Barricadas

«Barcelona, el centro fabril más importante de España, que tiene en su haber histórico más combates de barricadas que ninguna otra ciudad del mundo» (F. Engels 1873)

Chris Ealham
Saint Louis University, Madrid

 

Como símbolo movilizador, las barricadas eran una afirmación del espíritu de solidaridad y de la autonomía comunitaria de los barris, mientras que, en términos prácticos, jugaron un papel clave en la victoria popular durante las luchas de julio, dificultando el movimiento de los rebeldes militares y sus partidarios civiles, y protegiendo a los barris de los posibles ataques de los insurgentes.[1] Las barricadas también tuvieron una importancia considerable en la revolución: no sólo sirvieron para trastornar los ritmos y conductores de poder dentro de la antigua ciudad burguesa, sino que además, en los días de euforia revolucionaria y huelga general que siguieron a la derrota del golpe militar, los obreros a mano armada extendieron su poder a lo largo de Cataluña y hasta Valencia y Aragón a través de una red de puestos de vigilancia.[2] Por otra parte, cuando la CNT de Barcelona hizo un llamamiento a los obreros para volver al trabajo, sólo se desmantelaron aquellas barricadas que impedían la circulación de tranvías y autobuses; las demás se quedaron donde estaban, como indicadores del nuevo poder de los trabajadores.[3]

Las barricadas eran la herramienta espacial de una nueva fuerza: la red de comités revolucionarios a mano armada, locales y de barrio, que controlaba el movimiento interior, las entradas y las salidas de la ciudad, y que constituía el núcleo más importante del poder revolucionario.[4] Las bases formaron los comités como respuesta al vacío de poder que siguió a la ruptura del Estado republicano en julio. Durante las primeras semanas de la revolución, el poder estuvo casi totalmente en manos de los comités locales, organismos que, en palabras de un manifiesto sindical, ejercían ‘una autoridad… con el sello de las barricadas’.[5] La fuerza de la independencia revolucionaria desbancó a las instituciones autonómicas catalanas: las milicias obreras y sus barricadas controlaban la frontera francocatalana y la responsabilidad de la defensa estaba en Barcelona, no en Madrid. La autoridad de los comités revolucionarios eclipsó al mando del gobierno central y de la Generalitat. A pesar de los sentimientos antiestatales de los líderes anarquistas y de sus partidarios, los comités funcionaban como manifestación local del poder ejecutivo, imponiendo una especie de dictadura del proletariado en las calles de Barcelona.[6]

[1] Por ejemplo, la entrada al Raval desde el Paral.lel estaba cortada por una enorme barricada.

[2] Ametlla, Catalunya, p. 41.

[3] Carta de Benjamin Péret a André Breton, Barcelona, 11 de agosto de 1936, en B. Péret, Death to the Pigs: Selected Writings, Londres, 1988, p. 182; F. Borkenau, The Spanish Cockpit. An eyewitness account of the political and social conflicts of the Spanish Civil War, Londres, 1937, p. 175; J. Langdon-Davies, Behind the Spanish Barricades, New York, 1936, pp. 119, 126.

[4] Paz, Juliol, p. 87. Para un análisis sobre la naturaleza del poder popular véase G. Munis, Jalones de derrota, promesa de victoria. Crítica y teoría de la Revolución Española, Bilbao, 1977, pp. 286-359.

[5] ‘Al pueblo de Barcelona’, manifesto de la CNT y la UGT, septiembre de 1936.

[6] A estos cómites se les ha llamado también ‘Cómites Gobierno’ (Lorenzo, Anarquistas), aspecto que no pasaron por alto las voces críticas de las elites, que reconocieron su ‘poder ilimitado’ en las calles (A. Guardiola, Barcelona en poder del Soviet (el infierno rojo). Relato de un testigo, Barcelona, 1939, pp. 30, 47). Por otro lado, según el sociólogo alemán Franz Borkenau, Barcelona ‘me sorprendió por la rápidez con la que revelaba el carácter verdadera de la dictadura del proletariado’ (Cockpit, p. 175).


 

Entrevista

Por Héctor González

 

Hace ahora 15 años, Chris Ealham (Kent, 1965) publicaba La lucha por Barcelona (Alianza Editorial, 2005), libro convertido en referencia obligada para comprender la historia de la Barcelona del primer tercio del S.XX y por extensión, la de España. Su narración ágil, la gran carga documental y el enfoque de historia social desde abajo (poniendo en primer término las motivaciones y acciones de la gente común), convirtieron este texto en imprescindible. Para algunos investigadores se trata de uno de los mejores estudios que se han realizado en España en los últimos 15 años y de un referente del tipo de historia que merece la pena hacer (y leer). Otros, con mayor distancia, elogian su enfoque historiográfico y la forma de poner de relieve la lucha de clases y sus sujetos más relevantes, algo difícil de conseguir y poco extendido (salvo entre los hispanistas anglosajones). Pero es que además de ser un excelente libro de historia, La lucha por Barcelona aborda temáticas como exclusión social, segregación espacial, lucha de clases, inmigración, discursos clasistas, formas de represión, etc. que le aportan otro nivel lectura no exclusivamente histórico. Y es que leer este libro tiene más similitudes con la lectura de un periódico de lo que sería deseable. La reimpresión realizada por Alianza editorial en 2019 está ya a punto de agotarse y en verano saldrá una edición francesa del texto. Con estos mimbres, merece la pena volver a conversar con Chris Ealham acerca su obra.

Chris Ealham en 2016 (foto: ctxt)

¿Quince años no son nada? ¿Cómo ha tratado el tiempo a este libro?

Son los lectores los que tendrán que opinar sobre esto pero por mi parte estoy contento, hay elementos del libro (la lucha contra el racismo oficial, las huelgas de inquilinos, las luchas de los parados) que son muy actuales. Por otro lado, hay cosas que cambiaría, pero siempre es así con un texto: las ideas evolucionan, opiniones que cambian, te salen nuevos matices…

Otro aspecto vigente del libro, sobre todo desde el 15M y ahora con un gobierno “progresista”, es el contraste entre el cambio desde arriba y el cambio desde la calle. Algo que mucha gente no ha apreciado es que es más que un libro sobre Barcelona y el movimiento libertario. En dos capítulos analizo la cultura del poder y las técnicas del control social que existían en la monarquía y después en los años 30 durante la República. Eso me pareció clave para entender el contexto político en el que luchaba el movimiento anarcosindicalista y lo que hago es subrayar las técnicas represivas de las autoridades. Con la República fue un tema controvertido porque chocas inmediatamente con los mitos sobre la “niña bonita” como un paraíso perdido del liberalismo español. Intento mostrar cómo cambió el discurso sobre la libertad de los republicanos antes del 31 y cómo después se convirtieron en defensores de una república del orden. Estamos ante un régimen “democrático” pero con la misma economía excluyente y el mismo aparato represor de la época monárquica; las autoridades republicanas no adoptaron una posición equidistante hacia la guerra social sino que construyeron un régimen muy duro para los sectores más vulnerables y excluidos. Muestro la presión de las élites locales sobre los gobernantes republicanos para reprimir a grupos específicos, como los parados, los vendedores ambulantes y los huelguistas, aquellos que querían acelerar el ritmo del cambio, y cómo durante la República los socialistas y los republicanos, en el mitificado bienio reformista, aprobaron una ley de vagos y maleantes, ¡una ley que fue mantenida por los franquistas!

Campo de concentración para «Vagos y maleantes» abierto en Alcalá de Henares durante el «Bienio negro» al amparo de la Ley de 4 de agosto de 1933 (foto: Estampa, 18 de agosto de 1934)

Otro aspecto que saco a relucir es el tema de los pánicos morales sobre los migrantes, la creación de miedo identificado con la figura del murciano inmigrante que era carne de cañón del anarquista insurreccional. En fin, una táctica que buscaba externalizar la protesta y criminalizar un movimiento de masas como el anarcosindicalismo. Una mentira de proporciones gigantescas que se mantiene de permanente actualidad.

Cómo te ha influido el libro a ti?

He aprendido que no se puede decir nada bien del movimiento libertario sin provocar la ira de sus detractores. Me han sorprendido igual las cosas positivas y las negativas. Muchos ven lo que quieren ver, y muchos han concluido mucho sobre mí sin saber mucho o de mí o del libro. Algún descabellado ha dicho que es una “historia reformista”, otros han dicho que es “historia militante”. He recibido calumnias, pero en general halagos. También cuanto con momentos graciosos: hay una página web carlista donde hablan bien de mi libro porque critico a Esquerra Republicana… o sea el enemigo de mi enemigo es mi amigo.

¿Qué llevó a un joven punky de clase obrera del sur de Inglaterra a interesarse por la historia? ¿Era la historia una herramienta de rebelión o combate frente al acoso al que Thatcher y los neocons británicos sometían a las clases populares de tu país?

Ahora con más distancia reconozco que el punk fue algo clave en mi vida. Nadie en mi familia había estudiado más allá de los 16 años y nadie de mi año escolar siguió con sus estudios. El punk, por ser un movimiento cultural, me abrió un apetito para formarme intelectualmente: aprendí algo de los –ismos, desde surrealismo hasta anarquismo. En aquella época no veía la historia como un arma de lucha. Tenía mi activismo por un lado (sobre todo la lucha antirracista) y poco a poco desarrollé una fascinación por la historia de los movimientos sociales y revolucionarios.

Chris Ealham (segundo por la izquierda) y unos amigos frente a una oficina de reclutamiento en Canterburym hacia 1979-1980 (foto: facebook de Chris Ealham)

También fueron muy importantes para mí las dos becas que conseguí para hacer la carrera y luego el doctorado. Seguramente no hubiera tenido el valor de ser el primer universitario de todo mi círculo familiar sin esa ayuda económica.

¿Qué te hizo centrar tu atención en Barcelona, sus clases populares y su espacio geográfico? ¿Y el arco temporal?

Me atrajo primero la revolución española, la más profunda explosión de creatividad revolucionaria de la clase obrera en el siglo XX. Después me fascinaba Barcelona, el centro de operaciones del movimiento anarcosindicalista. Escribí la tesis doctoral sobre la causas de la radicalización anarcosindicalista en los años republicanos, hasta la guerra civil. Luego, cuando preparaba la tesis para su publicación me fui dando cuenta de la necesidad de reforzar el análisis del espacio y ampliar el arco temporal para incluir el plan Cerdà y los primeros proyectos del urbanismo burgués.

Llevas con orgullo la etiqueta de “historia militante” que algunos han puesto a tus estudios desde una posición pretenciosa y exclusivizante de la objetividad. Esto vuelve a poner de manifiesto la cuestión de la historia como herramienta de combate ¿Crees que los historiadores son conscientes de esta cualidad?

Creo que hay mucha hipocresía entre los historiadores. No voy a usar nombres pero me han criticado algunos de mi gremio por ser “historiador militante” cuando resulta que tiene carné del PSOE o dan charlas en la FAES de Aznar o publican con una editorial vinculada a la secta católica Comunión y Liberación. Ellos se parapetan detrás de un muro ficticio de objetividad. En alguna polémica les he criticado por su falta de objetividad y después me han contestado: “Y mira tú, Dr. Ealham: publicaste un artículo en Diagonal en 2011 y das charlas en locales sindicales”. Me hace sonreír porque nunca me he autoproclamado objetivo ¡Ni soy tan pretencioso como para argumentar que mi trabajo contiene una verdad objetiva! Además reconozco que hemos avanzado intelectualmente más allá que el positivismo del siglo XIX, aunque sospecho que estos historiadores supuestamente “objetivos” saben que no lo son –su “objetividad” es su lance de honor, pero creo que están faltando al honor al no reconocer sus prejuicios. Intento ser honesto con mis influencias, ellos no lo son.

Esto nos llevar a plantearnos si existe la objetividad en la historia…

No creo en la objetividad, o sea una historia que existe independiente de la subjetividad de la persona que lo escribe, me parece algo absurdo. Hay historiadores más o menos objetivos y más o menos subjetivos. Al final, hay fuentes y no todas son fiables, claro. Eso se puede decir de las estadísticas oficiales, las memorias, las entrevistas o lo que sea, por eso hay que ser críticos con ellas, trabajarlas y ver qué conclusiones se pueden sacar. Esa es la clave: si las fuentes y/o el peso de la documentación encaja con las conclusiones del historiador o no. Un buen ejemplo es el tema del terrorismo. Cuando nació el concepto, con la Revolución francesa, connotaba un proyecto desde arriba para aislar y exterminar enemigos del Estado y hay muchos ejemplos a lo largo del siglo XX. Pero los historiadores en muchos países están detrás de la resignificación del término que ahora está identificado en general, con movimientos que practican la violencia desde abajo. En el caso concreto de España, esos historiadores autoproclamados “objetivos”, jamás van a poder escribir la historia “objetiva” de ETA, por ejemplo, porque se tropezarían con sus prejuicios a cada paso.

Homenaje a Durruti en la Via Laietana en 1937 (foto: Pérez de Rozas / Arxiu Fotogràfic de Barcelona)

La Lucha por Barcelona…, ¿Pretendía romper con algunas interpretaciones que se habían realizado sobre la CNT y la clase obrera española?

La idea principal era analizar las razones del radicalismo de los años 30 desde una “historia desde abajo”, no de los líderes, recrear el mundo social y la cultura cotidiana de la gente anónima que luchaba dentro del cenetismo del siglo pasado, gente que no tenía más voz que la que expresaron con sus protestas, gente silenciada por el franquismo y por la desmemoria de la transición. Otra idea organizadora fue analizar los sectores sociales detrás del radicalismo. Las masas de aquellos años no eran autómatas que seguían ciegamente las órdenes de los líderes de los sindicatos sino que luchaban casi siempre para mejorar sus condiciones de vida en el trabajo y en sus barrios. En fin, reclamo la intencionalidad y la racionalidad de la protesta social, algo que a veces levanta críticas porque todavía hay mucha gente que quiere ver la protesta (sea masiva o pequeña) el complot de una panda de gente inadaptada. El libro también intenta resaltar la importancia del anarcosindicalismo como movimiento urbano (el sindicalismo rural no llegó a afectar los puntos neurológicos de la economía). Eso desmiente la idea del anarquismo como rebeldía primitiva de Eric Hobsbawm1, un historiador que me encanta pero que desafortunadamente, las pocas veces que escribió sobre España metió la pata de forma monumental.

P: Una cuestión que llamó poderosamente la atención de tu trabajo fue la forma de afrontar la investigación, a través del urbanismo y los espacios geográficos, para construir un estudio sobre las experiencias, culturas y en definitiva sobre la formación de la clase obrera barcelonesa. Durante la investigación pasaste de estar interesado en el movimiento social de Barcelona a preocuparte más por la distribución espacial ¿Por qué? ¿Qué implicó esa evolución?

Al principio me motivaba más, casi exclusivamente, la historia social y cultural. Después fui descubriendo la importancia del espacio pero no en el sentido pasivo de la visión estática del espacio (como un contenedor) sino que me interesaba mostrar era cómo las luchas sociales son también luchas para transformar lo espacial, no solo lo social.

Colectividad agrícola de Barcelona y su radio (foto: Pérez de Rozas / Arxiu Fotogràfic de Barcelona)

Este tipo de investigaciones eran poco habituales en España en aquel momento y hoy en día todavía no han encontrado demasiado eco ¿A qué crees que se debe?

Si recuerdo bien no existía más que un trabajo fascinante de Pere López Sanchez sobre la semana trágica de 1909 y un libro colectivo a cargo de José Luis Oyón2. No sé bien a qué se debe. Es verdad que la mayoría de los geógrafos radicales (siguiendo los trabajos pioneros de Henri Léfebvre y David Harvey) son de la tradición marxista y dentro del anarquismo español detecto un rechazo muy fuerte a todo lo que huele a marxismo, quizá pueda estar relacionado. En cambio en Francia, para comparar, me parece que hay un ambiente más permisivo y tolerante y, claro, existe una tradición de grupos como los situacionistas o gente como Jean-Pierre Garnier, que han unido ideas importantes de ambas tradiciones y, además, han tomado el espacio como una idea clave de su pensamiento y su práctica.

¿Está relacionado con una falta de interés por la historia social? ¿Qué opinas del actual panorama historiográfico en España? ¿Qué puede o debe aportar la historia social?

Creo que la historiografía actual tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Como punto fuerte está el hecho de que los historiadores españoles tienen un acceso más o menos libre a los archivos históricos y tienen una formación inmejorable. Eso significa que guiris como yo somos menos relevantes que en los 60 y los 70, cuando la historiografía anglosajona tenía más peso como consecuencia del franquismo. Una debilidad es el auge de un discurso revisionista y neo-revisionista: no aportan nada nuevo a la investigación histórica, son refritos de los mitos de la dictadura ¡y nos lo sirven hoy como si fuera algo nuevo! Es lamentable desde un punto de vista ético y también metodológico: no avanzan la historiografía pero sí blanquean al franquismo para la gente que es “fascist curious”.

En cuanto a la historia social, me parece imprescindible para entender el pasado si aceptamos que todo comportamiento tiene una dimensión social, desde la vida cotidiana hasta el trabajo. La historia política, por ejemplo, no llega a analizar la parte de ese iceberg social gigantesco que queda debajo del agua. Pero la historia social sola no basta: siempre he argumentado que hay que usar una variedad de herramientas analíticas.

Manifestación de parados, foto publcada en La lucha por Barcelona

En tu estudio se reflejaban algunas cuestiones que eran extrapolables a la Inglaterra de tu juventud… y a la España de la actualidad. La primera y quizá la más obvia, la criminalización de la inmigración. Lo mismo ocurre con la criminalización de la pobreza, la falta de seguridad, la venta ambulante… y un barrio concreto: el Raval

En mi juventud, estuve marcado por los pánicos morales del gobierno Thatcher y de la prensa afín. Era punk, me gustaba al fútbol, tenía amigos negros y un hermano sindicalista que estuvo en huelga alguna vez. Ver el odio clasista contra toda esa gente que conocía y los ambientes en los que me movía era muy duro, todos éramos delincuentes de los barrios bajos, nos gustaba la música y los deportes barriobajeros… justamente ese discurso exclusivo que comentas. Y es un lenguaje universal que las élites promocionan en Inglaterra, en Barcelona o donde sea. Así que me fije mucho en el caso del Raval y el proyecto oficial demonizar un barrio obrero céntrico, externalizando un espacio urbano con la etiqueta “Barrio Chino” para llevar a cabo una violencia urbanística contra sus habitantes. Se trata de un constante de la historia del Raval que se repite en la Barcelona pre- y pos Olímpica y por supuesto en la actual.

Para ir terminando, una reflexión de tu obra que se mantiene de candente actualidad ¿Solo el pueblo salva al pueblo?

¡Pues sí! El récord de los gobiernos no es muy ilustre en este sentido: como vimos después del 2008, los gobiernos siempre dejan a la banca entrar primero en el bote salvavidas. No soy futurólogo pero imagino que con la crisis que se acerca (porque vendrá seguro) los gobiernos harán lo mismo. Y lo mismo lo vemos en La lucha por Barcelona: llega la República, la mitificada democracia, y al fin y al cabo el pueblo tuvo que defenderse a sí mismo igual que tuvo que defender el régimen republicano cuando se produjo el golpe de Franco. Y con la marcha al exilio al final de la guerra igual: pasaportes diplomáticos y privilegios para los enchufados… y los campos de concentración galos para el pueblo.

Detenidos en Barcelona durante la huelga de alquileres de septiembre de 1931 (foto: Ateneu Enciclopèdic Llibertari)

No eres un investigador excesivamente prolífico, sobre todo en cuanto a monografías- ¿Crees que eso se deja sentir en la forma en la que abordas tus investigaciones?

Hasta cierto punto. Siempre he pensado que los libros no deberían salir como rosquillas. Prefiero escribir monografías basadas en la investigación minuciosa de las fuentes en vez de escribir libros “ligeros”. Algunas editoriales me han propuesto escribir libros de divulgación, fáciles de escribir, pero no me interesa, aunque económicamente tienen su recompensa. Otro factor relevante es que dejé de investigar la historia de España durante 2 o 3 años en que estuve trabajando sobre algo totalmente diferente: una geografía histórica de la música rap y los barrios negros de EE.UU en los años 70 y 80. Al final, después de publicar algunas reseñas y dar una charla en un congreso, lo dejé porque no era un proyecto muy viable desde Madrid y he vuelto a casa: ¡la historia de España!

Pues hay historiadores, no diremos nombres, que publican libros como churros (o rosquillas) ¿Alguna consideración al respecto para el lector de historia?

No es solo cuestión de historiadores, hay escritores de todo tipo, que tienen su “negro” o “negros”, y así aumentan la producción. En nuestra sociedad la “productividad” es algo muy valorado, sobrevalorado, como sabemos todos. Después de leer la edición inglesa de La lucha por Barcelona, mi editora española me comentó que sería un libro de “largo recorrido”, no un “gran éxito de ventas”, y tenía razón. Me halaga que 15 años después todavía estemos hablando de este trabajo, es algo que me hace feliz y lo veo como un reconocimiento a un trabajo serio al que yo también dedique muchos años. Pero hay lectores de todo tipo y no juzgo a nadie, lo importante es disfrutar con la lectura, intentar aprender, estimular la mente. Hay gente que ve mi libro como un ladrillo, y están en su derecho.

Desde tu libro sobre Peirats no has realizado más publicaciones para el gran público3 ¿En qué estás trabajando ahora? ¿Por qué? ¿Tienes prevista alguna fecha de publicación prevista?

He publicado varios artículos académicos desde la biografía de Peirats. Ahora estoy trabajando sobre el ciclo de protesta en España desde 1917 hasta su cierre con el golpe de estado del 1923. Es la primera vez que la guerra social se siente a nivel estatal y, después del fracaso de la revolución liberal en España en el 17, hay un auge de autonomía obrera, un rechazo fuerte a la política y una nueva fe en la revolución. He publicado algún artículo relacionado con el proyecto pero ahora voy procesando mucha documentación que he conseguido en los archivos de aquí, Londres, París y Moscú. ¡La documentación es abundante y no se me da bien hacer rosquillas!

 

1 Hobsbwam, Eric, Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX. Disponible en la editorial Traficantes de Sueños o en descarga directa https://latinoamericanos.files.wordpress.com/2008/10/eric-hobsbawm-rebeldes-primitivos.pdf

2 López Sánchez, Pere, Un verano con mil julios y otras estaciones. Madrid, S.XXI editores, 1993 y Oyón, José Luís, Vida obrera en la Barcelona de entreguerras, 1918-1936. Barcelona, Urbanitats, 1998.

3 En este lapso de tiempo Ealham ha publicado cinco artículos temporal Ealham ha publicado cinco artículos en revistas académicas y obras colectivas de historia. En España: ‘Los mitos de la II República: la reforma, la represión y el anarcosindicalismo español’, Libre pensamiento89, 2016, pp. 87-93;

La historia social, el (neo)revisionismo y el mapa de la izquierda española de los años 30’ Historia Social86, 2016, pp. 133-157

Fuente: Conversación sobre la Historia y Nortes, 19 de abril de 2020
Portada: Barcelona, 1936: el barrio del Raval celebra el derribo de la prisión de Reina Amalia (actual plaza de Folch i Torres)(foto: Pérez de Rozas, Arxiu Fotogràfic de Barcelona)
Ilustraciones: Conversación sobre la historia
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