Cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la historia de España de los dos últimos siglos sabe que la trayectoria política del país estuvo marcada por la inestabilidad y el conflicto (golpes de Estado, guerras civiles, numerosos cambios de régimen político, múltiples constituciones). Sin embargo, desde los años noventa del siglo pasado, se ha ido consolidando la tesis de que España ha sido un país “normal” en el contexto europeo. Lo curioso es que muchos de los trabajos en los que se afirma la “normalidad” de España en el contexto europeo carecen de un análisis comparado. Sin una comparación sistemática, nos movemos en un terreno especulativo y no pocas veces ideológico. Se ofrecen unos primeros datos que muestran que España es un país muy alejado de la normalidad de los países desarrollados, aunque es normal con respecto a Latinoamérica. Se puede, por tanto, cuestionar el paradigma de la normalidad, que es el dominante desde hace tres décadas.

 

Ignacio Sánchez-Cuenca

 

Desde la década de los noventa del siglo pasado, se ha ido consolidando una tradición historiográfica según la cual el desarrollo económico y político de España durante los siglos XIX y XX ha sido “normal” en el contexto europeo. Desde este paradigma interpretativo, no tiene demasiado sentido la comparación obsesiva con Francia y Gran Bretaña: España, se acepta sin problema, ha sido un país de desarrollo más tardío que los dos mencionados, pero no tan diferente de otros muchos. Frente a quienes consideran que España ha tenido una experiencia fracasada (en su desarrollo industrial, en su construcción nacional, en su evolución liberal y democrática, etc.), se presenta una reconsideración de los hechos que lleva a la conclusión de que la historia contemporánea de España es una historia “normal”.

Se pueden reproducir infinidad de citas que ilustran este paradigma de la normalidad. Santos Juliá, en un texto titulado “Anomalía, dolor y fracaso de España” (Claves de la Razón Práctica, 66, 1996), decía esto sobre la interpretación del pasado que se estaba consensuando en aquella época:

“En la reciente producción de historia económica, cultural y política sobre los siglos XIX y XX es perceptible un deslizamiento de la representación del pasado español como anomalía, dolor o fracaso hacia una nueva perspectiva que resalta la similitud del desarrollo económico, de la cultura y del sistema político con procesos que han tenido lugar antes o después en diversas regiones europeas.”

Con tono irónico, y en ocasiones sarcástico, repasaba los lugares comunes del paradigma del fracaso y se sumaba entusiasta a la tesis de la normalidad. Quizá la formulación más tajante fuera la de Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox en su libro España, 1808-1996 (Espasa, 1997): en las primeras páginas realizan esta declaración: “Este libro (…) no admite la excepcionalidad española. En otras palabras, consideramos a España como un ‘país normal’.” (p. 11) Y “tomada en su conjunto, la historia de España de los siglos XIX y XX distó mucho de ser, en seguida se verá, la historia de un fracaso” (p. 12). Fusi, en el prólogo que escribió al libro de Walter Bernecker, España entre tradición y modernidad. Política, economía, sociedad (sglos XIX y XX), (Siglo XXI, 2009), aclara en qué consiste la normalidad:

una nueva visión de la España contemporánea, no como la historia de un fracaso (fracaso de la revolución liberal, fracaso de la revolución industrial), no como la historia de un país dramático (guerras civiles) y no moderno, no como la ejemplificación del subdesarrollo, la marginalidad y la conflictividad de clases, sino la historia española como un proceso discontinuo, abierto, impulsado por múltiples y complejos factores (personales, culturales, económicos y sociales); la historia de un país que pudo estar en situación periférica respecto a la geopolítica del desarrollo del capitalismo europeo moderno, pero en donde también hubo distintos enclaves de modernidad, crecimiento económico, industrial, grandes ciudades, desarrollo del Estado, extensión de la educación, grandes obras de infraestructura, medios de comunicación modernos e influyentes, sectores industriales y financieros saneados y competitivos, políticos con ideas, proyectos y sentido de Estado, y vida cultural sustantiva.” (pp. x-xi)

En su libro reciente, Qué hacer con un pasado sucio(Galaxia Gutenberg, 2022), José Álvarez Junco insiste en la misma idea general:

Todo lo dicho conduce a una primera constatación en el análisis del caso español: que ni la guerra de 1936-1939 ni la dictadura subsiguiente fueron una rareza, que no revelaron ningún rasgo propio de un pueblo o una cultura anómalos. Más bien podría decirse lo contrario: que la excepcionalidad, o rareza, sería la suiza, único país europeo que no vivió en ese periodo de golpes de Estado, dictaduras, guerras -coloniales, internacionales, civiles-, ocupaciones militares o intentos de exterminio de alguna de sus minorías culturales.” (p. 137)

Hay muchos otros textos similares de otros tantos excelentes historiadores que no reproduciré aquí por no cansar al lector. La idea central está clara: no hay excepcionalidad negativa española. Cultivando el género del ensayo histórico, Julián Marías, en España inteligible (Alianza, 1985), ya había puesto las bases: “Creo haber deshecho el mito de la España «anormal», «irracional», «conflictiva», en suma, incomprensible. Basta con mirar las cosas sin omisiones y sin proyectar sobre ellas esquemas ajenos para que se las pueda entender. La historia de España es perfectamente inteligible, tal vez en grado máximo, por la existencia de un proyecto histórico explícito que la ha ido creando y la ha sostenido.”

El paradigma de la normalidad, como no podía ser de otra manera, ha sido sometido a crítica en algunas ocasiones. Por ejemplo, a raíz de la publicación del libro de Fusi y Palafox, Borja de Riquer escribió una tribuna en el diario El País en la que, con el explícito título de “Una historia normal, pero no tanto”, matizaba la normalidad de la historia española en relación a Europa. Recordaba aspectos “anormales” como el militarismo, la perdurabilidad del carlismo, la débil nacionalización y otros cuantos. En la revista Spagna contemporanea un grupo de historiadores valencianos criticaron a su vez las posiciones de Borja de Riquer, insistiendo en la normalidad de España. Por su parte, en este mismo blog, Raimundo Cuesta realizó una crítica detallada de la tesis de normalidad en la obra de Santos Juliá.

Desde una perspectiva sociológica, el ascenso del paradigma de la normalidad tiene mucho que ver con la evolución de España tras la muerte de Franco. La consolidación de la democracia (o lo que es igual, la desaparición de la amenaza golpista), la construcción del Estado del bienestar, el ingreso en la Comunidad Económica Europea en 1986, los ciclos de crecimiento en 1986-1992 y 1996-2008, la integración en la Unión Económica y Monetaria, así como la internacionalización del país (tanto de su cultura como de sus empresas), han producido un cambio en la percepción de nuestra historia, de acuerdo con la cual si España ha terminado convergiendo con Europa y hoy es un Estado miembro más de la Unión, ha de ser porque la historia anterior no ha sido un fracaso. Quizá hemos llegado al sueño de la convergencia europea con algo de retraso, pero el hecho mismo de haber llegado es ya una refutación de las historias tenebrosas o catastrofistas del país que presentan a España como una anomalía y un enigma histórico. Así, la presunta normalidad del momento presente se proyecta retrospectivamente hacia los últimos 200 años de historia.

Tras las turbulencias económicas y políticas sufridas por España durante la última década, ha resurgido una literatura ensayística e historiográfica exaltada que va mucho más allá de la tesis de la normalidad. Ante la caída de autoestima nacional que produjo la crisis, ha ido avanzando un nacionalismo menos sutil, más primario, que pretende restaurar la fama y reputación del país, cuya caída es efecto de la leyenda negra que nos persigue desde hace centurias. La atención se centra no tanto en el siglo XIX, sino en el pasado imperial.

En cualquier caso, me gustaría subrayar que toda afirmación sobre la posición de España en la historia, ya sea en el medio (normalidad), ya sea en los extremos (positivo o negativo), sólo puede tener sentido con respecto a una distribución de otras muchas trayectorias históricas. La normalidad o la excepcionalidad no pueden definirse si no es con relación a lo que ha ocurrido en otros lugares: si las trayectorias son razonablemente parecidas, podremos defender la tesis de que España es normal; si no lo son, habrá que concluir que España resulta excepcional. Para poder determinar la posición relativa de España, no hay más opción que establecer una comparación con otras unidades nacionales.

Lo sorprendente de la tesis de la normalidad es que, en la mayor parte de los casos, sobre todo en lo que toca a sociedad, política y cultura, se formule sin llevar a cabo comparación alguna, o basándose en comparaciones poco rigurosas, casi “impresionistas”, sin seguir un criterio claro ni en la selección de los casos ni en las variables o dimensiones elegidas para el análisis; la excepción puede encontrarse en la historia económica, pues una mayor accesibilidad a los datos ha permitido establecer paralelismos y diferencias entre el desarrollo económico e industrial de España y el de otros países europeos. En el libro de Fusi y Palafox, no hay datos comparados que permitan llegar a una conclusión tan tajante como la que he reproducido antes. Del examen de lo sucedido en España, y solo en España, no resulta posible concluir nada con respecto a la normalidad social y política del país. Idéntico problema se detecta en la mayor parte de las investigaciones sobre España, que suelen carecer de una dimensión comparada sistemática. En un volumen sobre la historia de las historias de España, Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente concluyen que, justamente, la principal limitación de la historiografía española consiste en una tendencia al ensimismamiento (El relato nacional. Historia de la historia de España, Taurus, 2017, pp. 415-6); a los efectos de lo que estoy argumentando aquí, cabría hablar de un cierto desdén hacia el ejercicio de la comparación.

Por fortuna, disponemos en la actualidad de bases de datos comparadas que cubren periodos extensos, desde finales del siglo XVIII o desde inicios del siglo XIX. En los debates historiográficos españoles rara vez se hace uso de esta información. Estas bases de datos no están libres de problemas y los especialistas suelen encontrar errores sobre sus países de origen. No obstante, el problema de las inexactitudes no es tan grave si los errores se distribuyen de manera más o menos uniforme o aleatoria. Si los errores afectaran solo a algunos países, el ejercicio comparativo sería más precario. En principio, no hay base para sospechar de la existencia de sesgos sistemáticos. Por ello, con todas las reservas que se quieran, no hay un método mejor para determinar si un país ha tenido un desarrollo normal o excepcional que examinar los datos comparados.

En este texto, que quiere ser breve y no tiene otra intención que la de abrir un debate, tanto metodológico como sustantivo, me limitaré a presentar algunos datos sumarios en los que se compara a España en varias dimensiones políticas con los países desarrollados (los que formaban la OCDE antes de la ampliación de 1994) y con los países latinoamericanos. En concreto, analizo la posición de España con respecto a estos dos grupos de países desde finales del XVIII hasta el presente en los siguientes indicadores: número de regímenes políticos y duración media de los mismos, número de constituciones y duración media de las mismas, número de golpes de Estado y número de guerras civiles. Todos estos indicadores son útiles para entender los niveles de inestabilidad y conflictividad política de los países durante el periodo estudiado.

Evidentemente, hay problemas enormes de medición de estas variables, pues no está claro cuándo un conflicto pasa a ser una “guerra civil”, ni tampoco en qué momento hay un cambio de “régimen político”. Ni siquiera son obvios los contornos de un golpe de Estado. Los creadores de las distintas bases de datos que manejo proporcionan definiciones teóricas y criterios operacionales con los que poder medir fenómenos de esta complejidad: remito al lector interesado a las fuentes originales. En cualquier caso, no hay nada extraño en ello, es el proceder habitual en las ciencias sociales.

Tabla 1. Comparación de España con los países miembros de la OCDE (antes de 1994) y los países latinoamericanos

 

 

Nº medio de regimenes  por país

 

Duración media de los regímenes por país (en años)

 

Nº medio de constituciones por país

 

Duración media de las constituciones por país (en años)

 

Nº medio de golpes de Estado por país

 

Nº medio de guerras civiles por país 
Periodo 1789-2016 1789-2016 1789-2013 1789-2013 1789-2016 1816-2014
Países OCDE antes de 1994 sin España 10,3 57,1 2,9 49 1,1 1
España 21 33,1 10 13,5 7 7
Latinoamérica 24,6 26,8 11,4 13,8 10 4,8
Fuente: Historical Regimes Database

(Djuve, Knutsen y Wig 2020)

Comparative Constitutions Project (2014) Historical Regimes Database

(Djuve, Knutsen y Wig 2020)

Cow Intra-State War Dataset, v. 5.1
Notas:

Los países de la OCDE antes de la ampliación de 1994 son: Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Islandia, Italia, Japón, Luxemburgo, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Portugal, Reino Unido, Suecia, Suiza.

Los países latinoamericanos son: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Guatemala, Haití, Honduras, Méjico, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, El Salvador, Uruguay, Venezuela.   

 

Los resultados aparecen en la Tabla 1. En general, se puede observar fácilmente que en todas las dimensiones España se aleja notablemente del promedio occidental y se aproxima más al promedio latinoamericano. Por ejemplo, en cuanto al número total de regímenes a lo largo de casi 230 años de historia, España presenta 21 regímenes políticos, frente a un promedio de tan solo 10,3 en los países desarrollados y 24,6 en Latinoamérica. Lo mismo sucede, lógicamente, con la duración media de los regímenes: es de tan sólo 33,1 años, frente a los 57,1 del mundo desarrollado; la cifra española no desentona demasiado de la media latinoamericana, 26,8 años. En cuanto al número de constituciones, España aparece con 10 (Francia le supera, con 14), muy por encima del resto de países desarrollados (cuya media es 2,9 constituciones) y aproximadamente las mismas que el promedio latinoamericano (11,4). Resultados equivalentes se obtienen cuando se analiza no el número de constituciones, sino su duración.

Por lo que toca a golpes de Estado, España, con siete, supera a todos los demás países desarrollados (que tienen una media muy baja, 1,1) y se aproxima al promedio latinoamericano, diez golpes por país. Finalmente, en conflictos o guerras civiles, España, de nuevo, está en primera posición en el grupo de los países desarrollados (tiene siete conflictos), aunque hay países latinoamericanos con números muy superiores (Méjico registra, ni más ni menos, 17 conflictos civiles)*.

Los datos, pues, no confirman la “normalidad” histórica de España en materia de estabilidad y conflictividad políticas. O, dicho de forma más precisa, España no es un país “normal” en el contexto de los países desarrollados, aunque sí lo pueda ser en el contexto latinoamericano. Cabe ir un poco más allá de esta conclusión genérica. Si se realiza un análisis factorial con las variables de la Tabla 1 para los 23 países desarrollados (España incluida), hay un factor dominante que explica el 92% de la varianza total. Gracias a este resultado, se puede construir una variable latente que mida el grado genérico de conflictividad política de los países. Pues bien, en el Gráfico 1 se representa la puntuación estandarizada de cada país en esta variable latente: valores positivos significan conflictividad por encima de la media y negativos por debajo. Sólo hay dos países que claramente se distingan del resto, son España y Grecia. Se pueden considerar países “excepcionales” en el grupo de los países desarrollados (ambos se sitúan a más de dos desviaciones típicas de la media de la variable latente). España no está sola, comparte con Grecia el carácter excepcional por lo que toca a conflictividad política a lo largo de los dos últimos siglos.

Gráfico 1. Puntuación factorial de los países desarrollados en la variable latente de conflictividad política

Tras España y Grecia, se sitúan, a cierta distancia, Portugal, Francia e Italia. Que los cinco aparezcan juntos, en la parte alta de la distribución, confirma que estos países conforman un grupo específico, el de países mediterráneos, con una mayor conflictividad política que el resto de países desarrollados.

Este factor de conflictividad, por lo demás, contribuye a entender las diferencias de desarrollo económico entre los países. La correlación entre la variable de conflictividad política de los siglos XIX y XX y el nivel de renta per cápita (en logaritmo) de esta muestra de países en el año 2000 es considerable, -0,54. Cuanto mayor es la conflictividad, menor el desarrollo económico.

El desafío consiste en entender qué factores explican que España haya tenido unos niveles de inestabilidad y conflictividad políticos tan elevados y excepcionales a lo largo de sus dos últimos siglos. Para poder plantear esta pregunta e intentar responderla adecuadamente, es necesario abandonar los juicios subjetivos, que no son sino reflejo del espíritu de los tiempos y de ciertos planteamientos ideológicos, y complementar el análisis histórico con el análisis comparado. Por descontado, no vale solo con presentar meramente unos datos numéricos, según he hecho aquí. Mi propósito es únicamente ilustrar las posibilidades que ofrece una comparación sistemática, no resolver la cuestión difícil y espinosa de por qué España ha tenido una trayectoria histórica tan tortuosa a lo largo de los dos últimos siglos. En este sentido, el examen estadístico de los datos ha de ir acompañado de una investigación histórica profunda. Con todo, creo que estos datos resultan más útiles que centenares de páginas dedicadas a tratar esta cuestión de forma ensayística, sin establecer con un mínimo rigor qué podría contar como confirmación o refutación de la hipótesis de la normalidad, pues, al fin y al cabo, no se trata más que de una hipótesis de trabajo que ha de someterse a prueba empírica. El debate resulta frustrante si no traspasa los estrechos límites de lo sucedido en España. De un solo caso de estudio no podemos extraer resultados sobre la posición relativa del caso en un espacio histórico más amplio.

A mi entender, una mayor apertura de la historiografía a los métodos de las ciencias sociales sólo puede redundar en un robustecimiento metodológico de las investigaciones sobre la historia de España. Entre otras cosas, permitiría que las conclusiones generales de las monografías que ofrecen conclusiones generales sobre la evolución histórica del país no dependieran en tan gran medida ni del punto de vista subjetivo del investigador ni de la ideología dominante en cada periodo.

 

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Piezas de conversación (1975), escultura de Juan Muñoz, Museo Hirshhorn, Washinggton D.C. (foto: historia-arte.com)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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2 COMENTARIOS

  1. La normalidad o anormalidad de una pais es una generalidad que como todas ellas simplifica la calificación. Esta condicionada con lo que entendamos como normal, con la epoca analizada, con la visón poltica e ideologica. entre otros factores. España, sin entrar en el momento del surgimiento como nación, era normal en el siglo de oro, del imperio, y era anormal en los finales del XIX, cuando otros paises europeos avanzaron en materia economica y politica frente al retroceso español. Con todo respeto me parece una discursion irrelevante.

  2. El siglo XIX hispano es el más convulso y violento de toda Europa, y hay una razón: el rechazo a los cambios burgueses que introducía la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. Es la lucha de un estilo de vida rural contra el nuevo estilo comercial y urbano que se imponía desde el estado. Desamortizaciones, impuestos, destrucción de un estilo de vida comunal, convivencial era una imposición que la ruralidad hispana no iba a aceptar fácilmente. Su lucha acabó en el 1939.

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