Paul Mason *

 

El fascismo no es solo una imagen sepia de antaño, sino una amenaza actual. Se necesita una alianza liberal y de izquierda para contrarrestarlo.

 

Si Ud. busca en la base de datos de canales Discord de supremacistas blancos, filtrada por el grupo de investigación UnicornRiot desde 2018, la palabra ‘genocidio’ aparece más de 10.000 veces. A menudo se refiere al «genocidio blanco», concepto central de la teoría del Gran Reemplazo, que afirma que la migración al mundo avanzado es una forma de genocidio contra los blancos.

A veces, sin embargo, hay listas de genocidios modernos —Ruanda, Myanmar—, que sugieren más por venir. A veces, los usuarios —hay 158.000 identidades anónimas en la base de datos— simplemente exclaman «¡GENOCIDIO!». Sea cual sea la forma en que se quiera interpretar estas conversaciones con memes y prejuicios, es seguro concluir que la extrema derecha moderna está obsesionada con el asesinato masivo de grupos étnicos.

Esto, en sí mismo, debería dar una idea del riesgo que estamos asumiendo si nos negamos a derrotar al fascismo moderno por medios militantes y democráticos.

El huevo de la serpiente, viñeta de Michael Kountouris (21 de diciembre de 2014) para politicalcartoons.com

Cortafuegos en llamas

La lógica genocida del antisemitismo volkisch prevaleciente en la Alemania de los años 1920s es clara en retrospectiva, pero rara vez se explicó de antemano. Pocos en la izquierda, incluso cuando se enfrentaron al horror del totalitarismo fascista en el período de entreguerras, entendieron sus conclusiones inevitablemente genocidas. E, incluso después, los primeros periodistas que visitaron el campo de concentración de Majdanek tras su liberación no fueron capaces de procesar lo que habían descubierto.

Tras el ascenso de la derecha populista, la ciencia política ha consolado a los principales responsables políticos con la sugerencia de que, por nocivos que sean, hombres como Donald Trump, Matteo Salvini, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán y Nigel Farage podrían actuar como un cortafuegos contra el regreso del auténtico fascismo.

Pero el cortafuegos está en llamas. El modus operandi del populismo de derechas es ahora ganar poder y destripar la democracia, creando espacio en las calles, en los medios de comunicación y en las redes para que los fascistas operen. Se trata incluso, en el caso de Trump, de convertir a los partidos conservadores oficiales en anfitriones voluntarios del fascismo.

Por su parte, la extrema derecha aún no busca el poder. Quiere operar en el espacio que se le proporciona entre un sistema judicial frágil y un líder presidencial voluble. Incluso cuando se concentra masivamente en las calles de Charlottesville o «protege» la estatua de Winston Churchill en Londres, su actividad principal sigue siendo «metapolítica»: la creación y propagación de un mito coherente. Pero en sus mentes los fascistas creen que su ‘Día X’ llegará. Ese día dejarán de lado a los populistas de hoy, con la misma facilidad con la que Adolf Hitler barrió a Alfred Hugenberg y Benito Mussolini a Gabriele d’Annunzio.

Acto del 12 de octubre de 2020 al pie de la estatua de Colón en Barcelona (foto: Xavier Cervera/La Vanguardia)
Movimiento internacional

Frente a esta creciente amenaza, todos debemos convertirnos —y con orgullo— en antifascistas. Quinientos prisioneros escaparon de Majdanek. Ninguno escaparía a una instalación construida para el mismo uso hoy en día. Sería un Guantánamo con cámaras de la muerte, equipadas con armas letales autónomas, vigilancia biológica y vallas intransitables.     Combatir el fascismo moderno significa efectivamente entenderlo mejor. Esta no es el «grupo telonero del nazismo» con el que estábamos tratando hasta alrededor de 1990. Su proyecto ya no se forma en torno al renacimiento nacional violento. Es un movimiento internacional, muy adaptado a las condiciones de una sociedad interconectada, no jerárquica y globalizada. Es el fascismo renacido a partir de su raíz filosófica anterior a 1914: del irracionalismo nietzscheano, el racismo científico y el culto al poder encarnado en los escritos del ahora de moda Carl Schmitt.

Todo lo que hacen los fascistas está diseñado para propagar un mito: viene una guerra civil étnica global, de la que surgirán potencias continentales étnicamente «puras»; para prevenir el «genocidio blanco», las sociedades occidentales deben deshacerse de la diversidad étnica y religiosa; todas las formas de liberalismo y democracia son —en realidad— marxismo y la sociedad occidental sufrirá un final cataclísmico, del que surgirá una sociedad pre-ilustrada.

En los últimos diez años he visto cómo esta nueva arquitectura de pensamiento del fascismo colonizaba las mentes de personas que antes solo estaban motivadas por el racismo, la ignorancia y la xenofobia. Han rellenado sus prejuicios con teoría. Y por eso el peligro ha aumentado.

Manifestantes de White Lives Matter protestan contra el «genocidio cultural del sur» en Shelbyville, Tennessee, el 28 de octubre de 2017. (foto: Lacy Atkins/The Tennessean)
Alianza política

Para derrotar al nuevo fascismo hay tres líneas de acción. La primera es obvia: el antifascismo activo. Ya sea a través de la vigilancia, la infiltración o la oposición abierta en las calles, no hay sustituto para movilizar a los progresistas, sindicalistas y miembros de las comunidades minoritarias para negar al fascismo un espacio activo en la sociedad civil. Dado que la sociedad civil se ha movido en las redes, eso también significa que hay que obligar a los monopolios de las redes sociales a eliminar y rechazar el contenido fascista. El precio, por desgracia, exigirá poner límites al anonimato.

En segundo lugar, necesitamos una alianza política de toda la izquierda. El liberalismo y el socialismo han estado en guerra, por razones justificables, a lo largo del siglo XXI. Ahora nos enfrentamos a un enemigo mutuo más grande. Las lecciones tanto del socialismo italiano como del comunismo alemán, enfrentados a la amenaza fascista de entreguerras, son que ni siquiera un proletariado fuerte y políticamente educado podría derrotar al fascismo por sí solo. Hannah Arendt describió el fascismo como la «alianza temporal de la élite y la mafia». Sólo dos veces —en las coaliciones electorales del Frente Popular de España y Francia en 1936—fue detenido en seco por una alianza temporal de centro e izquierda. Hoy, a todos los activistas de izquierda se les enseña que los Frentes Populares fueron un desastre. Se desmoronaron, ciertamente, pero sin ellos no habría habido gobiernos de izquierda. Más importante aún, los Frentes Populares crearon un fuerte espíritu cultural antifascista en la segunda mitad de la década de 1930, que se convirtió en la ideología por defecto de los movimientos de resistencia de la década de 1940. Fue creada en las películas de Jean Renoir, las obras de Clifford Odets, Bertolt Brecht y Federico García Lorca, así como en el periodismo de George Orwell, Martha Gellhorn y Robert Capa. Y vivió en la mente de la gente como una premisa tácita mucho después de 1945.

Imagen: fedrepublicanos
Debilidades manipuladas

Karl Loewenstein entendió que los movimientos fascistas manipulan las debilidades incorporadas en la democracia. Los demócratas, en respuesta, deben explotar las debilidades propias del fascismo, tales como que no puedes organizar una marcha con antorchas si estás en la cárcel, no puedes recibir dinero de un sitio de crowdfunding si no tienes una cuenta bancaria y no puedes abogar anónimamente por el genocidio si el anonimato está acogido a  las plataformas de «redes sociales». Los países donde el Estado de Derecho es fuerte, protegidos por un poder judicial despolitizado y leyes explícitamente antifascistas, comienzan esta tarea desde una base sólida. El país que parte de la base más débil es el que está en mayor riesgo: Estados Unidos, donde la primera y la segunda enmienda de la constitución son una licencia para el activismo y la violencia fascista, y cuya separación de poderes, junto a un  sistema federal, permitió que una turba fascista asaltara su Congreso.

Este programa de tres puntos —activismo antifascista, un nuevo Frente Popular y, siguiendo a Loewenstein, Democracia Militante 2.0— encontrará oponentes listos tanto dentro del liberalismo como de la izquierda. Comprendo sus reservas.

Pero es que, después de haberme asomado al inocuo edificio de ladrillo que aún se encuentra en Majdanek, con manchas turquesas de Zyklon B todavía en sus paredes de yeso, no quiero correr el riesgo.

 

*El autor: Paul Mason es periodista, escritor y cineasta. Su próxima publicación será How To Stop Fascism: History, Ideology, Resistance (Allen Lane). Entre sus películas recientes está R is For Rosa, en colaboración  con la Rosa Luxemburg Stiftung. Publica una sección semanal en  New Statesman y colabora con der Freitag y Le Monde Diplomatique

 Fuente: Social Europe   8 de junio de 2021

Traducción: Luis Castro Berrojo

Portada: Interior de la cámara de gas de Majdanek (foto: United States Holocaust Memorial Museum / Panstwowe Muzeum na Majdanku)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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