apoyo a la gestión empresarial les permitió sentirse cómodos y valorados en el nuevo régimen (Tooze, 2008: 176-178).[7]

Pero cuando la inminencia del conflicto bélico requirió alcanzar el 25% y el 44% del producto interior bruto para gastos militares, respectivamente en los años 1939 y 1940, estaba claro que había que reorientar de un modo mucho más intenso la capacidad productiva del consumo al armamento.[8] Estos cambios fueron compatibles con sostener los incentivos a la producción del sistema empresarial. La caída de la demanda de bienes de consumo inducida por la evolución de precios y salarios, y la paralización de la demanda de viviendas por la prohibición de nuevas hipotecas, fue compensada por la promoción de nuevas alternativas. La producción se orientó hacia la demanda creciente de armamento, vehículos y edificaciones militares. En paralelo, la asignación de materias primas y préstamos se reorientó hacia los sectores más implicados con las necesidades de los ejércitos.

Industria militar: ensamblaje de los aviones Junkers JU-88 (foto: Bundesarchiv)

En este contexto, la falta de mano de obra comenzó a ser grave a causa de la combinación entre mantener a pleno funcionamiento el sector agrícola y el sistema productivo industrial y la creciente absorción de la mano de obra por el ejército. El trabajo femenino y la mayor inversión en bienes de capital para sustituir trabajadores no fue suficiente, como tampoco lo fue la producción agrícola (afectada por la falta de brazos y por la caída de la producción de abonos y nuevos aperos), ni la disponibilidad de materias primas o las de sus sustitutos sintéticos.

Para calibrar el reto al que se enfrentaba el sistema productivo y de abastecimiento alemán hay que tener en cuenta que los gastos militares absorbieron el 56, 68 y 76 por ciento de la renta nacional de 1941 a 1943, es decir, la capacidad de respuesta alemana estaba alcanzado su límite. El esfuerzo bélico británico y estadounidense fueron imponentes, pero mucho más reducidos que el alemán (en su año máximo, 1943, alcanzaron el 57 y el 46 por ciento respectivamente). La URSS por esas fechas se encontraba también colapsada, como Alemania, por su esfuerzo militar (Tooze, 2008: 181).

En este contexto de guerra desatada y escasez de materias primas y alimentos, la planificación nazi cobró nuevos perfiles al aplicarse a las zonas ocupadas del este de las que necesitaban extraer grandes cantidades de alimentos, materias primas y energía, y también de mano de obra.

En los espacios ocupados, las empresas privadas polacas o las estatales soviéticas ya no se tomaron como base para organizar la producción. En estos casos se constituyeron empresas públicas o mixtas, con la participación de empresarios alemanes, para organizar la extracción de minerales, de carbón o de los procesos productivos necesarios para su primera transformación (Schweitzer, 1946: 99-126).

Mujer con una insignia de Ostarbeiter (trabajadores forzados de los países ocupados del este) en la fábrica de IG-Farbenwerke, subsidiaria de Auschwitz (foto: Bundesarchiv)

En lo que se refiere a la disponibilidad de alimentos, el objetivo era dejar de abastecer a las ciudades rusas conquistadas para dedicar los consiguientes excedentes al abastecimiento de las ciudades alemanas. El “Plan del Hambre” de Herbert Backe estimaba que estas privaciones supondrían una mortalidad de entre veinte y treinta millones de personas. Al no tener el éxito esperado en la conquista de Rusia, centraron el esfuerzo de disminución del número de bocas en el asesinato de los prisioneros soviéticos, ya fuesen civiles o militares, y en el asesinato masivo en campos de concentración de judíos rusos y polacos. Los requerimientos de pureza étnica de los nazis se combinaron con los de las necesidades de abastecer a Alemania.

Claro que, dada la creciente falta de mano de obra en Alemania, esa labor de exterminio resultaba contraproducente, por lo que se acabó sacando población judía con capacidad de trabajo de los campos de concentración mientras se asesinaba a los demás. Estos asesinatos inmediatos o diferidos de judíos y eslavos abrían a su vez oportunidades para desarrollar la colonización germana del este que, iniciada en la Edad Media con la expansión de la Europa cristiana, pretendían darle continuidad en el inmediato futuro.[9]

Todas estas actitudes, tan atroces y aparentemente pragmáticas en sus objetivos, no nos deben hacer perder de vista que prácticamente todos los países europeos implicados en la conquista y colonización de espacios no europeos desde el siglo XVI al XX tuvieron también comportamientos brutales, incluyendo el objetivo de la aniquilación de las poblaciones subyugadas, apoyados en ideologías racistas e intereses económicos pragmáticos propios de hombres de negocios. Lo que diferencia al régimen nazi es lo tardío de estas prácticas, así como su aplicación a gran escala en Europa (Casanova, 2020: 50-51).

Si nos centramos en el proyecto nazi de dirigir, en el periodo de 1933 a 1938, el sistema empresarial privado para orientarlo a las necesidades de una economía de guerra, tenemos que esfuerzos similares, pero en un contexto democrático, tuvieron que realizar Gran Bretaña y Estados Unidos para hacer frente a la agresión nazi y de las demás potencias del Eje. Tanto Japón como la Italia fascista desarrollaron también políticas de este tipo en contextos en extremo autoritarios, anticipándose como Alemania a la guerra para prepararla.

Extracto del «Plan del Hambre» de Backe (foto: Bundesarchiv)

Durante la segunda mitad del siglo XX no fueron pocos los sistemas políticos autoritarios o democráticos que guiaron, complementaron, o sustituyeron al sector empresarial privado para impulsar la industrialización y el desarrollo económico, tanto en los países avanzados como en los atrasados. En cualquier caso, el objetivo de planificar la economía de guerra al modo nazi no fue seguido, ni de lejos, por ninguno de los países que iniciaron su desarrollo económico durante la segunda mitad del siglo XX: la prioridad fue entonces la industrialización y el crecimiento.

Tras la Segunda Guerra Mundial, y en algunos casos gracias a las experiencias derivadas de la dirección de una economía de guerra, se inició en el conjunto del mundo un proceso de marcado aumento del peso económico del sector público y de su capacidad de gestión. En los países avanzados, el Estado fue alcanzando un protagonismo creciente en la redistribución y en la dotación de servicios con enormes externalidades positivas como la educación, la sanidad o la investigación, además de implicarse también en la gestión del ciclo económico y en la regulación de no pocos aspectos de la economía, y en algunos casos también en la gestión de grandes conglomerados empresariales públicos.

La gran diferencia es que tanto en la Alemania nazi, como en la URSS o en China maoísta, observamos las consecuencias devastadoras en muchos aspectos del desencadenamiento sin contrapesos del poder del Estado. Pero en los países avanzados, pese al creciente poder económico y político del Estado, ambos aspectos estaban contrapesados por un sistema político democrático y unas sociedades muy activas en acciones colectivas en el contexto de un régimen de libertades públicas y de una economía de mercado cada vez más internacionalizada.

En los Estados de los países de planificación central, y en la Alemania nazi, el Estado se había librado mediante la represión y la violencia, aunque no solo por estas vías, de las restricciones que hubieran podido limitar su capacidad de priorizar objetivos y elegir los caminos para alcanzarlos. Pero los Estados de los países avanzados tras la Segunda Guerra Mundial, aunque poderosos, estaban encadenados a las fuerzas sociales y a los mecanismos políticos que condicionaban su comportamiento. En este contexto sus acciones de gobierno, pese a estar lejos de ser equilibradas respecto a los distintos intereses en juego, fueron las resultantes de una gran diversidad de fuerzas interiores e internacionales. Es decir, tendieron a tomar decisiones muy condicionadas por la diversidad de objetivos y sistemas de preferencias que existían en sus sociedades y en los países con los que estaban crecientemente integrados. El intervencionismo público no solo fue compatible con las libertades públicas, sino que gracias a ellas gano eficiencia y transparencia. Esta experiencia implica que el autoritarismo extremo desarrollado en la Alemania nazi, en la URSS o en China no fue probablemente una necesidad derivada de la intervención pública, sino una necesidad política de los grupos que pretendían asentarse en el poder y en el control de la sociedad en el muy largo plazo.

Bibliografía

Barciela, Carlos (2007): “Ni un español sin pan” La Red Nacional de Silos y Graneros, Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, Sociedad Española de Historia Agraria (SEHA).

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Bel, Germà (2010): “Against the mainstream: Nazi privatization in 1930s Germany”, Economic History Review, vol. 63, nº 1, pp. 34-55.

Casanova, Julián (2020): Una violencia indómita: el siglo XX europeo, Barcelona: Crítica.

Del Arco, Miguel Ángel y Gorostiza, Santiago (2021): “Nature and Nation in Franco´s `New Spain´ (1936-51)”, Journal of Historical Geography, nº 71, pp. 73-82.

Fernández Prieto, Lourenzo y Pan-Montojo, Juan (2014): “Fascism and modernity in the European countryside: a global view”, en L. Fernandez Prieto y J. Pan-Montojo (eds.), Agriculture in the Age of Fascism. Authoritarian Technocracy and Rural Modernization, 1922-1945, Turnhout: Brepols, pp. 19-41.

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Grunden, Walter E.; Kawamura, Yutaka; Kolchinsky, Eduard; Maier, Helmut y Yamazaki, Masakatsu (2005): “Laying the Foundation for Wartiem Research: A Comparative Overview of Science Mobilization in National Socialist Germany, Japan, and the Soviet Union”, History of Science Society, nº 20, pp. 79-106.

Hayes, Peter (2009): “Corporate Freedom of Action in Nazi Germany”, Boletin of the German Historical Institute, nº 45, pp. 29-42.

Kershaw, Ian (2016): Descenso a los infiernos: Europa 1914-1949, Barcelona: Crítica.

San Román, Elena (1999): Ejercito e industria: el nacimiento del INI, Barcelona, Crítica.

Schweitzer, Arthur (1946): “Big Business and the Nazi Party in Germany”, The Journal of Business of the University of Chicago, vol. XIX, pp. 1-24 y 99-126.

Temin, Peter (1991): “Soviet and Nazi economic planning in the 1930s”, Economic History Review, vol. XLIV, nº 4, pp. 573-593.

Tooze, Adam (2008): “The economic history of the Nazi regime”, en J. Caplan (ed.), Nazi Germany, Nueva York: Oxford University Press, pp. 168-195.

 

[1] Este texto es una reproducción con pequeñas modificaciones del apartado 15.2 del libro Los caminos del progreso: una historia del desarrollo económico (Gallego Martínez, 2022: 417-425).

[2] El modelo de planificación nazi se fue configurando con la experiencia política y de gestión una vez alcanzado el poder. El lugar central que fueron ocupando en él las empresas privadas, junto al control del mercado de trabajo, fueron elementos claves para obtener el consenso de las élites económicas que otorgó mayor estabilidad al nuevo régimen (Kershaw, 2016: 308-311).

[3] Sobre el sistema alemán de innovación en la época nazi véase Grunden, Kawamura, Kolchinsky, Maier y Yamazaki (2005: 81-92).

[4] En este aspecto, las opciones de la Alemania nazi fueron muy diferentes a la de la Italia fascista o de la España franquista. En estos dos países mediterráneos, probablemente por lo menos desarrollado de su tejido empresarial en relación con Alemania, se optó por crear potentes grupos empresariales públicos para el desarrollo de la producción industrial civil y militar (San Román, 1999: 143-161). La España del primer franquismo sí integró, pese a su debilidad empresarial y tecnológica, el objetivo autárquico que caracterizó a la Alemania nazi (Del Arco y Gorostiza, 2021).

[5] Un útil esquema de los organismos implicados en la planificación cuatrienal de la economía y de los sectores económicos implicados pude encontrarse en Temin (1991: 576).

[6] Véanse los argumentos contrapuestos, pero complementarios en cierto grado, manejados en la discusión sobre el grado de autonomía del sistema empresarial de la Alemania nazi: Hayes (2009: 29-42), por un lado y Buchheim y Scherner (2009: 43-50), por otro.

[7] En el periodo 1928- 1937, el crecimiento de la inversión duplicó en Alemania al del consumo, y el de los gastos gubernamentales lo triplicó, siendo el crecimiento del consumo de un 15% en el conjunto del periodo indicado. Esa tendencia supuso una redistribución de PIB hacia la inversión y el sector público en detrimento del consumo. En el caso soviético, durante los mismos años, el esfuerzo redistribuidor del PIB tuvo tendencias similares, pero con un mayor esfuerzo en la inversión (Temin, 1991: 284, tabla 1).

[8] Tooze (2008: 190-194) señala cómo el esfuerzo en la producción armamentística al comienzo de la guerra tuvo que frenarse para reorientar la capacidad productiva hacia mercancías exportables con las que financiar las importaciones de materias primas y alimentos básicos. Tras este parón estarían las dificultades de la Wehrmacht para aprovechar la ventaja estratégica alcanzada por las rápidas conquistas del principio de la guerra. En este contexto, la invasión de la URSS resultaba vital para salir de la escasez, y el fracaso de la invasión un desastre prácticamente insuperable.

[9] Sobre las políticas nazis en los territorios ocupados del este, véanse Tooze (2008: 190-194) y Gerhard (2014: 149-151).

Portada: Billete de 5 marcos de curso legal en 1938-1945

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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1 COMENTARIO

  1. La economía Alemana anterior a la guerra estaba financiada por UK y USA y recibía integramente sus indemnizaciones de guerra anteriores convertida en crédito. Todas las grandes empresas alemanas eran mayoritariamente de propiedad USA o inglesa.
    USA y UK anhelan desde hace mucho el territorio ruso y Siberia y han hecho todo lo posible por conquistarlo. Hitler solo fue un peon mas, su trinchera y lanza contra los sovieticos. Luego ya se encargarian de el. Como en la Revolucion, no todo salio como hubieran deseado. Los rusos son duros de roer.

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