Margarita Ibáñez Tarín

Doctora en Historia Contemporánea (Universidad de Valencia). Profesora de Geografía e Historia en el IES Abastos de Valencia. Especialista en la represión franquista y el exilio del profesorado de secundaria.

En el espacio geográfico peninsular ibérico cohabitaron entre 1931 y 1939 dos regímenes antagónicos: la dictadura de Salazar, recién constituida, y la II República española, recién estrenada. La frontera terrestre que separa ambos países, tradicionalmente mal guarnecida de puestos de vigilancia, es muy extensa y ha sido altamente permeable a lo largo de la historia. Buena parte de la oposición política a la dictadura de Salazar cruzó la raya en ese tiempo y se estableció en España. Una primera oleada de exiliados políticos, militares y civiles republicanos de la que formaba parte el grupo de los Budas —uno de los núcleos más activos de resistencia contra el salazarismo en el extranjero— llegó a partir de 1927. Un segundo grupo muy numeroso de anarquistas vino a resultas de la tremenda represión que siguió a la huelga general revolucionaria de 1934, y un tercer grupo, mucho menos numeroso, de comunistas, entró en España a partir de 1936. Jaime Cortesão, protagonista de este artículo y uno de los miembros más diligentes de los Budas, llegó con la primera oleada migratoria, formada por republicanos que habían tenido un protagonismo político en las primeras décadas del siglo XX en Portugal y que, cuando la Dictadura portuguesa se abrió paso y puso fin a la I República, después del golpe de Estado militar de 1926, pasaron a ser perseguidos y optaron por el exilio en tierras españolas.

Jaime Cortesão
Jaime Cortesão

Portugal y España han mantenido en la Edad Contemporánea acusadas simetrías en sus problemas y en su evolución histórica, pero también acentuadas diferencias. En la historia del siglo XX de España y Portugal asistimos a un “asincrónico paralelismo”, como ha señalado Hipólito de la Torre[1]. Desde las últimas décadas del siglo XIX Portugal avanzó por delante de España en la gestión histórica de la crisis de la monarquía liberal. Su trayectoria se caracterizó por las mismas deficiencias que afectaron a nuestro país: turnismo, caciquismo, corrupción, pronunciamientos militares y semejantes sacudidas emocionales como fueron la crisis del Ultimatum colonial en Portugal en 1891 y el Desastre del 98 en España. Además, ambos países padecieron en igual medida el atraso agrícola y la debilidad en el desarrollo industrial. La única salvedad que cabe señalar como rasgo diferencial determinante en su devenir histórico, fue sin duda, el gran peso que Gran Bretaña tuvo siempre en la vida política y económica portuguesa. En el caso portugués, la ansiada regeneración política llegó con la proclamación de la I República (1910-1926). Un hito histórico propiciado por un conjunto de apoyos que garantizaron su éxito en orden desigual. Entre las fuerzas que sustentaron la proclamación de la República en Portugal estuvieron una parte de la oficialidad del ejército, un sector del proletariado urbano y, sin lugar a dudas, la Carbonaria, una sociedad secreta que contaba con más de 40.000 miembros a principios de siglo en el país vecino.

El gobierno provisional de la I República lo conformó una serie de personalidades en su mayoría masones, representantes de la burguesía urbana con alta cualificación profesional e intelectual, que impulsaron mayormente cambios en el terreno de la secularización del Estado y, en menor medida, en la democracia política y en el reformismo social. De hecho, fueron las medidas anticlericales, ejecutadas con mano firme y apasionada por el presidente de la República, Afonso Costa, las más contundentes y radicales del nuevo régimen.[2] La I República portuguesa es una etapa histórica mal conocida en España, a pesar de las concomitancias que mantiene —salvando los veinte años de diferencia cronológica que separan a ambos periodos— con nuestra II República. El nuevo gobierno portugués de 1910 —como el español de 1931— centró su objetivo prioritario en la reforma educativa de la enseñanza, aunque con menguados resultados, también emprendió una frustrada reforma militar que acabó predisponiendo en su contra a una parte de la oficialidad y desarrolló unas medidas de “separación Iglesia-Estado” tan radicales que suscitaron una virulenta oposición por parte de los sectores más tradicionales de la sociedad, anclados mayoritariamente en el mundo rural. En 1926 un golpe de Estado puso fin a la I República y dio pasó a casi cincuenta años de dictadura. El movimiento de oposición al salazarismo que se desarrolló en un primer periodo, entre 1927 y 1940, recibe el nombre de “reviralhismo[3] y sus participantes son conocidos en Portugal como los miembros del “reviralho”.[4] En febrero de 1927, el general Sousa Dias intentó dar un golpe de Estado, pero su fracaso se saldó con decenas de muertos y centenares de detenciones y deportaciones. Casi un centenar de republicanos que habían estado implicados en la revuelta optó por cruzar la frontera española y establecerse transitoriamente en nuestro país.

En los primeros momentos, la Dictadura de Primo de Rivera mostró cierta condescendencia con la llegada de refugiados portugueses que se establecieron en localidades fronterizas de Galicia (Vigo, Tuy, Verín, Orense y Pontevedra), de Extremadura, Salamanca y Andalucía (Huelva y Ayamonte), pero poco tiempo después pasó a perseguirlos y la mayoría optó por instalarse en Francia[5]. Fue, verdaderamente, a partir de abril de 1931, después de la proclamación de la II República, cuando España se convirtió en un espacio de refugio y abrigo para los exiliados portugueses.[6] En esta primera oleada migratoria, los militares con graduación constituyeron más de la mitad de los refugiados portugueses, seguidos de los funcionarios públicos. La Dictadura militar promulgó una serie de Decretos legislativos dirigidos a la dimisión de los funcionarios públicos desafectos.[7] Uno de los primeros profesores que se vio obligado a salir de Portugal fue Jaime Cortesão (1884-1960), escritor e intelectual que había ejercido el cargo de director de la Biblioteca Nacional de Portugal durante la I República, entre 1919 y 1927. Jaime Cortesão formó parte de la élite republicana y masónica que levantó la I República en Portugal (1910-1926) y con la instauración del Estado Novo pasó a ser perseguido por el régimen, que consideraba a los masones sus principales enemigos. Jaime Cortesão había sido fundador de la revista Seara Nova en 1921, órgano de la intelectualidad progresista republicana de filiación filoliberal, totalmente opuesta al movimiento del integralismo lusitano, un movimiento caracterizado por el tradicionalismo monárquico y religioso que encontró en la Dictadura salazarista su espacio de poder.

Jaime Cortesao y Càmara Reis, 1940
Jaime Cortesao y Càmara Reis, 1940

Los vínculos entre los republicanos portugueses y españoles —facilitados por la masonería antes del 14 de abril de 1931— proporcionaron apoyos políticos, materiales y económicos a la oposición del Estado Novo después de la proclamación de la II República española[8]. En el caso de Jaime Cortesão, siendo como era republicano y masón, no le fue difícil encontrar acomodo en Madrid en ese tiempo. Desde allí lideró junto a Jaime de Morais (médico y antiguo gobernador republicano de la India portuguesa y de Ángola) y Alberto Moura Pinto uno de los núcleos más activos de la resistencia contra Salazar, el llamado “grupo de los Budas”. Aunque Jaime Cortesão, se situaba ideológicamente en el republicanismo liberal y en algunos aspectos estaba próximo al socialismo, otros miembros del grupo pertenecían a los más variados sectores de la oposición a Salazar: anarquistas, comunistas y monárquicos. El grupo estuvo muy activo en dos etapas (1931-1934) y (1936-1939), que coincidieron con el bienio reformista y el triunfo del Frente Popular en España, viéndose favorecidos por los buenos contactos que mantenía con políticos españoles que ocupaban algunos de los principales cargos en el gobierno: Manuel Azaña, Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos. Pero, ciertamente, estaba bastante distanciado de otros grupos de exiliados portugueses que no compartían su estrategia de acción para derribar la dictadura salazarista en los años treinta.

Los enfrentamientos provenían del distinto enfoque que unos y otros pretendían dar a la Revolução. Para el grupo de los Budas la toma del poder por los republicanos debía estar apoyada en un movimiento civil y militar, que contara, además, con el soporte del movimiento obrero. De ahí las sinergias que mantenían con el anarcosindicalismo portugués.[9] Pero el exilio portugués carecía de unidad de acción y se encontraba muy disperso geográficamente. Una parte de los disidentes portugueses se situaban en Francia, donde habían formado la “Liga de París”, un grupo establecido en la capital de Francia en torno al último presidente de la I República portuguesa, Afonso Costa. En Galicia se localizaban tres grupos de exiliados, uno de ellos tenía su punto neurálgico en Vigo y giraba en torno a la figura de Bernardino Machado, antiguo presidente de la I Republica, partidario de una Revolução apoyada exclusivamente en el plano político-social, sin apoyos militares. Otros dos, de carácter muy conservador, estaban establecidos en A Coruña alrededor de Cunha Leal y Ribeiro de Carvalho, partidarios de la acción militar en exclusiva. Además, en Andalucía, había un grupo radicado en Sevilla, formado exclusivamente por militares que sólo consideraban como opción la vía militar para acceder al poder y derrotar la dictadura.  Por último, estaba el pequeño grupo de Leonel Ferro Alvés, que representaba para los Budas su principal enemigo.

Este periodista (y espía salazarista, en opinión de algunos historiadores) fue el que dio nombre al grupo de los Budas. En una obra que publicó en 1934 sobre el contrabando de armas en España en los años treinta —este abogado y periodista, antiguo opositor al salazarismo, que había estado deportado en las islas Azores antes de pasar a España[10] — aseguraba que “los Budas” no representaban ningún peligro para Salazar y los consideraba inmovilistas y poco profesionales de la revolución[11]. Los llamó así por quererlos presentar ante el resto de la oposición lusitana como faltos de coraje. Era, sin duda, el más furibundo opositor de los Budas y a menudo procuraba desacreditarlos en la prensa española.[12]
El inicio de los contactos entre el gobierno republicano español y la oposición portuguesa datan de abril de 1931, con la llegada a España de Jaime Cortesão en calidad de delegado del Comité de París. En esos días entró en contacto con Manuel Azaña, Indalecio Prieto, Luis Araquistain, Marcelino Domingo y Alejandro Lerroux —éste último después se distanciará— para solicitar apoyo español para el movimiento de insurrección contra la dictadura portuguesa. Las relaciones que se establecieron fueron discretas porque Azaña temía que, de ser conocidas, la oposición las podría utilizar en contra de su gobierno. Además, tenía sus recelos respecto a que Salazar, al tener noticia de estos contactos, hiciera lo mismo y sufragara los gastos de una conspiración de derechistas españoles refugiados en Portugal, ya que, de hecho, la había, pues personajes como Juan March, el marqués de Quintanar, el marqués del Contadero, el conde de Mayalde y otros habían comprado casas en Estoril y Lisboa. Jugaba Manuel Azaña en esos días a una política simbólica de gestos que le llevó a obligar a Bernardino Machado, antiguo presidente de la República portuguesa, a abandonar Vigo, al mismo tiempo, que prohibía el establecimiento de nuevos refugiados en la frontera.

Pero, por otra parte, Azaña veía con buenos ojos —si bien, muy lejos de las ambiciones iberistas que le achacaba el régimen salazarista—que en Portugal triunfara un régimen democrático que ayudara a dotar de estabilidad a la naciente II República española[13]. Gracias a su intervención, en mayo y junio de 1931 fueron retirados armamento y bombas del aeródromo de los Alcázares y almacenados en un lugar próximo a la frontera de Portugal, en la provincia de Huelva, a la espera de la Revolução. También, gracias a la mediación del gobierno español, se pudo desbloquear la situación de las armas de fabricación alemana compradas por Jaime de Morais, que no podían salir del puerto de Copenhague sin una autorización de libre tránsito por España.[14] La actuación de los Budas desde Madrid representó durante un tiempo la vanguardia en la lucha contra el salazarismo porque tenían apoyos militares y civiles dentro y fuera del país, fluidas relaciones con gobernantes republicanos españoles y buenos contactos con los anarquistas lusos. Los Budas eran los únicos que se encontraban en disposición de poder auxiliar económicamente a los refugiados portugueses que iban llegando a España huyendo de la represión de la Dictadura portuguesa. En 1931, Jaime Cortesão logró que el gobierno español asumiera una parte de la asistencia a los militares portugueses que vivían en España y, más tarde, en 1933, consiguió un empréstito para solucionar el problema de la ayuda a los refugiados, que a partir de 1933, y sobre todo, después del fracaso de la huelga general revolucionaria del 18 de enero de 1934 en Portugal, se convirtió en una grave preocupación por la afluencia masiva de sindicalistas. Afonso Costa, antiguo presidente de la República portuguesa, desde París no veía posible garantizar su subsistencia y los exhortaba a que retornaran a Portugal, pero los Budas consiguieron ayudas para los nuevos refugiados, mayoritariamente anarquistas, que venían huyendo de la represión desencadenada contra el movimiento obrero. Creían firmemente que la acción sindical y la agitación social podían cumplir un papel muy necesario en el estadio preparatorio de la Revolução que finalmente derrocaría la Dictadura.

Jaime Cortesão sirvió de enlace en ese tiempo entre la Liga de París y el gobierno republicano español. Sus contactos principales en España fueron, entre otros, los ya mencionados políticos Manuel Azaña y Marcelino Domingo, así como el financiero Horacio Echevarrieta, que les ayudó a sufragar la compra de armamento para llevar a cabo la Revolução en Portugal[15]. El 31 de octubre de 1931, según cuenta Manuel Azaña en sus Memorias, hubo un encuentro de Jaime Cortesão y Moura Pinto con Echevarrieta, que les ofreció dos millones de pesetas, en tanto en cuanto el nuevo gobierno revolucionario de Portugal —una vez en el poder— respetase un tratado pre-existente para la construcción de una escuadra naval[16]. Según la prensa de la época la cuestión fue más complicada, el citado empresario bilbaíno encargó al Consorcio Nacional de Industrias Militares, siendo ministro de la Guerra Manuel Azaña, una partida de armamento destinado a ser vendido en Etiopía. Llegado el momento de abonar el importe, no lo pagó, y las armas quedaron almacenadas en el castillo de San Sebastián en Cádiz. Al parecer el verdadero destino del armamento era un golpe de Estado contra Salazar en Portugal, pero nunca se hizo efectivo. En 1934 Horacio Echevarrieta pagó la deuda y el material bélico (18.000 kilos de armas, municiones y ametralladoras) fue transportado por el buque Turquesa hasta Oviedo para ser utilizado por los socialistas en la Revolución de Asturias. La colaboración entre españoles y portugueses se cifró en la elaboración del denominado plan Lusitania para derrocar la dictadura salazarista en Portugal, pero la falta de puntos de apoyo en el interior de Portugal dieron al traste con los planes iniciales.[17]

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Horacio Echevarrieta (1870-1963)

Las versiones sobre el escándalo del llamado caso Turquesa[18] no están demasiado claras, tampoco las cantidades de dinero y armas que al final consiguieron los portugueses de las autoridades españolas. Según la historiadora portuguesa Cristina Clímaco, que ha consultado informes de la policía política portuguesa PVDE, Azaña pretendía vender material de guerra de los arsenales españoles a la oposición portuguesa, pero, por razones diplomáticas, la transacción no se podía realizar directamente entre el gobierno español y los exiliados portugueses, siendo necesaria la intervención de un intermediario. Este es el papel que jugó el banquero vasco Echevarrieta. Desde octubre de 1931, los Budas estaban en contacto con él para obtener el préstamo, pero el banquero puso como condición que el gobierno español le comprara un submarino que estaba ya dispuesto para ser entregado al gobierno de Primo de Rivera y con el cambio de situación política en España la operación había quedado en suspenso. Al parecer las negociaciones fueron muy lentas y complicadas y finalmente se llegó a un acuerdo con Echevarrieta en 1933 para que le fuera facilitado a la oposición portuguesa un montante de 450.000 pesetas, que comprendía dos partes distintas: una de material de guerra y otra de numerario destinado a pagar el transporte de armas para Portugal.[19]

Lo cierto fue que la falta de unidad política y las dificultades de llevar a cabo una acción conjunta impidieron a los exiliados portugueses retirar el material de guerra acumulado en Cádiz, lo que facilitó que finalmente fuera empleado por los socialistas en octubre de 1934 en la Revolución de Asturias. A partir de esta fecha la actividad de los exiliados portugueses en España conoce graves restricciones. Durante el bienio negro un cierto número de exiliados será expulsado del país y, entre ellos, Jaime Cortesão, que es obligado a salir de España acusado de adquisición y transporte de armamento. Más tarde, en 1936, con el triunfo del Frente Popular, regresó a Madrid y continúo participando en la reorganización de los antifascistas portugueses exiliados y en la creación del Frente Popular portugués.[20] El apoyo dado a los exiliados portugueses por parte de las autoridades de la II República española estuvo en todo momento en conocimiento del gobierno de Salazar, que siempre desconfío del gobierno de Madrid. Salazar tachaba al régimen republicano español de anárquico e inseguro mientras propagaba la teoría de la existencia de una conspiración judeo-masónica y comunista internacional en la que estaba integrado el gobierno español. Además, no perdía ocasión para reavivar el falso debate en torno a las pretensiones anexionistas de la II República, el viejo miedo a la unión ibérica. Para la dictadura portuguesa la deriva que tomó España tras las elecciones de febrero de 1936 se convirtió en una preocupación constante. La prensa portuguesa encabezada por el Diário da Manhã, el órgano del régimen emprendió una guerra sin cuartel contra el Estado español.  Desde el 18 de julio de 1936, la mayor parte de la intelligentsia portuguesa se comprometió con la causa de los sublevados españoles de manera incondicional. Eminentes profesores, personalidades académicas, artistas de toda índole, prestigiosos científicos, poetas, escritores, abogados, médicos y profesionales con formación universitaria utilizaron su pluma o cualquier otra forma de expresión intelectual para demostrar su adhesión al franquismo utilizando la prensa como plataforma divulgadora de todas sus iniciativas[21].

Den­tro de esta campaña orquestada para desacreditar al gobierno de la II República, el literato António Ferro, director del aparato de propaganda del Estado Novo, promovió un manifiesto internacional de intelectuales a favor del fascismo español titulado “Contra a barbarie comunista em Espanha”. Pero, aunque la mayor parte de los intelectuales portugueses apoyaron la causa de los rebeldes españoles, no fueron todos. También hubo un grupo importante de antifascistas exiliados en Francia y en España —entre los que se encontraba Jaime Cortesão— que respondieron a la campaña de António Ferro con diversas acciones propagandísticas, entre las que destacó un manifiesto publicado en la prensa españo­la titulado “Mensaje del verdadero Portugal”, que se convirtió en el símbolo de la contrapropaganda anti-fascista portuguesa durante la guerra civil española.[22] Jaime Cortesão, en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado de 1937 en España, intervino en calidad de secretario de la sección portuguesa de la Asociación Internacional para la Defensa de la Cultura y pidió el firme compromiso de todos los intelectuales para auxiliar con las armas o con la pluma la causa del pueblo español[23]. Por medio de la intervención de Jaime Cortesão, los portugueses exiliados estuvieron presentes en el Congreso que se celebró en Valencia, Madrid y Barcelona en julio de 1937 y que tuvo su epilogo en París. El 6 de julio, en una de las sesiones del congreso celebrada en Madrid, Jaime Cortesão hizo un discurso donde dejó patente la ayuda portuguesa a la lucha antifascista: Portugal quis lutar e luta ão lado da Republica española, não por meio de uma qualquer resistencia passiva, mas directamente en Espanha, onde há cerca de dois mil portugueses nas Brigadas antifascistas” y aludió a la resistencia del pueblo portugués en el contexto de las revueltas revirhalistasde 1927, “que conduziu ão bombardeamento da cidade do Porto, destruindo alguns dos seus bairros…”.

Unos días más tarde en Valencia, el 10 de julio, volvió a tomar la palabra para relatar un episodio que evidenciaba la gran solidaridad del pueblo portugués con la causa republicana[24]. Se refirió a un hecho contado por André Malraux en una de las anteriores sesiones madrileñas del Congreso. En los días del avance rebelde sobre Talavera de la Reina, la aviación fascista lanzó centenares de bombas que no explotaron.  Intrigados por tan singular hecho, Malraux y otro oficial se ocuparon de examinar las bombas. Se trataba de material alemán introducido en España a través de Portugal. Dentro de cada bomba había un papelito que decía en portugués: “Camarada, esta bomba não explodirá”. Malraux manifestó que era uno de los incidentes de la guerra que más le habían emocionado. Jaime Cortesão concluyó su intervención diciendo que los portugueses eran conscientes de que su destino estaba ligado al destino de sus hermanos españoles: “Os portugueses sabem que a sua liberdade e a dos povos está ligada à sorte da guerra em Espanha”.[25]

JAIME CORTEÇAO 1985
JAIME CORTEÇAO 1985

En la última etapa de la guerra civil, entre el 24 y el 25 de enero, tras la toma de Barcelona por las tropas franquistas, Jaime Cortesão, Jaime Morais y sus respectivas familias salieron en dirección a Centelles (Barcelona), lugar donde había quedado fijado el acuartelamiento portugués. En Sant Joan de les Abadesses cerca de doscientos portugueses aguardaban la conexión con el grupo de Jaime Cortesão para cruzar la frontera. Muchos de ellos iban indocumentados, heridos y enfermos. En condiciones muy penosas consiguieron cruzar los Pirineos cubiertos por la nieve. Una vez en Francia, la mayoría fueron conducidos a los campos de concentración junto a los republicanos españoles que se encontraban en su misma situación. Se calcula que, con la derrota republicana, más de trescientos portugueses pasaron por los campos de concentración franceses de Argeles-Sur-Mer, Saint Ciprien, Vernet y Gurs. Jaime Cortesão y Jaime Morais consiguieron alojamiento primero en Perpiñán, y desde allí pasaron después a Toulouse y París. En la capital de Francia hicieron costosos esfuerzos para conseguir sacar de los campos a un buen número de excombatientes portugueses. Algunos de ellos ante la disyuntiva de volver a Portugal y ser apresados por la PVDE, solicitaron el ingreso en las compañías de trabajo que organizaron las autoridades francesas.

Estas Compañías de Trabajadores o de Prestatarios quedaban a disposición de los generales jefes de las regiones militares y se les encomendó labores de defensa, construcción de fábricas de armamento y sobre todo la construcción de fortificaciones en el Atlántico y en las fronteras con Alemania e Italia. Pero cuando la ocupación nazi se hizo efectiva y coincidiendo con una falsa amnistía que concedió Salazar el 1 de junio de 1940, muchos de ellos solicitaron la repatriación a través de los consulados portugueses de Francia. Los que consiguieron volver a Portugal -conforme pasaron la frontera por Vilar Formoso, Beirà, Caia y Valença do Minho- fueron detenidos y conducidos a las cárceles de Peniche y Aljube en Lisboa o al fuerte de Caxias para después ser enviados al llamado campo de la muerte lenta en Tarrafal[26] (Cabo Verde).[27]

Expediente PVDE
Expediente PVDE

Jaime Cortesão volvió a Portugal en compañía de su hija Maria Judite y su esposa y con la familia del anciano presidente de la I República, Bernardino Machado, que era ya casi nonagenario. Partieron de Biarritz en tren el 26 de junio, víspera de la ocupación nazi, y entraron en Portugal por la frontera de Vilar Formoso el 27 de junio de 1940. Ese mismo día fueron detenidos y Bernardino Machado escribió a Salazar un telegrama pidiéndole clemencia. El viejo presidente y su familia fueron liberados, pero Jaime Cortesão fue conducido por miembros de la PVDE a la prisión de Aljube. Durante más de tres meses estuvo encarcelado hasta que finalmente se le obligó a abandonar el territorio nacional. El 20 de octubre partió con su familia a bordo del navío Angola con destino a Brasil, donde vivió hasta su vuelta a Portugal en 1957. Tres años después de su regreso murió en Lisboa.[28]


[1]Hipólito DE LA TORRE GÓMEZ: “La crisis del liberalismo (1890-1939)”,Ayer, 37 (2000), p. 118.
[2]Hipólito DE LA TORRE y Josep SÁNCHEZ CERVERÓ: Portugal en el siglo XX, Madrid, Istmo, 1992, pp. 21-22.
[3]»Reviralho» según el diccionario Priberam de la Lengua Portuguesa significa “cambio político brusco en el sentido de oposición”.
[4]  FARINHA, Luis: O reviralho: Revoltas republicanas contra a ditadura e o Estado Novo, 1926-1940, Lisboa, Editorial Estampa, 1998.
[5]CLÍMACO, Cristina, Republicanos, Anarquistas e Comunistas no exílio (1927-1936, Lisboa, Ediciones Colibrí, 2017, p. 145.
[6]  FARINHA, Luis, “Deportação e exílio”, en João MADEIRA (Ed.): Vítimas de Salazar. Estado Novo e Violència Política, Lisboa, A Esfera dos Livros, 2007, p. 210.
[7]  Luis FARINHA: “Os saneamentos na função pública”, en João MADEIRA (Ed.):  Vítimas de Salazar. Estado Novo e Violència Política, Lisboa, A Esfera dos Livros, 2007, p. 176.
[8]  César OLIVEIRA: Salazar e a guerra civil de Espanha, Lisboa, Ediçoes O Jornal, 1988, p.77.
[9]   CLÍMACO, Cristina, Republicanos, Anarquistas e Comunistas no exílio…, p.
[10] Manuel Paula MAÇA, “Ferro Alves, Um homem do norte do Concelho de Abrantes”, en http://carreiradomato.blogspot.com/2013/06/ferro-alves-um-homem-do-norte-do_7.html
[11]  Leonel, FERRO ALVES:  Os Budas e o contrabando de armas, Lisboa, s.e., 1934.
[12]  CLÍMACO, Cristina, Republicanos, Anarquistas e Comunistas…, pp. 184-185.
[13] AZAÑA, Memorias políticas y de guerra, vol. I, Barcelona, Editorial Crítica, 1980, p. 85.
[14] CLÍMACO, Cristina, Republicanos, Anarquistas e Comunistas no exílio…, p.195.
[15] FARINHA, Luis, “Deportação e exílio…”, p. 206.
[16]  AZAÑA, Manuel, Memorias Políticas y de guerra, Barcelona, Crítica, 1980, p. 261.
[17] PAULO, Heloisa, “O exiílo portugués no Brasil: Os Budas e a oposição antisalazarista”, Portuguese Studies Review, Lisboa, 14 (2006/7), pp.125-142.
[18] s. a.,»Se descubren nuevas y graves derivaciones en el tenebroso asunto del contrabando de armas en Asturias”, ABC, 14 de septiembre de 1934.
[19]  CLÍMACO, Cristina, Republicanos, Anarquistas e Comunistas no exílio…, p. 261.
[20]  FARINHA, Luis, “Os saneamentos na função pública…”, p. 181.
[21] PENA RODRÍGUEZ, Alberto, El Estado Novo de Oliveira Salazar y la Guerra Civil española: información, prensa y propaganda (1936-1939), Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 1997, p. 71.
[22] PENA RODRÍGUEZ, Alberto “‘Mensaje del verdadero Portugal’. Los intelectuales portugueses, la IIª República española y el fascismo ibérico: prensa y propaganda”. Arbor, 190 (2014), p. 11.
[23] SCHENEIDER, Luis Mario, II Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas (1937), Barcelona, Editorial Laia, 1978, p. 225.
[24]  AZNAR SOLER, Manuel(ed.): Valencia, 4 i 10 de juliol de 1937, El segon Congrés Internacional d’Escriptors per a la defensa de la cultura i la delegació del País Valencià, Sevilla, Renacimiento, 2017, p. 50.
[25]SCHENEIDER, Luis Mario y AZNAR SOLER, Manuel, Inteligencia y Guerra Civil española, Laia B, Barcelona, 1978, citado en OLIVEIRA, César, Salazar e a guerra civil de Espanha…, p. 270.
[26]El campo de concentración en Tarrafal fue inaugurado por la Dictadura portuguesa el 29 de octubre de 1936, en el momento álgido de fascistización del régimen portugués y coincidiendo con los primeros meses de la guerra civil española. Los presos políticos llegaban a África procedentes de la península para cumplir condenas de trabajos forzados. Las condiciones eran pésimas: mala alimentación, falta de asistencia sanitaria, castigos físicos y torturas infringidas por funcionarios de la PVDE y, también, por un batallón de guardias angoleños.
[27] César OLIVEIRA: Salazar e a guerra civil de Espanha…, pp. 278-281.
[28] Jaime CORTEÇÃO: 13 cartas do cautiveiro e do exílio (1940), Lisboa, Biblioteca Nacional, 1987, pp. 86-90.

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