Esteban  Hernández (*)

 

Los años veinte del siglo pasado estuvieron marcados decisivamente por los hechos ocurridos en 1917, cuando Rusia se convirtió en la URSS. Aquello fue crucial por lo que suponía de amenaza para el resto de países europeos, ya que una revolución de esa clase podía extenderse por sus territorios. Ese telón de fondo, la posibilidad real de que los regímenes existentes fueran radicalmente subvertidos, marcó la reacción de las élites burguesas. El temor al éxito de esas fuerzas políticas impulsó, entre otros, el apoyo de los grandes industriales a los nazis en Alemania, así como el auge de partidos autoritarios en otras zonas de Europa. En EEUU, también hubo sentimientos similares tras la Gran Depresión, y el temor a que un país lleno de parados pudiera sufrir graves tensiones sociales estaba muy presente. Allí también se generó un cambio de sistema, pero no llevó el nombre de fascismo, sino de New Deal. La amenaza latente jugó un papel importante porque activó el miedo, la indignación y la esperanza, y Occidente se vio obligado a transformar sus modelos políticos, con consecuencias catastróficas en un sentido y beneficiosas en otro. El cambio fue imparable, lo que se eligió fue la dirección.

Los años veinte occidentales de este siglo están marcados por la aparición de China. El elemento ideológico está mucho menos presente que en el pasado, porque el capitalismo de Estado de corte dictatorial como forma de gobierno no es algo que los chinos quieran extender (aunque es probable que se adopte ‘motu proprio’ por sus rivales). Sin embargo, su papel como gran potencia y su necesidad de mantener y ampliar aliados y mercados, en el momento en que EEUU ha decidido romper la baraja global, sí serán relevantes, porque cada vez será más frecuente el “o con ellos o con nosotros” sin ambigüedades. En la UE, esas tensiones han comenzado ya, y EEUU pugna por alejar a diferentes países de la influencia china. La segunda gran potencia va a jugar el papel de fantasma en la máquina en los regímenes internos occidentales que antaño desempeñó la URSS, aunque por otros caminos.

El gran apagón

En ese momento global estábamos cuando llegó la pandemia, nuestro equivalente a la Gran Depresión, que acelera las tensiones y contradicciones ya existentes. Nada va a ser igual para Europa después de esto, y más aún en la medida en que si se toman las mismas medidas que en el pasado para afrontar la crisis, los efectos van a ser muy diferentes. Esto no es 2008, es un punto de inflexión. Ambas cosas juntas, la irrupción de China, y con ella el inicio de la desglobalización, y este gran apagón (es decir, el factor externo y el factor interno), nos dirigen hacia un nuevo escenario.

En este momento crucial, nuestros intelectuales y expertos de referencia han entrado en hibernación, en el mejor de los casos. Esta guerra contra el coronavirus tiene dos frentes, el urgente, el sanitario, y el del futuro, el que obliga a anticipar respuestas, a cambiar las formas de afrontar los problemas, a dar nuevas soluciones. Y justo en ese momento, lo que encontramos es una particular cerrazón, el continuo regreso al pasado, la negativa a analizar en serio nuestras debilidades.

La contención amable

Esta actitud tiene varias expresiones. La más frecuente, la que va revestida de responsabilidad, reconoce los problemas, insiste en que serán necesarias reformas, y añade grandes palabras, como empatía, solidaridad, cooperación, compromiso, internacionalismo o conceptos semejantes, dirigidas a generar consuelo y esperanza en el futuro. Intenta transmitir actitud positiva y confianza en que sabremos dominar la crisis que venga, pero sin contenido real que soporte sus afirmaciones. En esencia, nos insta a seguir haciendo lo mismo, lo que nos ha traído aquí, pero con formas sosegadas; ejerce una tarea de contención amable para defender el ‘statu quo’. No son más que charlas motivacionales, píldoras TEDx contra la crisis, palabrería de ‘coach’ social.

La otra versión es más agria, y da la razón a los que mandan mediante la culpabilización de los perdedores. En los expertos económicos es muy habitual, y todo lo que ocurre es responsabilidad nuestra: si no hay material sanitario o si no hay músculo económico para afrontar el futuro, es porque hemos sido malos y no hemos hecho los deberes, y por tanto es razonable que paguemos las consecuencias. De sus apelaciones a Alemania y Holanda como los campeones que tienen todo el derecho a su Brexit ya hemos hablado antes; y sus argumentos sobre cómo las crisis son culpa nuestra por habernos endeudado con teles de plasma también. Lo cual tiene su ironía en un momento como este: un virus surgido en un remoto mercado de animales de una ciudad que ni siquiera sabíamos que existía está causando muchísimos muertos, genera una gran crisis en el planeta, tiene a medio mundo encerrado en sus casas y al resto en la calle expuesto al contagio, va a llevar a la ruina a muchas empresas, va a dejar sin empleo a muchos trabajadores, muchos países quedarán librados a la presión de los mercados de deuda, y las grandes compañías recibirán toneladas de dinero estatal, pero no hay nada sistémico en ello. Todo funciona correctamente, somos nosotros los que hemos fallado.

La responsabilización del rival

Rebajando un peldaño, esa culpabilización tiene una traducción en términos nacionales, que ocurre en casi todo Occidente, y que aquí todavía es más cruenta, como es la responsabilización del contrario político de los males presentes. Lo mismo de siempre, pero más. La pandemia, en lugar de acabar con esa actitud, al menos temporalmente, la ha reforzado y todos utilizan la coyuntura para atacar a los rivales. Sánchez e Iglesias son los verdaderos responsables, o el nacionalismo español, o Díaz Ayuso y el PP. A quienes aprecian las soluciones sencillas a problemas complejos les encanta: se invoca el bolivarianismo o el fascismo y debate zanjado. Lo mismo si cambiamos a Sánchez por Casado (o por Abascal o Errejón) la pandemia desaparece y la crisis no tendrá lugar.

Esa incapacidad de pensar en términos estructurales, de analizar las causas en su sentido más profundo, que hace mucho más difícil ofrecer soluciones que tengan validez y sentido, es necesaria en estos instantes. Y para eso debemos ser conscientes de que lo que ha fallado con el coronavirus es el frente interno. China era el país que peor lo tenía, en principio, para soportar una crisis como esta: fue el foco del virus, es una nación fuertemente dependiente del comercio internacional, su producción podía frenarse en seco y dejó en Occidente una sensación de dictadura cruel en su manejo inicial de la crisis en Wuhan. Sin embargo, hasta ahora, parece que saldrá reforzada de la pandemia, y por eso Trump ha dictado nuevos aranceles contra China.

<> on September 10, 2013 in New York City. Televisa
Los 400 dólares adicionales

Y si ha salido mejor, no es por las acciones sanitarias y económicas acertadas que haya podido tomar el régimen de Xi Jinping, sino por nuestra debilidad. No nos fijemos en China, sino en nosotros. El virus ha irrumpido brutalmente en sociedades que eran muy frágiles y que carecían de capacidad de respuesta frente a hechos imprevistos. La Reserva Federal aseguraba que más del 40% de los estadounidenses no estaba en situación de afrontar un gasto adicional de 400 dólares, y es un buen ejemplo de nuestra situación general. En sociedades ya muy presionadas, gastar un poco más resulta muy difícil, y ocurre en todos los estratos: el virus nos ha pillado con las defensas muy bajas, con una sanidad endeble que necesitaba muchos más recursos instrumentales y humanos (y en la emergencia, ni los teníamos ni los hemos podido conseguir a tiempo); hay muchas personas con dificultades para llegar a fin de mes, y este esfuerzo adicional les costará caro, al igual que a muchas pequeñas empresas que hacen equilibrios en el alambre y a grandes compañías zombis; los Estados, y el nuestro es uno de los peores en Europa, tienen poco margen para incrementar el gasto sin sufrir en unos meses ataques graves; la UE estaba sufriendo tensiones internas y el virus no ha hecho más que multiplicarlas, y así sucesivamente. Había poco margen para responder, y cuando el imprevisto ha sido grande, nos ha sumido en un apagón enorme.

Si reconocemos esto, podremos encontrar una salida. Si seguimos anclados en ese idealismo sostenido en gráficos, análisis coste/beneficio, rentabilidades y ajustes, aunque se revista de conceptos empáticos y amables, o si nos quedamos en el mundo abstracto de las ideas, que a esto ha sido muy dada la nueva izquierda, el tratar de inventar una gran solución (la renta básica o la salida ecológica, por poner un par de ejemplos) que arreglaría todo sin tener en cuenta los balances de poder existentes, no haremos más que repetir los problemas. Porque eso es justo lo que nos ha traído hasta aquí. Y lo que menos arregla las cosas es esa insistencia en desplazar los problemas y señalar a Orbán, a China o la extrema derecha. Al igual que echar la culpa a Pablo Iglesias es algo que empeora las cosas, porque significa que no nos estamos centrando en lo crucial, qué va mal en nuestro sistema y cómo arreglarlo. Son los chivos expiatorios que se sacrifican para no cambiar nada. Pero son la consecuencia, no la causa.

Pensadores duros

Es ahora cuando necesitamos otros intelectuales, otros expertos. Esta es una época dura, y hacen falta pensadores duros, es decir, que miren los problemas de frente, que no se escondan tras una ortodoxia que ya no sirve. Ser responsable es intentar dar respuestas en momentos concretos a los problemas concretos, y no perderse en el idealismo de lo que se fue, la época de la globalización feliz, ni en el utopismo de un futuro demasiado lejano. Implica pragmatismo en el mejor sentido, uno que aborde de frente el juego de fuerzas geopolítico y económico que está teniendo lugar por debajo de la tragedia sanitaria.

Detalle del collage «Corte con el cuchillo de cocina dadá» (1919) obra de Hannah Hoch, que ilustra la edición del libro de Eric D. Weitz «La Alemania de Weimar. Presagio y tragedia», (Turner) segun «La Voz de Asturias»

Estamos en un punto de inflexión que hará que todo ese pensamiento blando vaya desapareciendo, lenta pero incesantemente, en especial porque lo devorarán aquellas nuevas fuerzas que su ceguera ha ido favoreciendo. Ocurrió con China, con Trump, el Brexit y con la extrema derecha, y siguen anclados en él.

No obstante, como nos indican las experiencias históricas recientes, se tardará en saber el destino final de esta transformación. Así ocurrió en Alemania hace un siglo: la ruptura del ‘statu quo’ no la trajo la República de Weimar, sino la segunda ola, el nazismo, que tardó años en cuajar. Y lo mismo en términos temporales sucedió en EEUU: tras la Gran Depresión, hubo que esperar cuatro años para que su ‘establishment’ fuera sustituido, e incluso algo más, después de la llegada de Roosevelt, para que el cambio real se instalase. Una transformación que habría sido impensable sin la cantidad de talento intelectual que peleó contracorriente durante años y en el que Roosevelt se apoyó para lograr el apoyo popular y alterar el rumbo de EEUU.

El cambio va a llegar, porque ya estaba llegando antes del coronavirus. Solo nos queda saber en qué dirección se producirá. Y, en esencia, hay dos posibilidades: o vivimos en sociedades a las que, por seguir con el ejemplo, un imprevisto de 400 euros las quiebra, o cambiamos de rumbo y forjamos sociedades más estables, con mayor nivel de bienestar, mucho más robustas económicamente y más cohesionadas entre sí. No podemos seguir en sociedades que apenas producen, que viven pendientes de las recompras de acciones y del dividendo para los accionistas, que se dedican a sostener precariamente el bienestar financiero, que viven en un europeísmo que solo funciona para las obligaciones, que hacen más fuertes a los fuertes y más débiles a todos los demás. Esa, no obstante, será la salida más probable de esta crisis, la inmediata, pero hace falta otra. Hemos tenido ya bastante idealismo, sed responsables.

(*) Jefe de Opinión de El Confidencial. Autor de «El tiempo pervertido. Derecha e izquierda en el siglo XXI». (Ed. Akal), «Los límites del deseo. Instrucciones de uso del capitalismo del siglo XXI» (Ed.Clave Intelectual), «Nosotros o el caos» (Ed. Deusto) y «El fin de la clase media» (Ed. Clave Intelectual).

Fuente: El Confidencial 1 de abril de 2020

Portada: Rueda de prensa tras el Consejo de Ministros. (EFE)

Ilustraciones: Conversación sobre la Historia


Artículos relacionados

CORONAVIRUS (V). Calviño, el plan Marshall de Sánchez y lo que se está cociendo en EEUU

«Habrá más Brexit»: por qué se niega que Trump y Johnson han cambiado el mundo

ADÓNDE VA EL CAPITALISMO (y VI). Refundar el capitalismo (otra vez)

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí