George F. Kennan (1904-2005), profesor de historia,  fue el inspirador de la Doctrina Truman y de la política exterior estadounidense de la “contención” de la Unión Soviética formulada en febrero de 1946 en el llamado “telegrama largo”. No había posibilidad de “modus vivendi” con los soviéticos. Al mes siguiente, Churchill en una conferencia en Fulton (Missouri) denunció las tendencias expansivas de la URSS y acuñó la célebre imagen de “telón de acero”. Kennan interesa también a los españoles porque bajo su influencia, como ha investigado A. Viñas, se cambió de rumbo para normalizar las relaciones políticas y económicas de Estados Unidos con España. Sin duda Kennan con su teoría de la “etnicidad belicosa de los rusos” no ayudó a diseñar un mundo político más abierto. Ahora bien, está claro que su idea de “contención” no era la de agresión  y antes de que acabara 1948 pensaba que se podían iniciar negociaciones con el gobierno de la Unión Soviética, propuesta que fue rechazada por la administración Truman. “Los círculos más conservadores le reprocharon a Kennan que plantease una política meramente defensiva, cuando lo que querían era una acción decidida contra el comunismo” escribió Fontana en “Por el bien del Imperio”. Aunque no es este el momento de analizar las variaciones, contradicciones o racismo de Kennan  valga señalar que en  Abril de 1968 criticó la intervención militar en Vietnam, porque no se establecían unos objetivos políticos posibles y plausibles. En 1981, en plena carrera de armamentos, escribió  “Ellos han cometido muchos errores [pero] fuimos  nosotros quienes primero probamos y desarrollamos estos ingenios, los primeros en aumentar su capacidad de destrucción a un nuevo nivel con la bomba de hidrógeno”. Roger Senserrich, un acreditado divulgador de la política norteamericana, acude a la política de “contención” para tratar de entender la actualidad de Rusia en la guerra de Ucrania. Merece leer el comentario de Luis Castro efectuado el 8 de abril porque llama la atención sobre otro artículo de 1997 que avisaba de los peligros de la extensión de la OTAN hacia el Este.

Ricardo Robledo


 

Roger Senserrich

 

A principios de 1946, George Kennan era jefe adjunto de la embajada de los Estados Unidos en Moscú, y estaba harto. A pesar de sus más de veinte años de experiencia como diplomático, Kennan tenía la sensación de que sus superiores estaban ignorando sus opiniones sobre el nuevo orden de postguerra. Un hombre con una altísima idea de sí mismo y su capacidad intelectual (y algunos ramalazos autoritarios y racistas nada disculpables), estaba convencido que el análisis que estaba haciendo el departamento de estado sobre la Unión Soviética era básicamente erróneo.

La política exterior americana durante la segunda guerra mundial y en los meses inmediatamente posteriores a esta había sido una de quid pro quo, transaccional. Se hacían ofertas y concesiones a Stalin y los soviéticos, y esperaban recibir algo a cambio. Lo que se encontraban, no obstante, es que la URSS a veces respondía de forma beligerante y otras con contención, sin que pareciera responder a incentivos o propuestas concretas. Tras un discurso de Stalin en el Bolshoi especialmente beligerante, los jefes de Kennan le pidieron que les enviara un análisis intentando explicar cuáles eran las intenciones soviéticas.

George Kennan en 1947
El telegrama largo

El 22 de febrero, envió su respuesta. Era el telegrama más largo enviado por nadie en el departamento de estado hasta entonces, inmediatamente conocido como el “telegrama largo”. En él, Kennan dibujó, en un texto de 5.000 palabras, su teoría sobre la postura diplomática de la URSS.

La tesis central de Kennan es que la retórica soviética de “lucha entre bloques”, incompatibilidad entre socialismo y capitalismo, y confrontación ideológica era, en muchos aspectos, una fachada. La coexistencia era perfectamente posible; los Estados Unidos y el Reino Unido no tenían la más mínima intención de ir a la guerra, y los soviéticos lo sabían. La beligerancia de la URSS no era por motivos ideológicos, sino estructurales, internos al propio país, una racionalización barnizada de materialismo histórico de lo que había sido siempre la postura internacional desde tiempos zaristas.

Dejadme citar el telegrama:

“At bottom of Kremlin’s neurotic view of world affairs is traditional and instinctive Russian sense of insecurity. Originally, this was insecurity of a peaceful agricultural people trying to live on vast exposed plain in neighborhood of fierce nomadic peoples. To this was added, as Russia came into contact with economically advanced West, fear of more competent, more powerful, more highly organized societies in that area. But this latter type of insecurity was one which afflicted rather Russian rulers than Russian people; for Russian rulers have invariably sensed that their rule was relatively archaic in form fragile and artificial in its psychological foundation, unable to stand comparison or contact with political systems of Western countries. For this reason they have always feared foreign penetration, feared direct contact between Western world and their own, feared what would happen if Russians learned truth about world without or if foreigners learned truth about world within. And they have learned to seek security only in patient but deadly struggle for total destruction of rival power, never in compacts and compromises with it.”

Lo que define al Kremlin, escribe Kennan, es una sensación instintiva de inseguridad, la tradicional postura rusa en relaciones internacionales. Rusia siempre ha sido un lugar relativamente atrasado respecto a sus vecinos, poderoso por su tremenda extensión y recursos, pero vulnerable debido a su estructura estatal relativamente débil y su falta de fronteras naturales. El gran temor ruso de los dirigentes rusos es que sus súbditos descubran lo atrasados que están respecto al resto del mundo y se rebelen, o que el resto del mundo descubra lo débiles que son en realidad. Es por este motivo que Rusia busca siempre su seguridad mediante la beligerancia externa y la represión interna. Creen que, si parecen vulnerables, no pueden sobrevivir.

De izquierda a derecha, el presidente Truman, Robert M. Lovett, George F. Kennan y Charles E. Bohlen en la Casa Blanca en 1947 (foto: .Bettmann/Corbis, de «George F. Kennan: An American Life,» por John Lewis Gaddis)
Contención

Las tesis de Kennan fueron recibidas con entusiasmo en Washington, que creyeron encontrar en su análisis (que desarrollaría, dos años después, en un célebre artículo en Foreign Affairs) las bases que definirían la guerra fría. Toda la doctrina de la contención, la estrategia de los Estados Unidos de responder y contrarrestar cualquier intervención soviética directa, parte del telegrama largo. Kennan entendió que la URSS era a la vez expansionista y aversa al riesgo, así que la forma de derrotarles era frustrar sus avances hasta que debilidad intrínseca de su sistema acabara por hundirles.

La estrategia demostró ser acertada. Dejando de lado algunas correcciones necesarias debido a las armas nucleares (que hacen que no puedas responder a todas las agresiones para evitar extinguir la raza humana por completo), Estados Unidos hizo lo que Kennan proponía, y acabó ganando la guerra fría por goleada.

Incentivos

Esa parte de la historia es conocida. Lo fascinante estos días, al releer el telegrama de Kennan, es cómo gran parte del análisis fundamental en el centro del artículo (los líderes rusos son agresivos porque se creen débiles) sigue siendo extraordinariamente relevante. Uno podría reescribir el texto substituyendo “marxismo” por “paleo conservadurismo nacionalista reaccionario” y toda su retahíla de diatribas pseudo ideológicas y el telegrama no sólo sería coherente, sino que seguiría siendo bastante acertado.

Esto tiene poco que ver con esencias históricas o nada parecido; no hablamos del alma rusa, ni tradiciones guerreras, ni nada por estilo. Simplemente, los incentivos de los zares eran similares a los incentivos de Stalin, y estos a su vez son parecidos a los de Putin. El repetido fracaso de Rusia en modernizarse y crear un estado fuerte hace que su política exterior acabe siempre en callejones sin salida parecidos.

La diferencia ideológica

Entre el telegrama largo y la Rusia de Putin, sin embargo, hay una diferencia crucial. Kennan habla sobre cómo la Unión Soviética era un régimen paranoico pero paciente. La ideología marxista les daba como agentes de un cambio histórico e inevitable, así que actuaban a largo plazo; cuando un avance soviético encontraba más resistencia de la esperada, podían retroceder, porque creían que el tiempo estaba de su parte. El Putinismo, sin embargo, es una “ideología” (es más una ensalada de ideas reaccionarias, pero vamos) apocalíptica, que cree que el tiempo se está acabando para salvar a Rusia de globalistas, maricones, cosmopolitas y otros progresistas que odian sus tradiciones. Esto quiere decir que mientras que la URSS era agresiva pero cauta, porque creía que estaba ganando, Putin se toma riesgos porque cree que su posición está empeorando. La contención, en este caso, no funciona.

George Kennan en el aeropuerto de Tempelhof (Berlín) de camino a Moscú, en 1952 (foto: AKG/Granger Collection)
Salvando a Rusia de sí misma

¿Qué podemos hacer con Rusia entonces? Me temo que nada demasiado distinto a lo que estamos haciendo ahora; no apaciguar, sino pararle los pies. Las armas nucleares hacen que no se pueda tener una confrontación directa, así que les ha tocado a los ucranianos comerse el marrón de detenerle.

Lo desesperante, por cierto, es que derrotar a Rusia quizás no baste para estabilizar la región, porque los incentivos para los dirigentes rusos no van a cambiar demasiado. Es curioso pensar cómo, tras la guerra fría, la partición de la URSS (que no dejaba de ser el imperio ruso con otro nombre) debilitó a Rusia de una manera que repetía los incentivos de antes, aunque restringiendo el país a una esfera de influencia menor.

Pero sobre cómo rescatar a Rusia de sí misma, si acaso, hablamos otro día. Noah Smith tiene una pieza excelente aquí para empezar a pensar sobre ello.

 

Fuente: Four Freedoms 19 de marzo de 2022

Portada: George F. Kennan, right, embajador de los estados Unidos en la Unión Sociética, junto a  Nikola Shvernik (centro), presidente del Presidium del Soviet Supremo, tras presentar sus credenciales en Moscú el 14 de mayo de 1952.  A la izquierda, A.F. Gorkin, secretario del Presidium (AP Photo/Sovfoto)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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1 COMENTARIO

  1. Ya que se habla de Kennan a propósito de la Guerra de Ucrania, quizá convendría recordar un famoso artículo suyo de 1997, más que el «telegrama largo» de 1946, escrito en un contexto muy distinto y traído aquí un poco por los pelos. Me refiero al titulado «A Fateful Error», publicado en New York Times el 5 de febrero de ese año y luego reproducido o comentado en otros medios.
    Él mismo resume la tesis central del escrito: «extender la OTAN sería el error más fatal de la política de EE.UU. en toda la etapa posterior a la Guerra fría». Argumentaba su opinión señalando que ello inflamaría la tendencia nacionalista, anti-occidental y militarista en la sociedad rusa, tendría un efecto adverso sobre el desarrollo de la democracia rusa, restauraría la atmósfera de la Guerra fría, impulsaría la política exterior rusa en una dirección no deseable para EE.UU. y dificultaría los acuerdos del SALT II.
    No son razones sin peso, creo, y por desgracia los hechos le han venido a dar la razón en buena medida. También cabe indicar que la opinión de Kennan no es la de un viejo protestón aislado (tenía entonces 93 años), sino que coincidía con la de bastantes otros. Por ejemplo, Susan Eisenhower, nieta de ‘Ike’, envió una carta a Clinton, firmada por 49 líderes de distintos ámbitos, diciendo que la expansión de la OTAN era «un error de proporciones históricas». Y el vicealmirante E. J. Carroll tituló un artículo añadiendo «Épico» al título de Kennan. Pero sin duda la postura de este es la de mayor peso entre todas, pues venía tratando asuntos relacionados con la URSS o Rusia desde los años treinta. Bien es cierto que otro viejo halcón, Kissinger, aunque había manifestado sus dudas, ahora estaba a favor de la ampliación de la OTAN, que consideraba consecuencia lógica de la victoria de EE.UU. en la Guerra fría. Lo mismo cabe decir de Madelaine Albright, secretaria de Esrtado de Clinton desde 1997, y principal responsable de ese giro diplomático.
    De paso Kennan señalaba en su artículo un detalle que conviene retener, pues muestra un aspecto poco elegante, por así decir, del funcionamiento de la OTAN. La decisión de la ampliación hacia las fronteras de Rusia se había tomado en EE.UU. antes de que la Cumbre de la organización tomara la decisión formal de invitar a Polonia, Chequia y Hungría, cosa que ocurrió en Madrid en 1997. Reinaba entonces el ínclito Aznar, cuya fundación considera un «hito» este evento, y Javier Solana era el secretario general de la OTAN.
    Entonces se señaló otro aspecto negativo del ingreso de países del antiguo pacto de Varsovia en la OTAN: el coste económico. En el caso de los tres países mencionados, se evaluó en 10.000 millones de dólares, algo que repercutiría muy negativamente en sus maltrechas economías. Más en general, la dinámica de bloques y la Guerra fría implican escaladas armamentistas e incremento del presupuesto de «defensa» en todos los países implicados, como ahora mismo se está viendo. Algo que ofrece un contraste hiriente ante las necesidades que la humanida afronta como consecuencia de las crisis globales. La perogrullada de que la «seguridad» cuesta dinero no apunta en la dirección correcta, en mi opinión, pues de lo que se trata es de ver si la seguridad internacional se relaciona de modo positivo con la dinámica de bloques y de líneas divisorias o por el contrario hay que tratar de ir a fórmulas integradoras y de seguridad compartida.

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