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Se acaba de publicar la última obra de Fernando Hernández Sánchez. El autor nos ha enviado la presentación de la obra, junto con con su índice y la introducción que abre el libro. Ambos elementos permiten darnos cuenta de que nos encontramos ante una obra ciertamente importante que ayudará a comprender mucho mejor algunos de los procesos claves de esa etapa convulsa de nuestra historia cuando la frontera pirenaica se convirtió en un territorio salvaje, geografía de la indefinición, metáfora de un mundo en desintegración.


 

Fernando Hernández Sánchez

Cualquier persona que haya vivido o sido educada en la época de la dictadura será seguramente capaz de recitar de memoria el texto del último parte de guerra evocando, incluso, la voz engolada del inefable Fernando Fernández de Córdoba y las fanfarrias de Radio Nacional: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo…” Pero, a pesar de lo aseverado con brutal y castrense solemnidad al final del comunicado que anunciaba la Victoria –no la paz, como señaló Fernando Fernán Gómez en Las bicicletas son para el verano-, Franco no pudo dar verdaderamente por terminada la guerra hasta finales de 1947.

No fueron años seguros los que precedieron a este, especialmente desde 1944. Desde que Stalingrado, en el este, la operación Torch en el norte de África y el desembarco en Sicilia anunciaran el comienzo del fin para sus viejos mentores del Eje, Franco no pudo dar por estabilizada su situación, mucho menos tras los funestos augurios que emanaban de las cenizas humeantes del bunker de la cancillería de Berlín o del siniestro bamboleo de la corte mussoliniana bajo la marquesina de la gasolinera de la piazzale Loreto de Milán.
La historia conocida sobre ese periodo habla de los años de la autarquía, del cordón sanitario internacional respondido con el inefable e ibérico desprecio del “Si ellos tienen ONU…”, de las maniobras monárquicas en la oscuridad…

La documentación primaria, sin embargo, va demostrando que el franquismo contaba con más bazas de las que se conocían, con más confidencias en las cancillerías que le otorgaban, si no tranquilidad, si una expectante confianza en su futuro: el indirecto y determinante apoyo británico; el soterrado trabajo de zapa de los funcionarios del Quay d´Orsay y de los escalones departamentales de la administración francesa; las filtraciones interesadas de los servicios de inteligencia occidentales (la OSS americana y los Renseignements Généraux galos); la perfecta conciencia de que la URSS no tenía interés prioritario en la Península, una vez repartidas las áreas de influencia en Postdam y que, para pasmo, sus satélites buscaban el contacto comercial con España por agentes interpuestos…

Todo ello proporcionó a la dictadura la seguridad necesaria para, superados los primeros temores de la postguerra mundial, embestir con toda su potencia represora contra los rudimentariamente reconstituidos núcleos de oposición interna. La caída general de 1947, en la que el PCE quedó absolutamente desarticulado para más de una década, fue el epítome que, esta vez, daría sentido definitivo a la vieja aspiración del 1 de abril de 1939. Ahora sí, la guerra había terminado.


 

Introducción e Índice

Índice e introducción de
Índice e introducción de «La frontera salvaje. Un frente sombrío del combate contra Franco», de Fernando Hernández Sánchez

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