Pocos acontecimientos vitales son tan   manipulables como la muerte. Al año de morir Unamuno, la revista “Estampa” tituló la noticia de su fallecimiento: “Unamuno ha sido asesinado por los  fascistas”, mientras que los falangistas, capitalizaron el entierro en su beneficio, abusando del poder que en aquellos momentos ostentaban. La primera tesis se ha tratado de sostener en el buen documental, por otros motivos,  “Palabras para el fin del mundo” mediante conjeturas no bien documentadas  que han sido vendidas por el autor del documental a diversos medios como aportaciones únicas. Se pueden escuchar en los podcasts que Severiano Delgado incorporó en su publicación en este blog  AQUÍ.

Lamentablemente la mayor parte de los comentarios que suscitó la presentación de la pelicula se han centrado en su parte final, algo que oscurece los méritos cinematográficos de la obra. Pero no hay ninguna evidencia primaria relevante (EPRE), que diría Viñas, para mantener la implicación del falangismo en la muerte de Unamuno. En esta publicación -junto a la de Severiano Delgado- queda seriamente tocada la hipótesis de que Menchón ha desmontado la versión tradicional sobre los últimos días del rector más famoso de la Universidad de Salamanca.  Otra cosa distinta es la arbitrariedad y la represión de la Falange salmantina que se apropió de su figura.    Pero la historia se hace con teoría y con documentos. Y en esta del asesinato de Unamuno, como ha expuesto Miguel Ángel Rivero hay «una falta de rigor impropia de un documental histórico»

Conversación sobre la historia


 

                                                   

Francisco Blanco Prieto *

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación

 

Introducción

La tarde del 31 de diciembre de 1936 Miguel de Unamuno abandonaba de forma espontánea y súbita este mundo, debido a la rotura vascular en su bulbo raquídeo, según el parte médico que certificó la defunción, dando lugar desde el primer momento a especulaciones sobre una muerte diferente a la acreditada en el documento citado, llegando incluso a decirse que fue asesinado, envenenado o golpeado violentamente en la cabeza mientras hablaba acaloradamente con un falangista en su casa.

Los primeros rumores de tal bulo se difundieron el mismo de su fallecimiento en los mentideros salmantinos y por rincones madrileños, propagados por una emisora republicana, haciéndose eco de la misma los periódicos y revistas en días sucesivos, asegurando gratuitamente que Unamuno había sido asesinado, como sucedió en la revista Estampa, que tituló la noticia de su fallecimiento diciendo: “Unamuno ha sido asesinado por los fascistas” (Anexo I), diciendo José Antonio Balbontín en su crónica lo siguiente:

El parte oficial de la muerte de Unamuno no decía nada acerca de su causa. Unamuno no tenía ninguna enfermedad conocida. Al entierro de Unamuno no asistió ninguna representación militar. Todo el mundo sospechó, desde el primer momento, lo que sabemos ya con certidumbre.

Dos compañeros de Salamanca -cuyas señas personales no podemos publicar, porque dejaron parientes en su tierra, y ya sabéis cómo las gastan los adoradores de la sagrada institución de la familia con los familiares de sus adversarios- nos aseguran que, según es público y notorio en toda la región salmantina, Unamuno murió asesinado de noche, en su propio hogar, por una cuadrilla de falangistas uniformados. Hay gente que lo vio y que podrá acreditarlo en su día.

Este inmundo asesinato viene a probar, una vez más, que el fascismo no admite la menor discrepancia y castiga con la pena de muerte la más leve hostilidad, siquiera sea tan inofensiva como la de una paradoja unamunesca 1.

Dos años después, la prensa catalana seguía insistiendo erróneamente en el asesinato de Unamuno, con estas palabras alejadas de la realidad (Anexo II):

El día antes de la muerte de Unamuno, hubo agria discusión en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, porque Unamuno sostenía que no podía llamarse “rojos” a los españoles republicanos. Millan Astray, le amenazó con una pistola, y hubieron de interponerse muchas personas para que no ocurriera allí lo que parece ocurrió después, según parece, puesto que Unamuno dejó de vivir a las veinticuatro horas…2

Años posteriores se mantuvieron latentes algunas dudas sobre la causa de su muerte en determinados foros con sordina, llegando incluso a expandirse sospechas sobre la muerta violenta del maestro, en un documental cinematográfico con aspiraciones historiográficas y supuesto rigor científico, estrenado hace unos días en cines comerciales.

Tales “fake news” mantenidas a lo largo de los años nos obligan a reconocer que el propio Unamuno alimentó semejantes bulos, declarando al periodista George Sadoul: Estoy vigilado y no me dejan salir, pero sin embargo aun no me han fusilado 3. (Anexo III). Posteriormente, varios años después de su muerte, se hizo pública la carta enviada el 11 de diciembre de 1936 al director del ABC de Sevilla, Juan Carretero, diciéndole: Si me han de asesinar, como a otros, será aquí en mi casa 4. (Anexo IV); y, finalmente, le confiesa dos días más tarde, a su amigo Quintín de Torre: A mí no me han asesinado todavía estas bestias al servicio del monstruo5. (Anexo V).

Trataremos de demostrar que todas las informaciones, imágenes y comentarios dirigidos a sembrar dudas sobre la causa que originó la muerte de Miguel de Unamuno carecen de fundamento alguno que las valide y de pruebas que confirmen las gratuitas insinuaciones expuestas, pretendiendo negar la validez del diagnóstico realizado por el doctor Adolfo Núñez la tarde de su muerte.

Indicios de la veracidad documental

Aparte de lo documentos  acreditativos de la causa de su muerte, hay fuertes indicios significativos que han ido durante 84 años en la dirección de ratificar el diagnóstico de muerte certificado en ellos, con el fin de superar los reiterativos bulos que surgieron tras su fallecimiento y se mantienen en la actualidad, sin otra finalidad que sembrar dudas, sin prueba alguna, sobre su fallecimiento:

  1. Los hijos de don Miguel, especialmente: Pablo, Felisa, María y Rafael que se encontraban presentes el día de su muerte en Salamanca, y Fernando que llegó desde Palencia, no se manifestaron públicamente en tantos años contra la versión oficial de su muerte. Menos creíble es que no hablaran de ello en familia y que los nietos hayan guardado silencio sobre otra posible versión de la muerte, sin exteriorizar duda alguna sobre ella, en caso de que sus padres se la hubieran manifestado en el retiro familiar.
  2. Su vecina y propietaria de la casa, doña Pilar y sus hijos Federico y Paquita, Elena Mourelo Cuadrado o la propia Aurelia, tampoco contradijeron en momento alguno la versión oficial durante los años que vivieron después de la muerte de Unamuno, ni se sabe la existencia de documento alguno que dejaran escrito negando lo acreditado por el médico.
  3. Lo mismo sucede con amigos de Unamuno de la talla de Manuel García Blanco, protagonista en el funeral y cortejo fúnebre, máximo valedor testimonial y documental de don Miguel, que aceptó la versión oficial, sin manifestar dudas sobre ella, ni dejar algo escrito cuestionando o negando la versión de su muerte rubricada por el doctor Núñez y reproducida por el juez municipal.
  4. También se sumaron siempre a lo diagnosticado en el Certificado de Defunción su amigo y rector Esteban Madruga y el propio Adolfo Núñez, aparte de su certificación oficial. O los profesores Francisco Maldonado, Nicolás R. Aniceto y el decano de Derecho, Isidro de Aso, que con Manuel García Blanco llevaron las cintas del féretro, junto a los cuatro falangistas que lo portaban a hombros.
  5. Cabe añadir también otros protagonistas de aquel histórico momento, que podrían haberse manifestado entonces o años después en contra del diagnóstico facultativo que determinó la causa de la muerte, como son los profesores César Real de la Riva, Ignacio Rivas, Leopoldo de Juan, Pérez Villamil y Sancho, que llevaron los cirios durante el sepelio y compartieron claustro con él.
  6. Tampoco sus leales, buenos amigos y destacados médicos: Agustín del Cañizo, Casimiro Población, Filiberto Villalobos, Godeardo Peralta o Antonio Trías, se manifestaron en contra del diagnóstico realizado por Núñez.
  7. Amigos intelectuales no salmantinos, como Gregorio Marañón y los hermanos Ortega y Gasset especialmente Eduardo, nada dijeron en contra ni dudaron del diagnóstico.
  8. Ni siquiera amigos extranjeros que compartieron su vida de manera cercana con él, como Jean Cassou, Jacques Chevalier o Maurice Legendre, cuestionaron el desenlace de su muerte.
  9. A todos los ya citados, se suman los biógrafos de Unamuno más significativos, con Emilio Salcedo a la cabeza, confirmando la versión contenida en los documentos reseñados.
  10. No existen, a día de hoy, en el archivo de la Casa Museo Unamuno, ni en el de San Ambrosio, ni en el Militar de Ávila, ni en otros archivos consultados, documentos o pruebas que nieguen la versión oficial de su muerte.
  11. Finalmente, la persona que fue a inscribir la defunción de Unamuno en el Registro Civil y los dos testigos del acto, se comprometieron con lo testificado por el juez en el Acta de Defunción y nunca manifestaron opinión contraria alguna.
Actuaciones legales tras la muerte de Unamuno

La legislación básica vigente en 1936 relacionada con la muerte de personas, se regía por dos leyes fundamentales:  el Real Decreto de 14 de septiembre de 1882 por el que se aprobaba la Ley de Enjuiciamiento Criminal, del Ministerio de Gracia y Justicia, publicada en el nº 260 de la Gaceta de Madrid, el 17 de septiembre de 1882; y la Ley Provisional de Registro Civil de 17 de junio de 1870, publicada en el nº 171 de la Gaceta de Madrid correspondiente al lunes 20 de junio de 1870.

El cumplimiento de estas leyes obligaba a la emisión de los siguientes documentos oficiales post-mortem, como se hizo en el caso de Unamuno:

  • Certificado Médico de Defunción: es el primer documento que se emitió tras su muerte, incluyendo básicamente los datos propios y normativos del finado: nombre y apellidos, edad, estado civil, día y hora del óbito, lugar del fallecimiento, causa de la muerte y firma del médico que certificaba, entre otros datos, siendo en nuestro caso el doctor Adolfo Núñez Rodríguez quien lo rubrica. Se trata de un documento de capital importancia porque la información contenida en él, sirve de base para redactar los documentos emitidos posteriormente.

Lo más importante de este certificado, a efectos de la tarea que nos ocupa, es que el médico afirma que Unamuno falleció “a consecuencia de hemorragia bulbar; causa fundamental arterioesclerosis e hipertensión arterial”. Es decir, lo verdaderamente significativo son las causas que provocaron su muerte o, si se prefiere, las enfermedades desencadenantes de la posterior hemorragia bulbar que se produjo. Esta es la clave de la cuestión, que se pasa por alto poniendo atención en la consecuencia de tales patologías, cuando son estas quienes justifican la ausencia de la autopsia que se reclama, y explican el imprevisto y repentino desenlace de su muerte. Lamentablemente, este documento no se encuentra disponible.

  • Acta de Defunción (Anexo VI): Es el documento redactado por el juez municipal, Joaquín Segovia de la Mata, cuando el convecino Luis Sánchez Zúñiga, se presentó en el juzgado al día siguiente por la mañana, manifestando personalmente y por escrito la defunción de Unamuno, junto al Certificado Médico de Defunción, cumpliendo así el art. 75 de la Ley Provisional de Registro Civil de 17 de junio de 1870: Ningún cadáver podrá ser enterrado sin que antes se haya hecho el asiento de defunción en el libro correspondiente del Registro Civil del distrito municipal en que esta ocurrió o del en que se halle el cadáver, sin que el Juez del mismo distrito municipal expida la licencia de sepultura, y sin que hayan trascurrido 24 horas desde la consignada en la certificación facultativa.

Acompañan al juez y al “manifestante”, el secretario Luis Valdés Calamita y los testigos Manuel Rodríguez y Francisco Barredo. El registro de este documento era la primera condición indispensable para que tuviera lugar el enterramiento, según establecía el artículo precitado.

  • Licencia de sepultura: Documento expedido por el Juez del distrito municipal, con posterioridad a la inscripción de la defunción en el Libro de Registro correspondiente. Es decir, a este asiento se sumaba la Licencia de Sepultura expedida a continuación, siendo estos los documentos necesarios para el enterramiento. Documento no disponible.
  • Manifestación escrita del fallecimiento: Documento redactado por Luis Sánchez Zúñiga, según hace constar el juez en el Acta de Defunción: Esta inscripción se practica en virtud de manifestación personal y escrita de don Luis Sánchez Zúñiga. Hecho de conformidad con el Art. 76 de la Ley Provisional de Registro Civil: El asiento del fallecimiento se hará en virtud de parte verbal o por escrito que acerca de él deben dar los parientes del difunto o los habitantes de su misma casa, o en su defecto los vecinos, y de la certificación del Facultativo. Documento no disponible.

Años después de su muerte, a estos cuatro documentos legales se añadió un quinto, manejado durante años por investigadores y estudiosos: el Certificado Literal de Inscripción, redactado por el juez Francisco Ríos Salcedo el 20 de abril de 1974, que es copia literal del Acta de Defunción, pero con significativos errores de transcripción.

Además de estos cuatro documentos legales, el párroco de la iglesia a la que pertenecía el finado, emitió un documento que autorizaba el enterramiento del muerto en la parte del cementerio asignada a los católicos, tradicionalmente separada de quienes descansaban en el cementerio civil, algo que permitió a Unamuno compartir el nicho 340 con su hija Salomé, cerca del que contenía los restos de su esposa Concha y su hijo Raimundín.

Recordemos los hitos más significativos de esta situación:

  1. Hasta la llegada de la República, había dos espacios independientes en el cementerio, separados por una tapia y con puerta cerrada, llamados cementerio católico y civil. En el primero de ellos eran depositados los cuerpos de las personas creyentes y en el otro las no religiosas, simplificando los hechos.
  2. Con la llegada de la Segunda República se aprobó la Constitución de la misma, estableciéndose en su artículo 27: Los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber en ellos separación de recintos por motivos religiosos.
  3. El día 1 de julio de 1932 el Ayuntamiento de Salamanca incautó el cementerio, que pertenecía a la diócesis a través del Seminario de San Carlos, quedando ya abierta la puerta que separaba el cementerio civil del eclesiástico, y el cementerio completo ya municipalizado y secularizado, pasó a llamarse Cementerio Municipal de Salamanca.
  4. El 21 de julio de 1932, el alcalde Casto Prieto presidió el comienzo del derribo la tapia que separaba ambos cementerios, dando él mismo el primer golpe de piqueta contra ella, y pronunciando palabras de reconocimiento para los muertos de ambos lados, manteniéndose en espacio abierto la distinción de los dos cementerios.
  5. El Ayuntamiento, en sesión del 11 de enero de 1937 acordó por unanimidad devolver el cementerio al Seminario de San Carlos el 21 de enero de ese año, radicalizándose a partir de entonces la postura mantenida desde el comienzo de la guerra en cuanto a la autorización de enterrar en el sector eclesiástico solamente a los cadáveres autorizados por la iglesia a través del mandato emitido por el párroco de la parroquia a la que pertenecía el finado.

Dado que los restos de la mujer de Unamuno y de sus hijos Raimundín y Salomé ocupaban nichos ubicados en el “cementerio religioso”, se necesitaba el Mandato del párroco favorable a que el cuerpo de don Miguel fuera depositado en el mismo nicho de su hija Salomé.  

  • Mandato de Sepultura Eclesiástica (Anexo VII): fue redactado por el párroco Valentín González de la iglesia Purísima Concepción, a la que pertenecía Unamuno. Actualmente, este documento ya se expide en pocos casos según declaración del actual párroco, como puede verse en el libro de registro correspondiente. El llamar a este documento “acta” o “certificado” de sepultura no es muy acertado, pues los documentos así nominados acreditan hechos sucedidos, no que están pendiente de suceder. Una vez que el Acta de Defunción rubricado por el juez decía que su cadáver habrá de recibir sepultura en el cementerio de esta población, sin especificar si en el cementerio civil o eclesiástico, el documento del párroco autorizaba a que el cadáver de Unamuno fuera depositado en el cementerio eclesiástico, siendo introducido en el nicho 340 de la galería de San Antonio, junto al de su hija Salomé, asegurando el párroco que Unamuno había recibido la absolución y extremaunción “subconditionen”, como justificación de que había muerto en condiciones de ser inhumano en las condiciones que lo fue.

Cumpliendo la normativa vigente, como sucedía en todos los casos de fallecimiento de personas en aquellos días, tras la muerte de Unamuno siguió el protocolo exigido por la normativa:

  • El doctor Adolfo Núñez redactó la misma tarde de su fallecimiento el correspondiente Certificado Médico de Defunción.
  • Esa misma tarde, a la vista del Certificado Médico, el párroco firmó el Mandato de Sepultura Eclesiástica.
  • A la mañana siguiente, cuando se abrió el Registro Civil, acudió el vecino Luis Sánchez Zúñiga con el Certificado Médico de Defunción y un escrito firmado por él, “manifestando” el fallecimiento de Unamuno.
  • A la vista de los dos documentos citados en el punto anterior, el juez requirió la presencia del secretario y dos testigos que acreditasen la inscripción en el Libro de Registro del fallecimiento de don Miguel, emitiendo posteriormente la Licencia de Sepultura, para que se pudiera inhumar el cadáver a las cuatro de la tarde, en el nicho correspondiente del cementerio eclesiástico.
Respuestas a cuestiones sobre presuntas irregularidades en los documentos citados, supuestamente invalidantes de la versión oficial de la muerte de Unamuno

Son varias las preguntas que algunos publicistas se han hecho relacionadas con la muerte de Unamuno, pretendiendo sembrar dudas sobre la muerte certificada por el doctor Núñez en el certificado correspondiente, a las que damos respuesta en renglones sucesivos.

  1. ¿Podía emitirse el Mandato de Sepultura Eclesiástica sin el Acta de Defunción registrado por el juez municipal y sin la Licencia de Sepultura firmada por él?

Efectivamente, podía emitirse el Mandato de Sepultura Eclesiástica a la vista del Certificado Médico de Defunción, pero no ejecutarse la inhumación hasta que el juez emitiera los documentos citados, aunque esta inhumación fuera eclesiástica. Por tanto, no hay irregularidad alguna en que el párroco emitiera su documento la misma tarde del fallecimiento y el juez los que le correspondían, a la mañana siguiente.

  1. ¿Por qué el juez no registro la muerte y autorizó la inhumación hasta el día siguiente, diez minutos antes de celebrarse el funeral?

La hora tan ajustada de inscripción en el Registro del Acta de Defunción, minutos antes del funeral, no es una irregularidad que pueda dar lugar a sospecha alguna o manifieste urgencia inexplicable de obtener este documento después del correspondiente a la parroquia. Téngase en cuenta que ambos son independientes pero emitidos a partir del Certificado Médico de Defunción. El desfase temporal en la emisión de ambos tiene una clara explicación: la disponibilidad personal del cura e institucional de la parroquia no era la misma que la del juez y el Registro Civil, que tenía un horario establecido de atención al público. El médico emitió su certificado el mismo día 31 con la tarde avanzada, aprovechando el párroco para cumplimentar su documento citando tal certificado como referente del redactado por él. Pero a tales horas el Registro estaba cerrado. Cuando el juez llega al mismo en la mañana del día 1 de enero, ya le está esperando Zúñiga, pero también los “manifestantes” de los 21 fallecidos que hubo el día 31 y la madrugada del primer día del año. Los 11 primeros inscritos en 1937 fueron los fallecidos por muerte natural, correspondiendo a Unamuno el número 5, y los 10 restantes eran concejales del Ayuntamiento de Béjar fusilados de madrugada.

  1. ¿Era obligatorio, por imperativo legal, hacer la autopsia al cadáver de Unamuno para certificar la causa de su muerte?

En 1936 las autopsias se regían por la Ley de Enjuiciamiento Criminal de 1882 ya citada, determinando en su Art. 778.4 lo siguiente: El Juez podrá acordar que no se practique la autopsia cuando por el médico forense o quien haga sus veces se dictaminen cumplidamente la causa y las circunstancias relevantes de la muerte, sin necesidad de aquélla. Pues bien, el doctor Núñez era catedrático, cirujano y médico de la Beneficencia Municipal, con experiencia acreditada y conocedor del estado clínico del amigo de 72 años que se encontró tendido en el diván cuando llegó para atenderle, como paciente diagnosticado desde hacía años de hipertensión arterial y arterioesclerosis, algo que le autorizaba a diagnosticar la causa de la muerte, sin necesidad de autopsia, porque esta solo se practicaba si el forense o el médico veían signos de violencia, indicios sospechosos de criminalidad o no había historia clínica del paciente. Pero Núñez y los presentes no observaron nada de esto y conocían perfectamente los antecedentes clínicos de Unamuno, según se desprende del certificado que firmó. 

La hemorragia bulbar espontánea que tuvo Unamuno fue debida a una enfermedad vascular cerebral subyacente, activada por la arterioesclerosis y la hipertensión arterial que sufría, como factores de riesgo más determinantes de la hemorragia, favorecida también por la quiebra física natural debida a su elevada edad y su depresión moral que sufría, como factores añadidos a la justificación de su muerte.

Se consideraba -y sigue considerándose- “muerte sospechosa de criminalidad” aque­lla que, aun pudiendo ser natural, despierta sospechas en el médico cuando este desconoce los antecedentes patológicos del finado o no existe historia clínica que permita definir la causa de la muerte, como es el caso de los indigentes que fallecen solos en la calle, por ejemplo, o las muertes súbitas que ocurren de forma inesperada, sin que se conozca su origen, por carecer el difunto de patologías previas que la justifiquen.

Para que una muerte por hemorragia bulbar espontánea pudiera considerarse “sospechosa de criminalidad” el difunto tenía que carecer de antecedentes clínicos y enfermedades que pudieran provocarle esa muerte, y solo cuando no existía tal información o se observaban signos de violencia se procedía a la autopsia judicial. Es decir, se practicaba en pacientes sin patologías previas, cuando el médico no tenía información sobre la situación clínica del paciente para certificar la muerte, o si había indicios claros de violencia o criminalidad, como explican más ampliamente tres especialistas en la materia 6.

No cabe pensar que el médico certificara una causa de la muerte dictada por otras razones que no fueran sus conocimientos, unidos a la deontología profesional, moral propia y conciencia personal, sobre todo cuando las enfermedades del paciente eran concluyente y no existían síntomas de violencia alguna ni indicios de criminalidad, que determinaran la necesidad de autopsia, como verificaron quienes asistieron a Unamuno inmediatamente en sus primeros momentos: Aurelia, su hija María y doña Pilar, antes de que llegaran Felisa y el propio médico.

Diremos, finalmente, que el mismo médico diagnosticó dos años antes la muerte de su esposa Concha por “arterioesclerosis cerebral”, sin necesidad de autopsia alguna, aunque esa fuera la causa de su muerte y no la consecuencia, añadiendo, en el caso de Unamuno como segunda causa la hipertensión arterial, siendo la “hemorragia bulbar” el desenlace final de ambas enfermedades.

  1. ¿Por qué Bartolomé Aragón, que fue el único testigo de la muerte de Unamuno, no fue el “manifestante” ante el juez de su muerte?

Aparte de la preocupación, inquietud y ansiedad que tenía en aquellos momentos, Bartolomé Aragón estaba incapacitado legalmente para ser “manifestante” de la muerte de Unamuno. Efectivamente, alguien tenía que ir al juzgado con el Certificado Médico de Defunción y una declaración verbal o escrita -en nuestro caso fueron las dos- para hacer la inscripción en el Registro. Es decir, al juez se le presentaban dos documentos para que hiciera el registro del Acta de Defunción y emitiera la Licencia de Sepultura: la Manifestación escrita de la persona que llevaba el Certificado Médico y el propio Certificado.

La persona que hizo de “manifestante”, en palabras del juez, fue Luis Sánchez Zúñiga un convecino, es decir, alguien cercano y de próxima vecindad al finado, porque así lo exigía el Art. 76 de la Ley Provisional de Registro Civil obligando a que la persona testificante fuera alguien conocido: El asiento del fallecimiento se hará en virtud de parte verbal o por escrito que acerca de él deben dar los parientes del difunto o los habitantes de su misma casa, o en su defecto los vecinos, y de la certificación del facultativo. Es decir que el “manifestante” debía ser conocido, hacer una declaración verbal o escrita y presentar el Certificado Médico de Defunción, para que el juez levantara el correspondiente Acta de Defunción y autorizara dar sepultura al finado, algo que explica la imposibilidad de que el “manifestante” fuera Bartolomé Aragón, pues no era vecino ni persona conocida del entorno inmediato de Unamuno. Además, no hay un solo testigo del acta de inscripción del fallecimiento, como se dice, sino dos, pues a Luis Zúñiga como “manifestante” se suman Manuel Rodríguez y Francisco Barredo, como testigos de la inscripción, no de la muerte. Pero cabe una apostilla final: Luis Sánchez Zúñiga fue la persona que realizó la misma función de “manifestante” dos años antes, en la muerte de Concha, según consta en el Acta de Defunción judicial de su esposa.

Apostillamos que no puede extrañar la ausencia de familiares como testigos en el registro del Acta de Defunción, porque era algo normal, ya que los familiares estaban ocupados en menesteres propios del momento, como sucedió en la muerte de Concha dos años antes. De hecho, salvando al “manifestante”, como persona que iba a inscribir al finado en el Registro Civil, firmaban frecuentemente como testigos los propios funcionarios del juzgado, porque no se trataba de testificar su muerte, sino la inscripción en el Registro a partir del Acta de Defunción que cotejaban.

  1. ¿Por qué el Acta de Defunción, basado en el Certificado Médico, establece una hora imposible de defunción de Unamuno, porque a las cuatro de la tarde ni siquiera había llegado a su casa el visitante que don Miguel esperaba y testigo de su muerte?

Según publicó El Adelanto el día 1 de enero, Aragón llegó a casa de Unamuno a las cuatro y cuarto de la tarde, pero el propio Bartolomé Aragón, según palabras recogidas por Loscertales en el prólogo de su libro “Síntesis de economía corporativa”, así como las descritas por Pérez Mateos en el ABC Literario del 27 de diciembre de 1986, afirman que Aragón llegó a la casa a las cuatro y media de la tarde, del día 31 de diciembre. Si esto fue así, no podía declararse su muerte en el Acta de Defunción a las 4 de la tarde, pero sí inhumarse su cuerpo 24 horas después, según establecía el artículo 75 de la Ley Provisional de Registro Civil.

Dicho lo anterior necesitaríamos saber a qué hora murió Unamuno. El periódico La Gaceta dice que “a media tarde” circulaba por la ciudad la noticia de su muerte, luego, según esto, moriría a primera hora de la tarde; pero El Adelanto asegura que se extendió la noticia por la ciudad “a primeras horas de la noche”, de donde cabe suponer que la muerte se produjo a media tarde, sin aclararnos tales noticias las dudas. Tal vez, la respuesta la encontremos en una grabación poco conocida y breve, pero testimonial sobre lo sucedido aquella tarde del 31 de diciembre, ofrecida ante las cámaras de Televisión Española por el nieto de Unamuno, don Miguel Quiroga, ya en la madurez de su vida, que fue testigo de los hechos cuando tenía 7 años de edad:

Aquel día veníamos Felisa, mi tía Felisa –que fue como mi madre– y yo, de ver un nacimiento, que si mal no recuerdo estaba en el hospital provincial, y al llegar a casa a las cinco de la tarde nos encontramos a mi abuelo desplomado sobre la camilla.

De esta narración podemos inferir dos datos relevantes: que Unamuno a las cinco de la tarde ya estaba muerto y que su conversación con Bartolomé Aragón fue de corta duración, no alcanzando los 30 minutos. Teniendo en cuenta que el cortejo fúnebre hacia el cementerio se inició al día siguiente a las 4 de la tarde, con “centenares de salmantinos”, según la crónicas de El Adelanto y La Gaceta; que también se hizo una larga parada en el Campo de San Francisco para el responso; que posteriormente tuvo lugar el desfile de los asistentes al sepelio despidiendo el duelo en la Puerta de San Bernardo; que después hubo que llegar al cementerio y hacer las liturgias correspondientes, podemos asegurar que la introducción del cadáver en el nicho se hizo en torno a las cinco de la tarde, como estimación aproximada, cumpliéndose el plazo exigido por la Ley, dijeran los documentos lo que dijeran.

Pero ¿por qué razón se adelantó la hora de su muerte en el Acta de Defunción que se redactó a partir del Certificado? La respuesta es clara y sencilla: si se hubiera certificado la muerte más allá de las a las cinco de la tarde, no se hubiera podido tabicar en el nicho el cadáver la tarde del día 1, porque en el invernal mes de enero a las seis ya no hay luz natural en el cementerio, impidiendo esta circunstancia la inhumación del cadáver, lo que significaba que por una hora había que mantener el cadáver de Unamuno hasta el día 2 en casa, con lo que esto significaba en el ámbito familiar y social.

En cuando a la no coincidencia sobre la hora de defunción entre el juez y el párroco, puesto que el Acta fija la hora de fallecimiento a las cuatro de la tarde y el Mandato a las cinco, cabe pensar en un posible error de transcripción, tan frecuente por otra parte, como sucede con ciertos datos del Certificado Literal de Inscripción.

  1. ¿Fue secuestrado y robado el cadáver de Unamuno durante el velatorio por los falangistas?

El testimonio fotográfico de la salida del féretro por la puerta de la casona de Bordadores a primera hora de la tarde camino del cementerio, desmiente esta afirmación. Nadie robó el cadáver y todo estuvo planificado, con indudable y abusivo protagonismo de los falangistas que impusieron su criterio y organizaron todo, patrimonializando a Unamuno como uno de los suyos, sin tener en cuenta la dureza con que este los había criticado y despreciado. Pero no hubo secuestro alguno del cadáver sin avisar. Los falangistas se encargaron de organizar el cortejo fúnebre con el párroco y tímida participación de los profesores, estableciéndose quienes lo presidirían, quienes llevarían el féretro a hombros, los que portarían las cintas y quienes alumbrarían con los cirios, así como la parada en el Campo de San Francisco, el transporte al cementerio y la falangización del acto, incluso después de cerrar el nicho donde fue depositado el cuerpo de una persona presentada por ellos como falangista cuando en realidad fue un opositor frontal al fajismo y a los arribistas. (Anexo IX).   

Epílogo

Con los documentos mencionados, los indicios de veracidad de los mismos y las respuestas a los interrogantes suscitados por quienes dudan de la versión documentada como causa de muerte de Unamuno imaginando ficciones inexistentes, hemos pretendido demostrar la validez de la versión tradicional de su muerte, diagnosticada por el doctor Adolfo Núñez.

Obviamos lo sucedido la tarde del 31 de diciembre de 1936 en la galería de la casona de Bordadores, donde se encontraron Unamuno y Bartolomé Aragón por entender que cualquier intento por conseguirlo de manera fehaciente y documentada es estéril a día de hoy, con la información actual, pues disponemos solamente de la versión de uno de los protagonistas, imposible de contrastar y con dudas de que se ajuste plenamente a la realidad de los hechos.

El diccionario médico de la Clínica de Navarra define la muerte natural como la producida por causas patológicas, sin que exista violencia. Así, la muerte de Unamuno fue natural, imprevista y repentina, debida a que la situación patológica previa no permitía  anticipar un plazo determinado para la muerte, pero con antecedentes patológicos conocidos por el doctor Núñez que la explicaban, procediendo el médico a extender el correspondiente Certificado de Defunción, tras explorar el cadáver de don Miguel y deducir razonablemente, con criterios médicos, la causa de la muerte, teniendo en cuenta los antecedentes del fallecid, la información de los presentes y la ausencia de indicios de violencia.

Mientras no se demuestre con pruebas documentales lo contrario, repetimos que la muerte de Unamuno se produjo de forma natural, imprevista y repentina, debida a las dos enfermedades crónicas que padecía: hipertensión arterial y arterioesclerosis, desencadenantes de la hemorragia bulbar que terminó con su vida.

A estos problemas de salud se unió con parecida fuerza el estado anímico decadente que sufría un anciano de 72 años, el “mal de España” que atenazaba su corazón, con el espíritu desmoronado por la barbarie que le rodeaba, los hijos en diferentes zonas de guerra, repensando toda su obra y sintiendo asco de ser hombre. En estas condiciones, recibió Unamuno en su domicilio a un “fajista” declarado admirador de Mussolini, con quien ya había tenido diferencias en una sala de profesores – según declaraciones del biógrafo de Aragón, Antonio Heredia, catedrático emérito de la Universidad de Salamanca- 7, debido a su afinidad con el fascismo y el corporativismo fascista que aprendió en Pisa.

Es imposible saber con certeza las palabras que intercambiaron, pero no los asuntos que previsiblemente trataron, porque una información abre las puertas a uno de ellos, permitiéndonos decir que pudieron hablar sobre corporativismo, como se desprende de lo escrito por su amigo y rector Esteban Madruga:

Trabajamos como verdaderos amigos y compañeros y nuestra amistad no tuvo eclipse, ni fricción alguna, hasta su muerte, a la que no estuve presente por verdadera casualidad, ya que había estado tomando café conmigo el único testigo presencial, don Bartolomé Aragón,  y quería que le acompañase para enseñar a don Miguel el folleto que iba a publicar sobre Corporativismo, y como en aquel momento tenía que asistir al entierro de la madre del magistral, doctor Albarrán, le dejé a la puerta de la casa de don Miguel y cuando volví había ocurrido el fallecimiento 8.

También las declaraciones de su nieto Miguel Quiroga, como veremos más adelante,  nos advierten de que algo hablarían sobre la situación por la que estaba pasando España.

La falta de representantes militares en el funeral y entierro de Unamuno pone de manifiesto la hostilidad de los rebeldes hacia él. Por el contrario, es evidente que los falangistas utilizaron su figura con fines claramente propagandísticos a favor de su causa, como ya intentaron sin éxito en varios momentos de su vida, recibiendo de Unamuno duras calificaciones y el más absoluto desprecio a sus acciones e ideario. Pero ellos capitalizaron el entierro en su beneficio, abusando del poder que en aquellos momentos ostentaban, otorgando un papel secundario a los profesores.

También conviene aclarar que la primera versión sobre lo sucedido en el encuentro que tuvieron, no es de Loscertales en el prólogo del libro-panfleto “Síntesis de economía corporativa” de Bartolomé Aragón, sino la publicada por La Gaceta salmantina el día 1 de enero de 1937, suponemos que por relato del propio Aragón, sin que El Adelanto dé noticia alguna sobre ello:

Poco antes de morir, el señor Unamuno recibió la visita del profesor auxiliar de la Facultad de Derecho, señor Aragón, al que manifestó al preguntarle por su salud, que se encontraba perfectamente y como nunca de bien. Sentados frente a frente en la camilla que don Miguel ocupaba, llevaba este, como era corriente en él, el peso de la conversación,  que versaba, por cierto, sobre el porvenir de España, máxima preocupación de don Miguel de Unamuno en estos últimos tiempos.

De repente, el señor Unamuno inclinó la cabeza y se puso intensamente pálido, comenzando a salir humo del brasero, circunstancia a la que atribuyó el señor Aragón el repentino mareo, que tal creía fuera el que había hecho perder el sentido al ilustre pensador. Se levantó a retirarlo y vio que se quemaba una de las babuchas de don Miguel, y advirtió al mismo tiempo la verdad de una desgracia irreparable, avisando a la familia, que acudió con la ansiedad natural, procurando los auxilios de la ciencia y de la religión para el ilustre catedrático. (Anexo X)

Queremos prevenir sobre la narración que hizo Bartolomé Aragón de lo sucedido, como único y excepcional protagonista de los hechos, por tratarse de una versión particular que, como toda exégesis personal, es susceptible de no ajustarse a la verdadera realidad de los hechos, dejándonos con la duda sobre todo lo que sucedió realmente durante aquellos últimos momentos de la vida de Unamuno y el diálogo que mantuvieron, por breve que este fuera. Es decir, probablemente nunca sabremos, con certeza documental todo lo sucedido en la galería de la casona de Bordadores aquella tarde, desde que llegó Aragón hasta que murió Unamuno, pero sí podemos acercarnos parcialmente con las declaraciones que hizo su nieto y testigo, Miguel Quiroga, ante las cámaras de Televisión Española:

Estaba con un visitante que creo que se llamaba Bartolomé Aragón, completamente desquiciado, dando voces, pensando quizás, tal vez, que él hubiera podido tener alguna relación con su muerte. Con mi ama de cría, Aurelia, también desesperada y con mi abuelo ya muerto, tendido encima de la camilla, después de que estuvo hablando con este hombre durante toda la tarde, angustiado por el problema y por la situación que había en aquel entonces en España.

El doctor Quiroga nos advierte acerca de la situación desesperada de Aurelia y el desquiciado estado de ánimo de Aragón, alertándonos sobre el desconcierto y alteración que se vivió en aquellos momentos inmediatos a la muerte. También nos previene sobre las voces de Aragón, pensando que quizás hubiera podido tener alguna relación con la muerte de Unamuno y nos invita a una interpretación de los hechos alejada del asesinato o envenenamiento, optando por suponer que tuvieron una discusión entre ellos que alteró el estado de salud de Unamuno, hasta el punto de provocarle una crisis arterial que le llevó a la muerte. Pensamos esto porque, según palabras de su nieto, Unamuno estaba angustiado por el problema y la situación que había en aquel entonces en la nueva España, apoyada de forma incondicional y comprometida por el falangista y rechazada y censurada profundamente por don Miguel.

Pero, en ningún caso, las dudas y lagunas que nos quedan sobre todo lo sucedido aquella tarde pueden llevarnos a conjeturas, suposiciones, presentimientos o sospechas indocumentadas y sin pruebas que nos hagan pensar en otra muerte para Unamuno que no tenga su origen en la hipertensión arterial y arterioesclerosis como enfermedades que padecía, unidas a dolencias anímicas provocadas por la quiebra familiar que le atenazaba, el desgaste vital, la decepción personal y el derrumbamiento moral por la barbarie que azotaba a España.

Haciendo literatura con evocación de recuerdo, recogemos las palabras de José Ortega y Gasset publicadas el 4 de enero de 1937 en el periódico La Nación de Buenos Aires diciendo con relación a la muerte de Unamuno: Ignoro todavía cuales sean los datos médicos de su acabamiento; pero, sean los que fueren estoy seguro de que ha muerto de “mal de España”.  

Finalizamos recordando a Unamuno como él quiso que hiciéramos, diciendo que fue un español que amó a su patria con toda el alma. Así lo demandó con emocionadas palabras al agradecer el nombramiento de Ciudadano de Honor de la República, en el año 1935, aunque sobre el nicho que guarda sus restos figure otro epitafio:

Al enmudecer en mí al cabo, por ley naturalmente fatal, para siempre mi verbo español, quepa a mis hermanos y a sus hijos y a los míos decir sobre el terruño patrio que me abrigue: aquí duerme para siempre en Dios un español que quiso a su patria con todas las potencias de su alma toda.

Así sea.

Salamanca, 26 de noviembre de 2020

  • Francisco Blanco Prieto, autor de varias obras  sobre Unamuno, entre otras:

    Unamuno, diario final (2006); Unamuno, profesor y rector en Salamanca (2011); Unamuno en la política local (2014);Unamuno en las cortes republicanas (2017); Unamuno. Mitos y leyendas (2019), y de varios artículos en Cuadernos de la Cátedra de Miguel Unamuno.

Notas
  1. Revista Estampa. Madrid, 30.1.1937, nº. 471, p. 8.
  2. Periódico La Vanguardia, miércoles, 24 de agosto de 1938, p. 5.
  3. Journal L´Humanité, Organe central du Parti Communist. Édition parisienne. Les lettres & les Arts, jueves 7.1.1937, p. VIII
  4. Luca de Tena, T. (1991). Papeles para la pequeña y gran historia. Memorias de mi padre y mías. Colección Espejo de España. Editorial Planeta, pp. 266, 267. También reproducida por Víctor Salmador, en el nº 2 de la revista Madrid, correspondiente a mayo de 1991, p. 101
  5. CMU, 86/130. También: Unamuno. Miguel de Unamuno. Epistolario Inédito II (1915-1936). (1991) Edición de Laureano Robles. Editorial Espasa Calpe (Colección austral). Madrid, p. 354.
  6. De Luis y García, MJ; Negre Muñoz, MC; Orozco Gómez, ML (2012). “Hemorragia en el tronco del encéfalo”. Gaceta Internacional de Ciencias Forenses, nº 5, octubre-diciembre.
  7. Heredia, A. (2000). “Bartolomé Aragón. El último interlocutor de Unamuno”. Naturaleza y Gracia, Vol. XLVII, n. 2-3, pp. 837-876.
  8. Madruga, E. (1972). Evocaciones universitarias. Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Salamanca. Salamanca, p. 62.

 

Anexos

Anexo I:  Muerte de Unamuno en la revista Estampa, del 30 de enero de 1937.

 

    

 Anexo II: Muerte de Unamuno en La Vanguardia del día 24 de agosto de 1938

    

Anexo III:   Declaraciones de Unamuno aparecidas en el periódico L’Humanité de París, el día 7 de enero de 1937

               

            

Anexo IV:    Carta a Juan Carretero, director del ABC de Sevilla el día 11 de diciembre de 1936, y respuesta de éste

                 

 
Anexo V:     Carta a Quintín de Torre, desde Salamanca, el día 13 de diciembre de 1936

 
Anexo VI:   Acta de Defunción de Miguel de Unamuno
 
 
Anexo VII:  Mandato de Sepultura, expedido por el párroco .

Anexo VIII:    Salida del féretro de la casa de Bordadores. Puede verse a los falangistas que portaron el féretro y a otros miembros de Falange Española haciendo el saludo fascista a Unamuno, con mano extendida en alto. Idéntico gesto que hicieron a la salida del Paraninfo universitario el 12 de octubre, al finalizar el acto conmemorativo de la Fiesta de la raza, presidido por Unamuno en nombre de Franco, sobre el que tanta tinta se ha vertido con escasa fortuna.

 
Anexo IX: Página de La Gaceta narrando el encuentro entre Unamuno y Aragón.

Portada: Responso en el Campo de San Francisco. En la foto puede verse a su hijo Fernando junto al rector Esteban Madruga, el párroco Valentín González y Manuel García Blanco en primer plano central.

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Anexo X: Página de La Gaceta narrando el encuentro entre Unamuno y Aragón.

 

 

 

2 COMENTARIOS

  1. Creo que este artículo amplía y complementa el de Severiano Delgado acerca de las circunstancias de la muerte de Unamuno, desvirtuando por completo cualquier hipótesis basada en el asesinato de este.
    Como expone Blanco Prieto en este concienzudo trabajo, ningún familiar, amigo o vecino de Unamuno en ningún momento han manifestado nada que contradiga o arroje sospecha alguna acerca de su muerte, dando por válida la versión reflejada en el certificado de defunción, que el autor de «Palabras para el fin del mundo» se empeña en llamar «versión franquista», como si la enfermedad o la muerte hicieran acepción de personas según su ideología.
    Tampoco los autores que han estudiado la figura de Unamuno o le han biografiado han abrigado sospechas al respecto. Incluso los Sres. Rabaté (que, al parecer, han asesorado a Melchón en esta película y la anterior, «La isla del viento», también con Unamuno como protagonista) han afirmado en alguna entrevista que el director ha ido demasiado lejos en el tema del asesinato de Unamuno. Bien es cierto que estos autores, en su última obra -«En el torbellino. Unamuno en la Guerra civil- anotan que la versión del envenenamiento circuló como un rumor en ciertos medios republicanos.

  2. Está bien, no hay base ninguna para pensar que Unamuno fuera asesinado, pero creo que nos pasamos de frenada. Con tal de normalizar la muerte de Unamuno, se acaba normalizando incluso su momento. Se le concede autoridad a personajes que no la merecen en absoluto y cuyo testimonio además no añade nada. Y, lo peor, se considera que todo se hizo de forma escrupulosa. Reparo en este párrafo: “Cumpliendo la normativa vigente, como sucedía en todos los casos de fallecimiento de personas en aquellos días, tras la muerte de Unamuno siguió el protocolo exigido por la normativa”. En aquellos días, en pleno terrorismo fascista, ante todos “los fallecimientos” se procedió conforme a derecho. Lo que hay que leer.

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