Jaume Claret

Historiador. Profesor agregado en los Estudios de Artes y Humanidades,
UOC – Universitat Oberta de Catalunya

Mientras dure la guerra es una de las últimas exitosas aproximaciones cinematográficas a la guerra civil española. Sin entrar en el avispero de las consideraciones sobre sus valores artísticos e históricos,  me gustaría fijarme en la mirada de Alejandro Amenábar sobre la curiosa tertulia formada por el rector salmantino Miguel de Unamuno, el pastor anglicano Atilano Coco y el arabista Salvador Vila Hernández.

Los actores que en la película de Amenábar interpretan los personajes de Atilano Coco (Luis Zahera), Salvador Vila (Carlos Serrano-Clark) y Miguel de Unamuno (Karra Elejalde)(imágenes: Teresa Isasi)

A pesar de sus diferencias políticas, religiosas y estéticas, el debate intelectual resultaba sugerente y adictivo para todos ellos y, cuando el fragor de la discusión desbordaba la civilidad, la amistad siempre reconducía la situación hacia el respeto y la estima. Los tres contertulios entendían perfectamente que una cosa eran las ideas y otra las personas.

Esta elemental distinción desaparece a partir de julio de 1936. La violencia ideológica y discursiva deviene violencia física, y los términos se confunden.

Así, en aquellas fechas, se publicaba en Sevilla un artículo titulado A las cabezascitado por Josep Fontana, que decía:

“No es justo que se degüelle al rebaño y se salven los pastores. Ni un minuto más pueden seguir impunes los masones, los políticos, los periodistas, los maestros, los catedráticos, los publicistas, la escuela, la cátedra, la prensa, la revista, el libro y la tribuna, que fueron la premisa y la causa de las convulsiones y efectos que lamentamos».

Atilano Coco con tres de sus alumnos (foto: Actualidad Evangélica)

 

Y, garantizada su impunidad e incluso promovida por el nuevo poder su actuación, los verdugos se aplicaron a la tarea.

Como nos muestra la película, Atilano Coco será una de las primeras víctimas de un terror alérgico a la diferencia, al disenso, al debate, al conocimiento. De nada sirvieron las gestiones de un Unamuno que asistía anonadado a la detención y después ejecución de su amigo. Y con él y tras él, muchos más, convirtiendo Salamanca –como muchos otros lugares de la retaguardia sublevada, donde no hubo guerra, pero sí represión y violencia— en una “salvaje pesadilla”.

Justamente será en el reverso de una carta enviada por la viuda del pastor anglicano –una de entre las muchas misivas desesperadas que recibió– donde el rector salmantino anotará las líneas básicas de su intervención, no prevista, en la Fiesta de la Raza, como respuesta a las barbaridades de los discursos previos. Aquel mítico aunque quizás no literal “venceréis, pero no convenceréis” cerraba su último acto público y, aunque su figura se seguiría utilizando propagandísticamente, Unamuno fue destituido de todos sus cargos y prácticamente recluido hasta su muerte

Salvador Vila en su época de estudiante (imagen: bibliotecahistoricausal.wordpress.com)

Más cruel fue aún el destino de Salvador Vila. El tercer miembro de la tertulia salmantina –»sonriente siempre y sencillo y bueno»— desaparece del relato cinematográfico al ser detenido irregularmente. En realidad, el joven arabista fue llevado por la fuerza hasta Granada, en cuya universidad ejercía como catedrático desde diciembre de 1934 y, desde abril de 1936, como rector interino.

Precedido por su prestigio intelectual y su compromiso con la democracia y con el republicanismo de izquierdas, esta significación, junto con el hecho de ser el discípulo predilecto del ahora decantado Unamuno, significó su condena. A los 32 años, la madrugada del 22 al 23 de octubre de 1936 era ejecutado junto con 28 ciudadanos más.

Salvador Vila en la galería de rectores de la Universidad de Granada (retrato incorporado en 1976)

No satisfechos con la sangre derramada (del poeta Federico García Lorca a ocho ex alcaldes republicanos, pasando por decenas de campesinos), las nuevas autoridades granadinas se recrearon en su ejercicio de la violencia excluyente. Así, encarcelaron a la mujer de Salvador Vila, la alemana Gerda Leimdörfer, a quien no liberaron hasta el 1 de noviembre de 1936, gracias a los buenos oficios del compositor Manuel de Falla. Sin embargo, la ‘gracia’ exigía que previamente abjurase del judaísmo –aunque provenía de una familia secularizada— y se convirtiera al catolicismo.

Con un niño de pocos meses –Ángel—, con sus padres expulsados de España, con parte del patrimonio incautado y con la incertidumbre sobre su futura suerte, la viuda tomaba el nombre de María de las Angustias, virgen patrona de Granada. Nunca más volvió a pisar suelo español.

De derecha a izquierda, Gerda Leimdörfer, Salvador Vila y una amiga, probablemente Gretel Adler, también asesinada en Granada en 1936 (imagen cedida por Mercedes del Amo)

Por fortuna, con el retorno de la democracia y sobre todo con la implicación de la profesora Mercedes del Amo, lentamente la Universidad de Granada ha recuperado la memoria de aquellos hechos y dignificado la figura de sus docentes ejecutados.

Sin embargo, hay legados de la dictadura más permanentes. La antes evocada tertulia de Mientras dure la guerra sigue siendo la excepción en nuestra sociedad. Como comentaba recientemente el politólogo Roger Senserrich, “la identificación partidista es una de las drogas más poderosas que existen”.

Fotografía de Miguel de Unamuno con dedicatoria manuscrita a Salvador Vila (incluida en el artículo de Mercedes del Amo «Vila y Unamuno, vidas paralelas», en El Independiente de Granada, 9 de noviembre de 2019)

En la Academia, ello imposibilita la crítica pues no existe la costumbre de distinguir entre obra y autor, y todo se personaliza, cuando no directamente se cae en el compadreo paralizante o en el papel de justiciero radical. En la política, se premia al maximalista, se aplaude al polemista y se ridiculiza a quien tiende puentes, castigándose incluso la simple cortesía. Y así con todo, y así todo se empobrece.

De ahí la necesidad de romper las cómodas burbujas que habitamos y que las redes sociales simplemente han reforzado. Lo expresa inmejorablemente un grupo de intelectuales en una reciente carta abierta:

La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente perjudica a quienes carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente. La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas o desear que desaparezcan. Rechazamos cualquier falsa elección entre justicia y libertad, pues una no puede existir sin la otra”.

Notas manuscritas tomadas por Unamuno en el reverso de una carta de Enriqueta Carbonell, esposa de Atilano Coco, y utilizadas en su intervención en el acto del 12 de octubre de 1936 (foto: Casa-Museo Unamuno)

Evidentemente, no todos podemos acceder a una tertulia formada por Unamuno, Coco y Vila, pero sí que está en nuestras manos algo tan sencillo como buscar voces moderadas al otro lado de la trinchera mediático-social, contrastar nuestras ideas, escuchar las suyas… Y, si es el caso, reconocerles la parte de razón que seguro incorporan y, si no la tienen, disentir civilizadamente.

Evitar la simplificación y la alergia a la diferencia se encuentra a un click de distancia.

Fuente: The Conversation, 17 de julio de 2020

Portada: Miguel de Unamuno  en el Café La Rotonde en Montparnasse en una tertulia con diversos españoles (a su derecha Blasco Ibáñez), 1924 (foto: A. Delta/archivo de la Universidad de Salamanca)

Imágenes: Conversación sobre la Historia

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