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Fernández Prieto, L., Hervella García, G. (2018): Historia de la Guerra Civil contada por dos hermanas. Memorias de golpe, revolución y guerra, Granada, Comares

Carlota y Fernanda García del Real son las autoras de este libro. Son hermanas en una guerra civil y a cada una la coge en una zona diferente. Ambas escribieron sus experiencias del golpe de estado de julio, de la guerra de 1936-1939 y del impacto que causó en sus vidas. Carlota entre Panticosa, León, Ribadeo y Donosti, Fernanda en el Madrid sitiado de la revolución estallada y de la República en recuperación. Ellas no fueron combatientes, ni dirigentes de organizaciones políticas, ni siquiera militantes, tampoco víctimas obvias de la masacre que acompañó al golpe de estado, aunque Carlota conoció la persecución golpista y Fernanda la de posguerra. Ambas describen los horrores de las matanzas sin perder nunca la humanidad en medio de la barbarie. Las dos son salvadoras y se comportan como tales. No son una excepción.

Ocho décadas después de unos acontecimientos que para nosotros son Historia, las hermanas García del Real nos permiten enfocar y entender una guerra diferente a la que nos han contado los que la hicieron. No entran en ninguna de las tres categorías de autores de memorias —políticos, víctimas, militares— que han llenado las estanterías. Tampoco responden a los patrones duales a los que nos hemos acostumbrado desde 1939. En ello reside su principal interés para la mayoría de los lectores y el interés específico para historiadores y estudiantes de Historia. Son relatos de experiencias directas del tiempo de la guerra escritos por mujeres independientes, de una elite liberal acomodada que no responde a posiciones políticas encorsetadas. Dan cuenta de la pluralidad y la diversidad del mundo de antes del golpe de 1936. De un mundo de ayer deformado por un golpe, una guerra y una dictadura


Estas memorias pueden servir para seguir construyendo una nueva semántica sobre golpe, guerra y dictadura; para enfocar asuntos de ese pasado incómodo que estaban desenfocados y para superar límites infranqueables que las historiografías franquista y antifranquista habían establecido. Con la edición de estas memorias queremos poner en evidencia que no puede seguir siendo la memoria de los contendientes la que guíe a la historiografía, la que oriente las preguntas e ilustre las respuestas.

Fue allí en casa de Cordón, oyéndole a Lister narrar sus hazañas militares… donde comencé a comprender que la guerra civil sólo sería mitología mientras fuese cosa de ellos, de los que hicieron, y nos deshicieron, haciéndola tan mal, que sólo sería historia, al fin, sólo un saber práctico que nos permitiera vivir con ellas, asumiéndola críticamente, y no desviviéndonos en sus laberintos engañosos, cuando fuese cosa nuestra: de los que no la hicimos, de los que no fuimos abrumados por el peso ideológico de tan larga leyenda de signo contradictorio…”.[1]
No pueden ser sus justificaciones las que condicionen nuestras interpretaciones, ni sus errores y experiencias las que determinen nuestras lecturas y valoraciones del pasado. Aquel pasado que para nosotros sigue siendo asombrosamente incómodo y para ellos fue vida. Un pasado incómodo para nosotros por una asombrosa paradoja: unas veces porque no sabemos qué vamos a encontrar exactamente y otras por lo contrario, porque se supone que ya sabemos lo que nos vamos a encontrar. Una incomodidad que sólo puede paliarse con conocimiento del pasado. Con Historia.

Postguerra
En octubre de 1940, dos niños piden ayuda en las escaleras del Metro madrileño. – (Archivo Basilio Martín Patino)

La literatura de la vida tiene esa asombrosa capacidad de anticipación de los problemas sociales más complejos y de ver y expresar lo que muchos pueden ver pero ninguno es capaz de expresar, incluida la relación de las sociedades con su pasado. La cita de Jorge Semprún refleja con claridad uno de los problemas historiográficos de la guerra, el persistente dominio del relato de los propios contendientes, y anuncia una obviedad largamente preterida en la práctica, solo los que no hicieron la guerra pueden convertirla en historia como un saber práctico. Pero esa posibilidad fue larga y anormalmente retrasada. Porque los que hicieron la guerra prosiguieron su combate durante cuarenta años por muy diferentes vías, de la guerrillera armada a la ideológica y política, con su carga de propaganda y diplomacia. Además dejaron herederos envueltos en el combate ideológico y empeñados en no revisitar el pasado para conocerlo sino solo como instrumento de ese combate ideológico que, por otra parte, les permitió una evidente —y justificada— superioridad moral como antifranquistas en el momento de la Transición.

Superioridad que el tiempo ha ido deteriorando y erosionando. El acuerdo político basado en la reconciliación significó, también, que los viejos contendientes mantuviesen en paralelo sus propios relatos políticos apenas intocados a lo largo de cuarenta años más. En el caso de los demócratas republicanos, relatos plurales muy fragmentados e incluso enfrentados unos y desaparecidos otros. En el caso de los golpistas que devienen franquistas, el relato político es más unívoco y significativamente adaptado al paso del tiempo, siguiendo el ejemplo y los usos del tiempo de dictadura.

Una cola, en Barcelona, a la espera de alimentos, mientras madre hijo mordisquean un mendrugo. - (Archivo Basilio Martín Patino).
Una cola, en Barcelona, a la espera de alimentos, mientras madre hijo mordisquean un mendrugo. – (Archivo Basilio Martín Patino).

Las voces de estas dos hermanas son las de quienes no hicieron la guerra aunque la vivieron, a veces casi en primera línea de la retaguardia, que también es una primera línea pero diferente: de información, de percepción, de sufrimiento, de observación, de angustia, de cuidados, de hambre, de bombardeos, de asesinatos,… En la diferencia de cómo vivieron la guerra obtenemos una información muy rica de la retaguardia de ambos bandos. Tampoco la hicieron en la primera línea del combate político ni en la primera línea de la propaganda, ni de las disputas entre los partidos. No ejercían ninguna actividad militar, política, cultural o artística, de las que proceden la mayoría de los testimonios autorizados que solemos utilizar los historiadores, sobre todo los de la política. ¿Pueden considerarse por ello voces de no contendientes y de no militantes? ¿Voces no políticas? Depende, ninguna de las dos me parece neutral ni equidistante, pero no pretendo agotar ni cosificar de entrada las posibilidades que ofrecen ambas narraciones. De lo que no cabe duda es de que son dos voces morales.

En el Puente de Toledo, el tranvía circulaba con las gentes en el estribo y agarradas a la carrocería. - (Archivo Basilio Martín Patino).
En el Puente de Toledo, el tranvía circulaba con las gentes en el estribo y agarradas a la carrocería. – (Archivo Basilio Martín Patino).

Las memorias de Carlota y Fernanda son como un Jano bifronte. Dos hermanas de la misma posición y formación. Dos voces menos militantes de lo que es habitual en relación con aquella guerra. Menos rotundas que las que estamos acostumbrados a escuchar, pero podemos preguntarnos si no estarían más próximas a la voz de la mayoría de la gente, en términos humanos y de cuidados, de muchas mujeres al menos. Independiente de las diferencias de clase, cierto, de ahí la referencia inicial a Semprún y su capacidad para escribir esa literatura de la vida, ese relato, que muchos de sus coetáneos con los que había compartido experiencias no sabían ni podían materializar. Así lo explica el propio Semprún a propósito de su conversación con Manuel Azaústre, su anfitrión en el piso clandestino en que se aloja, en la que éste hace mención al campo de concentración en el que fue recluido. También Carlota y Fernanda, a través de un relato menos consciente y mucho más privado que el de Semprún, pueden ser consideradas contadoras de una historia que otros no han contado porque sabían, podían y tenían además quien las escuchase. Aunque tengo para mí, y la experiencia investigadora me lo confirma paso a paso, que todo aquel que supo escribir escribió su guerra. Reitero.

Ambas hermanas comparten experiencias y sufrimiento, época al fin, con muchas otras personas, pero su punto de información y su capacidad para transmitirlo es relativamente privilegiada. Y esa ausencia de militancia tiene desde nuestro punto de vista una enorme riqueza, porque da lugar a un relato menos justificativo. Conocemos las visiones militantes, las militares y las comprometidas y hemos construido con ellas el relato del pasado. Estas son voces comprometidas con sus familias, con su propia angustia, pero también con sus convicciones. Son más limpias que otras, digamos que menos paliativas, sin duda menos conocidas, pero sobre todo menos reproducidas y, por lo tanto, menos “representadas” y repetidas, aunque no menos representativas. Son voces menos presentes en el relato dominante.

Mujeres con garrafas y lecheras el día de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona. - (Archivo Basilio Martín Patino)
Mujeres con garrafas y lecheras el día de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona. – (Archivo Basilio Martín Patino)

Carecíamos de estas voces en el relato del golpe, la guerra y la victoria que es lo que aquí se recoge. Conocíamos muchas voces, desde muchos puntos de vista de los dos bandos, los contendientes, los arrepentidos, los que cambian de posición, los que sufrieron matanzas, persecuciones y cárceles, pero no conozco muchos testimonios como los que ahora se presentan. No obstante, existen en abundancia, aunque no les hemos prestado la atención debida porque malamente encajaban en la coherencia de los relatos construidos y heredados. Son relatos femeninos poco heroicos, poco políticos en el sentido partidario, nada militares ni combatientes, pero humanos y afectivos. El suyo es el relato de los cuidados y por eso es antitético con el relato de la destrucción. Es el relato de la humanidad que resiste en medio de la barbarie.

No se encontrará en su relato ese folklore memorialístico conocido hasta la saciedad. No identificará el lector interpretaciones repetidas sobre los acontecimientos políticos o militares. Por el contrario su mirada es simple, también en el sentido más genuino de la expresión. Voces de mujeres comprometidas con lo cercano, con las personas que las rodean, con las que conviven y con las que coinciden, pero también con lo universal, fruto de sus valores humanistas, de su formación y de su cultura. Por otra parte, como la historia social nos ha demostrado, la distinción entre lo doméstico y lo público no es tan relevante. Como no lo es tampoco la radical distinción ilustrada entre razón y emoción.
El lector no encontrará en estos textos la verdad. Ellas no trasmiten la verdad, porque transmiten otra verdad poco conocida. Muchas verdades poco conocidas diría mejor. Sus testimonios no son imparciales, ni seguramente lo pretenden, porque tampoco son indiferentes. Ni equidistantes en una zona ni en la otra, ni Carlota en Ribadeo, ni Fernanda en Madrid. En su narración nos cuentan lo que ellas vivieron, vieron, interpretan y recuerdan o quieren recordar. Siguen un código, desde el que nos escriben, al que son fieles y que no ocultan. No pretenden engañarnos ni convencernos porque no se dirigen a ningún foro sino a sus nietas e hijos. No pretenden convencernos de una posición política partidaria ni combatir otra, ni en el presente en el que escribieron ni en el pasado que vivieron y narran.

Son producto, ellas y sus relatos, de un tiempo de pluralidad liberal y de parlamentarismo continuado que se prolongó — 1876/1923 y 1931/36 — por más tiempo seguido, que el que ahora disfrutamos desde 1977. Más de 47 años de régimen constitucional, 52 sumada la República, frente a los escasos 40 actuales. Un tiempo denostado y menos identificado y comparado con la Europa y América de su época que con el caciquismo del atraso eterno construido por algunos intelectuales coetáneos y por los jóvenes que desde nuevas ideologías y aspiraciones quieren superarlo en torno a la crisis de la Gran Guerra. Un tiempo, el anterior a 1936, más despreciado (Restauración) que estudiado (Dictadura) y entendido (República) en el que se sitúan y al que se le atribuyen todas las causas de una guerra civil que fue golpe de estado en tiempos del fascismo de los años treinta y no un producto genéticamente español, aislado y castizo, como tantas veces se ha querido explicar en los tiempos, esos sí, de la evidente Spain is different! Pero Carlota y Fernanda, y sus valores, principios y relatos, son un producto genuino y me atrevo a decir que destilado de un tiempo previo y plural que desemboca, crisis mediante, en la IIª República.

Grupo de carros arrastrados por un mulo, a la espera de carga para el transporte mientras los animales comen el pienso en su bozal-fardel. - (Archivo Basilio Martín Patino).
Grupo de carros arrastrados por un mulo, a la espera de carga para el transporte mientras los animales comen el pienso en su bozal-fardel. – (Archivo Basilio Martín Patino).

Ellas son liberales, demócratas, laicas —aunque creyentes y practicantes— y de cultura abierta y humanidad cultivada en principios y derechos. Ellas son —representan— lo que los jóvenes de la Transición creyeron —y en parte siguen creyendo— que no existía antes que ellos: porque estaba mayoritariamente exiliado (también en el interior) y porque solo lograron percibirlo en forma de escritores, muchas veces filtrados a través del propio régimen orwelliano o a través de los Papeles de Son Armadans (1956-1979) de Camilo José Cela. Ellas representan aquello que las generaciones posteriores a la Victoria, los jóvenes de los cincuenta, sesenta y setenta, no conocieron ni pudieron conocer durante el franquismo salvo fugaz, doméstica y fragmentariamente. Ellas —y muchas y muchos más— son las que nos libran del supuesto adanismo fundador de la democracia española hace ahora cuarenta años y nos cuentan una historia ignorada, la de la burguesía republicana que sobrevivió a la guerra. Su historia y la de sus valores.
Su guerra, nuestra historia (páginas LIV-LVIII de la Introducción)


[1] Semprún, Jorge, Autobiografía de Federico Sánchez (Barcelona: Planeta, 1985), pp. 103-104.


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