Las personas se unen en comunidades políticas que comparten narrativas morales. Cuando aceptan determinadas narrativas quedan ciegas ante mundos morales alternativos”. El autor de esta afirmación, Jonathan Haidt, ha estudiado por qué tantas buenas personas viven divididas por la política y la religión. Claro que la cuestión no es únicamente la del relato moral que forma la comunidad, sino el papel que se otorga al que tiene otro tipo de relato, al otro. En las democracias occidentales, que creíamos sociedades cimentadas ya por la razón y el derecho, se están produciendo en los últimos lustros inquietantes y poderosas tendencias a la polarización social en torno a cuestiones políticas.

La confrontación que se vive en Catalu­nya ha producido tal polarización de visiones y actitudes, que una de las partes niega que tal polarización y segmentación sea real, como pretende la otra. Las esferas morales y los lenguajes de constitucionalistas e independentistas han llegado a alejarse tanto entre sí, que no sólo se ignoran los argumentos del contrario, sino también el dolor que se infligen unos a otros; “yo soy herido por la otra parte, pero lo que yo hago no tiene por qué herir a nadie, porque es legítimo”. Y el dolor refuerza los blindajes, la sordera, la ceguera y el desafecto, cuando no el odio.

Es difícil percibir las distancias entre marcos morales que subyacen a ideas políticas opuestas de personas que comparten entorno y vida cotidiana. En la vida familiar, laboral y profesional se dan a menudo divergencias de criterio que acostumbran a resolverse, si requieren ­solución práctica, mediante apelación a la experiencia, la técnica o la prueba y confrontación con la realidad, que será el mejor e inapelable juez de la adecuación de las alternativas en disputa. Generalmente, los que discrepan en estos ámbitos comparten conceptos y lenguaje.

(Óscar Astromujoff)

Cuando cristalizan visiones y estrategias políticas enfrentadas, los mismos términos y conceptos adquieren significados distintos; ocurre sin duda en Catalunya con los términos democracia, derecho a decidir, presos, libertad y tantos otros. Así los debates no encuentran ni pueden encontrar un final, lo que produce una irritación creciente de unos con otros que lleva fácilmente a la pérdida del respeto mutuo y fatalmente al rechazo a escuchar cualquier argumento de la otra parte. Llegados aquí es imprescindible preguntarse: ¿qué hemos hecho mal? Es evidente que no yerran sólo unos. ¿Es posible, en este punto, abandonar la idea de que el otro está loco, es un irresponsable, un engañado por sus líderes, un frívolo, un ciego, un arribista o un fascista?

La dificultad del debate político radica en que los objetivos y valores que mueven a las partes dependen en una enorme proporción de raíces intuitivas y afectivas, y sólo en una pequeña parte de la razón. Se configuran con la personalidad y lo hacen siguiendo pautas y estructuras afectivas reconocibles. ¿Cómo conseguir un diálogo efectivo entre personas con sustratos afectivos tan opuestos? Sus corazones y sus mentes enfocan aspectos distintos de la escena y dejan otros en la oscuridad. Tan sólo para entenderse sería preciso que cada parte intente iluminar y reconocer sus puntos ciegos, aquellos que habitualmente no ve en su propia posición. Los puntos ciegos de la otra parte se conocen y se sufren como obstáculos (¿cómo es posible que no veas que…?); los propios, no. Dos ejemplos bastarán. ¿Ven los órganos del Estado y los constitucionalistas catalanes la pasión regeneracionista que inspira a la gran mayoría de los independentistas, sus ansias por “hacer país”, un país decente y eficiente? ¿Su inacabable energía y tenacidad aplicada con gran generosidad a tareas cooperativas en favor de sus objetivos comunes? ¿Ven que fueron capaces de situar más de dos mil urnas en colegios a pesar de la vigilancia y los esfuerzos en contra de las varias policías y servicios de información?, y ¿ven lo que ello supone e implica? Es de temer que no, no lo ven.

¿Ven los independentistas que el idéntico valor sagrado que para ellos tiene la preservación de la lengua catalana, tiene para el Estado y los constitucionalistas catalanes la preservación de su integridad territorial? ¡Si lo vieran, no hubieran afirmado que puede cambiarse con la mayoría de un solo voto! Son sólo dos de entre los muchos puntos ciegos de una y otra parte. Necesitamos vencer las cegueras que nos imponen nuestros colores. Lo precisamos como paso previo a la segunda gran tarea que nos exige el impasse actual. Será preciso imaginar nuevos modos de defender los valores propios dejando espacio para los del oponente, una vez reconocidos. La imaginación creativa es la llave del pacto. La paz se ­negocia con el adversario. Rediseñando el escenario. ¿Están en política los que son capaces de hacerlo?

Colectivo Pau i Treva (Paz y Tregua)
Fuente: LA VANGUARDIA

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